jueves, 17 de mayo de 2012

Lisboa V

  El puente rojo recortado sobre el cielo gris enmarca el aire pesado de finales de la primavera. Una brisa templada recorre la terraza frente al museo, y se lleva el humo del cigarrillo casi consumido con demasiada calma. Está rodeado de voces en idiomas extraños, pero no se siente fuera de lugar. La cerveza fría ayuda, rubia, a encarar la ciudad, su último día, con un poco menos de nostalgia. La soledad hace crecer en mayor medida. Al menos la vida no ha sido excesivamente cruel con la herida abierta, o quizá haya sido él mismo el que por fin ha mirado hacia dentro, ha encontrado algo, algún modo de saborear la ausencia, de masticar el vacío, tragarlo y hacerlo digerible.

  Un Cristo alado observa desde la otra orilla, con pretensiones de grandeza inacabadas. Los turistas, con sus rostros pálidos, comparten, leen, sonríen sin tener ni idea.  No sienten el momento... Comen, beben... Cámaras oscuras sobre las mesas blancas hablan de formas de escuchar un río, una desembocadura, una piedra tallada y almacenada a la espalda junto con pinturas mágicas en salas vacías. Él es diferente a todos ellos. Navegando por los días siempre solo, por caminos diferentes, sólo compartidos en el espacio pero nunca nada más. Sin las banalidades obscenas de una existencia pueril y tan feliz que da envidia vivirla.

  No existe el lugar adecuado para él entre todos ellos. Ha de recogerse y mantener el muro levantado, vigilado por soldados armados, el puente levadizo siempre arriba... ¿Por qué mostrar los secretos que nadie sabrá compartir? ¿Por qué franquear la entrada a quien se sentará a la mesa sólo para saborear olores nuevos, diferentes, de los que acabará harto, saciado y enfermo?

  Ellos se mueven, charlan por sus teléfonos muertos, toman sus vasos con manos que sólo sienten cristal y miran con ojos que sólo ven verde en la hierba... La lluvia se acerca, se huele, y ellos sacarán sus paraguas para no mojarse... insensatos. Y mirarán extrañados su paso lento, su frente empapada de lluvia de mayo, mientras se refugian en su propia vida y encierran su alma en rutina enferma. Leen pero no comprenden, y algunos ni siquiera saben leer. Son aves con alas cortas y estómagos llenos que nunca emprenden el vuelo, condenadas a vivir en tierra, ocupadas en encontrar su grano y dormir pronto su noche. Saciados de vida simple, de hambre saciada y sin más hambre.

  La cerveza apurada exige un movimiento urgente. Se marcha solo entre gente, hacia las calles estrechas de esta ciudad en ruinas, con fachadas descoloridas, con ginja, faro, puentes de metal rojo y veleros atracados. Rodeado de un muro elegido, así camina...

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