miércoles, 30 de noviembre de 2011 0 comentarios

Visita nocturna

   Despertó en mitad de la noche. Dos ojos enormes, tratando de atravesar la oscuridad que le rodeaba, se movían inquietos buscando cada rincón de la habitación. No tenía ninguna duda de que lo había oído. Quería pensar que no había ocurrido, que dormía sumido en algún tipo de sueño inquieto, en una pesadilla que no recordaba, y que el sonido no había sido más que producto de su mente. Pero había sido real. Comenzó a sentir los latidos de su corazón en el pecho, oía la sangre circular a toda prisa por sus venas. Todo a su alrededor era oscuridad. Poco a poco comenzó a distinguir la silueta oscura del cuadro que decoraba la pared, el sofá junto a la ventana... ¿por qué estaba todo tan oscuro? ¿Dónde estaba la Luna? Una voz susurró en su oído... "Se ha ido..." Giró la cabeza bruscamente, los ojos más abiertos si cabía, la giró tan deprisa y hacia tantos lugares, que sintió que podría haberse roto el cuello. ¿Quién había dicho eso? El corazón era un latido ensordecedor, el sonido de su propia respiración estaba comenzando a aterrarle... 

   Entonces lo vio. Allí estaba, sentado en el sillón, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, cubierta por un sombrero negro, sumido en la oscuridad... lo estaba mirando... sintió que lo hacía... porque no podía ver sus ojos, ¿dónde estaban sus malditos ojos? Notó cómo el frío le recorría la espalda como una descarga, notó cómo su pelo se erizaba de puro terror y sus manos comenzaban a temblar, notó cómo ese hombre, sentado frente a él, lo atravesaba con una mezcla de ira y curiosidad insana, usando esos ojos que no estaban... ¿dónde estaban sus malditos ojos? Había un rostro en penumbra bajo el ala del sombrero, había unas manos oscuras, sin luz, un abrigo largo y negro como la noche... todo él irradiaba oscuridad, pero no tenía ojos... Lo imaginó sentado mientras él dormía, durante horas, durante días. Hacía frío.

   Estaba paralizado, las manos le temblaban, pero no podía mover ni uno sólo de sus músculos a voluntad. 
 - No deberías estar despierto... - Las palabras sonaron dentro de su cabeza, el otro no había hablado, sólo miraba. De algún modo estaba conectado a ese ser, a esa oscuridad que lo envolvía. De algún modo la habitación se hacía cada vez más pequeña y él estaba cada vez más cerca... 
- ¿Quién eres? - Lo único que pudo salir de su garganta fue una voz chillona y temblorosa. - ¡Márchate de mi casa! - Una carcajada fría recorrió el interior de su cabeza...
- Siempre he estado aquí... no puedo marcharme. No puedes imaginar siquiera quién soy, no podrás saber nunca qué soy. Eres una víctima y yo soy el verdugo, saber eso es lo único que necesitas.

   Notó cómo el sudor comenzaba a resbalarle por la espalda, pero estaba helado... La oscuridad no se movió de su sitio ni siquiera mientras reía. Su cabeza seguía inclinada hacia el mismo lado, sus manos oscuras eran borrosas y grises, y se apoyaban en los brazos del sillón sin agarrarlos. El frío salía de él... como un viento cortante sin viento. Se podía ver el mundo oscuro a través de su abrigo, todo el terror acumulado en sus visitas formaba parte de él. Mil gritos de agonía le recorrían los brazos, podía ver las lágrimas y las súplicas retorciéndose en su pecho... pero no podía ver sus ojos.
- No puedo ir contigo... - Las palabras sonaron a súplica. - No puedo marcharme aún... - Una lágrima resbaló. Aún no podía moverse. El otro tampoco se movía, pero de algún modo extraño estaba cada vez más cerca. Cada palabra lo acercaba más... 
- Nada ya puedes hacer - Ahora hablaba en susurros de nuevo. - La hora de partir ha llegado. No deberías haber despertado... 

   Esta vez sí se movió. Sus manos grises se apoyaron en los brazos del sillón y se levantó erguido y enorme. La oscuridad apareció desde su espalda, a ambos lados, como una marea rápida, imparable. Las paredes de la habitación desaparecieron, el suelo desapareció... todo se volvió negro excepto él. Se acercaba despacio pero no se movía. Cuando estuvo cerca... muy cerca... se inclinó. Sentía su aliento frío en las mejillas, en la nariz... Cerró los ojos con fuerza. No quería ver el fin. No podía controlar sus propias lágrimas y lloraba como un niño desconsolado abrazado a sí mismo.
- Abre los ojos. - No se podía desobedecer.


   Separó los párpados lentamente, con sumisión, el frío y el miedo le hacían temblar con tanta fuerza que temía llegar a romperse.... Y por fin lo comprendió. Allí estaban sus ojos, el ala de su sombrero le rozaba la frente, podía oler su piel, y podía ver sus ojos. Todo él era oscuridad, pero sus ojos eran vacío... No es que no estuvieran allí, nunca lo habían estado, porque eran la nada... No la desesperación, no la miseria, no la muerte, ni el miedo, ni la sombra, ni el frío, ni la noche. Sólo inexistencia, ausencia... 

   Sin poder dejar de mirarlos su boca se desencajó en un grito desgarrado, gritó como si le gritara a la propia muerte, los ojos de par en par, la garganta de par en par... 
- Ya no eres nada... - Y esas palabras lo convirtieron en VACÍO...
lunes, 28 de noviembre de 2011 0 comentarios

Bloqueo

   El otoño quiso entrar por la ventana mientras tecleaba delante de la pantalla. Una ráfaga de viento frío la abrió de golpe, acompañando el estrépito con un ir y venir de hojas muertas que se colaron por toda la habitación. Únicamente se molestó en cerrarla, ya recogería el resto más tarde. Estaba bloqueado. Llevaba más de dos semanas sin escribir una sola línea que valiese la pena. Antes se alimentaba de días como éste, pero ni siquiera la luz gris que atravesaba las nubes era capaz de traerle nada. Seleccionó el último párrafo que acababa de escribir y lo eliminó sin piedad. Nunca le había dolido tanto tener que sacar la basura de su pantalla, siempre estaba seguro de que lo mejor estaba por llegar, de que las palabras que llegaban a llenar el vacío de las asesinadas iban a ocupar mejor el espacio. Pero estos días todo era diferente. No encontraba el resquicio en su mente, normalmente atormentada, para poder pescar esa maldita frase que le detenía. Tenía la certeza de que nada de lo que vendría a sustituir lo desechado iba a ser mejor. Empezaba a desesperarse. Toda su vida quiso escribir... toda su vida necesitó escribir. El hecho de poder vivir de ello como lo hacía ahora no cambiaba nada. No importaba nada, sólo el no poder sacar de dentro lo que le comía. 

   Se recostó en la butaca y miró al techo mientras se balanceaba de un lado a otro  hasta que casi llegó a marearse. Había papeles por toda la mesa, la pantalla del ordenador había enraizado en un suelo de libros de hojas gastadas, rodeado de diccionarios y volúmenes de fotografía que tampoco sirvieron para inspirar más que suciedad. Un pequeño aparato de radio medio escondido en una esquina del desorden, dejaba escapar la voz de Dylan advirtiendo de que los tiempos estaban cambiando... irónico, quizá debiera dedicarse a vender enciclopedias de puerta en puerta si no conseguía acabar el libro, eso sí que es un cambio de tiempos. Miró la radio como si realmente fuera un ser del futuro enviado a reírse en su cara, pero se contuvo de arrojarla contra el suelo, o mejor aun, lanzarla por esa ventana recién cerrada. Por un momento disfrutó de la imagen en su mente, ése maldito cacharro JVC destripado contra el suelo cuatro metros más abajo. En lugar de eso decidió apagarlo y ponerse el abrigo. Tomaría un poco de aire fresco.
 
   Bajó las escaleras, y, al abrir la puerta de la calle, de nuevo una nube de hojas marrones, amarillas y de mil tonos ocre invadieron la casa. Ya recogería luego, algún día. Subió el cuello de la gabardina y encendió un cigarrillo antes de salir. Cuando cerró tras él, el frío de noviembre en el bosque le despertó del letargo como si hubiera recibido una bofetada. Empezaba a pensar que, al fin y al cabo, no había sido tan mala idea mudarse a 50 km de la ciudad. Al menos podía caminar rodeado de un viento helado, mientras esquivaba las hojas que amenazaban con lastimarle la cara de verdad. Metió la mano izquierda en el bolsillo mientras fumaba con la derecha. Algún día volvería a dejarlo, probablemente mañana...

   Caminó por el sendero de tierra que atravesaba el bosque alrededor de la casa hasta llegar al lago. El vecino más cercano estaba a diez minutos en coche y ni siquiera lo conocía. Su odio a relacionarse con la gente que vivía cerca de él, lo había acompañado siempre. Los vecinos desconocidos son los mejores vecinos, su padre siempre lo había dicho. Eso le llevó a morir solo y sin que nadie notara su ausencia durante días. Pero una vez que uno ya está muerto, eso no importa mucho, ¿no es cierto? Llegó al embarcadero del lago en diez minutos de paseo lento, frío y húmedo. A nadie se le ocurriría salir a pasear en un día como éste, pero al menos no llovía aún. Se detuvo en el extremo del embarcadero de madera y se sentó con los pies colgando sobre el agua. Algún día tendría que salir a pescar algo, seguro que habría buenos peces... Bueno, algún día haría tantas cosas... Miró a su alrededor y sólo vio bosque y agua, olió la tierra mojada, sintió la urgente llegada de la lluvia... Los troncos sobre los que se había sentado estaban aún húmedos, pero no le importaba. La verdad es que aquel lugar era increíblemente hermoso. Se alegraba de estar allí. 

   Le sacó de su ensimismamiento el sonido del teléfono que llevaba en el bolsillo. En contra de lo que se podría pensar, las compañías telefónicas eran lo suficientemente hábiles como para no dejar escapar a un cliente, aunque éste se fuera a vivir al fin del mundo. Descolgó el teléfono.
- Hola. 
- Hola. - Una voz de mujer joven respondió al otro lado. - ¿Cómo estás? ¿Ha sido una mañana productiva?
- La verdad es que no he escrito nada más que porquería...
- Eres demasiado duro juzgándote, aunque supongo que por eso has llegado a tener esa casa. - Parecía preocuparse sinceramente.
- Lo cierto es que es eso exactamente lo que me ha hecho llegar hasta aquí, tiene usted toda la razón señorita... - Sonrió por primera vez desde el amanecer.
- Siempre la tengo.- Dijo ella riendo. - Llegaré mañana y estaré allí hasta el lunes, he conseguido organizarlo. He decidido pasar contigo todos los minutos que pueda. Me temo que no escaparás.
- Me temo que no deseo hacerlo... Te esperaré impaciente. 
- Un beso, te llamo esta noche. - Colgó.

   Al guardar el teléfono en el bolsillo se dio cuenta de que aún estaba sonriendo. Volvió a mirar a su alrededor. Todo seguía siendo increíblemente hermoso. Sabía lo que estaba ocurriendo, lo había temido durante años. Siempre había estado seguro de que no podría escribir una sola línea que valiese la pena si esto llegaba a suceder. Nunca podría escribir siendo feliz. Se le escapó suspiro de resignación. No le importaba. 

viernes, 25 de noviembre de 2011 0 comentarios

Luna

   ¿No era acaso la Luna la que guiaba sus pasos a través de la noche? Desde allá arriba lo contemplaba con mirada preocupada para que no se desviara del camino. Enorme y gris, llena de frío y llena, brillante como el sol a medianoche. Las hojas del bosque esparcían su luz en haces blancos que iluminaban las zonas del camino que él seguiría. Avanzaba helado sin saber a dónde, mirando temeroso a su alrededor, desvalido, solo, abandonado. La espalda encorvada, los brazos rodeando el pecho, se limitaba a seguir el camino marcado por la luz blanca. Ésa que le guiaba al interior de la espesura, siempre hacia delante. A su alrededor escuchaba sonidos estremecedores, pero no veía nada, nada más que lo que ella le mostraba. El viento era frío como la madrugada, no le dejaba dormir, no podría parar hasta que no llegase a dónde ella confiaba. Había huido hacía mucho, había dejado atrás el calor, la luz del fuego. No sabía por qué comenzó a caminar, sólo recordaba una voz lejana en su oído y un olor a noche despejada. Lo siguiente era frío y un sendero iluminado...
   ¡Un momento! ¿Acaso no era una sombra lo que había cruzado ante sus ojos? Se movía deprisa y la luz de ella no consiguió iluminarla. Se paró, escuchó, miró... nada. Avanzó más despacio, más temeroso, más helado. Paró, allí estaba, por un segundo había estado. Una sombra alargada que se deslizaba casi a ras de suelo. No hacía ningún ruido, pero la había visto, desapareció de nuevo en la sombra antes de ser real. Se mantuvo inerte, atento, inmóvil... nada. Esta vez avanzó más deprisa, el terror le atenazaba, pero tenía que encontrarla. La voz débil de su oído le rogaba que la buscara, el olor a noche despejada le obligaba a no perderla. Anduvo veloz un gran trecho del camino blanco, ya no sentía apenas frío, la sangre recorría su cuerpo a la velocidad del miedo y la impaciencia, al ritmo del deseo de encontrarla. Esta vez no fue la sombra lo que le detuvo, sino dos puntos brillantes, lejanos, de un verde como ningún verde. Avanzaban desde la oscuridad. La Luna se detuvo un instante, el trabajo estaba hecho. Detrás de esos ojos verdes como ningún verde, la sombra se plantó en medio del sendero, justo ante él. No la oyó, sólo la vio saltar de entre los árboles. Pero ahora sí podía verla. Una elegante gata negra, de pelo negro como ningún negro y ojos verdes como ningún verde, lo miraba fijamente.
- Te esperaba. - Dijo ella con su voz verde y negra.
Amanecía....
viernes, 18 de noviembre de 2011 0 comentarios

Café

- ¿Cómo estás? - la taza de café caliente la protegía, de modo que él sólo podía ver sus ojos a través de la fina capa de humo. Seguían siendo preciosos.
- No puedo quejarme. Hace una semana que me han vuelto a ascender, ya sabes, despacho más grande, un piso más arriba...
- Te veo más delgado, ¿no estarás comiendo como siempre? Recuerda lo que te dijo el médico, tienes que cuidarte.
- Estoy comiendo bien, te lo prometo. Lo cierto es que llevo unas semanas de demasiado trabajo y no encuentro momentos de calma. Eso consume a cualquiera. - Una leve sonrisa acompañó la frase. La verdad es que hacía meses que no comía más que lo primero que encontraba en casa, que muchas veces era demasiado poco. Había tenido que comprar ropa nueva casi cada semana. Dormir era una pesadilla cada noche, había probado pastillas de todo tipo, recetadas por su médico o por cualquiera que las ofreciese, pero no conseguía dormir más de una hora seguida. Sus ojos se hundían cada vez más, rodeados por unas ojeras malvas mal disimuladas por las gruesas gafas de pasta negra.
- No estoy segura de que sea eso. No tienes buena cara, pareces muy cansado. - La lluvia golpeaba el ventanal de la cafetería con lenta en insistente parsimonia. Casi nadie caminaba por la calle a esa hora de la tarde, y los pocos que lo hacían se apuraban por llegar a sus casas lo antes posible. - ¿Cómo está Rufo?
- Cada día más viejo, el veterinario ha dicho que es muy probable que tenga cataratas. En una semana quizá tenga un hueco para la cirugía. Es irónico, un antiguo perro lazarillo quedándose ciego... - Ambos sonrieron.
Rufo era un labrador negro que habían adoptado cuando ya no fue útil como perro guía. Tenía más de once años y la cara canosa, pero seguía comportándose como un perro de trabajo cada vez que lo sacaban a la calle. Para un tipo acostumbrado a no respetar un solo semáforo, los paseos se hacían interminables, pero era una de las pocas actividades que le hacían sentir vivo cada día. Ella no había podido quedárselo cuando se marchó, porque el piso era muy pequeño y pasaba demasiadas horas trabajando. Él no lo reconoció, pero era un gran alivio seguir teniendo alguna responsabilidad en casa.
- ¿Recuerdas a Ana? Ayer me la encontré en la calle Ancha. Tomamos un café, se ha mudado al norte de la ciudad. Parece que le van bien las cosas.
- Me alegro por ella, no me imaginaba que se fuera a tomar tan bien la separación. El pobre Juanjo se anda arrastrando aún de bar en bar. El otro día me confesó que prefiere llegar borracho a una casa vacía. Lo peor es que hace ya demasiado tiempo que no escribe y está pensando en vender la casa. - En aquella casa enorme, situada en la colina, habían pasado grandes momentos todos juntos. Se le hacía un nudo en la garganta al pensar que otras personas pudieran borrar aquellas tardes con su sola presencia.
- Imagínate, la mayoría de los escritores aprovechan los momentos de flaqueza para escribir sus mejores obras, en cambio el nuestro... - Se sorprendió a sí misma cuando oyó sus palabras. En realidad hacía más de un año que no sabía nada de él, pero seguía siendo su escritor. Se sentía unida al grupo tal y como lo había estado los años anteriores. Pero seguía temiendo que los demás no la vieran del mismo modo. La separación fue tranquila, con los sobresaltos mínimos tras la rotura de una convivencia demasiado prolongada, así que realmente no había nada que temer, pero esa sensación no la abandonaba.
- Sí, el nuestro es demasiado especial. Ni siquiera deprimido es capaz de escribir una buena línea... - Esta vez sonrió abiertamente por primera vez en días. La verdad es que quería demasiado a ese desgraciado. - ¿Recuerdas cuando le dejó la anterior? Se encerró a escribir su gran obra durante un mes, y su editor le puso en su lista negra al leer semejante basura... No le dejó ni sacarla del despacho, ¡la trituró allí mismo! - ambos rieron con ganas.
- No me gustaría que tuviera que perder la casa. En aquella casa les dijimos a todos que íbamos a vivir juntos, ¿lo recuerdas? - Fue en una tarde fría de invierno, con la chimenea encendida y las copas de vino posteriores a la cena. Estaban todos allí. Ninguno de ellos sabía siquiera que hacía un par de meses que habían empezado a verse a solas. Juanjo descorchó su mejor cava para celebrar la noticia y todos les abrazaron y besaron entre sonrisas y caras sonrosadas por la bebida. Parecía la escena final de una de esas series ñoñas americanas que veían en Navidad cuando eran niños. Pero se quedó grabado en ella demasiado profundo como para olvidar. Lo seguía recordando con tanto cariño que hasta le dolía.
- Claro que lo recuerdo. Ya hace demasiado tiempo. - Desvió la mirada hacia la lluvia, que ahora caía con más fuerza. En la cafetería no quedaban más que un par de personas sentadas en una mesa en la esquina contraria del salón. Era agradable. Sabía que ella estaba preocupada por él. Tenía que reconocer que su aspecto no invitaba al optimismo. Pero saldría adelante, lo había hecho en otras ocasiones, aunque esta vez iba a tener que levantarse desde un suelo algo más profundo. Tardaría.

El camarero se acercó a comprobar que no les faltaba nada y aprovecharon para pedir otros dos cafés. Durante los años de convivencia se habían acostumbrado a compartir silencios, sin esa absurda necesidad de hablar que la mayoría de las personas sienten cuando pasan más de diez segundos sin dirigirse la palabra. A ambos les gustaba el silencio compartido. Así que guardaron silencio hasta que el camarero vino con dos nuevas tazas humeantes de café recién hecho.

- Gracias por seguir ahí. - Él levantó la mirada y la miró a los ojos al escuchar sus palabras.
- No podría estar en otro sitio. - En sus ojos descubrió la tristeza, oculta tras el maquillaje que cubría el tono violeta bajo su mirada. Volvió a darse cuenta de lo estúpido que era. Él no era el único fantasma que vagaba de casa al trabajo, el único que notaba la soledad sobre los hombros incluso mientras dormía. Una ola de cariño le recorrió la nuca y anidó en el pecho. No había podido dejar de pensar en él mismo desde que ella se marchó de casa. Había mirado cada rincón vacío, cada hueco que ella había dejado, sin darse cuenta de que las relaciones son como un puzzle, cuando se separan las piezas unidas, quedan huecos vacíos en ambos lados. - Y aquí seguiré.
- Yo también sigo aquí... - Ella sonrió consciente de que una lágrima comenzaba a deslizarse lenta. La dejó caer con calma. Hoy no era uno de sus mejores días. Le había costado mucho reunir fuerzas para despertar y salir al trabajo. Antes de que él llegara, había tenido que retocarse el maquillaje en el baño de la cafetería, porque no había podido evitar ponerse a llorar en silencio en el taxi. Ella también era consciente de que la tormenta pasaría, y de que poder contar con él ayudaba a mojarse algo menos bajo el aguacero.

Volvieron a quedar en silencio mientras bebían. Qué agradable resulta siempre el calor en las manos de una taza de café en una tarde de invierno.
- ¿Cómo va tu trabajo? - Ella había ascendido hasta la dirección de marketing de una empresa de moda pequeña pero en pleno crecimiento. Él sabía que era capaz de controlar con pulso firme a todas las personas a su cargo, y que todas ellas la adoraban. Era una pregunta de rutina, pero le sirvió para tomar aire.
- Bastante bien, la verdad. Dentro de tres semanas hago un viaje a San Francisco para coordinar la nueva campaña. Estoy muy ilusionada con esto. Pasaré allí una semana y un par de días en Nueva York. Planeamos nuevas tiendas. - Los ojos le brillaron con la emoción de una niña antes de abrir los regalos. Él sonrió. La imaginaba caminando por la Quinta Avenida con los ojos de par en par mirando a las alturas, como la primera vez.
- Me alegro mucho, pero no te olvides de nosotros cuando llegues a la cima... Resérvanos alguna copita de vino de vez en cuando.
- No sé yo qué decirte, quizá no me convenga codearme con gente tan desarrapada... - Ambos rieron.
- He de marcharme ya. - Él tomó su mano sobre la mesa con suavidad. - Rufo no esperará eternamente su paseo. A ese perro viejo no le importa en absoluto mojarse un poco.
- Está bien, yo me quedaré un rato más, aprovecharé para trabajar un rato.
- De acuerdo. - La besó en la frente. - Nos veremos antes de tu viaje.
- Claro que sí.

Ella le miró a través del ventanal mientras levantaba el cuello de su gabardina y se adentraba en la lluvia encorvado con las manos en los bolsillos. Cuando desapareció, lo que quedó ante sí fue el reflejo de su propia mirada sobre el cristal. Ella sí veía los ojos hundidos y esa maldita sensación que le invadía siempre que le veía marchar. Una sensación de terror, pánico a que fuera la última vez que se callaban juntos. Sacó su ordenador y se puso a teclear.
Muchos años más tarde, una día de invierno, sin lluvia pero con una copa de vino en la mano, en silencio, en el balcón de la casa de la colina mientras los demás charlaban, con él a su lado y la mirada perdida en la caída del sol, recordó aquella tarde. Afortunadamente en esta vida hay personas que llegan para quedarse.
martes, 15 de noviembre de 2011 0 comentarios

Recordar

Todo en mi vida parece provisional. Es posible que ésa sea la razón por la que encuentro tanto placer en navegar por el pasado. Recordar ha sido siempre un refugio para mí, pero me he encontrado con que el presente se me escapa de las manos. Intento atraparlo, pero casi sin darme cuenta ya lo estoy recordando de nuevo. Ésa es la razón de que esta mañana aún no haya intercambiado palabra con nadie. No estoy aquí. Desde el amanecer estoy viviendo hace un mes. El método es sencillo, se elige un punto de partida, o él te elige a ti, y a partir de él, avanzas dando pinceladas a través de los días. Te entretienes en rememorar los momentos en los que aún tenías esperanza, y te enfangas en aquellos en que se te rompía el alma. Curiosamente, a los recordadores patológicos nos proporciona idéntico placer el sufrimiento que la esperanza. Triste destino el nuestro. Todos deberíamos experimentar alguna vez esa sensación de caminar por la calle en otro tiempo al que en realidad caminas. El presente se desdibuja, las personas que te rozan en la acera ni siquiera llegan a captar una mirada tuya, el frío y la lluvia te mojan y congelan pero tú no sientes nada. Todo tú estás viendo una mirada que ya no es, leyendo unas palabras que se borraron, sonriendo una sonrisa que pasó...
Los mejores días para recordar son los días grises. El sol deslumbra con tanto presente y te aletarga la labor. Por eso prefiero el otoño. Se puede caminar bajo la lluvia, oler la tierra mojada, notar el frío en las manos y caminar por la ciudad más solo. Afortunadamente no somos mayoría los que disfrutamos mojándonos bajo la lluvia. Las personas de bien corren a sus casas, al refugio del calor de las otras buenas personas que comparten su presente. Sólo los desheredados del hoy, los viajeros del tiempo que nunca miran el futuro, nos quedamos bajo el aguacero saboreando el frío de las gotas recién llovidas. A ti te encontré bajo mi última tormenta, pero te perdí escondido en una cueva oscura hace unos días. Hoy sigue lloviendo tras la ventana y yo sigo vagando perdido, melancólico y gris, buscando en el mes de octubre el placer profundo de la tristeza. No hablaré con nadie porque no hay nadie donde te pienso.
Le tengo miedo a la soledad de la noche. En ese momento los recuerdos se transforman en monstruos aterradores que me acechan tras la puerta. Sus dedos largos y huesudos intentan tocarme, sus manos están frías y se ríen a carcajadas mientras yo escondo mi cabeza bajo las sábanas. Quieren llevarme a un lugar desconocido donde dejaré de ser yo mismo, y me convertirán en una vida pasada sin ojos cálidos que me miren. Un lugar alejado de mi lluvia plácida y mi olor a tierra mojada, alejado de ese octubre, alejado de las cicatrices que me encargué de mantener siempre en su sitio para poder visitarlas en mañanas como ésta. Temo a la noche aún más que a la vida. Apenas duermo tratando de apartar los fantasmas que rodean mi cama en la oscuridad. Me acosan sin ninguna piedad hasta hacerme llorar como un niño asustado. No hay ningún arma mágica de la que me pueda servir, la luz no les aleja, mis palabras les divierten y mis lágrimas les hacen crecer más fuertes. Siento hacia ellos odio y rabia desmedidas, noto su peso en la espalda. Pero en las tardes grises me dejan solo, para poder volver a encontrarte bajo la tormenta, como la primera vez.
Antes había gente que me quería, pero ya no pueden alcanzarme. Me he marchado hace tiempo. Primero se fueron mis oídos, dejé de oír sus palabras, al principio oía una voz apagada cerca de mí, pero ya no oigo nada. Luego se marcharon mis ojos. Sus figuras se difuminaban, estaban delante de mí y mis ojos les enfocaban, pero fueron desapareciendo hasta que ya no les vi. Cuando dejé de sentir su tacto, cuando sus manos ya no provocaron ninguna sensación al rozar las mías, supe que me había marchado. Puede que ellos sigan aquí, no lo sé, pero yo ya no les siento. No hay llamadas de teléfono, no hay notas en la pared... sólo humedad y un viaje a ningún lugar. La soledad es silenciosa. Y en lugar de trabajar, esta mañana he decidido quedarme a mirar la lluvia, aderezar cuidadosamente las heridas y esperar. No sé si espero la noche, espero la luz del sol o quizá que la lluvia no termine nunca. Sólo me quedaré quieto esperando. Sólo espero.
domingo, 6 de noviembre de 2011 0 comentarios

Olvido

   ¿Podemos olvidar? Lo que vivimos se queda grabado en algún lugar que aún no conocemos. ¿Cómo vamos entonces a conseguir extirpar un recuerdo? Todos querríamos olvidar momentos, lugares, personas... pero justo en el momento en que nos lo proponemos es cuando se vuelven inolvidables. Un amigo me dijo un día que los recuerdos nos hacen ser quienes somos. ¿Acaso entonces somos lo que nunca queremos ser? Si estamos poblados de recuerdos que no deseamos, que queremos olvidar, somos quienes no quisimos nunca.
   ¿Cómo podría olvidarte? Mi razón me habla al oído incluso cuando sueño, me lo ruega. Mis amigos, todo el que me rodea, me dirige hacia tu olvido. Pero cuánto más me alejan de ti, más cerca te encuentro. Ayer decidí no pensarte nunca... y no paro de pensarte desde entonces. He llorado mil veces buscando una razón para expulsarte, he encontrado mil razones para hacerlo, y he fracasado mil veces hasta hoy. He rozado la locura todos los días, y me he vuelto loco todas las noches. No se puede olvidar en soledad. No se puede olvidar cuando no se quiere. Ése es mi secreto, el que nadie conoce, ni tan siquiera tú. La verdad es que no quiero olvidarte, no quiero que tu herida se me cierre, necesito el dolor para estar vivo. Es tu sangre la que recorre el hueco de mi pecho hoy. Si te expulso, si te olvido, estaré muerto. ¿Cómo seguir adelante sin tu aliento? ¿Hacia dónde puedo huir si no tengo la esperanza de encontrarte? ¿Cómo dejar de preguntarme dónde estás cada momento, si tú sí me piensas o si me has echado ya? Soy un adicto al dolor que me causa tu ausencia. Lo busco, me tumbo con él en la alfombra, me moja con la lluvia de noviembre. Me gusta su compañía, temo que si desaparece dejaré de ser. No, no podemos olvidar lo que no queremos. Esperaré a que la nostalgia de ti me consuma, la respiraré despacio hasta entonces, no tengo prisa. Prefiero esta guerra a la paz sin encontrarte. Prefiero el dolor de tu ausencia a tu ausencia sin dolor. No voy a olvidarte.
viernes, 4 de noviembre de 2011 0 comentarios

¿Cómo es vivir sin estar vivo?

  ¿Cómo es vivir sin estar vivo? Yo lo sabré mañana. La primera mañana sin vida y respirando. Mi vacío se habrá hecho inabarcable. La noche, mientras duermo, lo habrá ido extendiendo desde mi pecho hasta el universo entero. El vacío, el frío que sucede tras la pérdida de la sangre hoy. No habrá más mañana para mí desde mañana. No habrá relatos de terror que calienten la tarde, no habrá diosas naciendo en cuadros nunca más. No habrá ojos, ni sonrisas, ni cicatrices. Ni un sólo día de los ya vividos servirá para encender mi chimenea este invierno. Sólo espera el frío, el hielo de la vida que no es vivida. Lo sabré mañana.
 
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