domingo, 22 de diciembre de 2013

Una idea ridícula

   Viajo sentado en un vagón de metro, a mis pies el viejo bolso azul cargado con lo necesario para ocho días de huída. Hace ya meses que busco la salida en forma de vidas de otros, las mastico en las páginas encuadernadas de cualquier libro que cae en mis manos. Es una rendición temporal, una cualquiera, un escondite, como la gorra que cubre mi cabeza y el cuello del abrigo cerrado hasta la barbilla. No existe otro objetivo que el refugio de quien no se atreve a mirarse al espejo. Soy un impostor de enfermo terminal, retraso mi cura por una extraña adicción al desaliento. Un fraude, una sonrisa de anuncio de cruceros, como el que se asoma en la pantalla al lado de las puertas de este tren, incluso para mí mismo. Acaricio la portada de la última víctima... "La ridícula idea de no volver a verte". Jodidamente apropiado. Hace días que lo sujeto a ratos. Me da miedo abrirlo porque habla de pérdida... pero lo abro.

   ¿Sabes cuántas veces puedes enamorarte en un vagón? Hace dos andenes que he perdido a la tercera mujer de mi vida desde que he subido. Si el aeropuerto está lo suficientemente lejos quizá te vea sentada enfrente de mí. Son historias con caducidad programada, el punto final marcado por la voz metálica que anuncia su estación de destino. Mientras tanto me da tiempo a conocerlas, a hacerlas reír antes de llevármelas a la cama. ¿Sabes cuántas veces se puede hacer el amor en un vagón repleto? Luego nuestra historia se corrompe, se deshace por la rutina y porque no son tú. La primera terminó en Pacífico, fue corta, bastante tormentosa, fuego a indiscreción bajo su falda. La segunda dejó de soportarme en Tirso, ya sabes que soy complicado, se enfadó cuando le confesé que los violines me ponen triste aunque guarden silencio, como los pianos. La vida es así, una página nueva. La última duró hasta Iglesia, me dejó plantado en el altar. Creyó que quería robarla cuando colgué un atrapasueños en el cabecero, deben de gustarle sus pesadillas.

   Me toca transbordo y sigues sin llegar, eres diferente y lo sabes, por eso te permites el lujo de no tener estación de destino, de no caminar por los andenes que dejo atrás. Te permites la soberbia de no apearte cuando te lo pido. Y, de algún modo, entre unas cosas y otras has pasado de sueño a enfermedad. Es por eso que me largo, porque estoy cansado de este diario electrónico de la tristeza, del teclado oscuro que me iluminas con una vela de terquedad. Me has cargado la espalda de recuerdos envenenados y ya no encuentro los momentos que busco, ya ves, al final, después de todo, no me has dejado nada. 

   La línea ocho de madrugada está casi vacía, igual que el avión que tomaré en una hora. Abriré de nuevo el libro, esta vez sin vendas ni guantes, un asalto más con la ridícula idea de no volver a verte.

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