miércoles, 4 de septiembre de 2013

Actor sin método

   Eran casi las dos de la madrugada cuando llegó a casa. Demasiado calor para esta época del año, demasiadas cervezas. Oscuridad, silencio, y un ligero mareo dentro de su cabeza. Allá dentro también, haciéndose hueco entre urgencias y disimulos, esa sensación desagradable de haber hablado demasiado. Un órdago con dos pitos... un farol... una farsa. Entró en la penumbra de la cocina y abrió casi a tientas la botella de Ribera que obtuvo como recompensa hacía más de dos meses. Recompensa por haber nacido en verano, recompensa por una madrugada, ¿recompensa por qué? Limpió el borde de la copa antes de servirse, con el eco aún fresco del sonido vacío del corcho, obligado a un parto apresurado y violento, enviado a la anarquía sarcástica del no saber dónde estarás mañana, y al temor de estar seguro de que te espera impaciente el cubo de la basura. Pedazo de vida transformado en instrumento para evitar la evaporación del placer. Estaba divagando...

   Un disco blasfemo de Dylan surgió como una balsa en medio del océano, ¿qué sabrían ellos? Una guitarra, un piano, una voz aguda y horrible que nunca debió ser voz si no fuera por las palabras. ¿Qué sabrían ellos? Afuera... calor, estrellas sin luna... adentro... una copa de vino en la mano, una frase en inglés y una imagen en la cabeza. Decir lo que piensas sin pensar lo que dices... gracias Joaquín... me gustaría que no me hubieses enseñado tantas cosas. Abrió de par en par la puerta de atrás, encendió una linterna... sólo por ver su haz, su camino... ¿Qué importa lo que iluminas si te da igual el destino? Si has aprendido que el viaje es lo importante, y el final no es más que el final. Estaba divagando... 

   Una estantería blanca, un libro escondido entre la multitud, una foto antigua entre las páginas... Una copa, una foto, una voz, un pasado... Era hora de dormir. Agarrado a la barandilla abandonó la botella abierta, moribunda buscando una bocanada. La luz de la habitación era amarilla, caliente... demasiado. Cosería su boca antes de jugar sin cartas, dejaría pasar de largo al conejo blanco, lo prometía... mañana... como siempre. Audrey con su vestido negro dormía en la pared oscura allá abajo. Ahora le tocaba a él. Se desnudó despacio entre la bruma del alcohol, la ropa ya no era ropa desprendida del cuerpo. Se amontonaba deforme sobre el suelo de madera a los pies de la cama. Luego desabrochó su cremallera, cayó la máscara, cayó la piel, cayó la voz y también calló... El impostor, el que se viste cada mañana sobre su propia alma, la piel imaginada de lo que quizá desea... buscando algo, ¿buscando qué? 

   Buscándote.

   Estaba divagando...

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