miércoles, 13 de marzo de 2013

Anoche...

 Anoche me desperté de madrugada fuera de mi cuerpo. Me veía desde la puerta de la habitación, curiosamente dormido mientras no lo estaba. La cabeza apoyada en la almohada, los ojos cerrados, la respiración profunda y pausada... Completamente arropado bajo el edredón marrón que hace juego con las cortinas. Cualquiera de vosotros en mi situación hubiese gritado, quizá hubiese sufrido un ataque de terror al verse a sí mismo allí tumbado, ¿no sería ésa la respuesta lógica ante tan enorme insensatez? ¿A quién se le ocurre escaparse de su cuerpo en plena noche para mirarse dormir? Quizá si hubiese aprovechado mi nueva situación de ser incorpóreo como es debido, si hubiese salido por la ventana para ir a cualquier otro lugar, a un lugar soñado, a uno de esos que a los que siempre quieres ir y nunca te atreves... Pero no. Me quedé aquí, en el mismo lugar en que cada noche paso unas pocas horas recuperando la cordura... ¿no sirve para eso el sueño? 
   Como os decía, no sufrí ningún ataque de pánico, ni sentí frío, ni se me erizó el pelo de los brazos... simplemente me dediqué a observarme. Lo único que sentía era paz... Sí, lo sé, estoy completamente loco. Un loco no diagnosticado, es cierto, pero total y absolutamente loco. En realidad, esa paz que se convirtió en lo único que era capaz de sentir, era la ausencia de dolor, de miedo, la ausencia de la ausencia que me llenaba. Y allí estaba yo, podía ver descansar mi envoltura, pero no podía ver la otra parte... no sé si flotaba, si me apoyaba en el quicio de la puerta, si me había convertido en una luz fantasmal, o si, simplemente, nadie podía verme. 
   Pero había alguien más aquí anoche. Al lado de mi cama, inclinada ligeramente sobre mi cuerpo, tan vacío en ese momento. Una chica de larguísima melena que cubría su rostro, también me miraba. Estaba muy cerca de mí mientras dormía, vestía de blanco, creo que en algún momento vi su mano rozar mi espalda. Sí, lo recuerdo. Era ella la que estaba haciendo salir de mí todo lo que me había convertido en una persona gris, vacía. Supe quién era en el mismo instante en que reconocí sus hombros desnudos y el color de su pelo. Puede que incluso algún día llegue a leer estas palabras con cara de incredulidad, los ojos muy abiertos. Quizá las estés leyendo ahora, chica de hombros desnudos y larguísima melena. Sólo escribo esto, otra vez de madrugada, para que sepas que anoche te vi mientras me soñabas.
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