miércoles, 29 de enero de 2014 0 comentarios

De otra manera

Allí estaba ella
a los pies de la cama,
vestida con una blusa blanca
y la melena empapada.
Allí estaba yo
tumbado sobre los codos
mirándola.

Con la tripa revuelta,
con el alma en carne viva,
con la vida castrada.
Con los cimientos
inundados de sangre,
lágrimas antiguas,
y alguna que otra palabra desquiciada.

Fui niño hambriento
agarrando sus pechos,
fui hombre sólo de carne,
sin corazón que moleste,
entrando en su sexo,
sin vomitarle al oído,
sin paraguas, un te quiero.

Yo la quería, claro,
y entre polvo y polvo
nos amábamos.
Me leía sus poemas, me callaba...
les faltaba mala hostia.
Era de Stones, de Waits,
de Fante, de Bukowski...

Era yo con pelo rubio y ojos claros,
era yo con mi tristeza...
¿cómo no iba a quererla?
Pero se me olvidaba siempre
cuando follábamos.
Lo confieso,
no sé hacerlo de otra manera.


martes, 28 de enero de 2014 0 comentarios

Memorias casi inventadas

Yo era un cadáver
a tiempo parcial,
resucitaba mientras dormía,
y al despertar
volvía a estar muerto.

Los gatos callejeros
me acompañaban al trabajo.
Caminando conmigo
por las aceras
eran mi carcelero.

Todos eran blancos 
o negros, 
y como apenas dormía,
mi carne empezaba 
a pudrirse.

Notaba dentro de mí
pequeños gusanos
de ira, 
otros más grandes
de odio, 
y un par muy largos,
oscuros,
alimentados de miedo
y vergüenza.

Al amanecer me tumbaba
en un ataúd forrado
de lino blanco,
muy suave, 
que me cerraba de un golpe
la rutina.

Y la rutina era pena,
y un poquito de nostalgia,
y anhelo de piel concreta,
y de palabras, 
de muchas palabras.

Y había un me voy
pero me quedo,
y un estoy 
pero lo siento.
Incluso cerveza y amigos, 
por supuesto,
y charlas hablando de sueños
y de viajes inventados.

Pero no estaba ella y yo
era un cadáver
a tiempo parcial,
con gusanos comiendo.

Y de repente,
ojos claros,
ojos tristes,
de repente... 
enero.






domingo, 26 de enero de 2014 0 comentarios

Herejía

Ahora que tengo resaca de ti y me voy con cualquiera,
ahora que sigo teniéndote ganas, ahora
que arrancaría tus botones cobrándome la deuda
en monedas de ropa para tenerte desnuda.

Ahora que a veces se me olvida soñarte mientras sueño,
o me quedo despierto fumándole al techo tus piernas abiertas
de humo, de altar entornado,
de callejón con salida de incendios.
Ahora, procuro no dormir más que sujeto a otro pecho.

Aquí, en la misma cama donde creciste conmigo dentro,
donde vestimos el sexo de palabras, de Allen, de Blake...
donde se guarda tu forma, tus costados, mi miedo...
flota la niebla de nuestro sudor
y un negativo que me imprime, a veces, la forma de tus dedos.

Aquí, donde ya no me respiras ni te bebes mi aliento,
abro el armario con los desayunos de vida tostada
que me comía en tu boca y en tus esquinas por la mañana.
Y lo lleno, ahora, de apeaderos desiertos y estaciones en tránsito,
de Roma Termini, de Atocha... del Austerlitz que nunca pisamos.

Y cuando cierro la puerta, ahora, y me vuelvo,
ya no está nuestro templo, ni tu Nestea, ni Heinz, ni velas, ni incienso...
sólo tus ruinas, las mías, y un puñado de analgésicos...
ibuprofeno en vena contra el dolor reflejo
de no encontrarte entre otros muslos, de que me joda echarte de menos.
martes, 21 de enero de 2014 0 comentarios

hambre

Cada mañana me como mis sueños para desayunar
y salgo a la calle enfermo porque ni siquiera están frescos.
Tienen sabor a viejo, a puerta oxidada dormida en la calle.
Después camino vestido con harapos de hambriento
pidiendo en cada esquina un plato de sopa caliente sobre tu pecho.

Sigo un tratamiento crónico de mentiras fundadas,
dos por la mañana, en las escaleras del metro,
tres de madrugada, para poder dormir.
Me corto con ellas a quince centímetros de la muñeca,
y así regreso a este cuerpo... anémico del tuyo.





sábado, 11 de enero de 2014 0 comentarios

Noche de insomnio mal encendida

Hace ya demasiado tiempo que no sé nada de ella,
pero esta tarde ha regresado a lomos de un reflejo en el cristal de una pastelería. 
He recordado su forma de detenerse cuando caminaba a mi lado, 
su expresión de niña ante los pasteles de colores, 
su predilección por las tartas de fresa, porque a ella le parecían una batalla de corazones rotos. 
Cuando hablaba de esa manera yo me sentía lejos... 
llamando a las puertas de un castillo sin princesa, 
de murallas levantadas a golpes de desengaño, de huidas a la luz de las velas... 
sin dragón que lo protegiera... 
Nunca supe entrar en su laberinto.
   
He recordado sus madrugadas discutiéndole al olvido, 
cuando se despertaba con la barriga revuelta de sueños y un susurro era la vida 
y una caricia un gramo de morfina. 
Jamás cupo tanta tristeza en unos ojos como los suyos... 
yo me hubiese quedado a vivir en aquel color tan claro, lo juro, pero ya no cabía. 
A veces me llamaba para tomar un café en Gran Vía, 
y yo me bajaba un par de libros subrayados, con las páginas dobladas, 
de aquellos que leíamos entonces. 
Y ella me hablaba de la ciudad a la que se marcharía porque aquí ya no amanece. 
Yo le leía las palabras marcadas alguna tarde 
porque las ciudades no son de nadie y yo me moría cuando se iba. 

Hace tanto que ya no sé de ella... 
Sus pies eran pequeños, y yo los buscaba bajo las sábanas. 
Algunas noches, mientras dormía, también buscaba entre su pelo el olor a pan y a tierra mojada,
pero ella no era mi casa... y al final también me dormía. 
Quizá siga viviendo en lugares en que no amanece, quizá debí luchar cuando me dijo que no volvería.
 Fue en aquel verano, afuera llovía... me cogió la mano y lo demás es ceniza.... 
"Digas lo que digas, yo en tu mano no estoy escrita." 
   
   
sábado, 4 de enero de 2014 0 comentarios

Un contrato indefinido con cláusula de necesidad urgente

Creo que no lo has entendido, lo mío es para siempre.
Un contrato indefinido con cláusula de necesidad urgente.
Soy adicto a tus lunares, a tus manos, a tus pies,
a ti por detrás en vaqueros,
a esa herencia tuya de insomnio recurrente.

Mañana me marcho para no verte,
huyo de tu cuerpo, de tu camisa verde enredada,
de esas frases en francés en las que ponías el alma.
Huyo en un avión cobarde y blanco,
con respaldo abatible como tu espalda.

Y voy a cambiarte por otra y por otra, por la primera que encuentre.
Y ellas, que no lo saben, querrán hacérmelo en tu nombre.
El sexo se sirve frío, en eso me has convertido.
Y después de todo, desnudo, te miraré al espejo por si estás celosa.
Me sentaré a escribirle a tu vientre, a tu venus rasurado,
usaré el color de la tinta que tu reflejo escoja.

Es jodido echarte de menos porque lo mío es para siempre.

...


viernes, 3 de enero de 2014 0 comentarios

Una piscina en los ochenta.

   Aquí me encuentro al final de todo. No ha resultado sencillo llegar, créeme. Y esta noche ni siquiera me apetece contarlo. Sólo te diré que estoy sentado sobre una roca en aquella sierra nevada, ¿recuerdas?.

   Comenzaría como si fuera un cuento, con un "érase una vez en un lugar muy lejano...", pero lo cierto es que no lo necesito, porque los cuentos viven en las voces y no en las páginas, ni en las pantallas, porque no me ves ya las manos mientras te lo cuento y porque... joder, al fin y al cabo es una historia bastante vulgar. Cuando era niño, insultantemente niño, me caí en una piscina sin saber nadar. No elegí para tan glorioso momento la parte menos profunda, en la que también me hubiera ahogado, sino que caminaba yo por el borde más alejado de la salvación. No sé qué carajo estaba haciendo allá, en la orilla de la piscina quiero decir, porque sí sé que era verano, vacaciones... y que estaba en el pueblo de mi padre, al que llegábamos siempre por aquellas fechas en peregrinación de carretera secundaria, ausencia de aire acondicionado y presencia inolvidable de tapicería de terciopelo granate. No recuerdo nada del incidente... más bien casi nada. Me refiero a que no guardo más que un par de imágenes nítidas entre mil difusas, y una sensación tan real y tan profunda de aquel instante, que imagino que todo lo demás lo puede haber creado mi propia mente para que no se quedara sola. Es posible que anduviera persiguiendo una de aquellas avispas que deambulaban siempre por la piscina, esos días en que la picadura de una de ellas, en mi cerebro de crío, equivalía poco menos que a la muerte... o que el niño ya fuera rarito desde que lo soltaron en este mundo y tuviera ya esa tendencia a alejarse de la gente.

   De repente todo era azul, azul claro. Prueba de que los miedos se alimentan con los años es que ahora soy incapaz de abrir los ojos debajo del agua, pero aquella tarde, o mañana, no lo sé, los abría de par en par mientras me hundía a plomo bajo el agua. Descendía despacio, o quizá el tiempo se ralentiza en los recuerdos igual que tu corazón se ha ralentizado con los meses... Está bien, lo sé, vuelvo a andarme por las ramas, perdona... El caso es que llegué al fondo. No sentía miedo, te lo aseguro, tampoco me dio por inhalar medio litro de agua y ahogarme allí mismo, qué va, simplemente lo miraba todo. No hay mucho que ver en el fondo de una piscina cuando eres el único habitante, así que supongo que decidí, al tocar el suelo, empujarme hacia la superficie con los pies... ¿Raro no? Tengo algunas teorías sobre eso, bastante más espirituales, metafísicas... o esquizofrénicas. Quizá algún día llegue a contártelas. El recuerdo del viaje a la superficie se hace más borroso, al fin y al cabo ya había pasado por allí hacía un rato y no le prestaría demasiada atención. Lo siguiente fue aire en los pulmones, idéntica sensación de calma que cuando me hundía, y alguien que se acercaba porque había notado que el nene acababa de emerger de entre las aguas, como Excalibur en manos de la Dama del Lago.

   Los adultos allí presentes podrían con facilidad desmontar esta historia con la objetividad que les corresponde... o puede que no. Pero de aquellas paredes azules me llevé dos cosas... una fobia absoluta hacia las piscinas, (que siempre me ha intrigado porque no tuve miedo, como ya te he contado), y la sensación de que si no me quedé allí abajo es porque tengo algo que hacer aquí arriba.

   Pasaron años hasta que la fobia se fue diluyendo y, aunque ahora sé nadar, no las tengo todas conmigo. Lo otro se ha transformado en un egocentrismo suicida en el que me creo capaz de derribar cualquier muro, aunque sea a cabezazos... y en la costumbre insana de creer que cuando me dices imposible, es porque me estás retando para que lo logre. ¿Recuerdas aquella estrofa de Los Rodríguez?.. Claro que la recuerdas. Y yo soy el mejor en eso, cielo, en abrirme la cabeza contra tu pared. Y ahora me da mucho más miedo respirar el olor de tu cuello cuando duermes desnuda, que una bocanada de agua a tres metros de la superficie. Mucho más saltar desde tu pecho que desde esta roca en la que me he sentado.

   Y aquí estoy al final de todo. No ha resultado sencillo llegar, créeme.

...



 
;