La noche es demasiado oscura hoy. La niebla que ha descendido de la colina a la caída de la tarde, ha ocultado el espacio más allá de las ventanas tras una cortina negra. En el interior de la casa, en el enorme salón cuadrado, el sonido de la leña al arder invade como una canción de invierno todos los huecos que el frío abandona. Es un salón con paredes de piedra y suelo de madera ajada, repleto de estanterías con libros desvencijados que hace demasiado que no se leen. Un par de lámparas de luz cálida colaboran con su brillo amarillento a arrinconar la oscuridad hacia la esquina opuesta. Alfombras de diferentes tamaños cubren el suelo casi en su totalidad, y, junto al fuego, se calientan dos sillones de piel que debieron de tener mucho mejor aspecto antaño. Sentado en uno de ellos, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, un hombre parece dormir un sueño profundo y relajado. Pero en realidad está despierto. Su respiración acompasada eleva su pecho en una especie de danza, que hace recordar al suave oleaje que llega a la orilla en un día de mar en calma. Profundas arrugas recorren su frente cada vez que un pensamiento rehuído o desagradable le asalta. Los escasos mechones de pelo blanco y desordenado, las manos huesudas que se aferran suavemente a los brazos del sofá, las manchas que pueblan la piel de su rostro, y dos grandes surcos que descienden veloces desde su nariz hasta las comisuras de sus labios, delatan los años vividos. A sus pies se tumba un viejo libro de tapas marrones que parece haber sido abierto muchas más veces de las que podía soportar, junto a él descansa un vaso de agua menos unos cuantos sorbos. El viejo está vestido con un pijama de cuadros escoceses y una bata oscura cerrada alrededor de su cintura. Nada se oye excepto el fuego y su respiración. Todo es cálido y agradable, pero en uno de los rincones... un rincón oculto a la luz, donde se refugian de la mano la sombra y el frío, una figura erguida apoya su espalda en la pared de piedra. Únicamente el reflejo de las llamas en sus ojos marrones delatan su presencia.
Cuando ha llegado el momento, la figura da un paso hacia delante. Se trata de un hombre joven, de no más de treinta años. El pelo moreno se le riza en algunas zonas y la piel es pálida como la superficie de la Luna... es delgado y de apariencia frágil, pero su forma de caminar erguida y decidida, sin hacer apenas ruído, como en un susurro, aleja la idea de debilidad. Sólo ha pasado un momento desde que la luz de las lámparas le ha iluminado y ya está sentado en el sillón libre junto al fuego y al viejo. Lo mira con curiosidad y sus labios se curvan en una leve sonrisa...
- No estás dormido... - Su voz suena suave, como la música de una canción de cuna. Sus labios casi no se han separado al pronunciar la frase, pero las palabras se han formado con total claridad, como si alguien hubiese hablado por él.
El viejo niega con la cabeza sin abrir los ojos, sus manos siguen descansando en el mismo lugar. No sabe que no estuvo solo durante la tarde, pero espera la visita desde hace tiempo. Cuando por fin separa los párpados, la luz amarillenta se refleja en sus pupilas y las confiere mucha más vida de la que corresponde a un cuerpo tan ajado como el suyo.
- Has tardado demasiado tiempo. No pretendía parecer dormido, es sólo que en esta casa ya no tengo nada lo bastante interesante como para mantener los ojos abiertos. - Mantiene la mirada fija en el fuego mientras su frente se puebla de nuevo de profundos surcos realzados por la luz que llega de la lámpara a su derecha... - Ha sido un largo viaje...
- Bueno, quizá sea sólo el comienzo... - La sonrisa del joven se hace algo más amplia, y sus ojos se han olvidado ya de la curiosidad para dejar paso a la comprensión y la ternura. - No es la primera vez que nos encontramos... ¿lo recuerdas?
- Recuerdo un niño que apenas había aprendido a caminar... recuerdo el miedo y el frío... Y luego unos brazos calientes que me abrazaban... A ti no te recuerdo.
- Así había de ser, pero aun de ese modo me conoces, no necesito presentarme. Desde aquel frío y entre aquel miedo, escuchaste unas palabras...
- "Busca tu camino viajero, no es ésta la puerta que has de cruzar... pero recuerda, no importa el destino tanto como el sendero..." - Había vuelto a cerrar los ojos justo antes de que las palabras se formaran en sus labios, y al extinguirse su eco vuelve a abrirlos. Son negros como el azabache, oscuros como un pozo sin final.
- Cuéntame viajero, ahora que sabes que el destino es compartido e inevitable... ¿resultó agradable recorrer el sendero? Condenado como estoy a habitar para siempre el último recodo del camino, me atormenta el deseo de desandar lo que tú has andado.
- Ha sido un largo viaje... - Repite el viejo sin mirar al otro. - No sé si ha merecido la pena. Lo que he ganado, hace tiempo que lo perdí, muchos hermanos se han ocultado tras el bosque que limitaba la senda que recorría, y yo me he ocultado de otros muchos. La sangre derramada no siempre fue bien recibida, hubo quien se la bebió a pequeños sorbos para guardarla, y quien la engulló con avaricia para luego vomitarla. Las lágrimas nunca merecieron ser arrancadas de mis ojos, pero aun así brotaron demasiadas veces... He de contentarme con haber aprendido a manejar la noche del mismo modo que los días claros, con haber aprendido que los momentos son sólo momentos, y que sólo es para siempre aquello que no corremos a convertir en eterno. He tenido compañeros que he amado y me han amado, y otros que cruzaban para entorpecer mi paso... Ha sido un largo viaje...
- Me reconforta que hayas vivido, viajero... - El joven mantenía la mirada fija en el anciano, y sus palabras estaban cargadas de sinceridad. El otro se giró para mirarle fijamente por primera vez, por última vez. Sus ojos negros eternos no podían descansar... Sólo una lágrima escapó de sus ojos mientras una sonrisa de aceptación y resignación se dibujaba...
- Sólo temía una cosa en todo este tiempo... doblar la última curva una noche oscura de niebla, sentado solo...
- No estás solo, viajero... - El joven alargó su mano hasta posarla sobre la marchita mano del anciano sin dejar de mirarlo a los ojos. - Acompáñame...
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