lunes, 14 de enero de 2013

Benedetti


   Anoche me dormí leyendo un cuento de Benedetti, “Un día de Gloria”... A las tres de la madrugada el propio Benedetti saltó de mi pecho a la alfombra haciendo un ruido sordo que me despertó de un sueño intranquilo. No lo recuerdo, pero sí la respiración acelerada y el latido insistente dentro de mi cabeza. La habitación estaba a oscuras excepto por la lámpara espigada que se asomaba desde detrás del sofá. Me había quedado dormido en el sillón de puro agotamiento, había intentado huir, a través de aquellas páginas gastadas, de las noches de insomnio y los días sin apetito. Como por encanto, logré escuchar las palabras escritas por primera vez en casi un mes, un mes sin leer nada, un mes sin poder escapar ni un solo minuto de esta sensación de ausencia irreparable.

   Cuando se echa de menos, cuando sientes que realmente falta una parte de ti mismo que está con alguien que no está, hay dos momentos que se visten de insoportables. Se calan su gorra de dolor y de nudo en la garganta y se pasean por tu casa como si les perteneciese. El primer momento es el amanecer, el instante de despertar, de abrir los los ojos, cuando en un segundo todo lo que aparece se te echa encima y te aplasta inmisericorde. Ahí es cuando darías tu vida por seguir dormido, fuera de este lugar, sin la urgencia de encontrarte, de contártelo todo, de confesar... Comienzas a intentar espantar las nubes pero toda tu vida está de luto, todo es oscuro, el día se sucede sin ningún motivo, mecánicamente, sin alma. De todo eso eres consciente nada más salir del sueño, no lo piensas, lo ves. 

   Después viene la rutina, la ducha, el trabajo, quizá el desayuno si hay apetito. Te vistes una coraza que te protege del viento, del frío... Hablas con tus amigos, te intentas centrar en los clientes que no saben nada, maldices tu estúpido trabajo porque te obliga a sonreír, porque lo que tú necesitas es soledad y silencio, y escribir, y no un desfile de personas que no te importan nada, que no saben que se puede estar sobre una sierra nevada, un día de septiembre, viendo atardecer entre nubes y niebla metido en un coche, sintiendo que estás en el asiento de al lado aunque esté vacío. Porque todos los demás piensan que el mundo sigue girando cuando hace casi un mes que se detuvo, porque no entienden nada, porque son estúpidos. Y de vez en cuando la armadura se agrieta, y deja pasar el frío filo de la daga de misericordia hasta tu costado. Y la mano que la empuña no es más que el sonido de un nombre como el tuyo, de un lugar mencionado que una vez pensé contigo, de una tecla de piano en una cafetería. Tu recuerdo se me ensucia en las calles vulgares por las que me acompaña, obstinado en no querer dejarme solo. Y comprendes al fin lo que significa sentir más la ausencia que la vida.

   Así pasan los días en un desfile desgraciado y triste cuando se echa de menos. Y luego regresas a una casa vacía y te recibes a ti mismo con lo que puedes rascar de la nevera si al fin hay apetito. Y entonces llega el segundo momento vestido con su chaqueta de olvido. La mayoría de las noches son un desierto, y cuando ya no puedes más, cuando sólo queda la opción de arrinconarte a llorar, cuando todos duermen y el silencio se hace insoportable, cuando no dejo de preguntarme dónde estás... es entonces cuando me siento a escribir lo que significa echarte de menos.

   Anoche me dormí leyendo un cuento de Benedetti, lo leía en voz alta como cuando me escuchabas. Anoche me dormí de nostalgia y anhelo.
...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Llevo días leyendo tu blogg, me gusta mucho.

Luis Larraya dijo...

Gracias por leerme, me alegro de que te guste :)

Anónimo dijo...

De nada.

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