lunes, 7 de enero de 2013

Refugio


   Estoy sentado en una esquina de la cafetería. Siempre busco los rincones apartados en los lugares públicos, es una costumbre, como la de asomarme a la ventana al entrar en habitaciones que no son mías. Pero además, desde aquí puedo observar con la sensación de no ser observado. Escondido detrás de un parapeto de indiferencia ajena espero que nadie se fije en mí. Estoy solo, siempre vengo solo a esta cafetería, es mi refugio en los días en que todo se vuelve demasiado insoportable como para mirarlo a la cara, un refugio de cobardía supongo. Nunca he sabido cómo afrontar la vida cuando se tuerce en una curva cerrada, todos sabemos conducir en línea recta, pero... ¿cuánto se ha de girar el volante? Así que vengo aquí en los momentos en que me encuentro desnudo, en los que pierdo el libro de instrucciones de esta puta vida. Hoy no sé cuál es el siguiente paso, el paso correcto, el paso que puede traerte de vuelta. 

   Ha amanecido con niebla, ¿sabes? Me he asomado a la ventana esta mañana y parecía que todo había desaparecido, que el mundo había huido arrojando en el suelo una bomba de humo blanco... que el mago se había marchado, que el truco había terminado... Y me he sentido bien. Luego todo se ha ido recortando, como si alguien colocase poco a poco primero las cosas más cercanas y luego se fuera alejando despacio y todo recuperase su lugar. Cuando he salido, ya la calle estaba como siempre, en el lugar de siempre. Y yo no quería despertar. Así que he decidido que merecía la pena esconderme un rato, observar las vidas que conducen en línea recta, que beben café y toman sus bollos y charlan y sonríen. Pero has conseguido encontrarme... y ahora estás sentada a mi lado, y me miras. Y yo esquivo la mirada, y hago como que no te veo, y miro por la ventana las vidas que conducen en línea recta, que caminan y que se suben a un taxi blanco y que charlan y sonríen. Y levanto la mano para llamar al camarero por si él logra hacerte desaparecer. Pero, cuando me sirve de nuevo, sólo habla conmigo, no te dice nada, y tú no dejas de mirarme. 

   Y yo tengo miedo de girar la cabeza, porque no sé si me miras con cariño, con lástima, con odio o con esperanza. Así que vuelvo a mirar por la ventana o abro el libro y empiezo a leer palabras mecánicamente, sin comprenderlas, y de ese modo las insulto, porque no fueron escritas para eso. Y lo cierro porque empiezan a gritarme tu nombre, porque se vengan de mí gritando que me has encontrado, también en mi rincón apartado para cobardes. Y yo las amordazo porque tienen razón, porque la verdad, la única verdad, es que tu mano ha rozado la mía hace un instante y yo no he querido apartarla. Y ahora todo es vacío, y lo que me gustaría de veras sería gritar a todas esas vidas que se conducen rectas que no son nada, y levantarme y destrozar el cristal de la ventana con la silla en la que estoy sentado, y que todos me vieran... y te vieran. Pero no lo hago, porque éste es un rincón para cobardes, y cada vez se hace más estrecho, y las paredes se me acercan y ya no me dejan respirar. 

   Así que pago la cuenta al camarero que no te ve, y me levanto, y salgo a la calle que ya está como siempre, en el lugar de siempre. Y dejo que me persigas, y sigo teniendo miedo a mirarte, pero no a saber que no puedo escapar de ti... Que no quiero escapar de ti. Quiero pensarte, quiero herirme contra tu imagen, quiero sangrar todo lo que recorre mis venas desde que no estás. Quiero pudrirme contigo y que nos muramos los dos al mismo tiempo. Y ya no voy a huir, y ya no voy a esconderme. Y voy a buscar tu voz, y tu pelo, y voy a hundir mis dedos en tu recuerdo, y voy a abrirlo de parte a parte hasta encontrarlos. Y ya no me miras porque ya no hace falta, porque ya sabes que caminas conmigo.
...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ven a pudrirte conmigo.

Luis Larraya dijo...

A cualquier lugar.

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