jueves, 12 de septiembre de 2013

Abandonada

   Un día gris después de tanto tiempo. Un día de nubes estáticas, muy quietas, irreverentes a su sendero, observadoras... me miran. Me vigilan… Me vigilan mientras cierro la puerta blanca, mientras camino solo hacia la estación, cruzan conmigo las calles en penumbra… No se mueven, siento su mirada a través de la ventanilla del tren... cierro los ojos… disimulo… las veo a través de mis párpados cerrados. Su destino es mi destino aunque sólo yo haya pagado el precio del billete.

   La estación hierve, la ciudad acaba de despertarse cuando piso el andén… pero nadie me ve. Ya soy un fantasma. Uno más de los que caminan, de los que respiran… ¿Lo soy? Subo la pendiente de gravilla rodeado de viejas estatuas… No veo sus ojos, no los siento, no están…. Sólo un tramo más, unos cuantos escalones de piedra que ocultan el cementerio que vive allá arriba, cementerio sólo a partir de hoy, cementerio sólo por hoy. He venido a enterrarte, a cubrirte de arena blanca lejos del mar, a ocultarte... a arrancarte de mis tripas que se contraen ahora porque no quieren que te vayas. Me provocan náuseas en su terca rebelión, casi consiguen que vomite en esta escalera, pero ya he llegado, ya siento el olor de la tierra removida bajo mis pies… sólo un paso más….

   El pequeño jardín se abre delante de mí, el altar del sacrificio en el que correrá tu sangre… y la mía. Rodeado de colinas verdes, siempre verdes… Allá abajo se pierde el sonido de Florencia, se queja, me tienta, me susurra… Saco la pala y la hundo. Un latigazo golpea mi espalda, un relámpago, deja una marca que la cruza desde el hombro hasta el costado... arde... quema... bulle como un cazo al fuego. Aprieto los dientes, los párpados... mis músculos se contraen con la descarga... Nadie lo nota porque soy un fantasma, uno de los que caminan, de los que respiran. Uno de los que nada importan en un lugar como éste. Recuerdo tu voz aquí en otro momento, recuerdo impaciencia, recuerdo urgencia... casi la misma que esta mañana me obliga. Tu tumba está lista. Nunca te había visto tan pálida. Te sacudo de mi piel, te arranco en mi sudor y en mis lágrimas. Las últimas, las de la rabia que voy a enterrar contigo, tan pálida, las que acaban con mi dolor, con mi cariño y con mi odio. Las que no dejan más que un rastro de vacío, un agujero oscuro que se lo ha tragado todo y que no te escupirá de nuevo. Te quedarás aquí, te abandono aquí, los gusanos se alimentarán de tu carne como tú te alimentaste de la mía... limpiarán tus huesos como tú limpiaste los míos. Pronto no serás más que polvo, cenizas... Abandonada.

  Un día gris después de tanto tiempo... de nubes estáticas, muy quietas... Se quedan contigo, te velan... Qué ligero es el vacío cuando regresa a tu espalda.



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