martes, 8 de enero de 2013

Ansiedad


 Me he despertado y no podía respirar. Con los ojos abiertos de par en par buscaba aire y no lo encontraba. Sólo un pequeño soplo de oxígeno se abría paso hasta mis pulmones y me mantenía consciente. Veía sobre mí el techo de la habitación, las paredes, la lámpara de la mesilla que nunca enciendo. La luz entraba por la ventana gris y mortecina, seguro que estaba nublado. Me esforzaba, lloraba, pero mi pecho estaba cerrado. O quizá fuese un nudo en la garganta... no lo sé. Tenía frío pero sudaba. Con la boca abierta hacía un ruido horrible, podía escucharlo dentro de mi cabeza, quería gritar pero no podía... Sentía el corazón golpeando furioso el interior de mis oídos, la sangre corriendo por mis sienes... latiendo, latiendo...

   Justo cuando comenzaba a aceptar que todo acababa ahí, que el viaje terminaba al fin y que iba a ocurrirme solo en mi cama, una mañana en que apenas entraba luz a través de las cortinas, cuando ya sentía alivio y resignación porque yo tenía razón, porque no había merecido la pena... justo en ese instante, una bocanada profunda se me hundió bajo el pecho volviéndome a la vida. Muy despacio, aceptando la nueva situación, mi corazón fue deteniendo la estampida y uniéndose a la rutina tediosa de latir sesenta veces por minuto. Apoyé las manos sobre la manta a ambos lados de mi cuerpo y dejaron de temblar. Tenía las mejillas empapadas por las lágrimas, pero las inspiraciones eran cada vez más profundas. Creo que soñaba justo antes de despertar... sí, soñaba. Había música en mi sueño, y atardecer y luego noche y... Sí, tú estabas allí. No podías caminar y yo te llevaba sobre mis brazos, con los tuyos alrededor de mi cuello. Supongo que es culpa de la nostalgia... O de la magia.

   Ahora estoy más tranquilo. He conseguido salir de la cama y meterme en la ducha. El agua caliente me ha venido bien. Salir de la ducha a un baño invadido por el vapor, al espejo empañado, siempre me ha dado sensación de calor y tranquilidad. Me he secado despacio y me he sentado desnudo en el suelo. Miraba la puerta, el pestillo cerrado, porque siempre lo cierro, aunque esté solo. Es una puerta vulgar de roble, barata, pero yo no la veía. Pensaba en lo que venía después, en abrirla y en buscar la ropa en el armario, en desayunar en casa con el sonido de la televisión o en salir en ayunas. ¿Sabes?, me hubiese quedado en ese baño. Pero he tenido que salir, porque dicen que la vida no se puede vivir como uno quiere... y detrás de la puerta hacía más frío. Así que he cogido del armario unos vaqueros gastados, un jersey que vivió mejores momentos y unas zapatillas, y me he vestido deprisa para salir de allí cuanto antes. 

   No entraba apenas luz por mi ventana porque apenas la hay en la calle. Todo es gris, las aceras, las fachadas, las personas... Todos caminan deprisa hacia algún lugar, todo es vulgar y sucio, todo es banal, todos lo son. Dos hombres con traje oscuro caminaban detrás de mí charlando de estupideces. Cosas sin importancia. Una de esas conversaciones de cortesía a las que han conseguido hacernos sentir obligados. Me ha dado náuseas. Palabras vacías, personas vacías, vidas vacías. Y entonces he pensado que quizá la vida sea sólo esto... Un ataque de ansiedad al despertar, un día nublado y frío, una conversación absurda acerca del reintegro de la lotería... ¿Y si la vida fuera simplemente algo vacío? ¿Y si estamos equivocados, tú y yo, y no vale la pena buscar un sentido? O quizá tengamos razón y hay algo más que se nos aleja, que juega con nosotros, que se deja rozar y luego desaparece. Y quizá no es una locura pararse en mitad de la calle para fotografiar la luna y enviártela, o echarte de menos cuando amanece. Quizá este odio, visceral y cabrón, hacia mi mismo, este desprecio por todo lo que no quiere volar, me esté consumiendo año tras año, y al final me convierta en un escéptico malhumorado. 

   Ahora he de vivir otro día repetido, de espera a que algo suceda, algo que aleje el sarcasmo porque ya no me haga falta defenderme. Te echo de menos.
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