Se sentó y dejó sobre la mesa las dos pintas de rubia congeladas en un ritual sagrado, los viernes por la noche eran las fiestas de guardar. Al poco llegó el camarero con la cesta de frutos secos. Le gustaba ese lugar, quizá porque, con el paso de los años, se encontraba en ese equilibrio perfecto en el que sientes un bar ligeramente tuyo, uno más de la familia, con conocidos dentro a los que no necesitas saludar porque ya te conocen. Además la luz era perfecta para pasar desapercibido si apetece y los partidos se veían de la hostia.
- ¿Mucho curro?
- Demasiado.
-¿Mucha pasta?
- Bah.
El primer sorbo de cerveza después de un día de aguantar retrasados mentales no diagnosticados huele a victoria, como el napalm de Robert Duval en Apocalypse Now, casi podría hacer surf sobre la barra si cayeran bombas.
- Recuérdame que me empiece "El corazón de las tinieblas" cuando acabe con Toole.
- ¿Qué?
- Bah, déjalo, cosas mías. ¿Te he contado la historia de Toole? - Ambos miraban distraídamente y con atención a la chica de detrás de la barra, el pelo suelto le quedaba aún mejor, no podía ser lesbiana joder, seguro que era un bulo.
- Creo que sí.
- Ése tío escribió "La conjura de los necios" y le fue con el manuscrito a un pavo que le dio mil vueltas, le hizo corregirlo durante dos años, hasta que el bueno de John se desesperó. Toole era un tío sensible, en serio, tanto que casi nadie sabía que escribía... claro que tampoco tendría muchos amigos, supongo. Vivía con sus padres y daba clases mientras seguía estudiando.
- Oye, ¿has visto a esa rubia que acaba de entrar? No la he visto nunca por aquí. - Giraron la cabeza al mismo tiempo, con delicadeza y disimulo, sí señor.
- Sí, hace un momento ha parado el coche a mi lado y me ha preguntado cómo llegar hasta este antro. - Un sorbo más de la otra rubia y siguió hablando. - Pues bien, nuestro amigo John está harto de toda esa mierda, un día coge el coche y desaparece. Nadie sabe dónde carajo se ha metido. Vale, los amigos de verdad saben que anda un poco loco, pero coño... El caso es que meses después descubren el final de la historia, no saben dónde ha estado, pero lo que descubren es que una noche, un par de días antes, había aparcado cerca de un pueblo de mierda de Mississippi, había metido una manguera en el tubo de escape, se había sentado en el coche bien cerrado, y se había suicidado respirando el puñetero gas.
- Venga ya.
- En serio tío, ¡31 años! Un jodido genio que escribió dos novelas que no vio publicadas en su puñetera vida, autogaseado entre pantanos, no me jodas.
- Seguro que tenía otros problemas más importantes.
- Nada es más importante que sentir que nadie sabe lo que quieres decir.
La rubia de carne y hueso se sentó en la mesa de al lado con una pelirroja de carne y hueso. Alabado sea el destino cruel. No hacía falta decir más. Bebían Martini, ¿quién bebe Martini blanco en un bar a estas alturas de la vida? Supuso que se podría decir lo mismo de los gin-tonics con frambuesas, así que la primera batalla estaba ganada.
- No te ha sido difícil llegar, ¿verdad?
-¡Ey! ¡Hola! No te había visto. - La capacidad de disimulo de algunas mujeres rivalizaría en un ring con la de todos los hombres... - No, lo complicado ha sido aparcar y esperar a ésta. - ¿Algo de rencor por el retraso de otros? Le gustaba esa chica.
- Han sido diez minutos, joder... - La pelirroja de carne y hueso sabía hablar también, punto para ella, paso a un lado y cedemos el honor del pico y pala para el bueno del colega.
- Mi tiempo es muy valioso. - Contestó la rubia con sarcasmo y sin girarse.
- Me llamo Toole, encantado, soy escritor y nadie me entiende.
- ¿"Tul"? ¿Qué clase de nombre es ése? ¿Tu madre es modista?
- Ni idea, me autogaseé en mi coche cerca de Biloxi hace más de cuarenta años, no sé con qué andará ahora.
- Seguramente esté muerta.
- Como yo.
Resultó que la rubia se llamaba Julia, que estudiaba Historia del Arte, que tenía unos hombros que merecían ser idolatrados para ser justos con la inabarcable Historia del Arte que estudiaban, y que estaba aderezada con la lengua más rápida para soltar sarcasmo que había visto en mucho tiempo. Resultó que miraba a los ojos cuando hablaba. Y resultó que le contó más cosas. Tenía 23 años y había llegado a Madrid hacía dos. Supuso que todos huimos de algo, pero eso ella no lo dijo. Le contó que había descubierto París con aguacero, el otoño pasado, de la mano de un hipster de chaqueta de pana que la abandonó en pleno Louvre para tirarse a una japonesa en el baño, y que viva la intelectualidad lasciva y que viva Vallejo. También que desde entonces odiaba esa puta ciudad y al maldito Leonardo, que se había dedicado de pleno a olvidar a base de libros, apuntes y cine, que Tarantino era un genio de la mala leche y que, al fin y al cabo, no sabía qué carajo estaba haciendo aquí. Todo eso era la piel de Julia, y más adentro, como siempre, corazón y pulmones y tripas y unos huesos que parecían tan frágiles que merecía la pena protegerlos. Ese hipster denigraba a la raza humana con su estupidez.
- ¿Y tú qué haces aquí?
- Supongo que una pausa Julita, estoy cogiendo carrerilla para un mortal adelante.
- No me llames Julita, prefiero Jules, como L. Jackson en Pulp Fiction.
- Joder negra, no me digas que ya tengo que jurarte amor eterno.
- Ni se te ocurra. - El tercer Martini comenzaba a hacer mella en Julia, ahora hasta sonreía. La cuarta pinta comenzaba a hacer mella en él, ya no tenía miedo. - ¿Cuándo darás ese salto?
- Sinceramente... cuando me crezcan los huevos para darlo.
- Necesitas un empujón, nene. Estás ahí, acojonado en el borde de la piscina. Mi padre me enseñó a nadar tirándome a plomo cuando yo tenía dos años... necesitas un empujón. - Definitivamente el Martini actuaba.
- Tu padre era un cerdo irresponsable, pobrecita mía. ¿Dónde se han metido éstos?
- ¿Te importa? - Nueva demostración de característica innata de la genética XX... contestar a una pregunta con otra. - Paula es buena chica, no le pasará nada, creo que se largaron hace más de media hora. Y no creo que seas tan sociópata como dices, ¿sabes?, te preocupas por tus amigos.
- Son los únicos a los que trago, Jules. Pero, puestos a ser sinceros, estoy más preocupado por mí mismo.
- ¿Esta noche?
- Más que nunca.
- No voy a morderte.
- Qué pena.
- Gilipollas.
- ¿Hora y media en darte cuenta? No eres tan lista.
- Me pones enferma, llévame a la cama.
- Sólo lo hago con personas sanas.
- Seguro....
Pagó ella.
Se despertó una hora antes de entrar al trabajo, puto capitalismo, necesitaba una granja y autoabastecimiento, eso sí que era vida. Maldita cerveza, maldito dolor de cabeza, maldita puñetera manía de amanecer maldiciendo. La besó en los labios para despertarla.
- ¿Aún estás aquí? - Voz de ultratumba.
- Tengo que ir a trabajar.
- Saca un par de ojos.
- Siempre lo intento. ¿Te he contado la historia de mi amigo Toole?
- Dos veces. - Hundió la cara en la almohada.
- Esta noche te la contaré tres.
- "Tul" era un gilipollas, por eso está muerto.
- Igual que yo, Jules... igual que yo. - Ella soltó un largo aggg de desesperación sin sacar la cara de la almohada.
- Esta noche no voy a soportarte, lárgate.
- Yo ya no te soporto.
Ya estaba vestido cuando tuvo que huir a través de la puerta, perseguido por uno de los zapatos de Julia que voló sobre él y se estrelló estrepitosamente contra la pared del pasillo. El tacón hizo un agujero profundo en ella, ahí sería donde colgarían su primera foto juntos. Por el amor de dios... ¿ ya estaba enamorado?
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