Está atardeciendo tras la ventana. Enero avanza tan deprisa que casi no hemos sentido frío. Con una taza de café caliente en la mano, apartando la cortina blanca con la otra, mis ojos se pierden en un horizonte color ámbar poblado de olivos a contraluz. Es la hora de sentarse de nuevo, de desempolvar la tinta que amanecerá esta noche. En la radio, la voz de Fernando Olvera comienza a desangrar la canción de Solís... "Te extraño más que nunca y no sé que hacer..." Y yo no puedo apartar la mirada del marco que tengo delante. El sol casi se ha ocultado, y las pocas nubes que manchan el cielo se han vuelto de sangre roja, la misma que late en mi puño apretado alrededor de la tela. Finas arrugas parten de mis ojos desde hace tres días, recorren la piel, escurriéndose frente al cristal que al fin me separa de la noche. "... el espejo no miente, me veo tan diferente..." La luz blanca de la pantalla convierte en fantasmas las paredes que la rodean, pero esta noche voy a escribir a mano, sobre el papel desnudo, con la tinta azul donde me esperan sumergidas las palabras que nacerán al rozarlo. Así cumpliré la penitencia de una noche más... "...era tan diferente cuando estabas tú..."
Un último sorbo me acerca por fin la mirada. Me giro hacia la habitación en penumbra y camino despacio hacia la mesa. Un sillón negro, de respaldo alargado, me recibe sin una sola queja. Me echaba de menos. La tinta impaciente mancha por fin su tela... Las palabras nacen cortas, nacen dulces, nacen duras, con espinas y miel. No debería estar sentado aquí, sino tumbado entre sombras, con la mirada fija, como ayer, como antes de ayer... Sólo hay una razón para encontrarme hoy, para empujarme a la vigilia de este texto huérfano de luz, oscuro y solo. "...el frío de mi cuerpo pregunta por ti...". Esta noche hace dos meses que salí de la tierra y dos noches que perdí mis alas. Me pregunto cómo se vería mi atardecer junto a tu mar. Dulces sueños.
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