El primer trago de café le bajó por la garganta y le fue calentando desde dentro mientras caminaba. La mañana era fría, y el viento la vestía de una sensación aún más desagradable. Se había citado con su entrevistadora demasiado temprano como para cruzarse con nadie por la calle, era sábado. Fue condición expresa con el fin de evitar encuentros... no llevaba bien la fama, y a la redactora de la revista no le pareció demasiado sacrificio, si obtenía como recompensa la primera entrevista en cinco años que concedía el flamante nuevo vencedor del premio literario más importante concedido la República Francesa. Eso sin contar que, por primera vez en sus más de dos siglos de historia, se concedía a un escritor español, y, para mayor escándalo, éste se había negado a ir a recogerlo alegando unas misteriosas razones personales.
Se entretuvo escuchando el sonido de las hojas de un par de árboles enormes y de tronco grueso que flanqueaban la entrada al jardín de la princesita. La cabeza vuelta hacia arriba, las copas se interponían entre él y las nubes, maltratadas por el insistente y machacón viento de la mañana. No le gustaban las entrevistas, sentarse durante una hora delante de alguien que cree que te conoce porque ha leído un par de libros. Esta vez había accedido, a medias por la presión de la editorial, a medias por la obstinación de mandar un mensaje en una botella, de no dejar que el polvo cubra la memoria. Así que había tomado su ducha matutina, y había salido, esta vez sin dormir hasta la hora de la comida, como hacía desde hace casi diez años, desde que decidió que se escribía mejor de noche y en soledad, cuando nadie te espera en la cama.
Había escogido una cafetería casi arruinada por la falta de clientes, pero que le proporcionaría el nivel de intimidad que haría el drama algo más soportable. Cuando entró, todo estaba invadido de olor a café recién hecho y de calor. Sentada en una mesa junto al ventanal se encontraba la única clienta, una mujer de unos cuarenta y cinco años, bien vestida, que repasaba unas notas esparcidas sobre la mesa mientras abrazaba con las dos manos una taza de té caliente. Saludó con la cabeza al hombre que se afanaba detrás de la barra. Intentaba poner en orden los sobres de azúcar que debían corresponder cada uno a un platillo de los que se alineaban sobre la vitrina, como un ejército de soldados blancos a los que les falta la mitad de su cuerpo, pero que esperan armados con una pequeña cuchara desgastada el comienzo de la batalla. Una pieza de piano sonaba en la vieja radio al lado del fregadero.
La mujer seguía absorta en sus papeles cuando, de pie ante la mesa, la observó un poco más de cerca. Lo cierto es que parecía muy segura de sí misma, la imaginó peleando contra un mundo de hombres hasta llegar a sentarse sosteniendo aquella taza. Desprendía esa energía de seguridad que le resultaba agradable. Quizá la hora que la había concedido a su pesar, resultase algo provechosa al fin y al cabo. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta que le caía sobre la espalda.
- Buenos días.
Levantó la mirada sobresaltada por la interrupción, quizá su voz había sonado demasiado cortante... A fuerza de huir de las personas estaba perdiendo la capacidad de resultar simplemente cortés. Intentó aliviar su sensación con una leve sonrisa, le pareció forzada, así que sólo duró un par de segundos. Ella se levantó algo más relajada y le tendió la mano que él estrechó con torpeza.
-Buenos días señor K., gracias por concederme algo de su tiempo. Ha resultado bastante sorprendente. - Notó que se arrepentía nada más decirlo porque desvió la mirada hacia la calle.
-Todos me han hecho demasiado complicado el camino de una negativa, no hay nada que agradecer. Por favor, sentémonos. - El barman ya se acercaba con una nueva taza de café caliente que humeaba entre sus manos. Sería el segundo de la mañana.
Cuando ambos estuvieron sentados ella pareció relajarse. Reordenó sus notas con aire de profesionalidad y colocó una grabadora en medio de la mesa. Se acababa de vestir la coraza de periodista, volvía a desprender seguridad por todos sus poros. Quizá realmente estuviese en buenas manos.
-Espero que no le importe. - dijo señalando el pequeño aparato negro de la luz roja parpadeante. - Me temo que soy demasiado lenta escribiendo notas y no me gustaría dejarme nada en el tintero.
-Está bien. Con la condición de que nunca me deje oír mi voz, es algo con lo que me ha costado convivir siempre. - Esta vez sonrió sinceramente.
-Tenemos un trato. - La sonrisa fue devuelta. - No me gustaría entretenerle demasiado tiempo, sé que, por algún motivo, ha rehusado todas las entrevistas desde hace más de cinco años, no querría abusar de su confianza. Así que me gustaría empezar aunque aún tenga su café en las manos.
-Adelante...
Ella se irguió en la silla y presionó el botón de grabado, carraspeó ligeramente, quizá aún seguía algo nerviosa, comenzó a hablar.
-Ha sido usted un escritor tardío, publicó su primer libro de cuentos cuando acababa de cumplir los cuarenta años... ¿Por qué?
-Bueno, esa es una pregunta sencilla... Realmente he escrito durante gran parte de mi vida. Siempre tuve momentos que yo creía de inspiración, me sentaba delante de un papel, con el primer bolígrafo que encontraba, y comenzaba algo. La mayoría de las veces no lo terminaba, algunas incluso no pasaba de dos o tres renglones antes de que llegara a la conclusión de que estaba contando basura. Así que arrugaba el papel y me deshacía de él con todo lo que incluía. Las veces que realmente terminaba, cuando lograba llegar a un final, cuando surgía, guardaba el papel en algún lugar donde nadie pudiera leerlo. Me avergonzaba de lo que había imaginado. Así que podía ocultarlo en un cajón, o entre las hojas de un libro hasta que pasaba tanto tiempo que ya no lo recordaba. Luego lo encontraba cualquier día ordenando alguna estantería o buscando un libro que leer, releía un par de líneas y lo arrojaba a la basura. Todo lo que escribí antes de los treinta y cuatro años desapareció de uno de esos dos modos.
-Pero eso es muy triste...
-Quizá. Mirándolo desde otra piel puede resultar triste que desaparecieran, pero la verdad es que me enseñaron que algunas historias no deben ser contadas ni leídas por nadie. Sólo eran los desperdicios de un tipo solo aunque no lo estaba. Me aliviaba sentarme con mis bolígrafos... Así que supongo que cumplieron su propósito, y luego fueron olvidadas.
-¿No ha conservado nada de todo aquello?
-No.
-Definitivamente es muy triste... ¿Nunca sintió que estaba destruyendo parte de sí mismo con esos folios? Cuando se escribe se vuelca parte de lo que cada persona es en ese momento. ¿No se sentía mal al hacerlo?
-Se equivoca, cuando se escribe no se vuelca algo de lo que uno es... Se vomita sobre un papel en blanco algo que nos está destruyendo. Las historias dulces y acarameladas sólo muestran deseos que no se han cumplido. Las historias duras, las tragedias, simplemente escupen lo que nos jode por dentro. Era un auténtico placer destruirlas. La diferencia es que ahora no me avergüenza estar podrido.
-Es usted demasiado pesimista. ¿De verdad cree que todo lo que lleva escondido no merece la pena?
-Yo no he dicho eso. La suciedad puede merecer la pena si el que la recoge escucha su significado. Pero eso no evita que sea sucia y que huela mal.
Se movió incómoda en la silla y se pasó una mano por el pelo.
-Así que es por eso por lo que todas sus historias son grises...
-Quizá.
-Entonces... ¿Cómo se explica el éxito? ¿No cree que, si todo es como dice, las personas necesitarían un poco de esperanza, un poco de luz?
-El éxito me trae sin cuidado. Me permite vivir bien haciendo algo que me hace sentir mejor, escribo por puro egoísmo. Además pone comida en mi mesa y me permite darme algunos caprichos. Nunca me he preguntado de dónde ha surgido, ni me importa. - Se frenó, no quería resultar demasiado desagradable. - Si las personas necesitan algo de luz, no seré yo el que les diga dónde buscarla.
-¿Cómo se enteró del premio?
-Por una llamada de teléfono de mi editor.
-¿Qué opina de ello? Es el primer español que lo consigue, realmente es de los pocos escritores de habla extranjera que ha llegado a ganarlo.
-Bueno, supongo que los miembros del jurado habrán encontrado algo de luz... - ¡Alto! Frena el sarcasmo... - Mire, en el fondo todos tenemos nuestra vanidad. No soy un paladín de la libertad moral, ni un abanderado antisistema. Simplemente no me gusta la mayoría de la gente. Me siento algo hinchado por el premio, me resulta gracioso que se lo hayan concedido a un impostor.
-¿Impostor?
-Ya le he dicho por qué escribo... No soy un escritor.
-Es curioso que diga eso. ¿Qué hace falta para ser un escritor? Simplemente escribir...
-Supongo que hace falta querer serlo, quizá creer que lo eres.
-¿Por qué se ha negado a recogerlo? En París se ha armado un buen revuelo, incluso se ha sopesado la opción retirárselo.
-Hace años que hice una promesa que me impide acudir.
-¿Qué promesa? - De nuevo ella se arrepentía de la pregunta, aunque en realidad toda la entrevista sólo buscaba una respuesta a esa pregunta en concreto. Miró por la ventana, la cuestión es que había sido demasiado brusca.
-Prometí a una persona que nunca pisaría París si no era con ella. - Ella entreabrió la boca sorprendida por el primer atisbo de humanidad que surgía de aquel hombre. Lo miró fijamente con curiosidad, estaba empezando a saborear la victoria y una leve sonrisa se asomó a sus labios. Él cerró los ojos por un instante y reconoció su mano arrojando la botella sobre las olas.
-¿Dónde está esa persona? Es posible que quisiera acompañarle... - Decidió arriesgarse con un paso más. - ¿No se lo ha preguntado?
-No sé dónde está ella. La distancia se convirtió en algo demasiado extenso. - Ahora era él el que miraba por la ventana.- La vida siguió, nosotros seguimos, París no se detuvo.
Ella se incorporó ligeramente, estiró el brazo y detuvo la grabadora.
-Sus ojos son tristes... ¿Por qué? - Lo miró fijamente y él le devolvió la mirada. Sonrió un segundo antes de apartar sus ojos hacia la taza de café vacía. Ella lo seguía mirando.
-Hubo un tiempo en que a ella le gustaban. Son tristes porque es el único modo en que saben ser. Porque la vida no es más que una sucesión de momentos que pasan sin que nadie se atreva a agarrarlos para que no se escapen. Son tristes porque la distancia es algo que se convierte en demasiado extenso. Son tristes porque no pueden ser de otra manera, porque guardan una lágrima corriendo la tinta arrojada por una mano sobre el papel.
-Es usted una sorpresa... - Él levantó de nuevo los ojos para mirarla.
-Muéstreme a alguien que no lo es.
Ella comenzó a recoger sus papeles, la lista de preguntas que había preparado había resultado totalmente inútil, pero ya tenía suficiente como para imaginarse en portada.
-Creo que es suficiente. Ha sido un placer señor K. Me gustaría incluir esta última parte en el artículo.
-No ha tomado ninguna nota.- No apartaba sus ojos de ella.
-Creo que esta vez no será necesario.- Se levantó y le tendió la mano.
-El placer ha sido mío. Quizá compre la revista.
La observó salir a la calle levantando el cuello de la chaqueta para protegerse del viento. De la radio se desprendían las notas de uno de los nocturnos de Chopin. El barman se acercó con una taza más, acompañada de un plato sobre el que bailaba un muffin de arándanos... Especialidad de la casa.
Respiró profundamente y sacó el teléfono de su bolsillo. Buscó en la agenda un número concreto. Marcó el número seis, de nuevo el seis, luego un dos.... Al otro lado de la línea respondió una voz metálica... Podría dejar su mensaje después de la señal. Un pitido estridente terminó la frase. Por primera vez en siglos su voz sonó con algo de esperanza...
-Pas de nouvelles de toi... Je suis désespéré.
...