Hay noches en que los sueños se acaban,
todos.
Puede que sea la cerveza, o la vida con un bisturí extirpando ventrículos, ilusiones, y toda esa mierda que a veces te hace seguir adelante. O simplemente llegas a la meta, sin más, con un par de horas de retraso.
Supongo que todos los viajes terminan con un retorno y, esta vez, el final del recorrido ya no tiene más sorbos.
Ha sido un placer desnudarse y, a ratos, digerir el dolor en una página de jugos gástricos.
Pero ahora toca bajar los brazos, ahora viene la estrofa cobarde, ahora es sólo un adiós, sin puntos suspensivos.
Cómo me jode no saber despedirme.
este acto de canibalismo histérico de los días
devorándose por gravedad,
sin rituales paganos,
ni hogueras,
ni vanidades.
esta forma de esperarte en mí menor,
de menguar al ritmo de la luna
en una hemorragia de renglones rojo agosto por la muñeca derecha...
no llevo nada bien olvidarte a la fuerza
así que he decidido,
en cónclave unipersonal de cremalleras contra el amor platónico,
que le van a dar mucho por culo a platón
y a su caverna de fracasados.
y también se me ha ocurrido,
en un acto de masoquismo creativo del que no tiene reputación,
ni ganas,
que van a ser veinte versos hasta que llegues
por cada imagen romántica de tus piernas pidiéndome entrar.
veinte líneas de esperma en tu espalda por cada segundo de vacío
que no pueda beberme en tu ombligo.
devorándose por gravedad,
sin rituales paganos,
ni hogueras,
ni vanidades.
esta forma de esperarte en mí menor,
de menguar al ritmo de la luna
en una hemorragia de renglones rojo agosto por la muñeca derecha...
no llevo nada bien olvidarte a la fuerza
así que he decidido,
en cónclave unipersonal de cremalleras contra el amor platónico,
que le van a dar mucho por culo a platón
y a su caverna de fracasados.
y también se me ha ocurrido,
en un acto de masoquismo creativo del que no tiene reputación,
ni ganas,
que van a ser veinte versos hasta que llegues
por cada imagen romántica de tus piernas pidiéndome entrar.
veinte líneas de esperma en tu espalda por cada segundo de vacío
que no pueda beberme en tu ombligo.
Por más que lo intento, no consigo recordar el día en que decidí subirme al patíbulo y practicarme la eutanasia no asistida a base de inyecciones de sinceridad sin ropa. Quizá fue aquella vez en que el escondite se convirtió en cárcel hace tantos años, cuando algunos instantes desaparecieron por incomparecencia del ahorcado. O quizá fue aquella foto de perfil mirando al mar desde un balcón en Galicia con apenas dieciséis años, aquélla que se perdió entre las páginas de un libro que no recuerdo... aquélla... en la que me vi y quise ser lo que veía, dejándome la cobardía y la vergüenza... quizá fue ella la que apretó el gatillo del revólver de fogueo en el disparo de salida.
Pero nadie nos informa en ventanilla del precio del pasaje, y yo casi siempre he estado en números rojos.
Dime si el silencio es igual que la mentira, dime que no he de callar aunque casi nadie soporte mirarle al otro en el centro de las tripas, dime que las heridas ajenas expuestas en el mercado no te alejan... las mías.
Que no debería, en un carnaval de trajes de otro, enseñarte sólo la mitad.
Quizá así pudiera olvidarme del insomnio.
Y es que ahora no sé ser de otra manera, y si recorres marcha atrás las palabras, las mías, las de voz y las de tinta, las que se me enredan borracho y las que repaso en ortografía y semántica y sudor... si las sigues, girando la memoria, me reconstruyes el alma a jirones.
Y yo quisiera ser perfecto y un poquito de magia si es lo que necesitas, pero, en realidad, ya ves, no soy más que el amasijo de hierros después de un accidente, retorcido en historias y fundido a tramos por el calor del fuego y la gasolina. He sido cobarde a ratos, y loco, y héroe, y a veces manejo una espada enorme en medio del combate y otras... otras no tengo más que un lápiz de carpintero sin afilar, que dibuja un estriptís de mi sangre en letra gorda por las noches, una mancha gris que se puede difuminar con la yema de los dedos.
Y no es suficiente.
Pero nadie nos informa en ventanilla del precio del pasaje, y yo casi siempre he estado en números rojos.
Dime si el silencio es igual que la mentira, dime que no he de callar aunque casi nadie soporte mirarle al otro en el centro de las tripas, dime que las heridas ajenas expuestas en el mercado no te alejan... las mías.
Que no debería, en un carnaval de trajes de otro, enseñarte sólo la mitad.
Quizá así pudiera olvidarme del insomnio.
Y es que ahora no sé ser de otra manera, y si recorres marcha atrás las palabras, las mías, las de voz y las de tinta, las que se me enredan borracho y las que repaso en ortografía y semántica y sudor... si las sigues, girando la memoria, me reconstruyes el alma a jirones.
Y yo quisiera ser perfecto y un poquito de magia si es lo que necesitas, pero, en realidad, ya ves, no soy más que el amasijo de hierros después de un accidente, retorcido en historias y fundido a tramos por el calor del fuego y la gasolina. He sido cobarde a ratos, y loco, y héroe, y a veces manejo una espada enorme en medio del combate y otras... otras no tengo más que un lápiz de carpintero sin afilar, que dibuja un estriptís de mi sangre en letra gorda por las noches, una mancha gris que se puede difuminar con la yema de los dedos.
Y no es suficiente.
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