¿No era acaso la Luna la que guiaba sus pasos a través de la noche? Desde allá arriba lo contemplaba con mirada preocupada para que no se desviara del camino. Enorme y gris, llena de frío y llena, brillante como el sol a medianoche. Las hojas del bosque esparcían su luz en haces blancos que iluminaban las zonas del camino que él seguiría. Avanzaba helado sin saber a dónde, mirando temeroso a su alrededor, desvalido, solo, abandonado. La espalda encorvada, los brazos rodeando el pecho, se limitaba a seguir el camino marcado por la luz blanca. Ésa que le guiaba al interior de la espesura, siempre hacia delante. A su alrededor escuchaba sonidos estremecedores, pero no veía nada, nada más que lo que ella le mostraba. El viento era frío como la madrugada, no le dejaba dormir, no podría parar hasta que no llegase a dónde ella confiaba. Había huido hacía mucho, había dejado atrás el calor, la luz del fuego. No sabía por qué comenzó a caminar, sólo recordaba una voz lejana en su oído y un olor a noche despejada. Lo siguiente era frío y un sendero iluminado...

¡Un momento! ¿Acaso no era una sombra lo que había cruzado ante sus ojos? Se movía deprisa y la luz de ella no consiguió iluminarla. Se paró, escuchó, miró... nada. Avanzó más despacio, más temeroso, más helado. Paró, allí estaba, por un segundo había estado. Una sombra alargada que se deslizaba casi a ras de suelo. No hacía ningún ruido, pero la había visto, desapareció de nuevo en la sombra antes de ser real. Se mantuvo inerte, atento, inmóvil... nada. Esta vez avanzó más deprisa, el terror le atenazaba, pero tenía que encontrarla. La voz débil de su oído le rogaba que la buscara, el olor a noche despejada le obligaba a no perderla. Anduvo veloz un gran trecho del camino blanco, ya no sentía apenas frío, la sangre recorría su cuerpo a la velocidad del miedo y la impaciencia, al ritmo del deseo de encontrarla. Esta vez no fue la sombra lo que le detuvo, sino dos puntos brillantes, lejanos, de un verde como ningún verde. Avanzaban desde la oscuridad. La Luna se detuvo un instante, el trabajo estaba hecho. Detrás de esos ojos verdes como ningún verde, la sombra se plantó en medio del sendero, justo ante él. No la oyó, sólo la vio saltar de entre los árboles. Pero ahora sí podía verla. Una elegante gata negra, de pelo negro como ningún negro y ojos verdes como ningún verde, lo miraba fijamente.
- Te esperaba. - Dijo ella con su voz verde y negra.
Amanecía....
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