miércoles, 12 de octubre de 2011

No tengo un título para esto

 Capítulo primero.
  K. giró la cabeza para mirar a sus amigos. Desde que se prohibió fumar en los lugares públicos era un auténtico placer tomar algo en verano. La multitud de adictos a la nicotina preferían tostarse al sol en las terrazas que habían proliferado a lo largo de la calle. El interior era fresco, tranquilo, y libre de humo e indeseables. Llevaban sentados menos de dos minutos y ya tenían sus cervezas congeladas en las manos.
- Necesito ideas para escribir la novela. - dijo k.
- ¿Y por qué coño tendríamos que darte nosotros las ideas? ¿Quién es aquí el escritor? -L. y k. Se conocían desde hacía más de quince años. La verdad es que k. nunca había publicado nada, ni siquiera lo había escrito, pero llevaba años acosando a todos en busca de ideas para llegar al Nobel. Aparte de reconocimiento, básicamente buscaba hacerse rico. La desgracia para él era que su talento como escritor estaba justo un metro por debajo del del Papa para hacer hijos.  
- Nunca vas a escribir ninguna puñetera novela, admítelo. Desde que te conozco lo único que has escrito ha sido tu nombre en la puerta del lavabo de la facultad. ¡Joder! ¡Si ni siquiera te has leído un libro desde entonces! - S. estudió con k. en la facultad de empresariales. Ninguno de los dos duró más de un año en ella, pero desde entonces eran inseparables. Ella se había convertido en una mujer enormemente atractiva, de melena castaña y ojos verde oscuro, y él se había convertido en un gordo sudoroso absolutamente repulsivo para todos menos para l. y s.
- Además, tu madre no te deja acostarte tarde, chiquitín. Un escritor de verdad, trabaja por la noche, y se inspira mientras está borracho o drogado. ¿Te imaginas a Bukowsky yendo con su mami a comprarse la ropa? - l. y s. rieron a carcajadas mientras k. se ruborizaba. 
  Los únicos clientes sentados en el interior del local eran un par de pijos engominados de jersey al hombro, adosados a sus Blackberrys, que se giraron al oír las risas con cara de perdonavidas. 
- ¿De dónde habrán salido este par de gilipollas? -dijo l. - ¡Ey! ¡Rosauros! ¿Tenéis algún problema?
- ¡El problema es la mala educación! - Dijo el que estaba más cerca.
- ¡Sigue tecleando en tu telefonito si no quieres que te mande a tu parroquia de una patada en el culo! Malditos pijos perfumados... - En esos momentos era en los que k. agradecía las cuatro horas diarias de gimnasio de su amigo. Eran 95 kilos de músculo que achantaban a cualquiera. K. le había visto tirar más de cuatro dientes a un tipo de una sola hostia. 
  El parroquiano agachó las orejas con sumisión y se dedicó a su siguiente mail o a lo que coño fuera lo que estaba escribiendo. 
- No quiero problemas, chicos. - dijo el camarero cuando se acercó a dejar la cesta de patatas fritas. 
- Tranquilo cariño, no los causaremos, yo controlo a los muchachos. - S. clavó su mirada verde en el imberbe chaval, que se marchó al instante para ocultar el enrojecimiento de su cara. 
- ¿Crees en serio que para escribir algo hace falta estar borracho o drogado? 
- Lo de la borrachera no lo tengo claro, porque si así fuera, tú ya tendrías una jodida biblioteca de best sellers. Pero estoy seguro de que con tu primer porro parirás tu primer relato.  
- ¡Venga ya! No le digas esas cosas. - dijo s. - Nuestro chiquitín es muy impresionable. ¿Quieres que nos lo encuentren cualquier día vagando en pelotas por la Cañada Real por haber preguntado al gitano equivocado? 
- Pero, ¿es que no hay forma de que traigan la droga a casa? Yo no pienso mezclarme con ningún camello. - dijo k.
- Sí hombre, ¿no has visto los anuncios en la tele? Y tu madre les abrirá la puerta y te liará el porro mientras tú vas arrancando el procesador de textos. - Volvieron a reír a carcajadas, pero esta vez nadie se volvió a reprochar nada. 
- Dejaos de tonterías, coño. Yo sólo quiero una idea para empezar a escribir. 
- No, déjate tú de tonterías. ¿Qué diablos ha pasado con tu trabajo de barrendero? - dijo s.
- ¿Que qué ha pasado? ¡Querían que recogiera la mierda de las aceras! Estoy de acuerdo con recoger papeles y restos del botellón, pero joder, ¡querían que recogiera las jodidas mierdas de los perros! Así que esta misma mañana les pedí el finiquito.
- Pero hombre, - dijo l.- tienes 34 años y aún vives con tu madre, no tienes ningún estudio excepto el COU, pesas 110 kg y eres feo... Recoger mierda no te queda tan mal... 
  Esta vez la carcajada atravesó el local y salió a la terraza de los adictos a la nicotina, que se giraron al tiempo sin saber qué ocurría. 
- ¡Qué fácil resulta para vosotros! Uno encerrado en su gimnasio haciendo lo que le viene en gana, y la otra en su despachito de secretaria con el telefonito del puñetero constructor. Con aire acondicionado se ve muy lejano tener que recoger mierda. 
- ¡Qué desagradable eres! -dijo s.
- Es cierto, no sé por qué te aguantamos. -dijo l.
  En ese momento, la madre de k. entró en el local, miró a su alrededor, y, cuando localizó la mesa de su hijo, se dirigió hacia él a una velocidad asombrosa para sus más de cien kilos. Nadie dudaba de dónde había sacado k. la grasa que le sobraba, sobre todo viéndole comer, pero no se podía negar que el muchacho tenía cierto grado de predestinación. Menos de cinco segundos después de haber asomado su redonda cara por la puerta, estaba de pie ante su pequeño. 
- ¡Te han despedido! - gritó.
- ¡No me han despedido, mamá! Lo he dejado.
- ¡Y una mierda! He hablado con tu jefe hace cinco minutos, y me ha dicho que te ha tenido que echar porque no querías recoger no sé qué...
- ¡Mierda, mamá! ¡Querían que recogiera la maldita mierda de los malditos perros que se cagan en las aceras!
  La mano regordeta de la señora madre de k. recorrió en un arco la distancia que la separaba de la mejilla del infeliz, y se estampó en ella a una velocidad digna de la mayor hostia que se había llevado en su vida. Sus gafas de pasta volaron girando en el aire y chocaron contra la pared partiéndose por la mitad. 
- ¡Ésa no es forma de hablar a tu madre! ¡Eres un desagradecido! ¡Yo te doy un techo y te doy de comer, y el señorito no quiere recoger mierda de perro! ¡Vamos a casa ahora mismo!
  Le agarró de la oreja derecha y lo levantó entre gemidos y lloriqueos. Salieron por la puerta a la misma velocidad que ella había entrado. L. se agachó para recoger lo que quedaba de las gafas.
- Qué asco de vida... - dijo mirando a s.
- Tú lo has dicho...
Esta vez la sonrisa de ambos tenía un toque de nostalgia. 

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