Allí estaba ella
a los pies de la cama,
vestida con una blusa blanca
y la melena empapada.
Allí estaba yo
tumbado sobre los codos
mirándola.
Con la tripa revuelta,
con el alma en carne viva,
con la vida castrada.
Con los cimientos
inundados de sangre,
lágrimas antiguas,
y alguna que otra palabra desquiciada.
Fui niño hambriento
agarrando sus pechos,
fui hombre sólo de carne,
sin corazón que moleste,
entrando en su sexo,
sin vomitarle al oído,
sin paraguas, un te quiero.
Yo la quería, claro,
y entre polvo y polvo
nos amábamos.
Me leía sus poemas, me callaba...
les faltaba mala hostia.
Era de Stones, de Waits,
de Fante, de Bukowski...
Era yo con pelo rubio y ojos claros,
era yo con mi tristeza...
¿cómo no iba a quererla?
Pero se me olvidaba siempre
cuando follábamos.
Lo confieso,
no sé hacerlo de otra manera.
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