sábado, 14 de abril de 2012

Vida

   Las gotas de lluvia que golpeaban la ventana, cerrada a la oscuridad de la noche, convertían el calor de los dos cuerpos desnudos bajo las sábanas, en una especie de refugio contra la soledad y el frío. Despertar en mitad de un sueño y descubrir que su espalda y su olor seguían a su lado, que no se habían escapado al abrir los ojos, volvió a convertir la habitación en penumbra en el mundo entero. Acercó suavemente la punta de su nariz hasta rozar el cuello de ella, y fue respondido por un temblor apagado y un entreabrir de labios... Seguía dormida. Respiró profundamente para no dejar escapar una sola partícula de ese olor a vida y a contradicción que le había arrastrado durante los tres últimos días. Contradicción para no dejarse llevar por lo que realmente conocían ambos, esa necesidad mutua en el momento adecuado, ese encuentro casual o predestinado, daba igual, que convertía el camino en transitable bajo el sol y bajo la lluvia. Tres días negando la suerte porque no podían tener tanta suerte. Maldito razonamiento el del escéptico obstinado que lo conduce irremediablemente a preguntarse siempre si es real.

   Deslizó la mano fuera de las sábanas y detuvo el despertador trece minutos antes de que sonara. Tenía ganas de hacer el amor, y el puñetero mundo le obligaba a hacer café. El tacto frío de la madera bajo sus pies desnudos consiguió sacarle del dolor físico que le producía separar su piel más de un centímetro de la de ella. Bajó desnudo la escalera y entró en la cocina. Los restos de la cena se esparcían por la mesa como cadáveres en un campo de batalla, abandonados para acudir a batallas mayores. Ya habría tiempo de darles sepultura... Puso la cafetera al fuego y el olor a café comenzó poco a poco a inundar la casa, convirtiéndola de nuevo en un hogar, en esa especie de resurrección de los muros y los suelos, de las alfombras y las mesas y las sillas y las ventanas, que se produce cada mañana. Durante la noche sólo hay un hogar... un cuerpo, su cuerpo... Bebió a sorbos de la taza caliente mientras miraba a través de la ventana cómo comenzaba a amanecer. Apagó la luz para hundirse en la penumbra que lo inunda todo al alba... Así era exactamente como se sentía... Inmerso en la penumbra que precede al amanecer, cuando aún no se han olvidado las sombras de la noche y se adivina un poco más de luz allá delante. Eso era su vida desde hacía poco menos de un mes, cuando en un recodo del camino, sentada bajo un sauce, se le apareció una mujer que leía y lloraba por no poder leerle a nadie. Él quería ser leído, y por eso se sentó a su lado.

   Dejó la taza sobre una librería y se arrastró hacia la ducha. Antes se asomó por una rendija a través de la puerta... seguía allí dormida, todo estaba bien. El agua caliente sobre su piel le hizo regresar al pragmatismo... Debía salir de casa en unos veinte minutos, repasó mentalmente las tareas pendientes en el trabajo, calculó a qué hora estaría de nuevo en casa y deseó que llegase ese momento. Mientras se secaba se miró al espejo... Un tipo moderadamente feliz le devolvió la mirada, sus ojos moderadamente rodeados por un aura malva y unas leves arrugas, su piel moderadamente manchada por el paso de los años... Un tipo que buscaba la soledad mientras huía desesperadamente de ella, que buscaba escapar de la vida mientras se le hacía demasiado corta. Siempre recordaba el chiste de Allen en Annie Hall... La vida es una mierda, y encima es tan corta...

   Después de vestirse en silencio, entró sin hacer ruido en la habitación. Seguía dormida... La respiración pausada elevaba su pecho a un ritmo suave, constante... El pelo tapaba parte de su hombro desnudo, y el cuello donde había respirado unos minutos antes, quedaba ligeramente al descubierto. Se sentó en el borde de la cama a contemplarla. Se vio a sí mismo regresando a casa en unas horas recibido por una sonrisa, por una mirada. Le aterraba la sola idea de llegar a necesitarla tanto, pero no pensaba frenar, esta vez no... Quizá en el siguiente recodo del camino le esperase de nuevo el fracaso, la nostalgia, la melancolía... Pero eso sería en el siguiente recodo, aún no... Se inclinó sobre ella y la besó en la frente... Salió de la habitación, salió de la casa, subió al coche y arrancó el motor... Con las muñecas sobre el volante, una sonrisa triste se asomó a sus labios... Puede que la vida no fuera tan repugnante, pero seguía siendo jodidamente corta.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantástico, un momento feliz teñido de los ecos del romanticismo melancólico. Sublime la metáfora de los restos de la cena. Gracias por estas líneas, por recordarnos cuán doloroso es alejarse de la persona amada cuando la historia acaba de empezar.

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