martes, 15 de octubre de 2013 0 comentarios

Quizá no lo sepas...

   Cuando alguien vive solo, quizá no lo sepas, es difícil escapar del silencio. No me refiero al silencio que te cura cuando ya no te quedan fuerzas para escuchar las estupideces que flotan en las calles llenas de estúpidos, ni al silencio de novela, de tipo raro, de lobo estepario, que se busca y se alcanza sólo cuando cierras la puerta a tu espalda. Tampoco me refiero al silencio de un jardín de madrugada, que se disfruta cuando no se puede dormir... ése lo he echado de menos tantas veces... No me refiero a ese silencio. Me refiero al silencio después de un día de trabajo, cuando llegas a casa y tienes que prepararte la cena mientras los demás duermen, y hace frío, y ves que nadie te ha leído, y ese día querrías que lo hubieran hecho. Al silencio de la noche cuando te sientes débil y te das cuenta de que todos vivimos solos, en una especie de cárcel con forma de cuerpo propio, que sigue respirando y no te para de hablar dentro de tu cabeza. Al silencio del amanecer, cuando el amanecer te ha despertado de un mal sueño que ha podido ser maravilloso si no te hubiera despertado. Es difícil escapar del silencio, quizá no lo sepas.

   Cuando quieres huir de él y esconderte debajo de la cama, cuando te da miedo subir unas escaleras y prefieres continuar dormido en el sofá, buscas cualquier sonido vulgar que lo espante y la televisión casi siempre está encendida. Pero entonces prestas atención a la pantalla por un momento y te devuelve unos ojos que te recuerdan otros diferentes, un gesto en la comisura de los labios enmarcado en una mirada de actriz, uno que ya habías visto idéntico en una foto que no era suya... si no tuya. Quizá no lo sepas, pero vives en muchas miradas desde antes de marcharte. Vives en gestos de mil personas que te me traen.

   Cuando eso ocurre puedes coger un libro, abrirlo exactamente por la página donde lo abandonaste y no recordar nada de lo que habías leído... O quizá las palabras no griten, no nazcan con la fuerza suficiente en tu cabeza como para sacar el silencio a golpes de su escondite. O puede ser aún peor... cuando una de esas palabras tú ya la habías pronunciado y yo la había escuchado con las puertas de mi cárcel abiertas. Porque hay personas que también viven en las palabras, y porque dentro de un libro puedes encontrarte a un tal Sinuhé, que no para de viajar y te susurra al oído "... no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las tinieblas." Quizá no lo sepas, pero he logrado encontrarte en un millón de libros.

   Y de este modo a veces ganas y a veces pierdes, pero cuando vives solo y quieres escapar del silencio, nadie alaba tus victorias ni te alivia las derrotas. Así son las cosas cuando se vive con un fantasma porque.... porque he visto tu fantasma.
miércoles, 9 de octubre de 2013 0 comentarios

La lata

   Anoche quise escribir la historia de una lata de coca cola. Me senté delante de la pantalla un poco después de medianoche... completamente blanca, dolorosamente vacía. Estaba cansado de hurgarme dentro durante meses, de que todo fuera terrible, inabarcable, una tragedia continua de proporciones eternas, en la que todo es oscuro y el cielo siempre es gris. Lo malo de escribir siempre palabras tan inmensas es que se te van acumulando dentro del pecho como un montón de piedras que has de arrastrar a lo largo de todo el día. Al final pesan demasiado y te agotan, y ves pasar la vida como uno de esos escenarios de dibujos animados, esos delante de los que corrían Tom y Jerry cuando yo era demasiado pequeño... una pared que se repite en un bucle infinito y que acaba por hipnotizarte.

   Lo que nos importa realmente es que ayer no había ni una nube en el cielo, que el sol me obligó a rescatar del cajón las gafas oscuras y que me apetecía escribir la historia de una lata de coca cola.  Así que poco después de medianoche abrí el ordenador y me senté frente a él. En mi cabeza se comenzaron a formar imágenes como en un desfile de posibilidades... la mayoría eran tan absurdas que duraban poco más de un solo segundo, algunas otras permanecían más tiempo, intentando construirse, pasar de gas a sólido en una especie de inspiración mágica... creo que a eso se le llamaba sublimación... pero lo cierto es que no tenía nada de sublime. Isis dormía en su colchón enfrente de mí. De vez en cuando dejaba de roncar y entornaba los ojos intentando enfocarme, nada le parecía lo suficientemente interesante aparte de confirmar que yo seguía allí, así que un instante después volvía a las respiraciones profundas de perro chato.

   Pensé en una latita muy sexy encima de una barra, que se enamoraba locamente de una de esas latas de Nordic cuando la veía encima de la mesa recién abandonada. Allá estaba, vacía y algo abollada, con su estatura un poco más baja que las demás, diferente, siempre con restos de un líquido amargo en su interior. Ella estaba tan mona allí subida, con ese color rojo brillante y esa línea blanca que se doblaba a lo largo de su costado... Pero abandoné la idea... ¿acaso un objeto cilíndrico tiene costados? Me temo que no. Así que pensé en una lata sin costados rodando calle abajo, caída de un camión de reparto por culpa de un torpe repartidor, uno que no había notado que alguno de los paquetes de veinticuatro estaba roto. Rodaba y rodaba, y se iba arañando contra el asfalto descuidado de una calle de pueblo viejo. Y dentro de ella el gas intentaba expandirse con tanto movimiento, y mientras tanto ella se sentía magullada y algo hinchada. Podría convertir su camino en algo tan extenso como para cubrir cien palabras pero... ¿para qué? En el fondo no me gusta el sufrimiento.

   Entonces apareció en mi mente una lata a medias flotando en un mar azul oscuro. Se alejaba de uno de esos veleros de niño rico, la habían arrojado por la borda después de mezclar una parte de su contenido con alcohol y hielo. Se la veía flotar tan diminuta... Algunos peces se acercaban a curiosear su trasero porque nunca habían visto nada tan extraño, incluso los había que se detenían un segundo a intentar leer la fecha límite de consumo preferente y el número de lote... Pero los peces no saben leer, así que pronto perdían interés y se alejaban dejándola a la deriva de un viaje que acabaría en alguna playa desierta... Puede que incluso pudiera colocarle un mensaje en su interior....

   Isis volvió a mirarme, pero esta vez se levantó perezosa y, después de un buen trago de agua, salió del salón para acomodarse en su sillón... se iba a la cama. Mientras atravesaba la puerta le di las buenas noches, pero ni siquiera tuvo la decencia de mirar atrás... seguro que piensa que estoy un poco loco. Me recliné en el asiento y sonreí. Vivimos en un mundo en el que la vida se vale de una lata de coca cola para hacerte pensar en alguien. Seguí sonriendo camino de mi habitación. Era hora de dormir.
lunes, 7 de octubre de 2013 0 comentarios

Dos palabras...

   ¿Recuerdas la primera vez que viste el mar? Yo sí la recuerdo. En realidad no era la primera vez que estaba frente a él, ni siquiera estaba cerca, y ya había conocido sus olas y su espuma tiempo atrás, pero era tan niño que se me había perdido en la memoria... o quizá fuese que no había prestado la atención suficiente, como a algo que te hace sentir bien cuando está cerca sin que te pares a mirarlo a los ojos. La primera vez que fui consciente de su presencia aún se extendía entre nosotros una carretera y un campo casi desierto, pero allí estaba. Apareció de la nada ocupándolo todo, un cielo azul oscuro plantado justo bajo el cielo claro. También tengo guardado acá dentro la eternidad que representaba, inmutable, recorrido con suavidad por olas diminutas que rompían sin espuma. Más tarde aprendería que puede enfurecer, que puede oscurecerse hasta llegar a negro, que puede tragársenos a ti y a mí sin masticarnos... eso fue más tarde. Una sensación de aplastamiento me invadía tras la ventanilla del coche, de extrema pequeñez, de miedo... de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada. Han pasado demasiados años ya desde aquel día, no soy el mismo tipo, ahora tengo cicatrices, la piel ha envejecido. A la eternidad de aquel horizonte plano se ha sumado la certeza de un más allá, de una fuga de esta cárcel en que se convierte la tierra firme cuando pisas la orilla, la promesa de una huída posible, de un Nuevo Mundo sin carabelas ni marineros hambrientos encaramados a su mástil... Siempre más allá de allá donde alcanza la vista, siempre plantado con la mirada perdida.

   Recuerdo la primera vez que fui consciente de tu superficie, de que habías aparecido de la nada ocupándolo todo. Ni siquiera estabas cerca, aún nos separaba una carretera y un campo casi desierto... ya conocía tus olas rompiendo sin espuma poco tiempo atrás. Fueron dos palabras, sencillas, sin adornos, convirtiendo una cordillera de años en un horizonte plano de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada... de un hilo de miedo. La certeza de un más allá sin necesidad de huída. Dos palabras, tres puntos no finales desde entonces. Eso te llevaste al marcharte... sólo eso... todo eso...
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viernes, 4 de octubre de 2013 0 comentarios

Puntos suspensivos

   En las noches de insomnio resucitas,
me invades desde dentro completamente desnuda.
Siento tus pies descalzos subiendo por mi tripa.
Te sientas en mi garganta, juegas con mi aliento...
me asfixias con tus manos, me estrangulas la vida.
Eres feliz resucitando,
en medio de la oscuridad pisas la tierra quemada,
el desierto calcinado que dejaste en mis entrañas.
Y yo me ahogo en tu piel que es amarga porque no es mía,
y siento náuseas de tus ojos porque ya no me miran.
Y me mareo y grito y te arranco una mentira,
y cae a tus pies amontonada,
porque cada paso en la noche, cada llegada, te descubro.
Visto de falsedad tu cuerpo desnudo,
te escupo las promesas incumplidas... y te odio.
¿Qué ganaste jodiéndome la vida?
¿Qué placer enfermo te causaba la mentira?
Siempre cobarde,
me mirabas desde lejos perdida... y luego...
luego entras en mi cama como si nada,
te atreves a robarme el sueño, me obligas
a verte en cada rincón del techo.
Y yo me siento sobre las sábanas a herirte,
escribo hasta que ya no queda nada,
me vengo de tu imagen y te extraño...
porque te extraño.
Porque ya no importa terminar esto con puntos suspensivos,
porque me conoces, porque ya lo sabes...
porque un mensaje de rencor en una botella es otra cosa,
porque entre líneas se lee mejor,
porque es otoño y espero, porque ya llueve...
Porque lo sabes...

 
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