
Estaba paralizado, las manos le temblaban, pero no podía mover ni uno sólo de sus músculos a voluntad.
- No deberías estar despierto... - Las palabras sonaron dentro de su cabeza, el otro no había hablado, sólo miraba. De algún modo estaba conectado a ese ser, a esa oscuridad que lo envolvía. De algún modo la habitación se hacía cada vez más pequeña y él estaba cada vez más cerca...
- ¿Quién eres? - Lo único que pudo salir de su garganta fue una voz chillona y temblorosa. - ¡Márchate de mi casa! - Una carcajada fría recorrió el interior de su cabeza...
- Siempre he estado aquí... no puedo marcharme. No puedes imaginar siquiera quién soy, no podrás saber nunca qué soy. Eres una víctima y yo soy el verdugo, saber eso es lo único que necesitas.
Notó cómo el sudor comenzaba a resbalarle por la espalda, pero estaba helado... La oscuridad no se movió de su sitio ni siquiera mientras reía. Su cabeza seguía inclinada hacia el mismo lado, sus manos oscuras eran borrosas y grises, y se apoyaban en los brazos del sillón sin agarrarlos. El frío salía de él... como un viento cortante sin viento. Se podía ver el mundo oscuro a través de su abrigo, todo el terror acumulado en sus visitas formaba parte de él. Mil gritos de agonía le recorrían los brazos, podía ver las lágrimas y las súplicas retorciéndose en su pecho... pero no podía ver sus ojos.
- No puedo ir contigo... - Las palabras sonaron a súplica. - No puedo marcharme aún... - Una lágrima resbaló. Aún no podía moverse. El otro tampoco se movía, pero de algún modo extraño estaba cada vez más cerca. Cada palabra lo acercaba más...
- Nada ya puedes hacer - Ahora hablaba en susurros de nuevo. - La hora de partir ha llegado. No deberías haber despertado...
Esta vez sí se movió. Sus manos grises se apoyaron en los brazos del sillón y se levantó erguido y enorme. La oscuridad apareció desde su espalda, a ambos lados, como una marea rápida, imparable. Las paredes de la habitación desaparecieron, el suelo desapareció... todo se volvió negro excepto él. Se acercaba despacio pero no se movía. Cuando estuvo cerca... muy cerca... se inclinó. Sentía su aliento frío en las mejillas, en la nariz... Cerró los ojos con fuerza. No quería ver el fin. No podía controlar sus propias lágrimas y lloraba como un niño desconsolado abrazado a sí mismo.
- Abre los ojos. - No se podía desobedecer.
Separó los párpados lentamente, con sumisión, el frío y el miedo le hacían temblar con tanta fuerza que temía llegar a romperse.... Y por fin lo comprendió. Allí estaban sus ojos, el ala de su sombrero le rozaba la frente, podía oler su piel, y podía ver sus ojos. Todo él era oscuridad, pero sus ojos eran vacío... No es que no estuvieran allí, nunca lo habían estado, porque eran la nada... No la desesperación, no la miseria, no la muerte, ni el miedo, ni la sombra, ni el frío, ni la noche. Sólo inexistencia, ausencia...
Sin poder dejar de mirarlos su boca se desencajó en un grito desgarrado, gritó como si le gritara a la propia muerte, los ojos de par en par, la garganta de par en par...
- Ya no eres nada... - Y esas palabras lo convirtieron en VACÍO...
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