Lo que nos importa realmente es que ayer no había ni una nube en el cielo, que el sol me obligó a rescatar del cajón las gafas oscuras y que me apetecía escribir la historia de una lata de coca cola. Así que poco después de medianoche abrí el ordenador y me senté frente a él. En mi cabeza se comenzaron a formar imágenes como en un desfile de posibilidades... la mayoría eran tan absurdas que duraban poco más de un solo segundo, algunas otras permanecían más tiempo, intentando construirse, pasar de gas a sólido en una especie de inspiración mágica... creo que a eso se le llamaba sublimación... pero lo cierto es que no tenía nada de sublime. Isis dormía en su colchón enfrente de mí. De vez en cuando dejaba de roncar y entornaba los ojos intentando enfocarme, nada le parecía lo suficientemente interesante aparte de confirmar que yo seguía allí, así que un instante después volvía a las respiraciones profundas de perro chato.
Pensé en una latita muy sexy encima de una barra, que se enamoraba locamente de una de esas latas de Nordic cuando la veía encima de la mesa recién abandonada. Allá estaba, vacía y algo abollada, con su estatura un poco más baja que las demás, diferente, siempre con restos de un líquido amargo en su interior. Ella estaba tan mona allí subida, con ese color rojo brillante y esa línea blanca que se doblaba a lo largo de su costado... Pero abandoné la idea... ¿acaso un objeto cilíndrico tiene costados? Me temo que no. Así que pensé en una lata sin costados rodando calle abajo, caída de un camión de reparto por culpa de un torpe repartidor, uno que no había notado que alguno de los paquetes de veinticuatro estaba roto. Rodaba y rodaba, y se iba arañando contra el asfalto descuidado de una calle de pueblo viejo. Y dentro de ella el gas intentaba expandirse con tanto movimiento, y mientras tanto ella se sentía magullada y algo hinchada. Podría convertir su camino en algo tan extenso como para cubrir cien palabras pero... ¿para qué? En el fondo no me gusta el sufrimiento.
Entonces apareció en mi mente una lata a medias flotando en un mar azul oscuro. Se alejaba de uno de esos veleros de niño rico, la habían arrojado por la borda después de mezclar una parte de su contenido con alcohol y hielo. Se la veía flotar tan diminuta... Algunos peces se acercaban a curiosear su trasero porque nunca habían visto nada tan extraño, incluso los había que se detenían un segundo a intentar leer la fecha límite de consumo preferente y el número de lote... Pero los peces no saben leer, así que pronto perdían interés y se alejaban dejándola a la deriva de un viaje que acabaría en alguna playa desierta... Puede que incluso pudiera colocarle un mensaje en su interior....
Isis volvió a mirarme, pero esta vez se levantó perezosa y, después de un buen trago de agua, salió del salón para acomodarse en su sillón... se iba a la cama. Mientras atravesaba la puerta le di las buenas noches, pero ni siquiera tuvo la decencia de mirar atrás... seguro que piensa que estoy un poco loco. Me recliné en el asiento y sonreí. Vivimos en un mundo en el que la vida se vale de una lata de coca cola para hacerte pensar en alguien. Seguí sonriendo camino de mi habitación. Era hora de dormir.
Pensé en una latita muy sexy encima de una barra, que se enamoraba locamente de una de esas latas de Nordic cuando la veía encima de la mesa recién abandonada. Allá estaba, vacía y algo abollada, con su estatura un poco más baja que las demás, diferente, siempre con restos de un líquido amargo en su interior. Ella estaba tan mona allí subida, con ese color rojo brillante y esa línea blanca que se doblaba a lo largo de su costado... Pero abandoné la idea... ¿acaso un objeto cilíndrico tiene costados? Me temo que no. Así que pensé en una lata sin costados rodando calle abajo, caída de un camión de reparto por culpa de un torpe repartidor, uno que no había notado que alguno de los paquetes de veinticuatro estaba roto. Rodaba y rodaba, y se iba arañando contra el asfalto descuidado de una calle de pueblo viejo. Y dentro de ella el gas intentaba expandirse con tanto movimiento, y mientras tanto ella se sentía magullada y algo hinchada. Podría convertir su camino en algo tan extenso como para cubrir cien palabras pero... ¿para qué? En el fondo no me gusta el sufrimiento.
Entonces apareció en mi mente una lata a medias flotando en un mar azul oscuro. Se alejaba de uno de esos veleros de niño rico, la habían arrojado por la borda después de mezclar una parte de su contenido con alcohol y hielo. Se la veía flotar tan diminuta... Algunos peces se acercaban a curiosear su trasero porque nunca habían visto nada tan extraño, incluso los había que se detenían un segundo a intentar leer la fecha límite de consumo preferente y el número de lote... Pero los peces no saben leer, así que pronto perdían interés y se alejaban dejándola a la deriva de un viaje que acabaría en alguna playa desierta... Puede que incluso pudiera colocarle un mensaje en su interior....
Isis volvió a mirarme, pero esta vez se levantó perezosa y, después de un buen trago de agua, salió del salón para acomodarse en su sillón... se iba a la cama. Mientras atravesaba la puerta le di las buenas noches, pero ni siquiera tuvo la decencia de mirar atrás... seguro que piensa que estoy un poco loco. Me recliné en el asiento y sonreí. Vivimos en un mundo en el que la vida se vale de una lata de coca cola para hacerte pensar en alguien. Seguí sonriendo camino de mi habitación. Era hora de dormir.
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