lunes, 30 de enero de 2012 0 comentarios

Mar

   El sol de febrero calentaba de un modo inusual esa mañana. La orilla del mar iba y venía en una danza suave que invitaba a preguntarse qué habría más allá. Era un pensamiento que le había perseguido durante toda su vida cada vez que se enfrentaba a su horizonte plano, azul a veces, oscuro y enorme otras. ¿Qué se esconde más allá? Y en todos y cada uno de los momentos en los que, plantado delante de cualquier mar, su mirada se había perdido en el horizonte, como por arte de la magia de algún espíritu de fino sarcasmo, el corazón aumentaba de peso hasta que su pecho no podía retenerlo. Era la tristeza dulce que le consumía por no poder abarcar el mundo entero en una sola vida. La soledad de la playa que pisaba hoy, hacía que pudiera ensuciarse de pena sin prisa, sin interrupciones de caminantes descalzos que buscan el roce del agua fría por una extraña razón que no podía imaginar. Sentado, abrazado a sus rodillas, con la mirada fija al frente, respirando el salitre, sintiendo su piel curtiéndose a merced del viento y el sol... era un buen lugar para sentirse pequeño. Un velero recortado en el horizonte completaba el cuadro que acompañaba el vuelo de las gaviotas a lo lejos. Aún quedan islas con playas en las que se puede olvidar.

   Cerró la mano sobre un puñado de arena fina que se escurría entre sus dedos deseando escapar. Le gustaba su roce sobre la piel, cálido por el sol, mil pinchazos al mismo tiempo que podía apretar y soltar. A su alrededor, algunas zonas estaban cubiertas de algas aún verdes, que la tormenta de anoche había desterrado tierra adentro. Las tormentas en la orilla son aún mejores para la nostalgia, pero la de ayer se le había escapado. ¿Cómo podría haber pensado que había algo más importante? El barco casi había desaparecido tras el cabo que mordía el agua a su izquierda. El grupo de gaviotas que lo perseguía no se rendiría hasta llegar a puerto. Detrás de él, la piedra escarpada ascendía en ángulo hacia algún lugar mucho más cercano, y mucho menos interesante. Nada en tierra firme te podía hacer sentir más insignificante que aquella llanura azul que tenía ante él, ni las montañas más altas pueden causar indefensión como aquélla. Era un refugio para dejar que el corazón pesara sin miedo a mostrar debilidad... somos débiles. Estaba completamente solo.

   Le pareció ver una sombra frente a él. Una cabeza, unos hombros, emergieron muy despacio. Casi podía ver el brillo de las gotas de agua resbalando por el cuello, largo y delgado, que había comenzado a crecer, rompiendo la calma de la superficie casi lisa. Era un hombre alto, caminaba despacio haciendo esfuerzos por adelantar una pierna, luego otra. Estaba completamente desnudo, y, cuando llegó a la orilla, no se detuvo. Entornó los párpados para poder librarse de la luz del sol que le impedía ver con claridad. No conseguía distinguir más que la silueta a contraluz que se dirigía hacia él. Nadie se bañaba desnudo en febrero en el mar. Su piel era blanca, casi transparente, y su pelo, negro como la misma noche, se pegaba empapado a su cabeza, saltando sobre su nuca pálida hasta llegar a los hombros. Era demasiado delgado para su estatura, con aspecto de enfermo, pero, una vez fuera del agua, se movía con una sorprendente agilidad sobre la arena. Sus ojos también eran negros, pero no pudo darse cuenta hasta que el curioso bañista no se había sentado junto a él y lo miró fijamente. Sólo un segundo después, él también abrazó sus rodillas y miró al frente.

- Pareces estar demasiado solo... - Su voz era profunda, como si viniera de un lugar muy lejano, pero sonaba a seguridad de que nada malo podría ocurrir. - Los hombres que se sientan en la playa una mañana de febrero no deberían hacerlo solos, o acabarán pensando demasiado.
- Me preguntaba qué hay más allá, y me dolía no poder estar en todos los lugares al mismo tiempo.
- Hay lugares a los que no se nos conduce porque no merecemos ser conducidos a ellos... y hay otros lugares que, simplemente, no son el nuestro.
- Yo no tengo un lugar, así que merezco estar en todos.
- Claro que tienes un lugar, pero huyes de él con el ímpetu de un loco ignorante. - Volvió a mirarlo y los ojos aún eran más negros.
- No es cierto, ¿de qué podría estar huyendo? Ocurre que, simplemente, no hay un lugar para mí. He encontrado sitios en los que descansar, sombras en el desierto, refugios contra el frío de la tormenta... pero ninguno de ellos era el mío. Me he cansado de la compañía de la gente que me amaba, he escapado en silencio sin despertarles por la vergüenza de no apreciar sus cuidados... Pero yo no tengo un lugar.
- ¿Sabes ya quién eres?
- No me interesa saber quién soy... Sólo quiero estar en todos los lugares al mismo tiempo... ¿Puedes concederme eso?
- Yo no puedo conceder nada. Sólo he venido para decirte algo... No olvides que realmente no importa el lugar. Estás demasiado solo... No huyas, deja de correr, no persigas lo que no necesitas. - Su mirada fija, oscura y brillante, fría... - He de irme....

   Se levantó despacio. Su piel blanca, cubierta de sal, reflejaba la luz del sol como si naciera de ella misma. No volvió a mirarlo. Caminó tranquilo hacia la orilla, sus pies entraron en el agua helada sin un temblor, sin una indecisión. Cuando hubo desaparecido regresó la nostalgia sin condimentos, pura y limpia. Deseó que le crecieran alas para volar sobre aquel cabo. Pero permaneció en el mismo lugar, abrazando sus rodillas y mirando al frente. Era un mentiroso, realmente sí había un lugar para él, un lugar conocido, vivido, cálido como una manta en la noche fría. Un lugar lejano, que se marchó en silencio sin despertarle.

- ¿Dónde estás?...
sábado, 21 de enero de 2012 0 comentarios

Dulces sueños

   Está atardeciendo tras la ventana. Enero avanza tan deprisa que casi no hemos sentido frío. Con una taza de café caliente en la mano, apartando la cortina blanca con la otra, mis ojos se pierden en un horizonte color ámbar poblado de olivos a contraluz. Es la hora de sentarse de nuevo, de desempolvar la tinta que amanecerá esta noche. En la radio, la voz de Fernando Olvera comienza a desangrar la canción de Solís... "Te extraño más que nunca y no sé que hacer..." Y yo no puedo apartar la mirada del marco que tengo delante. El sol casi se ha ocultado, y las pocas nubes que manchan el cielo se han vuelto de sangre roja, la misma que late en mi puño apretado alrededor de la tela. Finas arrugas parten de mis ojos desde hace tres días, recorren la piel, escurriéndose frente al cristal que al fin me separa de la noche.  "... el espejo no miente, me veo tan diferente..." La luz blanca de la pantalla convierte en fantasmas las paredes que la rodean, pero esta noche voy a escribir a mano, sobre el papel desnudo, con la tinta azul donde me esperan sumergidas las palabras que nacerán al rozarlo. Así cumpliré la penitencia de una noche más... "...era tan diferente cuando estabas tú..."
   Un último sorbo me acerca por fin la mirada. Me giro hacia la habitación en penumbra y camino despacio hacia la mesa. Un sillón negro, de respaldo alargado, me recibe sin una sola queja. Me echaba de menos. La tinta impaciente mancha por fin su tela... Las palabras nacen cortas, nacen dulces, nacen duras, con espinas y miel. No debería estar sentado aquí, sino tumbado entre sombras, con la mirada fija, como ayer, como antes de ayer... Sólo hay una razón para encontrarme hoy, para empujarme a la vigilia de este texto huérfano de luz, oscuro y solo. "...el frío de mi cuerpo pregunta por ti...". Esta noche hace dos meses que salí  de la tierra y dos noches que perdí mis alas. Me pregunto cómo se vería mi atardecer junto a tu mar. Dulces sueños.
domingo, 15 de enero de 2012 0 comentarios

Vodka

   El primer trago de vodka atravesó su garganta ardiendo como el veneno que en realidad deseaba tomar. No tenía el valor suficiente aún, o la desesperación no era tan abrumadora como para decidirse a preparar pociones mágicas... al menos todavía. Así que decidió dedicarse a los cuarenta grados de un brebaje endulzado con sabor a limón, que trataba de encubrir sin conseguirlo el aroma a alcohol que desprendían el vaso y la botella. Lo bueno de volver a beber es que a partir del segundo trago ya no resulta desagradable, simplemente te habitúas al regusto amargo que te sirve de instrumento para el olvido. Apoyó su frente sobre la palma de las manos y cerró los ojos. Deseaba volar, salir de su cuerpo, de su encierro carnal, de la superficie de su cerebro gris, con sus valles y montañas... Respiraba al ritmo del reloj de péndulo que colgaba de la pared. Tic... tac... tic... tac... El tiempo se lo llevaba, pero no conseguía volar. Elevarse por encima de la mesa, dejando su cuerpo apoyado en la misma posición patética que ahora tenía, con su espalda encorvada, con sus párpados pegados, con su cansancio, con su miedo... ¿Miedo a qué? ¿A morir? ¿A vivir? Sólo miedo. Un perrillo asustado por la tormenta que busca las piernas de su amo con desesperación, pero que no tiene amo. Que se esconde temblando en un rincón de la habitación más oscura, gimiendo y llorando mientras el cielo se rompe a su alrededor. Abrió los ojos sin levantar la cabeza. La mesa de madera oscura, con sus vetas onduladas, con sus imperfecciones, con sus marcas de objetos apoyados en ella durante años y que hace años que desaparecieron... la mesa, le devolvía la mirada con una sonrisa malévola. Se reía de su mirada sin vida, de su cara pálida como la luna que menguaba allá afuera, de sus ojeras malvas emboscando sus ojos hundidos, y de su aliento sucio por la recaída en el hábito de huir. Al menos había tenido el buen gusto de acompañar el vaso con el Réquiem de Mozart... ya que deseaba morir esta noche, al menos quería representarlo con elegancia. Al levantar la mirada observó los cuadros de la habitación. Las paredes oscuras casi los ocultaban a cualquier intento de apreciarlos con claridad, pero los conocía demasiado bien como para necesitar luz. Todos ellos eran recuerdos de ciudades de cielo gris con aguacero, de tormentas de verano, de lluvia fría de invierno, de hojas secas cubriendo el camino... ¡Qué largo es el camino! Si alguien nos lo advirtiese al comenzar a caminar, si escuchásemos en algún momento las palabras que nos advierten... Cuadros oscuros sobre pared oscura, música oscura sobre alma oscura...

   Ya había perdido la cuenta de los tragos de aquella bebida salvadora, cuando comenzó a sentir esa agradable sensación de abandono que precede a la euforia... Pero quería saltarse esa parte, sólo tiene sentido cuando estás acompañado. Cuando se unen, la soledad y la borrachera no saben de compadreos, ni de palmadas en la espalda, ni de recuerdos compartidos. Así que decidió pasar directamente por encima de la felicidad impostora, de la alegría farsante, para hundirse sin parada previa en el agujero oscuro que acompaña a la desesperanza. Esa falsa aceptación de que todo está perdido ya, de que uno debe rendirse a la fatal evidencia de que no hay remedio para su propia vida. La forma de llegar raudo a esa zona roja que precede al malestar físico y a la verdadera enfermedad, se alcanza tanto más velozmente cuanto más veloces somos aumentando la cantidad de brebaje ingerido. Es una especie de fórmula matemática que nos muestra el atajo hacia la inconsciencia.  En aquella habitación caldeada por una calefacción demasiado alta, el atajo fue abordado con celeridad... tanta que ya comenzaba sentirse mareado.


   Fue entonces cuando una mano igual a la suya comenzó a surgir de la suya... Al verla pensó que estaba llegando al límite, que pronto dejaría de sentir cualquier cosa que no fuera un movimiento constante de la habitación de abajo hacia arriba, como una película de cine mal calibrada... La sorpresa fue que, de repente, una mano nueva comenzó a surgir de la mano que aún no tenía gemela. El fenómeno se fue extendiendo, ascendiendo por el brazo hasta llegar a los hombros, bajando por el pecho, que empezó a duplicarse hacia el frente, al mismo ritmo en que se duplicaba su propio rostro. Los pies y piernas continuaron con el proceso de modo que, en menos de un minuto, había pasado de estar borracho, a estar borracho fuera de su propio cuerpo. ¡Vaya! Parecía que al final lo había logrado. Se giró para observarse a sí mismo,  pero el cuerpo físico, desprovisto de la fuerza vital que lo sujetaba, se había desmoronado sobre la mesa en una posición inverosímil, como un muñeco de goma abandonado tras la noche de Reyes. Observó la degeneración de su anterior hogar, ése que había compartido durante tantos años con dolores de muelas, heridas, roturas de huesos y enfermedades que, a veces, le dejaban postrado en cama durante semanas. Agarró su propia cabeza por el pelo, y la elevó para mirarse a los ojos... no encontró más que vacío profundo. Horrorizado, la dejó caer con un golpe sordo sobre la madera maciza... pero, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, se sentía enormemente reconfortado. Ya no había dolor físico, no había cansancio, no había miedo... Sólo un pequeño globo de recuerdo flotaba alrededor de sus ojos duplicados. Era rojo como la sangre, ligero como una pluma mecida por el viento, y su movimiento era previsible... cada dos parpadeos pasaba por delante de sus ojos. Intentó apartarlo de un manotazo, como quien aparta las moscas molestas en verano. Pero cada vez que lo intentaba, su mano duplicada atravesaba el recuerdo sin rozarlo. Intentó dejar de parpadear desesperadamente, pero su acompañante continuaba su recorrido incansable, inacabable... Se dirigió a la puerta de salida hacia la noche exterior y se detuvo en el umbral a respirar por fin... No sentía dolor, no sentía frío, no sentía nada... Cualquier observador desde cualquier ventana, si es que alguno se aventuraba a observar en la madrugada, habría podido vislumbrar una figura erguida, decidida, y acompañada por un pequeño globo en movimiento. Dentro de él, rodeado de paredes rojas y suaves, un diminuto gato negro dormía entre dulces sueños y pesadillas. En sus momentos de despertar, tan breves, sus miradas se cruzaban en el centro del espacio que los separaba, y una luz verde atravesaba sus ojos duplicados para enseñarle a comprender. Se olvidó de la música, se olvidó del cuerpo, de la casa... Se adentró en la noche perseguido por su sombra bajo las farolas. Atravesó llanuras pobladas de campos cultivados de trigo y maíz, de olivos y vid... Subió a la nieve fría del invierno de las cumbres, alcanzó al mar azul como la madrugada y se zambulló en él. Charló con habitantes de todas las ciudades, se detuvo en todos los cruces de caminos y dudaba... Durmió solo en bosques oscuros y apreció la claridad del alba sin frío, pasaron semanas, y meses, y años... No echaba de menos nada, excepto una sola cosa... Y resultó que, por lejos que huyera su alma emancipada, siempre habría un globo rojo de recuerdo, girando a su alrededor, habitado por un gato negro que dormía y despertaba...
viernes, 13 de enero de 2012 0 comentarios

Hispano Olivetti

   Estirado en el sofá y arropado con una gruesa manta de invierno, se concentraba en la lectura de "Desayuno en Tiffany's"... No se podía negar que Capote sabía lo que era ser un escritor. Llevaba varias semanas pensando en comprarse una Hispano-olivetti para buscar inspiración. Últimamente estaba convencido de que no podría salir nada con sentido de una pantalla tan fría. Quizá el mordisco de la máquina al folio en blanco le impregnase algo de vida o, al menos, las palabras quedasen mejor dibujadas, con ese relieve de letra hundida, que al recorrer la página escrita con los dedos da la impresión de respirar. Los personajes de una buena historia no merecen ser creados en una nube de pixeles, en una pantalla blanca que soluciona el error sin tachaduras ni anotaciones al margen. La atmósfera con aroma a incienso, proveniente de un cono humeante junto a la ventana, daba a la habitación un aire de santuario. Las paredes estaban habitadas por libros convenientemente desordenados para dar la impresión de genialidad en curso, así como de una mezcla de películas clásicas y de terror que habían perdido la cuenta de las veces que fueron vistas. Era casi la una de la madrugada, y unas ojeras cansadas enmarcaban sus ojos cansados, que se negaban a rendirse sin saber algo más de Miss Golightly y su gato sin nombre. Había pensado que terminaría de leer el relato esa misma noche, pero no contaba con el timbrazo del teléfono a ésas horas... Alargó la mano y descolgó en mitad del tercer tono.

- Diga... - Su voz sonó más fresca de lo que esperaba, nadie diría que llevaba un par de semanas sin apenas pegar ojo.
- ¿Estabas dormido? - Una voz dulce de mujer preguntó al otro lado de la línea. Era una voz joven, vestida con camisa negra entallada, con pelo negro y ojos que atraviesan la oscuridad... una voz que no podrías dejar de esperar.
- Aún no, estaba leyendo un rato. He tenido un día complicado... no me salía nada. ¿Tú qué has estado haciendo?
- Esperaba la hora de llamarte... - Las palabras sonrieron al llegar a sus oídos - Pero mientras tanto me ha dado por pasar el día planeando un reto... Mi reloj marca una hora menos... te propongo viajar al pasado y yo te espero allí. Podremos perdernos en lugares que yo veo por primera vez y tú acabas de ver un poco antes.
- Veamos si lo entiendo... ¿Propones que escape del insomnio viajando en el tiempo para recorrer sitios en los que he estado sólo un rato antes?
- Exacto... la diferencia es que la segunda vez que los visites ya estarás a mi lado...
- Me gusta el plan. Voy a ir engrasando mi máquina del tiempo... - Sus ojos brillaron por primera vez en todo el dia. - Pero dime, misteriosa voz del pasado, ¿acaso los lugares que compartamos serán diferentes mi segunda vez sólo por estar contigo? - La voz de él era despeinada, vestida con chaqueta marrón con coderas... acabada de llegar de un paseo bajo la lluvia.
- Así será si tus ojos miran de otro modo...
- Lo admito.... Nadie puede pisar el mismo lugar que ha pisado sólo, si cuando vuelve lo hace contigo. - Las palabras guiñaron un ojo.
- ¿Cómo estás? - la voz se desabrochó un botón más de la camisa y se puso cómoda.-No parece que estés durmiendo bien, me están llegando las quejas de tus ojos medio cerrados. Anoche, mientras dormía, me contaban lo mal que los sigues tratanto. Has de descansar.
- No les hagas caso... Estoy bien.
- No te creo... Te estoy leyendo estos días, no puedes engañarme. - La voz tenía cara de reproche divertido, y empezó a perfumarse las muñecas y la parte izquierda del cuello. Había cambiado a un color rojo brillante... Escarlata más bien.
- Está bien, seré sincero... Cada noche hablo con un gato blanco que llama a la ventana. Tiene tantas cosas que contar que ni siquiera tengo tiempo de dormir. Pero me está descubriendo que la vida puede ser diferente sin ser peor, que las letras tienen vida si se hunden en el papel usando una Hispano, y que puedes notar su respiración si las tocas. Luego se marcha al alba y me quedo sólo y sin Olivetti. Mis palabras no respiran ni se hunden en el papel, sólo parpadean junto a un cursor que no tiene alma, que se pone a su lado y se la roba a ellas también... Pobres... Han de agarrarse unas a otras para sujetarse y que el texto no se desmorone. Imagínate qué desastre sería tener que colocarlas a todas en orden de nuevo, si ni siquiera recuerdo cómo empiezo las cosas... - Y su voz olía a mar en calma y a sal lamiendo la orilla.
- Debes confiar en los gatos blancos del pasado... Ellos te siguen de cerca y saben volar sobre las ramas que tú no miras. Los cuentos viven ya impresos en el papel, bajo su superficie, sólo has de apartar la sábana que los cubre para dejar que todos los lean. - La voz era un maullido y un suave ronroneo. - Pero no son sus bigotes, ni su naricilla sonrosada, ni sus ojos, ni mucho menos sus uñas las que han de quitar la manta que cubre tus historias.
- Lo sé, por eso el alba me lo arrebata... Vuelve a mi pasado y planea nuevos juegos para mí... Te echo de menos... - La voz llovía sin refugio y calaba hasta los huesos.
- Pronto estaré de vuelta... yo también te extraño. Sólo espera... - Y un clic se la llevó hasta la noche siguiente.

   Decidió rendirse y cerrar los ojos... Miss Golightly de escurrió entre sus dedos y se durmió apoyando la cabeza en su pecho.
domingo, 8 de enero de 2012 0 comentarios

Viajero

   La noche es demasiado oscura hoy. La niebla que ha descendido de la colina a la caída de la tarde, ha ocultado el espacio más allá de las ventanas tras una cortina negra. En el interior de la casa, en el enorme salón cuadrado, el sonido de la leña al arder invade como una canción de invierno todos los huecos que el frío abandona. Es un salón con paredes de piedra y suelo de madera ajada, repleto de estanterías con libros desvencijados que hace demasiado que no se leen. Un par de lámparas de luz cálida colaboran con su brillo amarillento a arrinconar la oscuridad hacia la esquina opuesta. Alfombras de diferentes tamaños cubren el suelo casi en su totalidad, y, junto al fuego, se calientan dos sillones de piel que debieron de tener mucho mejor aspecto antaño. Sentado en uno de ellos, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, un hombre parece dormir un sueño profundo y relajado. Pero en realidad está despierto. Su respiración acompasada eleva su pecho en una especie de danza, que hace recordar al suave oleaje que llega a la orilla en un día de mar en calma. Profundas arrugas recorren su frente cada vez que un pensamiento rehuído o desagradable le asalta. Los escasos mechones de pelo blanco y desordenado, las manos huesudas que se aferran suavemente a los brazos del sofá, las manchas que pueblan la piel de su rostro, y dos grandes surcos que descienden veloces desde su nariz hasta las comisuras de sus labios, delatan los años vividos. A sus pies se tumba un viejo libro de tapas marrones que parece haber sido abierto muchas más veces de las que podía soportar, junto a él descansa un vaso de agua menos unos cuantos sorbos. El viejo está vestido con un pijama de cuadros escoceses y una bata oscura cerrada alrededor de su cintura. Nada se oye excepto el fuego y su respiración. Todo es cálido y agradable, pero en uno de los rincones... un rincón oculto a la luz, donde se refugian de la mano la sombra y el frío, una figura erguida apoya su espalda en la pared de piedra. Únicamente el reflejo de las llamas en sus ojos marrones delatan su presencia.

   Cuando ha llegado el momento, la figura da un paso hacia delante. Se trata de un hombre joven, de no más de treinta años. El pelo moreno se le riza en algunas zonas y la piel es pálida como la superficie de la Luna... es delgado y de apariencia frágil, pero su forma de caminar erguida y decidida, sin hacer apenas ruído, como en un susurro, aleja la idea de debilidad. Sólo ha pasado un momento desde que la luz de las lámparas le ha iluminado y ya está sentado en el sillón libre junto al fuego y al viejo. Lo mira con curiosidad y sus labios se curvan en una leve sonrisa...

- No estás dormido... - Su voz suena suave, como la música de una canción de cuna. Sus labios casi no se han separado al pronunciar la frase, pero las palabras se han formado con total claridad, como si alguien hubiese hablado por él.
El viejo niega con la cabeza sin abrir los ojos, sus manos siguen descansando en el mismo lugar. No sabe que no estuvo solo durante la tarde, pero espera la visita desde hace tiempo. Cuando por fin separa los párpados, la luz amarillenta se refleja en sus pupilas y las confiere mucha más vida de la que corresponde a un cuerpo tan ajado como el suyo.
- Has tardado demasiado tiempo. No pretendía parecer dormido, es sólo que en esta casa ya no tengo nada lo bastante interesante como para mantener los ojos abiertos. - Mantiene la mirada fija en el fuego mientras su frente se puebla de nuevo de profundos surcos realzados por la luz que llega de la lámpara a su derecha... - Ha sido un largo viaje...
- Bueno, quizá sea sólo el comienzo... - La sonrisa del joven se hace algo más amplia, y sus ojos se han olvidado ya de la curiosidad para dejar paso a la comprensión y la ternura. - No es la primera vez que nos encontramos... ¿lo recuerdas?
- Recuerdo un niño que apenas había aprendido a caminar... recuerdo el miedo y el frío... Y luego unos brazos calientes que me abrazaban... A ti no te recuerdo.
- Así había de ser, pero aun de ese modo me conoces, no necesito presentarme. Desde aquel frío y entre aquel miedo, escuchaste unas palabras...
- "Busca tu camino viajero, no es ésta la puerta que has de cruzar... pero recuerda, no importa el destino tanto como el sendero..." - Había vuelto a cerrar los ojos justo antes de que las palabras se formaran en sus labios, y al extinguirse su eco vuelve a abrirlos. Son negros como el azabache, oscuros como un pozo sin final.
- Cuéntame viajero, ahora que sabes que el destino es compartido e inevitable... ¿resultó agradable recorrer el sendero? Condenado como estoy a habitar para siempre el último recodo del camino, me atormenta el deseo de desandar lo que tú has andado.
- Ha sido un largo viaje... - Repite el viejo sin mirar al otro. - No sé si ha merecido la pena. Lo que he ganado, hace tiempo que lo perdí, muchos hermanos se han ocultado tras el bosque que limitaba la senda que recorría, y yo me he ocultado de otros muchos. La sangre derramada no siempre fue bien recibida, hubo quien se la bebió a pequeños sorbos para guardarla, y quien la engulló con avaricia para luego vomitarla. Las lágrimas nunca merecieron ser arrancadas de mis ojos, pero aun así brotaron demasiadas veces... He de contentarme con haber aprendido a manejar la noche del mismo modo que los días claros, con haber aprendido que los momentos son sólo momentos, y que sólo es para siempre aquello que no corremos a convertir en eterno. He tenido compañeros que he amado y me han amado, y otros que cruzaban para entorpecer mi paso... Ha sido un largo viaje...
- Me reconforta que hayas vivido, viajero... - El joven mantenía la mirada fija en el anciano, y sus palabras estaban cargadas de sinceridad. El otro se giró para mirarle fijamente por primera vez, por última vez. Sus ojos negros eternos no podían descansar... Sólo una lágrima escapó de sus ojos mientras una sonrisa de aceptación y resignación se dibujaba...
- Sólo temía una cosa en todo este tiempo... doblar la última curva una noche oscura de niebla, sentado solo...
- No estás solo, viajero... - El joven alargó su mano hasta posarla sobre la marchita mano del anciano sin dejar de mirarlo a los ojos. - Acompáñame...




 
 
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