¿Cuánto tiempo se puede vivir con un corazón que no late? Un corazón detenido, sin sangre repartida por los rincones del cuerpo, con la piel pálida y las manos dormidas. Luchando por una pizca de aire a bocanadas. ¿Cuánto tiempo se puede vivir? ¿Cuánto cuando no se quiere continuar, cuando te sientes cansado, cuando el viaje se hace demasiado largo y lo más importante no está ya dentro de tu maleta? ¿Cuánto dolor se puede sentir cuando cada respiración cuesta una vida, cuando el mundo se ha detenido para reírse de ti, cuando delante del espejo sientes náuseas? ¿Cuánto cuando despertar en la mañana o en mitad de la noche es abrir los ojos en medio de una caída oscura y fría? Un corazón que no late es un invierno demasiado largo, es un tren atravesando el desierto sin próxima parada, sin andenes, sin cafetería. Es una estatua de sal barrida por el viento, un animal enjaulado, una migración de aves hacia el este. Es un álbum de fotos de rabia y odio, de pena y de lágrimas sujetas, es una caricia en un pecho vacío.
Cuando colgó el teléfono pensó en el vacío de la muerte. Intentó imaginar la nada absoluta, la falta de luz, la falta de olor, de tacto... Trató de pensar en la falta de tiempo, concebir no la eternidad, sino la inexistencia de un momento, la ausencia de instantes. No lo consiguió. Así que se quedó sentado en el suelo, con la cabeza agachada y las manos cruzadas sobre la nuca. Una oleada de rabia le hizo temblar la espalda y lloró como un crío. Era 24 de junio, se celebraba el triunfo de la luz sobre la oscuridad, y el jodido día se negaba a terminar. El pecho le temblaba con las sacudidas del llanto, volvía a ser un niño herido tras una caída... sólo que esta vez la herida era mucho más profunda. Cuando consiguió calmarse levantó la mirada, la habitación estaba en penumbra. Se asomó a la ventana y allá abajo estaba el pueblo que le vio crecer, en silencio. Joder... el atardecer era precioso, a lo lejos la silueta de la montaña, ya oscura, ensombrecía el perfil de la ciudad que anhelaba. Maldita sea, deberías estar aquí para verlo, a mi lado. Respiró profundamente una vez, otra... consiguió retener las lágrimas. Abrió el grifo del lavabo y metió la cabeza debajo, el agua helada le llenaba de aguijones la nuca, la dejó caer por su cara antes de secarse. Se miró en el espejo... Las ojeras, los ojos rojos, la barba sin afeitar durante días. ¿Cuánto tiempo se puede sobrevivir sin latidos?
Cuando bajó las escaleras, en el jardín todos charlaban y reían. Nadie se había dado cuenta de que el mundo había dejado de girar. "¡Ya creíamos que nos habías abandonado!" Forzó una sonrisa y se sentó. La conversación, la cena... todo estaba a millones de kilómetros... él estaba a millones de kilómetros. ¿Cuánto dolor se puede sentir inventando una sonrisa? La noche anterior el sueño y el cansancio le habían vencido dentro del coche, aparcado junto a la acera. El alcohol le había conducido a un ataque de soledad tan profundo que no había podido llegar a casa. Había dormido una hora sentado frente al volante y, al despertar, le asaltó la desesperanza con tanta urgencia que le mantuvo pegado al asiento hasta el amanecer. ¿Cuánto tiempo puede seguir latiendo un corazón que echa de menos? Los brindis precedieron a la despedida... por fin la despedida. Sólo dos personas se mantenían sentadas cuando bajó de nuevo las escaleras. Se sentó a su lado. La noche era cálida, estaba en silencio. ¿Cuántas veces puedes compartir el silencio con alguien sin sentir que la necesitas?
- ¿Estás bien?
- No...
- No estás solo.
- Sí lo estoy...
- No puedes seguir luchando eternamente por esto... - Silencio.- Estamos en la trinchera contigo.
- Lo sé...
Al día siguiente no acudió al trabajo, ni siquiera necesitó abrir los ojos para despertar porque no los había cerrado. Sólo dejó una nota en su casa... "¿Cuánta distancia hace falta para olvidar un corazón podrido de latir?"
Imagina una piedra. Una piedra gris en un recodo del camino. ¿Es feliz? Lleva siglos ahí plantada. Erosionada por el viento y la lluvia, por el polvo y la hierba. Su aspecto ha cambiado a lo largo del tiempo. Cuando era joven sus aristas cortaban, herían, se enfrentaban al mundo que la rodeaba con tenaz rectitud, con dolorosa constancia. El paso de las estaciones la fue ablandando, puliendo, sacándole brillo. El viento comenzó a deslizarse suavemente por su cuerpo al sol. Poco a poco se hizo adulta. La lluvia hizo crecer musgo en su espalda, algunos animales hicieron nido bajo su pecho. La vida comenzó a bailar a su alrededor sin normas, sin medida. Luego llegaron hombres y mujeres, y de tanto caminar construyeron un camino. Ella se quedó plantada, sus raíces muertas hundidas en la tierra la mantenían constante y orgullosa en la vereda. Construyeron casas, levantaron puentes, trajeron el agua del río a sus espaldas y la bebieron. Tuvieron hijos y algunos se marcharon... otros siguieron construyendo casas, levantando puentes, y trayendo el agua del río a sus espaldas... Hoy los caminantes la rozan con sus pies, incluso a veces, alguno se atreve a sentarse sobre ella para recobrar el aliento, para quitarse la gorra manchada de polvo y sudor mientras el sol envejece su rostro. Han pasado mil estaciones, pasarán mil más... La vida se representa delante de ella, y ella sigue ahí plantada, ya sin aristas, sin el orgullo de herir la piel de quien se le acerca, sin el valor de impedir el paso del viento. Es sólo una piedra gris, anclada en un recodo del camino... ¿Es feliz?
Me siento. Abro un libro pero no lo leo. Lo leo pero no de veras, las frases se forman en mi cabeza a medida que los ojos las recorren, pero estoy pensando en algo. Estoy encerrado en la jaula de un zoo. El día es gris, pero las familias se aprietan al otro lado de mis barrotes. Soy un animal exótico, un bicho raro, un ser extraño, una anomalía evolutiva digna de ser observada. Dentro de mi jaula tengo mi habitación, mis estanterías con libros y peliculas, mi televisión, mi cama. No puedo salir. La mayoría de los días no quiero salir. Observo a los observadores. La cara de asombro de los niños, la media sonrisa de los adultos... Su compasión, su incomprensión, su curiosidad. "Mirad a ese hombre..." Se dicen. Hombre... ¿Es eso lo que soy? ¿Es esa la manera académica de definirme? En la pequeña tablilla informativa frente a ellos, unas letras mayúsculas en color granate rezan... UN HOMBRE SOLO. La descripción bajo la primera frase... "Atrapado en las calles de Madrid una noche de julio mientras caminaba solo entre la multitud. Extraño especímen existente sólo en determinadas novelas y en alguna película sueca. Se caracteriza por su total indiferencia ante el mundo que le rodea, su desinterés absoluto por la vida real, a la cual añade como aderezo grandes cantidades de ideas equivocadas que le hacen el camino más llevadero. Apenas necesita dormir, apenas come. Generalmente está en silencio aunque algunas noches y al alba, se le escucha sollozar. Su alimentación, aunque ligera, es omnívora. De trato antisocial, puede llegar a ser peligroso si se convive demasiados días a su lado." En la esquina inferior derecha... POR FAVOR, NO ALIMENTEN A LOS ANIMALES.
Paso las páginas como un autómata, en mi cabeza se forman imágenes de personas, recuerdos. Me pregunto si yo también seré un recuerdo para alguien. Cierro el libro y lo sujeto con ambas manos mientras miro a mi alrededor... Todo está en orden, entonces, ¿qué es lo que me inquieta? Siento una ansiedad sin causa, mi cabeza se mueve nerviosa, sin freno, de un lado a otro. Necesito levantarme. Me levanto. "Mirad, ¡se mueve!"... Como uno de esos tigres enjaulados que recorren su celda de izquierda a derecha, sin prisa y sin esperanza, así camino. No puedo dejar de pensar mientras lo hago, pero no reconozco lo que pienso. Cada vez que me acerco al final de la mitad de mi recorrido disminuye mi velocidad, a pocos centímetros de la pared giro, y camino en sentido opuesto. Una niña intenta tocarme desde detrás de los barrotes... su padre la estira del brazo con fuerza y la regaña. También está prohibido tocarme, es mejor así. Los médicos aún no han decidido si la desesperanza es contagiosa. Estoy enfermo. Paso una hora de un lado a otro de mi estancia, luego otra... y otra más. Los rostros que me observan van cambiando. Ha empezado a llover, se han ido, ha cesado la lluvia, han vuelto. Pronto echarán a los visitantes rezagados y cerrarán las puertas. Después caerá la noche. Esta noche no habrá Luna. Eso me entristece. Cuando la observo blanca allá arriba no puedo imaginar nada más hermoso. Me siento a mirarla y me pregunto qué artilugio la mantiene allí colgada... recuerdo a mi padre, cómo agujereaba el techo para sujetar las lámparas, subido a una vieja escalera desvencijada. Lo imagino enorme, sobre escalones enormes, manteniendo el equilibrio para colgar la Luna. Esta noche no habrá Luna. Recuerdo un día en que no la contemplé solo, cuando aún no era un animal exótico, ni un bicho raro, ni un ser extraño, ni una anomalía evolutiva digna de ser observada. Al menos no para todo el mundo. Ahora aquello es pasado. Ahora no importa... Me he sumido en la indiferencia.
- Hay tratamientos que pueden alargar el tiempo con una buena calidad de vida...
- ¿Cuánto tiempo?
- Cinco meses... quizá seis.
- ¿Y si no acepto el tratamiento?
- Eso no es una opción... Estás asustado, cualquiera lo estaría. Quiero que vayas a casa y hables con alguien. Llama a tus amigos, sal a tomar algo. Hace un buen día, camina un poco si lo prefieres, no tomes ninguna decisión precipitada.
- ¿Cuánto tiempo sin tratamiento?
- Quizá un mes, quizá un poco más... Sería doloroso, no puedes condenarte a eso. Tómate un par de días antes de decidir nada... te veré pasado mañana a la misma hora.
- Está bien.
Se levantó del sillón despacio, sus movimientos se habían ralentizado al mismo tiempo que los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Cuando alcanzó la calle notó el calor del sol de mediodía, el olor a tráfico y a asfalto recalentado... La ciudad respiraba repleta de personas que caminan hacia sus trabajos, toman café, se cruzan sin mirarse y se miran furtivamente sin cruzarse... Caminó sin prestar atención a nada de todo aquello, con la mirada en sus propios zapatos, que se adelantaban a su cuerpo como seres individuales sin rumbo definido. Pensaba en los seis días de vacaciones que tenía planeados para dentro de dos semanas. Seis días solo en aquella casa de madera en el valle... Seis días para leer, escuchar música, caminar, tomar aire... Pensaba en que quizá en aquel valle se pudiera disfrutar aún de un cielo gris a estas alturas del año, quizá unas gotas de lluvia... Pensaba en la cocina de fogones oscuros, en la cama deshecha, en el camino que conducía hacia la puerta... Pensaba en el olor de la chimenea, encendida sólo para olerlo... En el sonido de los grillos, en el de la grava suelta al pisarla cuando llegas con el coche, en el cuadro colgado sobre el tresillo y en cuando lo colgó allí. Pensaba en la gran pantalla de televisión donde había visto tanto cine en blanco y negro, solo y no tan solo.
Cuando levantó la cabeza no sabía dónde se encontraba. Había perdido la noción del tiempo... tenía hambre. Al otro lado de la calle entró en una cafetería. Pidió un sandwich de pollo y una cerveza. Era uno de esos bares de Madrid con camarero en camisa blanca y pantalón negro, uno de esos en los que nunca había comido hasta ahora. Estaba casi vacío. Sólo dos hombres se apoyaban en la esquina opuesta de la barra, parecían ser habituales, no necesitaban llamar para tener una copa de lo mismo entre las manos. Cuando le sirvieron se sentó en la única mesa que se apoyaba en el cristal que daba a la calle. Comió despacio, bebió despacio, pensó despacio... Tenía treinta y cinco años, un trabajo que le ayudaba a sobrevivir con relativa calma pero que no le pagaba con tiempo suficiente, un piso alquilado, el recuerdo de viajes a lugares no demasiado lejanos, una casa de madera en un valle... Cuando a uno le anuncian que va a morir, como un puñetazo en el estómago, como una arcada inesperada sin náusea previa, todo se vuelve gaseoso. Se flota, las manos dejan de tocar, los pies de rozar el suelo... Pensó en sus amigos, sólo tenía hermanos gracias a ellos... Pensó en sus padres, en cómo se habían marchado demasiado pronto, ¿o acaso existe alguno que no se fuera de ese modo? La mesa estaba fría, al terminar la comida apuró la cerveza y recordó cuando su sabor amargo no le gustaba... Pidió café, también amargo, y cuando le calentaba las manos miró hacia fuera. Debían de ser casi las tres, vio pasar a un par de críos de unos doce años con el uniforme de la escuela, luego pasó un anciano, caminaba erguido mirando al frente, decidido a llegar a dónde quiera que fuera... después pasó un gato, gris claro con rayas negras en el lomo, él no parecía tan decidido... dudaba entre un par de bolsas de basura apoyadas contra el contenedor, o descubrir los secretos ocultos bajo su tapa verde. Se decidió por las bolsas... cobarde. Eso le mantendría vivo.
Como seguía sin saber dónde se encontraba paró un taxi. Le dio la dirección de su casa y le dijo que no se apresurara. El taxista entrecerró los ojos en el retrovisor pero no dijo nada. Se dedicó a ver pasar la ciudad a través de la ventanilla, esa ciudad a la que siempre había regresado, como todos los fugitivos. Contemplar las calles dentro de un coche la convertía en un escenario. Los actores se movían demasiado deprisa y sólo se descubría una parte mínima de su actuación... un papel corto, un papel pequeño. Algunos fumaban sentados en un pequeño parque, otros salían cargados de bolsas de cualquier tienda, algunos discutían por estupideces, otros discutían por cosas importantes. Incluso había algunos que únicamente caminaban. Éstos eran los únicos que le hacían girar la cabeza para contemplar un segundo más de comedia, arrancarles un momento más de actuación cuando el telón casi caía. Vio los edificios deslizarse ante sus ojos guardando más funciones detrás de las paredes, algunas estaban en pleno entreacto, los espectadores habían aprovechado para ir al baño. Pero otras se representaban ante las ventanas en pleno nudo o casi en el desenlace. Cuando el taxi giró y se detuvo ante el portal, apareció ante sus ojos un enorme THE END... gris sobre fondo negro.
Abrió la puerta de madera blanca y entró en el salón. Se sentó en el sillón después de colocar en el reproductor una nueva historia en blanco y negro, una historia de oportunidad perdida, de vida interrumpida por estupidez, por limitaciones autoimpuestas, por profecías autocumplidas... Comenzaron a sonar las notas de Rhapsody in Blue mientras Nueva York mostraba su suciedad y su gloria en la pantalla, mezcladas en una serie de imágenes que podían llegar a ser dolorosas... En aquel momento Allen sabía lo que hacía. Durante poco más de hora y media sólo pudo pensar en cine, en gran ciudad...
Cuando la película hubo terminado se estiró hacia el teléfono y marcó despacio nueve números. Escuchó tranquilo el sonido de llamada e imaginó lo que estaría ocurriendo al otro lado... aunque realmente fuera un misterio para él. Una voz de mujer contestó...
- ¿Sí?
- Hola... Esta noche ponen Melancolía en el 27.
- No me la perdería por nada del mundo... ¿Cómo estás? - Seguro que sonreía...
- Como siempre, ya sabes... Dentro de dos semanas tengo pensado marcharme unos días a la casa. Creo que leeré un poco, me tumbaré, leeré un poco más, e incluso puede que me quede dormido.
- Podrías escribir algo.
- Sí, es cierto.... pero ya no sé escribir.
- Casi dos años sin escucharte y me tengo que enterar en la tercera frase de que has perdido un don... podrías haber esperado un poco para dar las malas noticias. - Ahora sí que sonreía. - Me alegro de oírte.
- Sólo llamaba para saber cómo estás.
- Estoy bien, estoy tranquila...
- Me alegro... Hoy he caminado sin rumbo durante unas horas por la ciudad, eso todavía sé hacerlo. -Ahora el que sonreía era él.
- Vaya, eso demuestra que todavía puedes salvarte... no te puedo dejar solo.
- Procuro evitarlo, la condena eterna es demasiado tentadora, me he decidido por ella. A partir de hoy me declaro amante del pecado capital siempre que sea realmente capital... - Se oyó una risa al otro lado de la línea.
- Deberíamos vernos...
- Sí... deberíamos.
- ¿Crees que podrías tomar un café conmigo antes de marcharte?
- Desde luego...
- Te llamaré la semana que viene, quiero contarte muchas cosas. ¿Recuerdas el lugar?
- Lo recuerdo.
- Nos veremos allí el miércoles, te llamaré para confirmarte la hora, ¿vale?... Te echaba de menos.
- Yo a ti también... lo siento.
- Bueno, me lo compensarás. Cuídate hasta entonces, ¿de acuerdo?
- Descuida, lo haré... Un beso.
- Ciao...
Colgó el teléfono y miró a su alrededor. Lo mejor sería darse una ducha. Cuando notó el agua caliente sobre su piel se relajó del todo. Siempre agua caliente, demasiado caliente, incluso cuando fuera se sudaba en pleno verano. Se secó ante el espejo empañado viendo una imagen borrosa de sí mismo, antes de abrir el armario y coger un bote de plástico blanco. Volvió al sillón, se sentó en la postura de siempre y eligió el canal menos cargado de banalidades que pudo encontrar.... Una a una fue tragando las pastillas blancas, hasta que se quedó dormido.
- ¿Cuánto tiempo?
- Cinco meses... quizá seis.
- ¿Y si no acepto el tratamiento?
- Eso no es una opción... Estás asustado, cualquiera lo estaría. Quiero que vayas a casa y hables con alguien. Llama a tus amigos, sal a tomar algo. Hace un buen día, camina un poco si lo prefieres, no tomes ninguna decisión precipitada.
- ¿Cuánto tiempo sin tratamiento?
- Quizá un mes, quizá un poco más... Sería doloroso, no puedes condenarte a eso. Tómate un par de días antes de decidir nada... te veré pasado mañana a la misma hora.
- Está bien.
Se levantó del sillón despacio, sus movimientos se habían ralentizado al mismo tiempo que los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Cuando alcanzó la calle notó el calor del sol de mediodía, el olor a tráfico y a asfalto recalentado... La ciudad respiraba repleta de personas que caminan hacia sus trabajos, toman café, se cruzan sin mirarse y se miran furtivamente sin cruzarse... Caminó sin prestar atención a nada de todo aquello, con la mirada en sus propios zapatos, que se adelantaban a su cuerpo como seres individuales sin rumbo definido. Pensaba en los seis días de vacaciones que tenía planeados para dentro de dos semanas. Seis días solo en aquella casa de madera en el valle... Seis días para leer, escuchar música, caminar, tomar aire... Pensaba en que quizá en aquel valle se pudiera disfrutar aún de un cielo gris a estas alturas del año, quizá unas gotas de lluvia... Pensaba en la cocina de fogones oscuros, en la cama deshecha, en el camino que conducía hacia la puerta... Pensaba en el olor de la chimenea, encendida sólo para olerlo... En el sonido de los grillos, en el de la grava suelta al pisarla cuando llegas con el coche, en el cuadro colgado sobre el tresillo y en cuando lo colgó allí. Pensaba en la gran pantalla de televisión donde había visto tanto cine en blanco y negro, solo y no tan solo.

Como seguía sin saber dónde se encontraba paró un taxi. Le dio la dirección de su casa y le dijo que no se apresurara. El taxista entrecerró los ojos en el retrovisor pero no dijo nada. Se dedicó a ver pasar la ciudad a través de la ventanilla, esa ciudad a la que siempre había regresado, como todos los fugitivos. Contemplar las calles dentro de un coche la convertía en un escenario. Los actores se movían demasiado deprisa y sólo se descubría una parte mínima de su actuación... un papel corto, un papel pequeño. Algunos fumaban sentados en un pequeño parque, otros salían cargados de bolsas de cualquier tienda, algunos discutían por estupideces, otros discutían por cosas importantes. Incluso había algunos que únicamente caminaban. Éstos eran los únicos que le hacían girar la cabeza para contemplar un segundo más de comedia, arrancarles un momento más de actuación cuando el telón casi caía. Vio los edificios deslizarse ante sus ojos guardando más funciones detrás de las paredes, algunas estaban en pleno entreacto, los espectadores habían aprovechado para ir al baño. Pero otras se representaban ante las ventanas en pleno nudo o casi en el desenlace. Cuando el taxi giró y se detuvo ante el portal, apareció ante sus ojos un enorme THE END... gris sobre fondo negro.

Cuando la película hubo terminado se estiró hacia el teléfono y marcó despacio nueve números. Escuchó tranquilo el sonido de llamada e imaginó lo que estaría ocurriendo al otro lado... aunque realmente fuera un misterio para él. Una voz de mujer contestó...
- ¿Sí?
- Hola... Esta noche ponen Melancolía en el 27.
- No me la perdería por nada del mundo... ¿Cómo estás? - Seguro que sonreía...
- Como siempre, ya sabes... Dentro de dos semanas tengo pensado marcharme unos días a la casa. Creo que leeré un poco, me tumbaré, leeré un poco más, e incluso puede que me quede dormido.
- Podrías escribir algo.
- Sí, es cierto.... pero ya no sé escribir.
- Casi dos años sin escucharte y me tengo que enterar en la tercera frase de que has perdido un don... podrías haber esperado un poco para dar las malas noticias. - Ahora sí que sonreía. - Me alegro de oírte.
- Sólo llamaba para saber cómo estás.
- Estoy bien, estoy tranquila...
- Me alegro... Hoy he caminado sin rumbo durante unas horas por la ciudad, eso todavía sé hacerlo. -Ahora el que sonreía era él.
- Vaya, eso demuestra que todavía puedes salvarte... no te puedo dejar solo.
- Procuro evitarlo, la condena eterna es demasiado tentadora, me he decidido por ella. A partir de hoy me declaro amante del pecado capital siempre que sea realmente capital... - Se oyó una risa al otro lado de la línea.
- Deberíamos vernos...
- Sí... deberíamos.
- ¿Crees que podrías tomar un café conmigo antes de marcharte?
- Desde luego...
- Te llamaré la semana que viene, quiero contarte muchas cosas. ¿Recuerdas el lugar?
- Lo recuerdo.
- Nos veremos allí el miércoles, te llamaré para confirmarte la hora, ¿vale?... Te echaba de menos.
- Yo a ti también... lo siento.
- Bueno, me lo compensarás. Cuídate hasta entonces, ¿de acuerdo?
- Descuida, lo haré... Un beso.
- Ciao...
Colgó el teléfono y miró a su alrededor. Lo mejor sería darse una ducha. Cuando notó el agua caliente sobre su piel se relajó del todo. Siempre agua caliente, demasiado caliente, incluso cuando fuera se sudaba en pleno verano. Se secó ante el espejo empañado viendo una imagen borrosa de sí mismo, antes de abrir el armario y coger un bote de plástico blanco. Volvió al sillón, se sentó en la postura de siempre y eligió el canal menos cargado de banalidades que pudo encontrar.... Una a una fue tragando las pastillas blancas, hasta que se quedó dormido.
"Piensas demasiado..." La frase se repetía una y otra vez en su cabeza, como una grabación insistente cuyo propósito era una causa perdida. Llevaba todo el día repoblando su entorno con sonrisas fingidas, escuchando frases que le producían nauseas saliendo de personas a las que despreciaba... Personas vulgares, personas normales, con problemas insignificantes, hormonados en sus cerebros vacíos hasta convertirse en problemas desproporcionados sólo para ellos. La capacidad de masticar el desprecio y tragarlo clandestinamente, mientras lo sazonaba con palabras de comprensión y ánimo, la había ido perfeccionando con el paso de los años hasta convertirla en una suerte de arte de tragar bilis con disimulo. Había terminado por preferir la soledad. Tantas noches, tantos días huyendo de ella, para encontrarse cómodo en sus brazos... La vida tiene un punto de ironía... "Piensas demasiado..."
Detuvo el coche con brusquedad justo delante de la cancela de entrada. Parecía que la calle estaba libre de vecinos, pero esperó un par de minutos para asegurarse... Al fin descendió a la calle desierta, introdujo la llave en la cerradura, y entró en su mundo ordenado hacía un par de días en un arrebato de búsqueda y de sacar la basura. Toda la basura. En algún panfleto infame de New Age había leído que el primer paso para ordenar la mente era ordenar el jodido salón de casa... Malditos vendedores de humo... Aunque debía reconocer que el ejercicio de sacar brillo a muebles baratos le había hecho detener por unas horas el pensamiento... "Piensas demasiado..." La consecuencia era que desde anteayer, los libros estaban en su lugar, los papeles sobre la mesa habían desaparecido y al fin se podía entrar en la cocina. Así que entró en su ordenado mundo para ponerse un whisky con hielo... Abrazado a él se sentó en el sillón y encendió la tele. Repasó mentalmente, entre sorbo y sorbo, todas las posibilidades de ver buen cine que le miraban desde la estantería... Se decidió por Bergman... Fresas Salvajes... Por qué no vagar un poco entre la mente atormentada de otro antes de ir a dormir... Dormir, una estúpida sonrisa, esta vez no fingida pero igual de lamentable, se dibujó en su cara. Llevaba más de seis meses sin pegar ojo más de tres puñeteras horas diarias. Sus ojos se habían hundido, y su barba, sin afeitar desde hacía más de una semana, le daba el aspecto justo de fracaso como para que nadie se preguntara qué hacía ese tipo con un whisky en la mano. Lo extraño para cualquier observador externo sería por qué demonios no tomaba algo más fuerte.
Trató de concentrarse en el viaje en coche del acabado profesor Isak Borg, muerto en vida, mientras se levantaba cada vez que necesitaba llenar el vaso. Al tercer parón comprendió que valía más la pena dejar la botella a su lado, en lugar de emprender viajes cada vez más a la deriva hacia la cocina. Al colocar las piernas encima de ella, uno de los libros colocados sobre la mesa, cayó al suelo dejando entrever la esquina de un marcador de página bastante particular. Recordó el momento en que decidió usar la foto de ella para marcar precisamente ese libro. "Déjame en paz... no te necesito..." En la pantalla, el bueno y estúpido de Isak recibía su sentencia... Su cicerón pronunciaba una frase... ¿La condena? Supongo que la misma de siempre... la soledad. Pobre Isak, tenían que explicárselo todo.
Cerró los ojos un segundo, se sentía mareado. No había comido nada en todo el día, y el alcohol comenzaba a cumplir la misión encomendada cada noche. Llegaba el momento de dejar de pensar... o de comenzar a pensar con lucidez. Afuera la noche se derramaba sudorosa y sucia, llamaba a la ventana con sus nudillos gastados de tanto ser usada... la abrió para dejarla entrar. Y cuando volvió al sillón el vaso ya no era necesario, la botella se ofrecía directa y llena de lujuria para que la tomara. Miró a su alrededor... joder, la verdad es que estaba todo asquerosamente limpio. Dejó de prestar atención a las imágenes en blanco y negro y recogió el libro del suelo. Lo abrió por el lugar en que asomaba esa maldita esquina de fotografía... había una frase subrayada con mano firme y bolígrafo negro... Tu vida no ha de ser superficial y tonta, porque sepas que tu lucha ha de ser estéril... Ése Hesse descarado, insolente, malnacido un dos de julio cien años antes, se atrevía a decirle siempre lo que no quería oír. Un alemán muerto sabía más de él que él mismo. Arrojó el libro sobre la mesa y sujetó la foto. "Piensas demasiado..." Una especie de corriente eléctrica subió desde ella a través de sus dedos, a través de su brazo, hasta alcanzar sus ojos cerrados... Los abrió para volver a mirarla. "¿Cómo te atreves a decir que se ha esfumado? No te necesito, puedes largarte cuando quieras... Mírame, ¿no lo ves? Me basto a mí mismo para seguir adelante... ¿Por qué tuviste que llegar?"
Se levantó tambaleante por última vez esta noche, los créditos desfilaban por la pantalla lentos e ilegibles. Apoyado en el respaldo del sillón consiguió abrir la puerta hacia la escalera y su dormitorio. A su espalda se verían toda la noche unas cuantas luces encendidas apoyadas por el resplandor de una pantalla en blanco negro. Subió la escalera agarrado a la barandilla como si fuera su salvavidas, llegó al dormitorio donde le esperaba la misma cama deshecha y se tumbó boca abajo. Levantó la mano izquierda y puso la foto frente a sus ojos. Afuera se oía el aullido de los perros del vecindario pero esta noche nada le quitaría el sueño. "Te odio... No me importas, nunca lo has hecho... Ya no... ¿Cómo coño querías que afrontara esto?" Unos ojos multicolor le devolvían la mirada en silencio desde el papel. Dejó caer la cabeza al fin en la almohada y se durmió a su lado.
Detuvo el coche con brusquedad justo delante de la cancela de entrada. Parecía que la calle estaba libre de vecinos, pero esperó un par de minutos para asegurarse... Al fin descendió a la calle desierta, introdujo la llave en la cerradura, y entró en su mundo ordenado hacía un par de días en un arrebato de búsqueda y de sacar la basura. Toda la basura. En algún panfleto infame de New Age había leído que el primer paso para ordenar la mente era ordenar el jodido salón de casa... Malditos vendedores de humo... Aunque debía reconocer que el ejercicio de sacar brillo a muebles baratos le había hecho detener por unas horas el pensamiento... "Piensas demasiado..." La consecuencia era que desde anteayer, los libros estaban en su lugar, los papeles sobre la mesa habían desaparecido y al fin se podía entrar en la cocina. Así que entró en su ordenado mundo para ponerse un whisky con hielo... Abrazado a él se sentó en el sillón y encendió la tele. Repasó mentalmente, entre sorbo y sorbo, todas las posibilidades de ver buen cine que le miraban desde la estantería... Se decidió por Bergman... Fresas Salvajes... Por qué no vagar un poco entre la mente atormentada de otro antes de ir a dormir... Dormir, una estúpida sonrisa, esta vez no fingida pero igual de lamentable, se dibujó en su cara. Llevaba más de seis meses sin pegar ojo más de tres puñeteras horas diarias. Sus ojos se habían hundido, y su barba, sin afeitar desde hacía más de una semana, le daba el aspecto justo de fracaso como para que nadie se preguntara qué hacía ese tipo con un whisky en la mano. Lo extraño para cualquier observador externo sería por qué demonios no tomaba algo más fuerte.
Trató de concentrarse en el viaje en coche del acabado profesor Isak Borg, muerto en vida, mientras se levantaba cada vez que necesitaba llenar el vaso. Al tercer parón comprendió que valía más la pena dejar la botella a su lado, en lugar de emprender viajes cada vez más a la deriva hacia la cocina. Al colocar las piernas encima de ella, uno de los libros colocados sobre la mesa, cayó al suelo dejando entrever la esquina de un marcador de página bastante particular. Recordó el momento en que decidió usar la foto de ella para marcar precisamente ese libro. "Déjame en paz... no te necesito..." En la pantalla, el bueno y estúpido de Isak recibía su sentencia... Su cicerón pronunciaba una frase... ¿La condena? Supongo que la misma de siempre... la soledad. Pobre Isak, tenían que explicárselo todo.
Cerró los ojos un segundo, se sentía mareado. No había comido nada en todo el día, y el alcohol comenzaba a cumplir la misión encomendada cada noche. Llegaba el momento de dejar de pensar... o de comenzar a pensar con lucidez. Afuera la noche se derramaba sudorosa y sucia, llamaba a la ventana con sus nudillos gastados de tanto ser usada... la abrió para dejarla entrar. Y cuando volvió al sillón el vaso ya no era necesario, la botella se ofrecía directa y llena de lujuria para que la tomara. Miró a su alrededor... joder, la verdad es que estaba todo asquerosamente limpio. Dejó de prestar atención a las imágenes en blanco y negro y recogió el libro del suelo. Lo abrió por el lugar en que asomaba esa maldita esquina de fotografía... había una frase subrayada con mano firme y bolígrafo negro... Tu vida no ha de ser superficial y tonta, porque sepas que tu lucha ha de ser estéril... Ése Hesse descarado, insolente, malnacido un dos de julio cien años antes, se atrevía a decirle siempre lo que no quería oír. Un alemán muerto sabía más de él que él mismo. Arrojó el libro sobre la mesa y sujetó la foto. "Piensas demasiado..." Una especie de corriente eléctrica subió desde ella a través de sus dedos, a través de su brazo, hasta alcanzar sus ojos cerrados... Los abrió para volver a mirarla. "¿Cómo te atreves a decir que se ha esfumado? No te necesito, puedes largarte cuando quieras... Mírame, ¿no lo ves? Me basto a mí mismo para seguir adelante... ¿Por qué tuviste que llegar?"
Se levantó tambaleante por última vez esta noche, los créditos desfilaban por la pantalla lentos e ilegibles. Apoyado en el respaldo del sillón consiguió abrir la puerta hacia la escalera y su dormitorio. A su espalda se verían toda la noche unas cuantas luces encendidas apoyadas por el resplandor de una pantalla en blanco negro. Subió la escalera agarrado a la barandilla como si fuera su salvavidas, llegó al dormitorio donde le esperaba la misma cama deshecha y se tumbó boca abajo. Levantó la mano izquierda y puso la foto frente a sus ojos. Afuera se oía el aullido de los perros del vecindario pero esta noche nada le quitaría el sueño. "Te odio... No me importas, nunca lo has hecho... Ya no... ¿Cómo coño querías que afrontara esto?" Unos ojos multicolor le devolvían la mirada en silencio desde el papel. Dejó caer la cabeza al fin en la almohada y se durmió a su lado.
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