
Justo detrás de él aparca un todoterreno negro, los cristales traseros tintados, como intentando ocultar permanentemente a todos aquellos viajeros que nunca se habían sentado allí. De él desciende un hombre vestido con vaqueros y zapatillas de deporte, lleva un jersey azul de cuello alto y una gorra de béisbol de los Yanquis de Nueva York. Se acerca al hombre sentado y, sin dirigirle una mirada, se sienta a su lado en silencio.
- Deberías habérmelo dicho. Hubiese estado a tu lado. - El hombre de la gorra de pana ni siquiera lo mira.
- Ya estabas a mi lado.
- Pero no lo sabía...
- Eso no importa.
- Joder, a mí sí me importa, tenías que habérmelo dicho.
- Lo sé.
- ¿Cuántos años tenía ya?
- Doce.
- ¿Cuánto hace que no lo veías?
- Once.
- Lo siento mucho.
- Lo sé.
- ¿Qué ha pasado?
- Estaba enfermo desde hacía más de dos años.
- ¿No lo sabías?
- No.
- Esa maldita zorra...
- Sabes que ella no tiene la culpa, ni siquiera estaba consciente cuando se marchó.
- Joder, era tu hijo. Tenías derecho a saberlo.
- Ya no sé si era mi hijo.
- ¡Pues claro que era tu hijo! Diga lo que diga esa maldita zorra tenías todo el derecho a saberlo.
- Ella sólo estaba protegiéndolo.
- ¿De su padre?
- No, de mí.
- ¿Has estado bebiendo hoy?
- Llevo seco un par de meses. Sólo he estado escribiendo un rato.
- Está bien. ¿Dónde lo han enterrado?
- No ha querido decírmelo.
- Joder, uno debería saber dónde está enterrado su hijo. Déjame que hable con ella, ha de entrar en razón.
- No importa.
- ¿Cómo coño no va a importar? ¡Ni siquiera te habían dicho que tu hijo se había muerto! ¿Por qué mierda no vas a poder ir a su tumba?
- Ya te he dicho que ni siquiera sé si aún era mi hijo.
- Eres un gilipollas. Renunciaste a él hace once años, ten los huevos de ir a llorarle a donde está enterrado.
- ¿Me llevas a casa?
- Vámonos.

- Vamos a casa. - Dice el del jersey de cuello alto.
Cuando enfilan el camino de regreso, la fina lluvia hace que ponga en marcha el limpiaparabrisas.
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