viernes, 8 de junio de 2012

Manhattan

- Hay tratamientos que pueden alargar el tiempo con una buena calidad de vida...
- ¿Cuánto tiempo?
- Cinco meses... quizá seis.
- ¿Y si no acepto el tratamiento?
- Eso no es una opción... Estás asustado, cualquiera lo estaría. Quiero que vayas a casa y hables con alguien. Llama a tus amigos, sal a tomar algo. Hace un buen día, camina un poco si lo prefieres, no tomes ninguna decisión precipitada.
- ¿Cuánto tiempo sin tratamiento?
- Quizá un mes, quizá un poco más... Sería doloroso, no puedes condenarte a eso. Tómate un par de días antes de decidir nada... te veré pasado mañana a la misma hora.
- Está bien.

  Se levantó del sillón despacio, sus movimientos se habían ralentizado al mismo tiempo que los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Cuando alcanzó la calle notó el calor del sol de mediodía, el olor a tráfico y a asfalto recalentado... La ciudad respiraba repleta de personas que caminan hacia sus trabajos, toman café, se cruzan sin mirarse y se miran furtivamente sin cruzarse... Caminó sin prestar atención a nada de todo aquello, con la mirada en sus propios zapatos, que se adelantaban a su cuerpo como seres individuales sin rumbo definido. Pensaba en los seis días de vacaciones que tenía planeados para dentro de dos semanas. Seis días solo en aquella casa de madera en el valle... Seis días para leer, escuchar música, caminar, tomar aire... Pensaba en que quizá en aquel valle se pudiera disfrutar aún de un cielo gris a estas alturas del año, quizá unas gotas de lluvia... Pensaba en la cocina de fogones oscuros, en la cama deshecha, en el camino que conducía hacia la puerta... Pensaba en el olor de la chimenea, encendida sólo para olerlo... En el sonido de los grillos, en el de la grava suelta al pisarla cuando llegas con el coche, en el cuadro colgado sobre el tresillo y en cuando lo colgó allí. Pensaba en la gran pantalla de televisión donde había visto tanto cine en blanco y negro, solo y no tan solo.

   Cuando levantó la cabeza no sabía dónde se encontraba. Había perdido la noción del tiempo... tenía hambre. Al otro lado de la calle entró en una cafetería. Pidió un sandwich de pollo y una cerveza. Era uno de esos bares de Madrid con camarero en camisa blanca y pantalón negro, uno de esos en los que nunca había comido hasta ahora. Estaba casi vacío. Sólo dos hombres se apoyaban en la esquina opuesta de la barra, parecían ser habituales, no necesitaban llamar para tener una copa de lo mismo entre las manos. Cuando le sirvieron se sentó en la única mesa que se apoyaba en el cristal que daba a la calle. Comió despacio, bebió despacio, pensó despacio... Tenía treinta y cinco años, un trabajo que le ayudaba a sobrevivir con relativa calma pero que no le pagaba con tiempo suficiente, un piso alquilado, el recuerdo de viajes a lugares no demasiado lejanos, una casa de madera en un valle... Cuando a uno le anuncian que va a morir, como un puñetazo en el estómago, como una arcada inesperada sin náusea previa, todo se vuelve gaseoso. Se flota, las manos dejan de tocar, los pies de rozar el suelo... Pensó en sus amigos, sólo tenía hermanos gracias a ellos... Pensó en sus padres, en cómo se habían marchado demasiado pronto, ¿o acaso existe alguno que no se fuera de ese modo? La mesa estaba fría, al terminar la comida apuró la cerveza y recordó cuando su sabor amargo no le gustaba... Pidió café, también amargo, y cuando le calentaba las manos miró hacia fuera. Debían de ser casi las tres, vio pasar a un par de críos de unos doce años con el uniforme de la escuela, luego pasó un anciano, caminaba erguido mirando al frente, decidido a llegar a dónde quiera que fuera... después pasó un gato, gris claro con rayas negras en el lomo, él no parecía tan decidido... dudaba entre un par de bolsas de basura apoyadas contra el contenedor, o descubrir los secretos ocultos bajo su tapa verde. Se decidió por las bolsas... cobarde. Eso le mantendría vivo.

   Como seguía sin saber dónde se encontraba paró un taxi. Le dio la dirección de su casa y le dijo que no se apresurara. El taxista entrecerró los ojos en el retrovisor pero no dijo nada. Se dedicó a ver pasar la ciudad a través de la ventanilla, esa ciudad a la que siempre había regresado, como todos los fugitivos. Contemplar las calles dentro de un coche la convertía en un escenario. Los actores se movían demasiado deprisa y sólo se descubría una parte mínima de su actuación... un papel corto, un papel pequeño. Algunos fumaban sentados en un pequeño parque, otros salían cargados de bolsas de cualquier tienda, algunos discutían por estupideces, otros discutían por cosas importantes. Incluso había algunos que únicamente caminaban. Éstos eran los únicos que le hacían girar la cabeza para contemplar un segundo más de comedia, arrancarles un momento más de actuación cuando el telón casi caía. Vio los edificios deslizarse ante sus ojos guardando más funciones detrás de las paredes, algunas estaban en pleno entreacto, los espectadores habían aprovechado para ir al baño. Pero otras se representaban ante las ventanas en pleno nudo o casi en el desenlace. Cuando el taxi giró y se detuvo ante el portal, apareció ante sus ojos un enorme THE END... gris sobre fondo negro.

   Abrió la puerta de madera blanca y entró en el salón. Se sentó en el sillón después de colocar en el reproductor una nueva historia en blanco y negro, una historia de oportunidad perdida, de vida interrumpida por estupidez, por limitaciones autoimpuestas, por profecías autocumplidas... Comenzaron a sonar las notas de Rhapsody in Blue mientras Nueva York mostraba su suciedad y su gloria en la pantalla, mezcladas en una serie de imágenes que podían llegar a ser dolorosas... En aquel momento Allen sabía lo que hacía. Durante poco más de hora y media sólo pudo pensar en cine, en gran ciudad...

   Cuando la película hubo terminado se estiró hacia el teléfono y marcó despacio nueve números. Escuchó tranquilo el sonido de llamada e imaginó lo que estaría ocurriendo al otro lado... aunque realmente fuera un misterio para él. Una voz de mujer contestó...

- ¿Sí?
- Hola... Esta noche ponen Melancolía en el 27.
- No me la perdería por nada del mundo... ¿Cómo estás? - Seguro que sonreía...
- Como siempre, ya sabes... Dentro de dos semanas tengo pensado marcharme unos días a la casa. Creo que leeré un poco, me tumbaré, leeré un poco más, e incluso puede que me quede dormido.
- Podrías escribir algo.
- Sí, es cierto.... pero ya no sé escribir.
- Casi dos años sin escucharte y me tengo que enterar en la tercera frase de que has perdido un don... podrías haber esperado un poco para dar las malas noticias. - Ahora sí que sonreía. - Me alegro de oírte.
- Sólo llamaba para saber cómo estás.
- Estoy bien, estoy tranquila...
- Me alegro... Hoy he caminado sin rumbo durante unas horas por la ciudad, eso todavía sé hacerlo. -Ahora el que sonreía era él.
- Vaya, eso demuestra que todavía puedes salvarte... no te puedo dejar solo.
- Procuro evitarlo, la condena eterna es demasiado tentadora, me he decidido por ella. A partir de hoy me declaro amante del pecado capital siempre que sea realmente capital... - Se oyó una risa al otro lado de la línea.
- Deberíamos vernos...
- Sí... deberíamos.
- ¿Crees que podrías tomar un café conmigo antes de marcharte?
- Desde luego...
- Te llamaré la semana que viene, quiero contarte muchas cosas. ¿Recuerdas el lugar?
- Lo recuerdo.
- Nos veremos allí el miércoles, te llamaré para confirmarte la hora, ¿vale?... Te echaba de menos.
- Yo a ti también... lo siento.
- Bueno, me lo compensarás. Cuídate hasta entonces, ¿de acuerdo?
- Descuida, lo haré... Un beso.
- Ciao...

   Colgó el teléfono y miró a su alrededor. Lo mejor sería darse una ducha. Cuando notó el agua caliente sobre su piel se relajó del todo. Siempre agua caliente, demasiado caliente, incluso cuando fuera se sudaba en pleno verano. Se secó ante el espejo empañado viendo una imagen borrosa de sí mismo, antes de abrir el armario y coger un bote de plástico blanco. Volvió al sillón, se sentó en la postura de siempre y eligió el canal menos cargado de banalidades que pudo encontrar.... Una a una fue tragando las pastillas blancas, hasta que se quedó dormido.



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