
En mitad de la noche, una lechuza blanca como la nieve blanca, ululaba posada sobre la rama más alta de un viejo olivo. Su cabeza se movía rítmicamente en busca de alguna pequeña presa desprevenida. Frecuentaba el olivar desde hacía unas semanas, como un fantasma de vuelo silencioso, siempre alerta. Esta noche, una luna enorme y anaranjada se recortaba en el cielo oscuro de febrero. Jirones de nubes la cubrían en parte, durante un breve instante, moviéndose en una veloz carrera empujadas por el viento helado. El resto era silencio y frío. Estaba resultando un invierno demasiado largo. Sentado en el alféizar de la ventana no se podía hacer más que sentir la magia de la soledad y la noche. Y, de vez en cuando, dejar que un leve escalofrío le recorriera la nuca y bajara por su espalda, obligándole a dar un pequeño respingo. Iba a comenzar un viaje y no conocía el destino. Sí conocía el sitio a dónde se dirigiría su avión a la mañana siguiente, pero eso no es lo mismo que saber hacia dónde vas. Esta noche se iba a permitir unos instantes para volver la cabeza, quizá de ese modo consiguiera por fin encontrarse. Una última oportunidad para saber quién era, antes de que dejara de importarle. Respiró profundamente, lentamente... el frío del invierno llenó sus pulmones hasta casi doler. Se sentía vivo, pero perdido. Nadie recuerda el momento exacto en el que se pierde. Lo único que se guarda es el momento del despertar, la bofetada que te golpea cuando te das cuenta de que el camino que te precede no es el que debía precederte, cuando vuelves la mirada y no conoces la senda que acabas de recorrer. Ese instante de terror lo marca todo. La soledad, la pérdida, el miedo... un nudo en la garganta del grito que quiere escapar y no puede, los ojos abiertos hasta carecer de párpados, el corazón que se acelera.... ¿Cuándo perdiste el sendero que te llevaría de vuelta a ti? ¿Ése que te llevaba sin un sólo recodo hacia la persona que ibas a ser? Intentas encontrar el momento exacto, pero no puedes, porque hace demasiado tiempo que ocurrió y el miedo te impide recordarlo, porque no sabías que habías elegido el camino erróneo en el cruce de caminos... no lo sabías hasta hoy.
Ése momento de lucidez de la tragedia le había golpeado hacía un mes. Rodeado de gente que detestaba, en un lugar que detestaba, sobre una mesa que detestaba... Recordó el hombre que iba a ser. Una imagen borrosa que se iba definiendo mientras ignoraba las conversaciones monótonas que le rodeaban... estaba allí, sobre la pared de enfrente, materializándose procedente de algún lugar desconocido. Y también lo miraba como a un desconocido, como a un pobre vagabundo sin techo que se perdió en el alcohol a fuerza de pretender olvidar. El hombre que debería estar siendo lo despreciaba... Pero entonces.... ¿quién era él?

Todos se sorprendieron cuando se levantó de la mesa, cuando no dijo una sola palabra y se abrigó para salir a la calle. No volvería a verlos. Las conversaciones se detuvieron por un segundo, alguien preguntó algo a lo que no prestó la más mínima atención. Simplemente se fue. Salió a un día soleado que el sol no calentaba, y se marchó. El resto imaginó que por fin había llegado el día que esperaban... ése chico raro al fin se había vuelto loco. La atención sobre alguien que apenas te interesa es dolorosamente breve, así que el tintineo de los platos, inmoral y cruel, no tardó en recuperarse. Al día siguiente no recibió una sola llamada, ni una sola visita... tampoco las esperó.
Un gato blanco subió de un salto a la ventana y lo miró. Maulló dos veces antes de rozarlo con todo su cuerpo en un suave ronroneo. Notó su lengua áspera cuando le rozó la mano. El corazón se aligeró cuando acarició al animal y sintió su calor. Se aligeró tanto, que sólo su pecho le impedía volar. Al levantar la mirada, con el gato en su regazo, los ojos fijos de una lechuza, blanca como la nieve blanca, le sostuvieron la mirada... fueron segundos, minutos, horas.... No importa quién era, no importa quién hubiera debido ser... El viaje comenzaba mañana...
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