¿Recuerdas la primera vez que viste el mar? Yo sí la recuerdo. En realidad no era la primera vez que estaba frente a él, ni siquiera estaba cerca, y ya había conocido sus olas y su espuma tiempo atrás, pero era tan niño que se me había perdido en la memoria... o quizá fuese que no había prestado la atención suficiente, como a algo que te hace sentir bien cuando está cerca sin que te pares a mirarlo a los ojos. La primera vez que fui consciente de su presencia aún se extendía entre nosotros una carretera y un campo casi desierto, pero allí estaba. Apareció de la nada ocupándolo todo, un cielo azul oscuro plantado justo bajo el cielo claro. También tengo guardado acá dentro la eternidad que representaba, inmutable, recorrido con suavidad por olas diminutas que rompían sin espuma. Más tarde aprendería que puede enfurecer, que puede oscurecerse hasta llegar a negro, que puede tragársenos a ti y a mí sin masticarnos... eso fue más tarde. Una sensación de aplastamiento me invadía tras la ventanilla del coche, de extrema pequeñez, de miedo... de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada. Han pasado demasiados años ya desde aquel día, no soy el mismo tipo, ahora tengo cicatrices, la piel ha envejecido. A la eternidad de aquel horizonte plano se ha sumado la certeza de un más allá, de una fuga de esta cárcel en que se convierte la tierra firme cuando pisas la orilla, la promesa de una huída posible, de un Nuevo Mundo sin carabelas ni marineros hambrientos encaramados a su mástil... Siempre más allá de allá donde alcanza la vista, siempre plantado con la mirada perdida.
Recuerdo la primera vez que fui consciente de tu superficie, de que habías aparecido de la nada ocupándolo todo. Ni siquiera estabas cerca, aún nos separaba una carretera y un campo casi desierto... ya conocía tus olas rompiendo sin espuma poco tiempo atrás. Fueron dos palabras, sencillas, sin adornos, convirtiendo una cordillera de años en un horizonte plano de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada... de un hilo de miedo. La certeza de un más allá sin necesidad de huída. Dos palabras, tres puntos no finales desde entonces. Eso te llevaste al marcharte... sólo eso... todo eso...
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