
Después del desayuno se podía salir a jugar al balón, a veces tratando de evitar que el perro lo robara y otras obligándolo a cometer el delito. Recuerdo hielo en el cerro, recuerdo el chorro congelado en pleno viaje de caída desde el grifo hasta el suelo de tierra. Nariz roja, orejas rojas... Los niños deben criarse al calor y al frío, al barro, a la lluvia y al pleno sol. No recuerdo si había leído siquiera un solo libro, pero aún no lo necesitaba, bastaba con la calle y la vida. No debemos olvidarnos de mirar al mundo como en aquellos días, al menos cuando todo viene torcido y feo. Recuerdo a mi padre dibujando inclinado sobre un tablero, rodeado de Rotring, reglas verdes con letras para rotular y cuchillas para corregir los excesos de libertad de la tinta rebelde. Cuando no dibuja, me lo encuentro en el jardín, que aún no lo era, cargado con carretilla y pala, ladrillo y cemento, tierra y azada. Guantes ásperos y barro en la cara. Mi madre, tras la limpieza, cocina y lee. Recuerdo libros, enciclopedia negra, Quijote rojo de lomos dorados y cuadernos de anatomía. Comenzaría a leer más adelante, a comerme los libros gracias al apetito que surgía de aquellas estanterías. Cuántas veces andamos perdidos sin saber que todo es mucho más fácil... somos de donde venimos.

Recuerdo las comidas, sobre la mesa blanca. Las protestas por comer demasiado poco. La ventana enrejada de la cocina, demasiado alta entonces. La soledad de la casa en mitad de la nada que, con los años, encontró un exceso de compañía. Recuerdo almendros dulces y amargos, esparragueras y tomillo. Zapatillas con velcro, calcetines blancos. Recuerdo los baños calientes por la tarde y el viaje de noche para dormir en casa de mi abuela. Al día siguiente cogería el autobús del colegio después de la Maizena.
En eso pensaba hoy domingo, con el invierno frío tras otra ventana, las nubes ocultando el mismo sol. Al pasar el aspirador por esta otra alfombra, se ha desprendido olor a moqueta azul.
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