viernes, 15 de junio de 2012
Indiferencia
Me siento. Abro un libro pero no lo leo. Lo leo pero no de veras, las frases se forman en mi cabeza a medida que los ojos las recorren, pero estoy pensando en algo. Estoy encerrado en la jaula de un zoo. El día es gris, pero las familias se aprietan al otro lado de mis barrotes. Soy un animal exótico, un bicho raro, un ser extraño, una anomalía evolutiva digna de ser observada. Dentro de mi jaula tengo mi habitación, mis estanterías con libros y peliculas, mi televisión, mi cama. No puedo salir. La mayoría de los días no quiero salir. Observo a los observadores. La cara de asombro de los niños, la media sonrisa de los adultos... Su compasión, su incomprensión, su curiosidad. "Mirad a ese hombre..." Se dicen. Hombre... ¿Es eso lo que soy? ¿Es esa la manera académica de definirme? En la pequeña tablilla informativa frente a ellos, unas letras mayúsculas en color granate rezan... UN HOMBRE SOLO. La descripción bajo la primera frase... "Atrapado en las calles de Madrid una noche de julio mientras caminaba solo entre la multitud. Extraño especímen existente sólo en determinadas novelas y en alguna película sueca. Se caracteriza por su total indiferencia ante el mundo que le rodea, su desinterés absoluto por la vida real, a la cual añade como aderezo grandes cantidades de ideas equivocadas que le hacen el camino más llevadero. Apenas necesita dormir, apenas come. Generalmente está en silencio aunque algunas noches y al alba, se le escucha sollozar. Su alimentación, aunque ligera, es omnívora. De trato antisocial, puede llegar a ser peligroso si se convive demasiados días a su lado." En la esquina inferior derecha... POR FAVOR, NO ALIMENTEN A LOS ANIMALES.
Paso las páginas como un autómata, en mi cabeza se forman imágenes de personas, recuerdos. Me pregunto si yo también seré un recuerdo para alguien. Cierro el libro y lo sujeto con ambas manos mientras miro a mi alrededor... Todo está en orden, entonces, ¿qué es lo que me inquieta? Siento una ansiedad sin causa, mi cabeza se mueve nerviosa, sin freno, de un lado a otro. Necesito levantarme. Me levanto. "Mirad, ¡se mueve!"... Como uno de esos tigres enjaulados que recorren su celda de izquierda a derecha, sin prisa y sin esperanza, así camino. No puedo dejar de pensar mientras lo hago, pero no reconozco lo que pienso. Cada vez que me acerco al final de la mitad de mi recorrido disminuye mi velocidad, a pocos centímetros de la pared giro, y camino en sentido opuesto. Una niña intenta tocarme desde detrás de los barrotes... su padre la estira del brazo con fuerza y la regaña. También está prohibido tocarme, es mejor así. Los médicos aún no han decidido si la desesperanza es contagiosa. Estoy enfermo. Paso una hora de un lado a otro de mi estancia, luego otra... y otra más. Los rostros que me observan van cambiando. Ha empezado a llover, se han ido, ha cesado la lluvia, han vuelto. Pronto echarán a los visitantes rezagados y cerrarán las puertas. Después caerá la noche. Esta noche no habrá Luna. Eso me entristece. Cuando la observo blanca allá arriba no puedo imaginar nada más hermoso. Me siento a mirarla y me pregunto qué artilugio la mantiene allí colgada... recuerdo a mi padre, cómo agujereaba el techo para sujetar las lámparas, subido a una vieja escalera desvencijada. Lo imagino enorme, sobre escalones enormes, manteniendo el equilibrio para colgar la Luna. Esta noche no habrá Luna. Recuerdo un día en que no la contemplé solo, cuando aún no era un animal exótico, ni un bicho raro, ni un ser extraño, ni una anomalía evolutiva digna de ser observada. Al menos no para todo el mundo. Ahora aquello es pasado. Ahora no importa... Me he sumido en la indiferencia.
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