En la parte de atrás del jardín, en las noches despejadas, se podían ver restos de estrellas, no tantas como cuando era niño y el pueblo era un pueblo, pero suficientes para que el tiempo pareciese algo demasiado relativo como para marcar líneas que lo separen. Allí se podía estar tranquilo de madrugada y, si no hacía demasiado frío, sentarse en los escalones que bajaban hasta la parcela para no hacer nada. Quizá encender un cigarrillo de vez en cuando, quizá jugar un poco a las miradas desafiantes con el perro del vecino, aunque el animal siempre tenía mejor corazón y acababa sacudiendo la cola al poco, y, de vez en cuando, llorando contra la alambrada que les separaba. El resto del vecindario ni siquiera sabía que existía la madrugada, todos dormían sueños de rutina, algunos con el televisor encendido aún, sin voz a través de las ventanas pero con luces que cambiaban de color y ensuciaban de rojo, azul y verde la luz blanca de la luna. Esta noche estaba llena, como un enorme faro encasquillado. Al menos sabría hacia dónde dirigirse para naufragar y no tendría que andar dando tumbos de nuevo.
El día no había sido demasiado malo, pero se sentía cansado. De algún modo le asaltó el recuerdo de un libro que había manoseado mil veces. Era un atlas enorme, encuadernado de verde y con un mapa del mundo esbozado en un bajorrelieve dorado en la portada. Casi la mitad de sus páginas estaban ocupadas por un índice de ciudades y pueblos en dos columnas, el nombre a un lado, las páginas y coordenadas al otro... para encontrarlas. Siendo niño había pasado horas estudiándolo, por las noches, buscando lugares que había oído nombrar en el colegio, pasando los dedos sobre las fronteras. A veces el mundo parecía enorme con aquel gran listado en el apéndice, esta noche no le parecía lo suficientemente grande. Un año atrás, poco después de despegar solo en un avión estrecho como un autobús con alas, asomado a la ventanilla, había podido comprobar cómo se puede estar volando sobre Madrid mientras se contempla el mar de fondo. No... el mundo era jodidamente pequeño desde allá arriba.
El teléfono soltó un mensaje.
- ¿Qué haces? ¿Sigues insomne?
- ¿Conoces la tecla adecuada para resetear un cerebro?...
- Creo que se llama cerveza, y sólo funciona durante un instante.
- ¿Y una lobotomía frontal?
- Mmmmm... ligeramente desagradable y, sinceramente, preferiría que me recordaras si tengo que limpiarte mientras babeas.
- ¿Cómo estás?
- Cansada... en la cama... rezando porque no hagas demasiadas gilipolleces.
- La definición de gilipollez es demasiado subjetiva.
- La definición de gilipollez es exactamente lo que se te está pasando por la cabeza.
- Entonces ven con un punzón y buscamos el tutorial para dejar la mente en blanco.
- Quizá deba buscar alguno para dejar de preocuparme por un idiota como tú, me ahorraría algún que otro momento.
- Descansa anda, no quiero saber nada de ti. Te quiero.
- Te quiero.
Dejó el móvil a su lado en el escalón y cerró los ojos, comenzaba a hacer frío. Mañana tendría un día complicado, pero se sentía incapaz de dormir. Y luego estaba aquella maldita fecha. Cuando se sentó en el sofá la calefacción funcionaba a toda máquina, el zumbido lejano de la caldera era lo único que podía escuchar aparte del silencio y sus propios latidos. Se arropó con la manta, se estiró, se encogió, se miró las manos, se las pasó por la cabeza, respiró... no, nada funcionaba. Volvió a mirar la pantalla de aquel maldito cacharro que se guardaba todo lo que hemos sido en forma de fotos, de pasado, de momentos congelados. No quería hacerlo, no debía hacerlo... lo hizo. Se quedó mirando el número en la habitación a oscuras, los dedos casi no le habían temblado, pensó que no estaba tan mal a fin de cuentas, de hecho tenía sus momentos. Sólo un toque más... se aclaró la garganta. Al otro lado también había madrugada, también había luna llena marcando el lugar a evitar... Sólo sonaron dos tonos, después alguien que descuelga a mil kilómetros y silencio...
- Esta madrugada hace un año que me pediste que subiera a aquel avión contigo... ¿por qué tuviste tanto miedo?
Silencio, siempre silencio.
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