Detuvo el coche que había alquilado esa misma mañana frente al muro este. La entrada principal parecía llevar años sin usarse. Dos grandes arcadas de hierro permanecían cerradas y desgastadas por el paso del tiempo, el óxido se asomaba bajo la pintura desconchada, y algunas hierbas crecían nacidas bajo ellas. Apenas había dormido y había conducido tres horas para llegar hasta allí, pero no estaba cansado... Estaba rodeado de bosque sobre colinas, justo encima de él. A la espalda de la ciudad se escondía el Mediterráneo. Génova estaba encapotada. La atmósfera era pesada y las nubes amenazaban grises y empapadas... hacía calor. Nada más salir del coche notó una punzada honda en el centro del pecho. Los demás, con sus luces encendidas, circulaban sin detenerse, como huyendo de un lugar al que nadie se atrevía a mirar. Nadie excepto él había sentido la llamada, la que le acosaba desde hacía meses... aunque ahora que estaba allí, supo que esa llamada era mucho más antigua. Comenzó a caminar despacio junto al muro, dentro del bolso cruzado le acompañaban dos libros. Uno de ellos era una guía de la abandonada Toscana, una guía vulgar, comprada en unos grandes almacenes, una de esas que apenas se abren durante un viaje, cuando el viaje merece la pena. El otro era un libro de notas, manoseado y envejecido, de esquinas dobladas y atado con una goma. De él escapaban algunas páginas con palabras perdidas, sin sentido, que no querían decir nada... que ya lo habían dicho todo.
Pasó por delante de varios puestos donde se vendían flores, todos el mismo, todos con un par de mujeres que se afanaban en colocar y mantener el orden, a la espera de un comprador que nunca llegaba. Ellas lo miraban al pasar con curiosidad... él las saludaba con un movimiento de cabeza. Cuando dobló la esquina se encontró de bruces con la entrada real, con la puerta escondida que le indicaba el camino a seguir. Un puñado de hombres vistiendo mono azul reparaban la caseta de ladrillo que la guardaba. Justo enfrente de ellos, un cartel descolorido indicaba a los turistas de otro tiempo la ruta a seguir para localizar los puntos más interesantes de la visita. Pasó de largo sin mirarlo. Unos pocos metros más allá se abría aquello que lo había traído hasta aquí. Entró bajo el primer arco y allí estaba... sintió cómo el mundo entero se le subía a la espalda, casi no podía respirar... la paz, la memoria, la tristeza, la nostalgia... todo se había encarnado en figuras de mármol gris, con toda la vida que puede albergar cualquier cuerpo vivo que lata.
Se detuvo un instante, de pie, perdido en el laberinto que conduce de la vida a la muerte. El aire era mucho más pesado allí dentro, más antiguo. Ante él se abría una esplanada donde las tumbas se esparcían, arrojadas en ella durante más de un siglo. A ambos lados corrían las galerías laterales, con su suelo tapizado de lápidas grises, con sus figuras de mármol mirándose enfrentadas. Empezó a caminar, sus movimientos parecían lentos, muy lentos. Avanzaba colocando un pie delante del otro despacio, evitando pisar las lápidas que eran el camino. Excepto el sonido del viento que se colaba entre los arcos todo era silencio. El lugar era inmenso, casi inabarcable.

A medida que avanzaba sentía las miradas clavadas en él... rostros con el color de la piedra lo observaban sin levantar la voz. Casi podía escuchar los susurros a su paso. Decenas, cientos de ojos esculpidos echaban de menos... guardaban fieles sin tiempo las almas que, donde quiera que estuvieran, seguían allí. El mundo entero no existía fuera de aquellos pasillos... nada existía fuera de ellos. Disculpándose en voz baja por el atrevimiento, rozó una mano fría y negra. El otoño que llamaba a la puerta la había rodeado de espigas ocres, y se apoyaba suave sobre la piedra manchada. El cuerpo al que pertenecía se cubría con telas oscuras, la piel fría despedía el calor que nacía dentro de él. Un rostro hermoso, unos párpados casi cerrados, el cabello cubierto... esperaba sentada, paciente, que llegase el momento.... ¿qué momento? ¿Qué sientes cuándo te encuentras con el tiempo detenido, con el tiempo parado ante ti, cuando lo único que deseas es unirte a la espera?
Ángeles y hombres enterrados se habían unido en la inmortalidad, le rodeaban, le hablaban de lo que es y de lo que nunca será. Él los escuchaba con el corazón acelerado, casi oía la sangre latir dentro de sus venas. Prestaba atención a cada detalle, cada rumor le enseñaba que no era nada, que existen realidades mucho más inmensas que una sola vida, que nada es importante excepto eso. Cuando miró a su izquierda una cúpula entre árboles, apoyada sobre columnas al final de una escalinata enorme y ancha, le recordó por qué estaba allí. Se dirigió hacia ella decidido a terminar con la urgencia que le hostigaba el alma. Cuando comenzó a subir y alzó la mirada, un gato rayado lo esperaba tumbado a mitad de la escalera. No lo miraba, se dedicaba a acicalar sus manos con esmero, como si necesitara todo el tiempo del mundo... y lo tenía. Al llegar a su altura se sentó a su lado.
- Hola extranjero... Te estábamos esperando. - Los ojos de pupilas alargadas esta vez lo miraban fijamente.
- ¿Quiénes me esperabais?
- Todos nosotros. Bien es cierto que la espera no ha sido larga... o quizá lo haya sido demasiado, ni siquiera importa el tiempo aquí dentro.
- ¿Qué queréis de mí?
- Deberías formular las preguntas adecuadas, extranjero... Aquí nada espera nada de ti, nosotros simplemente existimos para que tipos como tú obtengáis alguna respuesta. Qué hagas con tu tiempo carece de importancia para nosotros. Sólo has de formular las preguntas adecuadas.
- Vosotros me habéis llamado, vosotros me habéis traído hasta aquí...
- Sigue tu camino, extranjero... no te detengas.
Sin decir nada más, apartó la mirada de nuevo hacia sus manos y siguió acicalándolas como si tuviera todo el tiempo del mundo. Él se levantó, seguía su camino. Cuando llegó al final de la escalera casi podía ver el mar allá abajo. No se detuvo. Las primeras gotas de lluvia cayeron en el momento en que entraba en la siguiente galería. Un impulso incontrolable le obligó a acelerar el paso, los guardianes a cada lado, más blancos allá arriba, protegidos de la lluvia, casi no le prestaban atención. Sólo se detuvo una vez más, sólo cuando había llegado. Ante sus ojos, con los brazos cruzados sobre el pecho, con dos grandes alas recogidas, de pie, apoyado sobre la piedra blanca, el pelo rizado sobre la frente, la piel suave y fría.... Él lo había llamado. Lo esculpió un tal Monteverde, pero había existido siempre. Frente a frente, pasaron minutos hasta que se atrevió a formular la pregunta...
- Dime... ¿quién soy? - La voz suplicaba una respuesta. Los ojos de la piedra se movieron un instante, como si los hubieran sacado de un largo sueño, de un lugar del que no querían regresar. Los labios grises permanecieron cerrados.
- No eres nada...
La lluvia arreciaba cuando cruzó la arcada de camino al coche... No eres nada... Al sentarse tras el volante comenzó a llorar, en calma... No soy nada... Marcó un número en el teléfono. Tras tres tonos de llamada escuchó descolgar, ninguna voz respondió al otro lado...
- Ojalá estuvieras aquí... Te echo de menos.
Colgó. Arrancó el coche y se unió al tráfico que circulaba ignorando la respuesta. ¿A quién le importaba? Miró por el retrovisor... El reflejo de Staglieno se alejaba entre la lluvia.
[ Una persona me acompañó en mi visita a Staglieno, sin estar allí, a finales de verano de 2012... Caminó conmigo mientras yo me buscaba... No la olvidaré... Gracias por estar. ]
1 comentarios:
"Pas de nouvelles de toi, je suis désespérée."
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