Cuando alguien vive solo, quizá no lo sepas, es difícil escapar del silencio. No me refiero al silencio que te cura cuando ya no te quedan fuerzas para escuchar las estupideces que flotan en las calles llenas de estúpidos, ni al silencio de novela, de tipo raro, de lobo estepario, que se busca y se alcanza sólo cuando cierras la puerta a tu espalda. Tampoco me refiero al silencio de un jardín de madrugada, que se disfruta cuando no se puede dormir... ése lo he echado de menos tantas veces... No me refiero a ese silencio. Me refiero al silencio después de un día de trabajo, cuando llegas a casa y tienes que prepararte la cena mientras los demás duermen, y hace frío, y ves que nadie te ha leído, y ese día querrías que lo hubieran hecho. Al silencio de la noche cuando te sientes débil y te das cuenta de que todos vivimos solos, en una especie de cárcel con forma de cuerpo propio, que sigue respirando y no te para de hablar dentro de tu cabeza. Al silencio del amanecer, cuando el amanecer te ha despertado de un mal sueño que ha podido ser maravilloso si no te hubiera despertado. Es difícil escapar del silencio, quizá no lo sepas.
Cuando quieres huir de él y esconderte debajo de la cama, cuando te da miedo subir unas escaleras y prefieres continuar dormido en el sofá, buscas cualquier sonido vulgar que lo espante y la televisión casi siempre está encendida. Pero entonces prestas atención a la pantalla por un momento y te devuelve unos ojos que te recuerdan otros diferentes, un gesto en la comisura de los labios enmarcado en una mirada de actriz, uno que ya habías visto idéntico en una foto que no era suya... si no tuya. Quizá no lo sepas, pero vives en muchas miradas desde antes de marcharte. Vives en gestos de mil personas que te me traen.
Cuando eso ocurre puedes coger un libro, abrirlo exactamente por la página donde lo abandonaste y no recordar nada de lo que habías leído... O quizá las palabras no griten, no nazcan con la fuerza suficiente en tu cabeza como para sacar el silencio a golpes de su escondite. O puede ser aún peor... cuando una de esas palabras tú ya la habías pronunciado y yo la había escuchado con las puertas de mi cárcel abiertas. Porque hay personas que también viven en las palabras, y porque dentro de un libro puedes encontrarte a un tal Sinuhé, que no para de viajar y te susurra al oído "... no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las tinieblas." Quizá no lo sepas, pero he logrado encontrarte en un millón de libros.
Y de este modo a veces ganas y a veces pierdes, pero cuando vives solo y quieres escapar del silencio, nadie alaba tus victorias ni te alivia las derrotas. Así son las cosas cuando se vive con un fantasma porque.... porque he visto tu fantasma.
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