Esta noche, mientras dormía, se me ha aparecido una historia increíble y se me ha olvidado. Era como un yonqui de las palabras en plena sobredosis, lo prometo, abrazado a la almohada no paraba de escribir, juraría que tenía los ojos abiertos. Había un color, el verde, no es que todo estuviera teñido y sé que todo eso de la esperanza es una mierda, no, tampoco es que en mi mente hubiera un VERDE escrito con todas sus letras... mmmm... ¡ya sé!... el color estaba acampado entre mi sien derecha y la izquierda, sobre la cama, eso era. Y yo sonreía a veces, porque estaba viendo la ventana mientras empezaba a amanecer, ahí tumbado, y pensaba... ¡coño Luis!, te está saliendo algo jodidamente bueno, ¡y encima no tiene nada que ver con ella! Y mientras tanto escribía y sonreía y veía las palabras fuera del verde, porque estaban fuera de mi cabeza y encuadernadas, impresas en papel de libro amarillento. Las letras estaban escritas a máquina, una de esas viejas que no he usado nunca y que siempre que encuentro en un escaparate pienso en lo relajante que sería estamparlas contra el suelo. A algunas les faltaban partes, las es estaban partidas en el cierre y las eles por la mitad, y era genial porque cada vez que escribía "él", que soy yo, estaba roto justo por medio. Y me acordaba del colegio y de los curas con sus Él con mayúsculas y tilde, y me preguntaba qué habría sido de Él desde que lo enterré y le puse una losa bien gorda que no pudo mover esta vez, gracias a Él... Alimento para gusanos. Y pensaba en la liberación del pueblo contra los tiranos y soltaba una carcajada. Y no sé por qué se me ocurrió que Bécquer era un cerdo que oprimía almas adolescentes, con esa perilla y esa mirada de os estoy jodiendo y no lo imagináis, y todo eso aparecía escrito a máquina. Hay muchas formas de tiranía.
La historia seguía y seguía y no tenía que corregir nada. Planeaba que lo más oportuno sería cederla a la ciencia para que la desmembraran, y le sacaran las tripas, y la rajaran y cortaran en trozos muy pequeñitos, les sería fácil, he oído que los tipos musculados son difíciles de partir cuando están muertos, que los estudiantes sudan para seccionarles un brazo o abrirles el pecho, pero mi historia era muy flaquita, no comía bien. Y la novela seguía y seguía y yo acurrucado en la cama sin despertar. Y no había pianos, ni diciembre, ni París, sino bares, y Bunbury desmejorado, y cerveza, y mujeres sinceras, y barras de incienso en mi habitación, y poetas deslenguados, y tipos que llamaban a gatos perdiendo la dignidad sin saber, pobres, que ellos son como tú y sólo aparecen cuando tienen frío. Y me veía en el espejo mirando mi ombligo, esa cicatriz que grita que desde que te arrancan el cordón ya no necesitas a nadie para sobrevivir. Y luego, en la ducha, el jabón se mezclaba con tu sangre y no la mía, y se largaba por el desagüe. La vida es así cielo, ya no soporto a las niñas egoístas, te jodes.
Qué buena historia se me ha aparecido esta noche, y nada más despertar la he olvidado. ¡Qué pena! diréis, pero no. Creo que se ha escondido, veo pequeños dedos y unos ojos que se asoman detrás de mi espina dorsal. La atraparé, se ha asustado porque querían hacerle la autopsia, le diré que era broma, que la quiero, quizá le ponga un trozo de caramelo de cebo, seguro que le gusta. Y si no... ¿qué coño importa?
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