Anoche soñé que te morías. Alguien que no recuerdo, alguien que no conozco, me comunicaba con ojos grises la noticia. Entre balbuceos me pedía que fuera a ver tu cadáver, y yo, cargado de orgullo y de vacío, asentía con la cabeza. En mitad de un sueño se puede volar al encuentro de un cuerpo frío, y así volé yo en un segundo hasta tu cama. Y estabas vestida de blanco, con los ojos cerrados mirando al techo... y no había nadie más. Yo buscaba la muerte en tu piel, y tu piel estaba pálida pero no estaba muerta. Y me acercaba a sentir tu aliento pero no lo encontraba, se escapaba por algún recodo de tu cuerpo sobre las sábanas. Buscaba calor y miraba por la ventana... una ventana en una habitación sin puerta, de paredes blancas, muy blancas... y se veía un cielo blanco... muy blanco. Llevabas puesta una corona de hojas alrededor de la frente. Yo sonreía porque seguro que bromeabas, pero me acercaba a sentir tu aliento y no lo encontraba. Oí caer el orgullo a un lado y al otro una lágrima... y el vacío se quedaba.
Te he soñado cinco veces. Cinco destellos después de cerrar los ojos. Siempre apareces en mis sueños vestida como el primer día que te vi. Sé que me hablas porque recuerdo tu voz al despertar, pero no recuerdo tus palabras. Sólo permanecen tus ojos y tu pelo... y tu ropa, la misma que vestías el primer día que te vi. Poco a poco te vas alejando de mi mente. A veces me siento con los ojos cerrados desenterrando tu sonrisa, el modo en que fruncías los labios cada vez que algo te disgustaba, cómo se curvaban cuando yo lo ganaba descubriendo una palabra ingeniosa. Recuerdo cómo tu mirada se desviaba hacia la izquierda cada vez que me hablabas de tu pasado, y cómo giraba hacia la derecha cada vez que perseguías una palabra... porque también tú las perseguías, igual que yo. Incluso en algún momento consigo que vuelvas a fijar tus ojos en los míos, como aquella mañana. Tú también disfrutabas de aquellos instantes, tú también los sentías porque nadie podría dejar de sentirlos. Pero poco a poco te vas alejando de mi mente. Cada vez me cuesta más encontrarte fuera de mis sueños. En ellos te veo tal y como eras, te escucho tal y como sonabas... cuando despierto te emborronas, te cubres de una niebla ligera que te desfigura, te alejas, y ya casi no puedo escucharte.
Te he soñado cinco veces, y en cada uno de esos despertares me he sentido de mil modos. He sentido la tristeza de un niño cuando despierta de un sueño en que conseguía todo lo que deseaba, el dolor de la caída libre que termina en el mundo real, la pena de una imagen que se esfuma. He sentido impaciencia para encarcelarte en mi cabeza antes de que te marcharas, como todos los sueños. He corrido a buscar la llave de una celda para encerrarte. He sentido la alegría de volver a verte, de notar ese nudo en la garganta que me atragantaba cada vez que tú estabas, ése temblor en las manos, tan frágil, que me impedía escribir cualquier palabra, cualquier número. Pero si quieres saber lo que de verdad me queda, lo que permanece después de salir de la ducha y estar ya vestido para el mundo, si de verdad quieres saberlo... siento miedo. Un temor irracional a que sigas aquí dentro, la inquietud del allanamiento de una parte de mí que escapa a mi control... ¿qué haces aquí? Si has decidido marcharte, ¿por qué no te marchas? Casi no hemos tenido tiempo... ¿por qué no te marchas?
Te he soñado cinco veces, y en cada uno de esos despertares me he sentido de mil modos. He sentido la tristeza de un niño cuando despierta de un sueño en que conseguía todo lo que deseaba, el dolor de la caída libre que termina en el mundo real, la pena de una imagen que se esfuma. He sentido impaciencia para encarcelarte en mi cabeza antes de que te marcharas, como todos los sueños. He corrido a buscar la llave de una celda para encerrarte. He sentido la alegría de volver a verte, de notar ese nudo en la garganta que me atragantaba cada vez que tú estabas, ése temblor en las manos, tan frágil, que me impedía escribir cualquier palabra, cualquier número. Pero si quieres saber lo que de verdad me queda, lo que permanece después de salir de la ducha y estar ya vestido para el mundo, si de verdad quieres saberlo... siento miedo. Un temor irracional a que sigas aquí dentro, la inquietud del allanamiento de una parte de mí que escapa a mi control... ¿qué haces aquí? Si has decidido marcharte, ¿por qué no te marchas? Casi no hemos tenido tiempo... ¿por qué no te marchas?
Un día gris después de tanto tiempo. Un día de nubes estáticas, muy quietas, irreverentes a su sendero, observadoras... me miran. Me vigilan… Me vigilan mientras cierro la puerta blanca, mientras camino solo hacia la estación, cruzan conmigo las calles en penumbra… No se mueven, siento su mirada a través de la ventanilla del tren... cierro los ojos… disimulo… las veo a través de mis párpados cerrados. Su destino es mi destino aunque sólo yo haya pagado el precio del billete.
La estación hierve, la ciudad acaba de despertarse cuando piso el andén… pero nadie me ve. Ya soy un fantasma. Uno más de los que caminan, de los que respiran… ¿Lo soy? Subo la pendiente de gravilla rodeado de viejas estatuas… No veo sus ojos, no los siento, no están…. Sólo un tramo más, unos cuantos escalones de piedra que ocultan el cementerio que vive allá arriba, cementerio sólo a partir de hoy, cementerio sólo por hoy. He venido a enterrarte, a cubrirte de arena blanca lejos del mar, a ocultarte... a arrancarte de mis tripas que se contraen ahora porque no quieren que te vayas. Me provocan náuseas en su terca rebelión, casi consiguen que vomite en esta escalera, pero ya he llegado, ya siento el olor de la tierra removida bajo mis pies… sólo un paso más….
El pequeño jardín se abre delante de mí, el altar del sacrificio en el que correrá tu sangre… y la mía. Rodeado de colinas verdes, siempre verdes… Allá abajo se pierde el sonido de Florencia, se queja, me tienta, me susurra… Saco la pala y la hundo. Un latigazo golpea mi espalda, un relámpago, deja una marca que la cruza desde el hombro hasta el costado... arde... quema... bulle como un cazo al fuego. Aprieto los dientes, los párpados... mis músculos se contraen con la descarga... Nadie lo nota porque soy un fantasma, uno de los que caminan, de los que respiran. Uno de los que nada importan en un lugar como éste. Recuerdo tu voz aquí en otro momento, recuerdo impaciencia, recuerdo urgencia... casi la misma que esta mañana me obliga. Tu tumba está lista. Nunca te había visto tan pálida. Te sacudo de mi piel, te arranco en mi sudor y en mis lágrimas. Las últimas, las de la rabia que voy a enterrar contigo, tan pálida, las que acaban con mi dolor, con mi cariño y con mi odio. Las que no dejan más que un rastro de vacío, un agujero oscuro que se lo ha tragado todo y que no te escupirá de nuevo. Te quedarás aquí, te abandono aquí, los gusanos se alimentarán de tu carne como tú te alimentaste de la mía... limpiarán tus huesos como tú limpiaste los míos. Pronto no serás más que polvo, cenizas... Abandonada.
Eran casi las dos de la madrugada cuando llegó a casa. Demasiado calor para esta época del año, demasiadas cervezas. Oscuridad, silencio, y un ligero mareo dentro de su cabeza. Allá dentro también, haciéndose hueco entre urgencias y disimulos, esa sensación desagradable de haber hablado demasiado. Un órdago con dos pitos... un farol... una farsa. Entró en la penumbra de la cocina y abrió casi a tientas la botella de Ribera que obtuvo como recompensa hacía más de dos meses. Recompensa por haber nacido en verano, recompensa por una madrugada, ¿recompensa por qué? Limpió el borde de la copa antes de servirse, con el eco aún fresco del sonido vacío del corcho, obligado a un parto apresurado y violento, enviado a la anarquía sarcástica del no saber dónde estarás mañana, y al temor de estar seguro de que te espera impaciente el cubo de la basura. Pedazo de vida transformado en instrumento para evitar la evaporación del placer. Estaba divagando...
Un disco blasfemo de Dylan surgió como una balsa en medio del océano, ¿qué sabrían ellos? Una guitarra, un piano, una voz aguda y horrible que nunca debió ser voz si no fuera por las palabras. ¿Qué sabrían ellos? Afuera... calor, estrellas sin luna... adentro... una copa de vino en la mano, una frase en inglés y una imagen en la cabeza. Decir lo que piensas sin pensar lo que dices... gracias Joaquín... me gustaría que no me hubieses enseñado tantas cosas. Abrió de par en par la puerta de atrás, encendió una linterna... sólo por ver su haz, su camino... ¿Qué importa lo que iluminas si te da igual el destino? Si has aprendido que el viaje es lo importante, y el final no es más que el final. Estaba divagando...
Una estantería blanca, un libro escondido entre la multitud, una foto antigua entre las páginas... Una copa, una foto, una voz, un pasado... Era hora de dormir. Agarrado a la barandilla abandonó la botella abierta, moribunda buscando una bocanada. La luz de la habitación era amarilla, caliente... demasiado. Cosería su boca antes de jugar sin cartas, dejaría pasar de largo al conejo blanco, lo prometía... mañana... como siempre. Audrey con su vestido negro dormía en la pared oscura allá abajo. Ahora le tocaba a él. Se desnudó despacio entre la bruma del alcohol, la ropa ya no era ropa desprendida del cuerpo. Se amontonaba deforme sobre el suelo de madera a los pies de la cama. Luego desabrochó su cremallera, cayó la máscara, cayó la piel, cayó la voz y también calló... El impostor, el que se viste cada mañana sobre su propia alma, la piel imaginada de lo que quizá desea... buscando algo, ¿buscando qué?
Buscándote.
Estaba divagando...
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