viernes, 28 de octubre de 2011

Un día cualquiera


    Todo aquello que nos sucede en la vida tiene una razón, un objetivo oculto detrás de los malos momentos, que nos conducirá hacia algo que, de otro modo, no podría haber ocurrido. Eso al menos es lo que he pensado toda mi vida... hasta hoy. Esta mañana, la luz que entraba por la ventana no era luz. Un amanecer a regañadientes que se negaba a suceder. Un cielo gris oscuro cubría la ciudad, y el sonido de los coches que se amontonaban en las calles, lentos a causa de la lluvia que les chorreaba del cielo, hacía que sintiera más hondo que nunca la suciedad de mi vida. El mundo apesta, no sé cómo podemos soportar el olor. Supongo que de la misma manera que nos habituamos a reprimir la náusea en un metro atestado a la salida del trabajo. Lo hemos aceptado de ese modo, porque pensamos que no hay otro modo. Estamos tan equivocados...

    Eso es lo que he pensado mientras salía de la ducha, hace un minuto, justo antes de pararme delante del espejo a contemplar mi cara de imbécil. Barba de tres días, ojeras malvas, profundas como el mismo agujero en el que estoy metido. Últimamente he notado que me cuesta reconocerme delante del espejo por la mañana. La primera vez me resultó extraño, pero a eso también me he ido habituando. Ahora, cada vez que me ocurre, me saludo a mí mismo haciendo un gesto con la barbilla, como si el imbécil no fuera yo sino el tipo de enfrente. Pero el muy desgraciado me devuelve el saludo, juraría que hasta un poco más sonriente que yo... maldito capullo. Había decidido no afeitarme en toda la semana, pero he cambiado de opinión. Bueno, quizá haya sido por la sugerencia que me hizo ayer el director de mi sector.... “Luis, si quieres parecer un cerdo me parece bien, pero como mañana no vengas afeitado te pongo en la puta calle”. Sorprendeos, ése ha sido el final de mi revolución estética, planificada junto al más bobo de los tipos que se han dignado a ser mis amigos a lo largo de mi vida... “¿A que no tienes huevos a dejarte barba? ¿A que eres un mierda que no se ha saltado las normas en su puta vida?¨ Ante semejante despliegue de sentido común, un hombre como yo, de pelo en pecho, vivido, viajado, bebido y vomitado, no tenía más opción que la de aceptar el reto. Pero como, efectivamente, se me podría definir como un mierda que no se ha saltado las normas en su puta vida, y que aprecia el poder comer mañana, en este mismo momento vuelvo al redil, me corto mis huevos, y me afeito como está mandado. 
    Así transcurre mi vida, en un ir y venir al trabajo, en un parar el fin de semana para poder emborracharme y llegar a casa a tientas, dejarme caer en la cama casi inconsciente, despertar al día siguiente para seguir borracho y retomar después el ir y venir al trabajo. En ese metro atestado de gente sudorosa, que reparte su hedor convirtiendo el vagón en una suerte de cámara de gas donde no mueres sino que lo deseas. Pero hoy va a ser diferente... Hoy he decidido que todo eso va a cambiar. Voy a agarrar mi vida, la voy a girar y doblar, la voy a modelar, la estiraré y esculpiré como siempre he soñado. No pienso callar ni un minuto más. El mundo será mío a partir de ahora, ese subnormal del espejo se va a quedar en el espejo.... bueno, creo que ya estoy bien afeitado. Voy a vestirme. 
   Muchos de mis compañeros de trabajo se sienten especiales por llevar traje y corbata. Miran a los otros ocupantes del vagón con esa mirada de superioridad que creen que les otorga el maletín de imitación de piel, que compraron en El Corte Inglés por cincuenta euros. Pero sólo hay que mirar sus zapatos baratos, con suela de goma, ésos que se compra la gente que quiere aparentar ser lo que no es, y que, por alguna razón oculta en su cerebro de gilipollas, creen que los demás no vamos a ver, para darse cuenta de lo que son. Una panda de palurdos, que en el siguiente transbordo se mezclarán con otra panda de palurdos, hasta convertirse en una legión de palurdos que vomitan las bocas de metro de la zona financiera a las ocho de la mañana. Un ejército de engominados macarras que calzan zapatos baratos y caminan entre edificios de cristal. Yo soy uno de esos tipos. 
    Una vomitona me recibe en la escalera del metro. ¡Joder! Si bebes un martes, ten al menos la dignidad de irte a vomitar a tu casa. El andén está atestado de gente sin forma, todos grises, todos uniformados, no tienen rostro, están solos. Hay gente de todo tipo, pero son todos la misma persona, viven en una especie de hipnosis autoinfligida con el fin de soportar una vida sin color. Sus cerebros caminan planos, sus ojos no ven, no están vivos. Me coloco al lado de un tipo que huele a perfume barato. Apesta a perfume barato. Las personas grises tienen tendencia a olvidar los placeres de un olor suave, y se decantan por este tipo de bazofia que marea. ¿Será un tímido intento por diferenciarse de la masa informe que le rodea? Sea como sea, ha fracasado, lo único que provoca es una atmósfera irrespirable, una especie de nube contaminada que aparta a las demás personas sin cara de su lado. Joder, es que apesta a perfume barato. Pero al menos me ha servido para poder colocarme en el hueco que le rodeaba y poder acceder al siguiente tren. ¿Os habéis fijado en cómo hay mucha gente que busca el contacto físico en las aglomeraciones? Hasta ahora mismo no se me había ocurrido más que son unos malditos reprimidos, degenerados e hijos de puta que sólo intentan ponerse cachondos rozándose con los demás. Siempre me los he imaginado corriendo a casa empalmados a intentar tirarse a su mujer antes de que les vuelva la rutina de la impotencia. Pero hoy estoy cambiando. Me ha dado por pensar que quizá saben que están solos, que saben que les rodea el frío, que su vida no se vive, y buscan desesperadamente el roce de otro ser humano, la calidez de alguien que te abraza y sientes la compañía..... Ya he llegado a mi parada.
    Salgo rodeado de fantasmas que comienzan a encender sus cigarros en cuanto ven la poca luz que nos recibe. Camino decidido entre ellos, la cabeza alta, la mirada resuelta y el paso firme. Noto cómo se apartan de mi camino, dejan paso a ése nuevo hombre que nace hoy. Voy a decirle a mi jefe que me largo, que es un maldito retrasado, que no aguanto ni un segundo más su aliento de fumador compulsivo que me asquea. Quiero ver sus ojos cuando le diga que es un mamón lameculos, que si estuviéramos en la calle le daría un sopapo. Voy a reírme en su cara, mientras le rompo en las narices la puñetera acreditación. No necesito esto, me iré de aquí, a un lugar donde poder ser quien yo quiero ser. Una sonrisa recorre mis labios por primera vez esta mañana. Hoy es ese día. 
    Enseño la acreditación al guarda de seguridad de la puerta, que asiente con la cabeza. Me dirijo al ascensor exultante, oprimo el botón de la planta quince y vuelvo a escuchar la misma cancioncita machacona de cada mañana. ¿Quién carajo elige la música de los ascensores? ¿Acaso no se dan cuenta de que te pueden llegar a sangrar los oídos por escuchar esa basura? LLega el momento, salgo del ascensor en su busca... 

    - ¡Hombre Luis! ¡Veo que ha preferido el afeitado al paro! Me alegra, a fin de cuentas le apreciamos...
    - Sí señor González, creo que tenía usted razón...
    -¡Pues ale! Ánimo, que aún le quedan unas cuántas horitas para el descanso, vaya actualizando su facebook o algo...
   Nada de lo que nos sucede en la vida tiene una razón oculta. Me siento en mi mesa, enciendo el ordenador y actualizo mi estado... “Acabado¨.

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