Cada mañana me como mis sueños para desayunar
y salgo a la calle enfermo porque ni siquiera están frescos.
Tienen sabor a viejo, a puerta oxidada dormida en la calle.
Después camino vestido con harapos de hambriento
pidiendo en cada esquina un plato de sopa caliente sobre tu pecho.
Sigo un tratamiento crónico de mentiras fundadas,
dos por la mañana, en las escaleras del metro,
tres de madrugada, para poder dormir.
Me corto con ellas a quince centímetros de la muñeca,
y así regreso a este cuerpo... anémico del tuyo.
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