Eres una referencia temporal, una boya, una baliza que flota en medio de mi vida marcando el punto exacto, con luz parpadeante y terca, en el que se produjo el naufragio. Ahora lo miro desde lejos, desde tierra firme, desde las madrugadas en las que aún te dedico una respiración, un latido, antes de dormir. Eres un segundo detenido en medio de los juegos de palabras que se me amontonan en la punta de los dedos. Encuentro una factura olvidada en un cajón... una entrada de cine... una frase escrita a mano, que tiembla con la fecha del instante junto a la firma, y pienso...
16 de mayo... 2013... estoy jodido... no podía encontrarte porque discutimos... porque yo sabía que no era posible y tú lo jurabas... 6 de febrero... 2010... no te conozco todavía... ¿dónde coño estarías? Qué cambio, qué minúsculo movimiento, qué calle no deberías haber cruzado para no encontrarnos años después... 8 de noviembre del 93... yo estudio, claro, dieciséis años de libros y fantasías... deseos, orgasmos amañados, miedos... un tipo sin construir que luego se me rompería entre las sábanas... y tú ya existías.
Es un baile, una tormenta que gira alrededor del ojo en calma. Me pregunto por qué me cuesta tanto despedirte, construirme un desierto desolado amontonando tus mentiras, que no me atreva a cruzar... colocarlo entre nosotros. Nunca me gustaron las despedidas, es cierto, quizá sea eso lo que me frena, o quizá simplemente te echo de menos... sin más. Echo de menos cada uno de tus huesos, siento la nostalgia de tu aliento, tan caliente cuando se me escapaba de tus labios entreabiertos en tu portal, en tu ascensor, en tu cama. Me ha dado por recordar tus pechos bajo la blusa cuando me hablabas en aquella terraza de Fuencarral, tus pies descalzos sobre la arena con la que cubrimos el suelo de mi casa para convertirla en una isla. Quizá sea una ventaja, quizá seas ese punto inmóvil en el centro de mi esfera, ése que nunca tuve, ése a partir del cual uno puede sentirse vivo o muerto... ése al que siempre regreso cubierto de basura desde el vertedero... ése con el que me castigo cuando olvido que visto un disfraz de impostor, cuando me descubro con la mirada fija en otras piernas mientras las comparo con las tuyas abiertas para mí...
¿Dónde coño estás? Préstame el mapa que seguiste para olvidarme, escóndeme la fórmula dentro de una botella, házmela llegar, no hay nadie más en esta playa. Me cabreo cuando te sueño, enséñame el modo de transplantarte de mi cabeza hacia la nada.
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