lunes, 5 de noviembre de 2012

Regreso

   Eran casi las doce de la noche cuando sonó el teléfono. El corazón se le aceleró como cada vez que escuchaba sin esperarlo el maldito sonido digitalizado de teléfono antiguo. Estiró el brazo y miró la pantalla. Sintió cómo su corazón se aceleraba aún más al ver el nombre que se iluminaba en ella con insistencia. Los dedos le temblaban mientras descolgaba y se acercaba el auricular al oído. No dijo nada. Al otro lado, una voz escuchada y anhelada, dada por perdida derrochando bolsa y vida, como escribió Joaquín, se convirtió de nuevo en presente.
 - Hola óptico, ¿cómo estás? ¿No te habré despertado?
 - Hace tiempo que soy escritor, ¿ni siquiera te has dignado a leer mis cuentos?
 - Vaya, vaya... lo conseguiste, qué cerdo... - Una sonrisa sincera se dibujó al otro lado de la línea, no la veía, pero la veía.
 - Lo conseguí. Un estúpido capullo decidió que algo de lo que salía de mi cabeza enferma podría interesar a alguien. El mundo se está volviendo demasiado loco, creo que esta mañana he visto Callao  boca abajo y yo caminaba sobre el cielo.
 - El mundo se ha vuelto tan loco que esta tarde he aterrizado en Madrid... para quedarme. - La sonrisa del otro lado se había convertido en expectación.
 - ¿Has vuelto? - No pudo reprimir el tono de sorpresa. Dios, quizá el pecho no podría contener demasiado tiempo más el corazón, que se empeñaba en latir a un ritmo demasiado rápido como para no tener un infarto.
 - He vuelto esta tarde. Hace un minuto que me he sentado en el sillón. Llevo dos horas colocando ropa en los armarios, creo que me voy a volver loca.
 - De eso nada, el loco aquí soy yo, ¿recuerdas? - Ambos rieron con ganas, como si nunca hubiesen dejado de hacerlo juntos.
 - Lo recuerdo... no pienso quitarte el puesto de viejo tarado oficial. - Volvieron a reír. - Tampoco he olvidado otras cosas... ¿puedo verte mañana?
 - Claro.
 - Estupendo, ¿te viene bien pasar a recogerme a las ocho? ¿Recuerdas mi dirección?
 - Estaré allí a las ocho en punto.
 - Perfecto, hasta mañana entonces.... Llévame a cenar a un restaurante lujoso ¿eh?
 - No habrás conocido ninguno con más clase... - Una risa confiada abrazó la voz al otro lado. - Hasta mañana...

  Colgó el teléfono y se quedó mirando la pantalla apagada... Cerró los ojos y se masajeó con los dedos sobre los párpados. ¿Era posible? Repasó cada frase de la conversación tratando de revivirla, tratando de asegurarse de que estaba despierto a fuerza de pronunciar en voz baja cada una de las palabras. Cuando decidió que todo había sido real salió de la cama y abrió el armario. Dios.... tendría que haber puesto la lavadora, colgaban unos vaqueros gastados y un jersey negro.  Bueno, al menos tendría algo que ponerse.

  Pasó la mañana del día siguiente delante del ordenador, intentando concentrarse en terminar el capítulo que llevaba semanas sin querer ser terminado. Desde que se decidió a ceder a las presiones de la editorial y escribir una novela, había ido de bloqueo en bloqueo. No se le daban bien las historias largas, lo sabía, pero ésta estaba resultando ser un parto demasiado doloroso. Además, no conseguía sacarse de la cabeza la llamada de anoche. Se había despertado nervioso, impaciente, deseando adelantar las horas, temiendo adelantar las horas. Cuando ella se marchó pensó en no seguir adelante, demasiadas ideas pasaron por su cabeza, ideas que había conseguido ir desterrando a fuerza de noches en vela, gin tonics y tiempo perdido. Había avanzado entre tinieblas, había superado la tormenta, pero fue tan dura que aún estaba enfermo de frío y lluvia.  Apagó el ordenador, hoy tampoco sería el día en que terminase la historia. Sin levantarse del sillón descolgó el auricular del teléfono y marcó un número que había marcado cada vez que la tormenta se hacía más intensa. Al otro lado respondió la voz de un hermano.
- Me pillas en plena faena. ¿Estás bien?
- Me ha llamado.
- ¿Crees que puedo andar haciendo de adivino a estas alturas? ¿Quién coño te ha llamado?
- La misma que debería haber olvidado según tus estúpidos consejos.
- No me jodas... Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué quiere?
- Quiere que nos veamos esta noche. Ha vuelto para quedarse...
- ¿Está en Madrid? Por favor, dime que no está en Madrid, dime que no estás pensando en verla. Dime que no eres tan gilipollas como sé que eres.
- Está en Madrid, voy a verla, soy tan gilipollas como sabes que soy...
- ¡Por Dios! No pienso volver a recoger tus pedazos, que te quede claro. Paso de tu obsesión por autodestruirte, me tienes harto.... Ten mucho cuidado ¿vale?
- Descuida...

   Cuando colgó se sintió algo más relajado, se metió en la ducha y consiguió que el agua caliente hiciera el resto del trabajo. Al salir, casi se sentía tranquilo. Se detuvo delante del espejo. Habían pasado algo más de dos años, ¿había cambiado? Claro que había cambiado, estaba mucho más delgado y un poco más viejo. Eso sí, el éxito de sus primeros cuentos no le había librado de esa mirada siempre triste. Al contrario... pasaba las horas perdido en ensoñaciones, imaginando mundos en los que todo fuera posible, extraño, todo gris... ¿Qué opinaría ella al verlo? Joder, no había leído nada suyo... Bajó a la cocina y se preparó algo de comer. Las noticias hablaban de no sabía que nuevo fármaco que ayudaba a reinsertar a las personas en tratamiento psiquiátrico que podrían ser peligrosas para la sociedad. Pensó en la caja de pastillas blancas y alargadas del fondo del armario... la sociedad era la peligrosa. Le dolía la cabeza, así que se tragó una aspirina y se arropó en el sillón hasta que se quedó dormido.

   Abrió los ojos desorientado, el reloj marcaba las seis y media.... ¡Mierda! Había dormido demasiado. Cuando se incorporó de un salto se sintió algo mareado. Abrió el armario y se vistió con los vaqueros gastados y el jersey negro. Preparó café pero no lo bebió... A ella no le gusta el café. Cuando terminó de recoger la cocina eran poco más de las siete. Joder, espero que no haya tráfico, no puedo soportar que me esperen. Condujo hasta el barrio que sólo había pisado una vez hacía ya demasiado tiempo y aparcó justo delante de la puerta adecuada. Eran las ocho menos cinco. Se miró a los ojos un segundo el el espejo retrovisor, respiró profundamente un par de veces y quiso desaparecer un par de veces más. Justo en el momento en que se imaginaba arrancando el motor y saliendo disparado de vuelta a su infierno, cuando ya casi agarraba la excusa perfecta para huir, unos nudillos dieron un par de golpecitos en la ventanilla del lado contrario. Giró la cabeza hacia allí en medio de un ataque de ansiedad total y absolutamente secreto, y se encontró con unos ojos y una sonrisa que lo miraban divertidos desde el otro lado. Ella lo saludaba con una mano y él le devolvió la sonrisa y se apresuró a salir del coche.
- Hola... me alegro tanto de verte... - Le rodeó con los brazos y le besó en la mejilla. Permaneció abrazada a él unos segundos eternos y luego se separó sin soltarlo para mirarle. - Estás trabajando demasiado, pareces cansado.
- En cambio tú estás dolorosamente guapa, en ninguna de todas esas veces que te he soñado has aparecido tan increíble.
- Bobo... ¿Dónde vas a llevarme?
- Quiero enseñarte un lugar. Tardaremos un rato, pero quiero compartirlo contigo por una vez.
- De acuerdo. - Sonrió.

   Subieron al coche y viajaron durante casi una hora por en medio de la nada. Él conducía en silencio, ella miraba pasar uno tras otro los kilómetros vacíos a través de la ventanilla. De vez en cuando se cruzaban una mirada... Era agradable compartir el silencio. Enfiló la calle arbolada con farolas encendidas sólo en uno de sus lados, la luz naranja se perdía entre las hojas de los árboles, muchas de ellas cubrían el camino de tierra que corría al lado de la valla, que les separaba de uno de los lugares que él había recorrido desde que tenía memoria. Al otro lado de ella, la oscuridad. La niebla comenzaba a descender y algunos jirones se cruzaban con ellos. Después de dos recodos llegaron al lugar. Detuvo el coche justo donde el río se ensanchaba ligeramente. A la izquierda, una antigua casa abandonada donde se habían servido mil comidas de fin de semana y verano, a la derecha un parking vacío de tierra, olvidado.  Los árboles se inclinaban en la oscuridad sobre el cauce del río hasta casi tocarlo en algunas zonas.

- Mis padres me traían aquí cuando era niño. El agua era mucho más limpia entonces y nos bañábamos con zapatillas porque el lecho era de piedras. Justo en la orilla de enfrente había una bandera roja para avisar del peligro de la corriente al otro lado. Ya no hay bandera, ya casi no hay río. Nadie viene ya a este lugar. Casi nadie...
- Te he echado de menos... - Le miraba fijamente con unos ojos enormes. A través de su voz gritaba la sinceridad. - Te he pensado cada día y cada noche. - Un minuto de silencio...
- Te marchaste, te alejaste... - Notó cómo despertaba un dolor dormido. - Me quedé solo, vacío.

   Abrió la puerta del coche y salió. Hacía frío. La niebla se elevaba un metro sobre el agua. Subió el cuello de su chaqueta y se acercó a la orilla... Se oía el viento en las hojas allá arriba. Encogido y con las manos en los bolsillos, esperó a que el dolor volviera a dormirse. Respiró profundamente. Escuchó a su espalda abrir y cerrar la puerta del coche, unos pasos se acercaron hacia él.

- Lo siento... Sabes que tenía que hacerlo... - Esta vez la voz era un susurro, temeroso de no ser comprendido, de no ser aceptado. Casi había temblado.
- Quizá sea tarde. Quizá el momento haya pasado, como el momento de este sitio abandonado y sucio, podrido de esperar.
- Yo también he esperado, he sentido la distancia clavada como un puñal cada día. - Puso una mano temblorosa sobre el hombro de él. - ¿No te das cuenta? - El sólo contacto de su mano le hizo estremecer de anhelo.
- ¿Qué esperas de mí ahora? ¿Qué quieres de mí? - Se volvió a mirarla, la desesperanza de una vida entera estaba en su boca, en sus ojos, en sus malditas ojeras...
- Déjame caminar contigo... Desaparezcamos. - Se estiró para acercarse a su oído y susurró una frase. Él cerro los ojos para saborear cada palabra, el olor que se desprendía de su pelo, de sus labios, de su piel.  Buscó... arañó la tierra para desenterrar un motivo por el que rechazarla, trató de odiarla por un instante, de quererla un poco menos.

  Cuando ella se dio la vuelta para volver al coche estaba temblando. Él la giró con su brazo alrededor de la cintura y la abrazó fuerte contra su pecho.

- Desaparezcamos...

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