martes, 15 de noviembre de 2011

Recordar

Todo en mi vida parece provisional. Es posible que ésa sea la razón por la que encuentro tanto placer en navegar por el pasado. Recordar ha sido siempre un refugio para mí, pero me he encontrado con que el presente se me escapa de las manos. Intento atraparlo, pero casi sin darme cuenta ya lo estoy recordando de nuevo. Ésa es la razón de que esta mañana aún no haya intercambiado palabra con nadie. No estoy aquí. Desde el amanecer estoy viviendo hace un mes. El método es sencillo, se elige un punto de partida, o él te elige a ti, y a partir de él, avanzas dando pinceladas a través de los días. Te entretienes en rememorar los momentos en los que aún tenías esperanza, y te enfangas en aquellos en que se te rompía el alma. Curiosamente, a los recordadores patológicos nos proporciona idéntico placer el sufrimiento que la esperanza. Triste destino el nuestro. Todos deberíamos experimentar alguna vez esa sensación de caminar por la calle en otro tiempo al que en realidad caminas. El presente se desdibuja, las personas que te rozan en la acera ni siquiera llegan a captar una mirada tuya, el frío y la lluvia te mojan y congelan pero tú no sientes nada. Todo tú estás viendo una mirada que ya no es, leyendo unas palabras que se borraron, sonriendo una sonrisa que pasó...
Los mejores días para recordar son los días grises. El sol deslumbra con tanto presente y te aletarga la labor. Por eso prefiero el otoño. Se puede caminar bajo la lluvia, oler la tierra mojada, notar el frío en las manos y caminar por la ciudad más solo. Afortunadamente no somos mayoría los que disfrutamos mojándonos bajo la lluvia. Las personas de bien corren a sus casas, al refugio del calor de las otras buenas personas que comparten su presente. Sólo los desheredados del hoy, los viajeros del tiempo que nunca miran el futuro, nos quedamos bajo el aguacero saboreando el frío de las gotas recién llovidas. A ti te encontré bajo mi última tormenta, pero te perdí escondido en una cueva oscura hace unos días. Hoy sigue lloviendo tras la ventana y yo sigo vagando perdido, melancólico y gris, buscando en el mes de octubre el placer profundo de la tristeza. No hablaré con nadie porque no hay nadie donde te pienso.
Le tengo miedo a la soledad de la noche. En ese momento los recuerdos se transforman en monstruos aterradores que me acechan tras la puerta. Sus dedos largos y huesudos intentan tocarme, sus manos están frías y se ríen a carcajadas mientras yo escondo mi cabeza bajo las sábanas. Quieren llevarme a un lugar desconocido donde dejaré de ser yo mismo, y me convertirán en una vida pasada sin ojos cálidos que me miren. Un lugar alejado de mi lluvia plácida y mi olor a tierra mojada, alejado de ese octubre, alejado de las cicatrices que me encargué de mantener siempre en su sitio para poder visitarlas en mañanas como ésta. Temo a la noche aún más que a la vida. Apenas duermo tratando de apartar los fantasmas que rodean mi cama en la oscuridad. Me acosan sin ninguna piedad hasta hacerme llorar como un niño asustado. No hay ningún arma mágica de la que me pueda servir, la luz no les aleja, mis palabras les divierten y mis lágrimas les hacen crecer más fuertes. Siento hacia ellos odio y rabia desmedidas, noto su peso en la espalda. Pero en las tardes grises me dejan solo, para poder volver a encontrarte bajo la tormenta, como la primera vez.
Antes había gente que me quería, pero ya no pueden alcanzarme. Me he marchado hace tiempo. Primero se fueron mis oídos, dejé de oír sus palabras, al principio oía una voz apagada cerca de mí, pero ya no oigo nada. Luego se marcharon mis ojos. Sus figuras se difuminaban, estaban delante de mí y mis ojos les enfocaban, pero fueron desapareciendo hasta que ya no les vi. Cuando dejé de sentir su tacto, cuando sus manos ya no provocaron ninguna sensación al rozar las mías, supe que me había marchado. Puede que ellos sigan aquí, no lo sé, pero yo ya no les siento. No hay llamadas de teléfono, no hay notas en la pared... sólo humedad y un viaje a ningún lugar. La soledad es silenciosa. Y en lugar de trabajar, esta mañana he decidido quedarme a mirar la lluvia, aderezar cuidadosamente las heridas y esperar. No sé si espero la noche, espero la luz del sol o quizá que la lluvia no termine nunca. Sólo me quedaré quieto esperando. Sólo espero.

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