Cada noche me siento a escribir y no me sale nada. Veo la pantalla en blanco que me mira con ojos extrañados y con cierto aire de rencor. Sin decirlo, me reprocha que la moleste para nada. Y yo me reclino en la silla, y miro al techo, y respiro. Camino dentro de mi cabeza por una senda llena de matorrales secos, que me hieren cuando los aparto con las manos buscando una historia, un personaje que no sea yo mismo. Y sangro por las palmas, y duele. Y regreso a la habitación y no encuentro lo que busco, sólo las mismas paredes, las mismas estanterías con libros sin leer, esperando, las ventanas, las lámparas encendidas... Me levanto de la silla, derrotado, me tumbo en el sillón y vuelvo a mirar al techo. Una especie de rito de escritor frustrado, impotente, solo. Quizá escuche algo de música, quizá pongan una buena película en televisión, quizá la escoja yo mismo de la estantería... no importa lo que haga, no escucharé, las imágenes se sucederán sin que yo las vea, me tumbaré de nuevo con la mirada clavada en el techo blanco. Y pensaré. Regresaré a ese camino desierto en busca de agua para no morir de sed. Quizá una imagen se ilumine por un instante, demasiado fugaz para atraparla. Quizá la persiga, corriendo desbocado, con el corazón en la garganta. Quizá le grite que se detenga, por piedad, no huyas. Pero se irá, no dejará siquiera un rastro para recuperarla, no dejará la esperanza de un nuevo encuentro, de una salvación póstuma para mi cadáver.... no la dejará... como tú. Y me quedaré parado con las manos en las rodillas, respirando a bocanadas, empapado de sudor, mucho más sediento que antes.
Y miraré el reloj, y habrá pasado otra hora, y el nocturno de Chopin hará rato que ha terminado, y la película de la pantalla seguirá sin tener el menor interés. Así que me asomaré a la ventana. Si tengo suerte y hay luna llena, los olivos de copa verde oscuro y troncos retorcidos estarán cubiertos de hielo. Si la luna es nueva, sólo habrá oscuridad, y luces a lo lejos. Todo el mundo dormirá ya, todos arropados, todos calientes y serenos. Y yo intentaré curar mi insomnio evitando recordarte. Abriré un libro destripado de tanto abrirlo... "Habla, Musa, de aquel hombre astuto que erró largo tiempo después de destruir el alcázar sagrado de Troya..." Y volveré a cerrarlo, porque nunca consigo pasar de la primera frase, porque la historia es demasiado larga y Odiseo demasiado afortunado. Porque a mí no me espera nadie. Porque no deshaces por mí en la noche lo que has hilado durante el día. Y volveré al sillón, volveré a mi nicho sobre la alfombra, y quizá me quede yo también dormido. Tal vez la madrugada me despierte dolorido, y suba como un anciano los escalones hacia mi cama. O tal vez sea el sol el que me sacuda, preocupado, o tal vez la lluvia. O puede que, simplemente, mis ojos no se cierren y sigan buscando un lago rodeado de palmeras en medio de la arena, huyendo de ti, huyendo de mí cuando estoy contigo, con tu sombra, tan alargada, tan eterna.
Así son las noches desde que me siento a escribir y no me sale nada. Desde que te fuiste, desde que mis puntos finales son puntos suspensivos...
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