martes, 31 de diciembre de 2013 2 comentarios

Acción fantasmal a distancia

   Esta mañana, mientras me ataba los zapatos en el trabajo, he tenido una idea para escribir un relato. He aprovechado el primer pedazo de papel para anotarla, por mi mala memoria, ya sabes, y lo he olvidado en los pantalones. Así que cuando he llegado a casa esta noche y lo he buscado... he recordado algo de lo que había escrito por la inercia que al parecer guía mi puñetera vida... Pérdida.

   El otro día escuché una teoría en la tele basada en una fórmula física incomprensible... La demostró, en medio de todos esos garabatos, un tipo al que le dieron el premio Nobel, así que me la creí. Según esa teoría, a medias entre las matemáticas y la espiritualidad, (lo de meter el alma en ello lo pongo yo), las partículas subatómicas, ésas tan pequeñas, cuando se entrelazan,  pasan a comportarse como si fueran una sola... incluso después de haber sido separadas. Eso significa que si algo altera a una de ellas, la otra reacciona de igual modo.... El tipo que lo descubrió, un tal Einstein, lo llamó "acción fantasmal a distancia". Yo lo llamo "la razón por la que te sigo soñando cada noche".

   Así que ya ves, cuando te llamaba preocupado al despertarme, porque por algún desconocido motivo me sentía mal, y creía que algo te pasaba, y tú lo negabas a veces, no estaba loco... sólo entrelazado. Y si ese tipo no estuviera muerto, con su cerebro en láminas repartido por el mundo para ser estudiado, conseguiría su teléfono para que te enviara un mail con la ecuación que demuestra el hilo rojo que nos une.

   ¿Y qué tiene que ver en eso mi pedacito de papel olvidado con la palabra pérdida? Te preguntarás. Muy sencillo. Esta mañana, mientras me ataba los zapatos, una sensación de pérdida, tu pérdida, me ha subido por la barriga y se ha quedado a dormir detrás de mis ojos... y esta noche, cuando he recordado la palabra escrita, un tipo condenadamente listo y condenadamente muerto ha vuelto para contarme que jamás podré perderte. 

   Escribí más cosas en aquel papel, hablaban de este año absurdo que se acaba en dos días, hablaban de cómo se crece con todo lo que nos sucede, pero de que los estirones de verdad, esos de un palmo, nos los regala la vida a hostias. También decía algo de en lo que me he convertido, y algo más acerca de no sé qué escudo que se me ha plantado en el pecho después de que te marcharas. Y lo iba a adornar todo con palabras muy bonitas que sudaran mala leche, mezcladas con palabras muy feas que destilaran soledad y un toque de desesperanza por echarte de menos. Pero al final no encuentro ni unas ni otras. Simplemente me he encontrado con una sonrisa cuando he recordado la madrugada en que me llamaste para preguntarme si estaba bien... porque acababas de tener una pesadilla.

...

   
sábado, 28 de diciembre de 2013 0 comentarios

VIII

Ahora que asesinas sueños y quemas caminos hasta las entrañas,
que abres heridas descosiendo con palabras,
yo soy un ejército lejos de casa, sediento de tu cuerpo y de tu sangre.
Y en este infierno en que crece algo más que amor y odio, hoy...
hoy ha crecido un poco la pena con la tarde.

Me he roto el cuello mirando atrás,
después de partirme la cara con lo que tengo delante.
Perdonaría tus deudas pero ya me debes
un autobús verde en su parada, su marquesina roja
y el ochenta y cuatro, por cierto, de la carne que te cubre.
Y en plena usura también pienso cobrarme
la gota de miel que se quedó en mi cama
saltando de entre tus muslos, tan cobardes.

Mientras tanto vuelo en avión y cojo el metro,
trabajo, escribo, me desnudo, me desnudan,
camino entre orgasmos con alma de vientre,
de mente enferma de lepra, de pensamiento.
Y a veces soy Dios y a veces nada,
mi tejado en la escombrera, o un billete de tren a la Toscana.

Y ahora te rimo en participio pasivo,
porque me da la gana,
porque esta noche te cambio por Guinness bien tirada,
por piernas que me sigan,
por cualquier batalla ganada.




jueves, 26 de diciembre de 2013 0 comentarios

El final de una barra

   El final de una barra. Un tipo, con la espalda encorvada sobre una pinta de cerveza negra, se sienta sobre un taburete de madera y cuero gastado. Apenas hay luz en aquella esquina, en realidad, apenas hay luz en todo el local. Sólo las botellas alineadas en el más cuidado desorden aparecen brillantes al fondo. Al otro lado una pantalla plana se llena de vídeos musicales sin sonido, donde todos son guapos y fuertes, y las mujeres se mueven incitando al sexo, con un baile de caderas hipnótico por irreal, inconcebible aquí, al otro lado. La música que escupen los altavoces es mucho más potable, más visceral, rock directo al estómago, como la cerveza. Si uno ha de beber solo, que sea al menos con un buen bajo golpeando las sienes. Entró allí por eso, por Aerosmith y porque era el único puñetero local sin adornos navideños de toda la ciudad.

   Al poco apartó el vaso a medias y sacó una pequeña libreta de tapas negras del bolsillo, la abrió y comenzó a escribir sobre la barra. El local estaba casi vacío, afuera se escuchaba la lluvia que había limpiado las calles, bendita sea, de anormales con gorro de papá noel y botella de sidra. Se habrían amontonado, como ovejas bien guiadas, en los rediles de la música electrónica y el reggaeton, sea lo que sea esa basura. En esos templos en los que celebran los fieles de hoy en día, borrachos y fumados, a la caza de un polvo rápido en el baño antes de cenar, la víspera del nacimiento de su amado Jesucristo.

   Tenía ganas de escribir mierda sobre ellos, sobre el invierno que no tiene ni puta gracia porque algunos cuerpos se tapan, sobre ti, que estarás allá, escuchando rap o hip hop o como se te ocurra llamar a eso que escuchaba contigo, o al jodido Ismael Serrano si estás deprimida y se te ha olvidado la pastilla. Cielo, no hay mejor clonazepam que un papel en blanco para hablar con quien echas de menos.

- ¿Qué escribís? - El camarero se había acercado sacando brillo a un vaso brillante, aburrido, moreno, cargado con la putada de trabajar esta tarde y de estar lejos de San Rafael, Mendoza, Argentina, cono sur.
- Mi carta de suicidio, pibe. ¿No te parece una buena noche?
- Sos un boludo si pretendés morir con el estómago vacío, esperá al menos a terminar la cena carajo.
- En realidad es una carta de amor, la noventa y nueve... merecería el Nobel de la insistencia en el desvarío.
- ¿Está linda la piba? ¿Tiene buen revolcón?
- El mejor de todos, compañero. ¿Todos los argentinos sois tan elegantes o sólo los de familia italiana? - Una pareja de lácteos rostros ingleses entró por la puerta y se sentó en una de las mesas.
- Andate a cagar, pelotudo, tengo trabajo. - Las copas anglosajonas y arias tenían tendencia a subir un 50% en honor a las Malvinas, con el consentimiento de la dirección. Sonrió ante la presa.

   " 24 de diciembre de 2013, Aranjuez
   Hola cielo,
no tienes ni la más puñetera idea de lo que te odio. Me he metido en el bar de siempre, con la cerveza de siempre, con mi colega el gaucho, y con la más profunda intención de despellejarte, cortarte a rodajas y arrojarte por el retrete para tirar de la cadena entre sonrisas y lágrimas... "

- ¿Qué escribes? - Pelo castaño de mechón rebelde sobre la frente, ojos quizá marrones quizá verdosos, cuello digno de recorrer...
- Vaya, me he vuelto muy popular en esta esquina, el poder de la palabra escrita...
- Perdona, no pretendía incordiar.
- Tranquila, creo que acabas de salvarme, sin nota no hay suicidio.
- ¿Escribías a tu madre?
- Mierda, la olvidé... - Una sonrisa, se deshizo el empate. - Siento el convencionalismo, pero no te he visto nunca por aquí.
- Me he perdido, odio la lluvia, es un refugio temporal. ¿Y tú qué haces aquí? Un tipo que bebe solo huye de algo.
- ¿No eres muy joven para ir de listilla? En realidad soy como Fassbender en Shame, pero yo no estoy tan bueno.
- ¿Adicto al sexo?
- En un ejercicio de libertad. ¿Cómo acabará esto?
- Tú... tan solo como él.

"... Pero antes, en honor a nuestro primo el Nano... donde quiera que estés, te gustará saber, que antes de cenar has sido mía en otro cuerpo y en mi cama, que me has latido al oído deshaciéndote, que estoy harto de hacértelo con otras, pero que te jodes, porque te lo hago. Feliz Navidad."




 


 

 

domingo, 22 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una idea ridícula

   Viajo sentado en un vagón de metro, a mis pies el viejo bolso azul cargado con lo necesario para ocho días de huída. Hace ya meses que busco la salida en forma de vidas de otros, las mastico en las páginas encuadernadas de cualquier libro que cae en mis manos. Es una rendición temporal, una cualquiera, un escondite, como la gorra que cubre mi cabeza y el cuello del abrigo cerrado hasta la barbilla. No existe otro objetivo que el refugio de quien no se atreve a mirarse al espejo. Soy un impostor de enfermo terminal, retraso mi cura por una extraña adicción al desaliento. Un fraude, una sonrisa de anuncio de cruceros, como el que se asoma en la pantalla al lado de las puertas de este tren, incluso para mí mismo. Acaricio la portada de la última víctima... "La ridícula idea de no volver a verte". Jodidamente apropiado. Hace días que lo sujeto a ratos. Me da miedo abrirlo porque habla de pérdida... pero lo abro.

   ¿Sabes cuántas veces puedes enamorarte en un vagón? Hace dos andenes que he perdido a la tercera mujer de mi vida desde que he subido. Si el aeropuerto está lo suficientemente lejos quizá te vea sentada enfrente de mí. Son historias con caducidad programada, el punto final marcado por la voz metálica que anuncia su estación de destino. Mientras tanto me da tiempo a conocerlas, a hacerlas reír antes de llevármelas a la cama. ¿Sabes cuántas veces se puede hacer el amor en un vagón repleto? Luego nuestra historia se corrompe, se deshace por la rutina y porque no son tú. La primera terminó en Pacífico, fue corta, bastante tormentosa, fuego a indiscreción bajo su falda. La segunda dejó de soportarme en Tirso, ya sabes que soy complicado, se enfadó cuando le confesé que los violines me ponen triste aunque guarden silencio, como los pianos. La vida es así, una página nueva. La última duró hasta Iglesia, me dejó plantado en el altar. Creyó que quería robarla cuando colgué un atrapasueños en el cabecero, deben de gustarle sus pesadillas.

   Me toca transbordo y sigues sin llegar, eres diferente y lo sabes, por eso te permites el lujo de no tener estación de destino, de no caminar por los andenes que dejo atrás. Te permites la soberbia de no apearte cuando te lo pido. Y, de algún modo, entre unas cosas y otras has pasado de sueño a enfermedad. Es por eso que me largo, porque estoy cansado de este diario electrónico de la tristeza, del teclado oscuro que me iluminas con una vela de terquedad. Me has cargado la espalda de recuerdos envenenados y ya no encuentro los momentos que busco, ya ves, al final, después de todo, no me has dejado nada. 

   La línea ocho de madrugada está casi vacía, igual que el avión que tomaré en una hora. Abriré de nuevo el libro, esta vez sin vendas ni guantes, un asalto más con la ridícula idea de no volver a verte.

...


   
martes, 17 de diciembre de 2013 0 comentarios

Algún que otro momento

   En la parte de atrás del jardín, en las noches despejadas, se podían ver restos de estrellas, no tantas como cuando era niño y el pueblo era un pueblo, pero suficientes para que el tiempo pareciese algo demasiado relativo como para marcar líneas que lo separen. Allí se podía estar tranquilo de madrugada y, si no hacía demasiado frío, sentarse en los escalones que bajaban hasta la parcela para no hacer nada. Quizá encender un cigarrillo de vez en cuando, quizá jugar un poco a las miradas desafiantes con el perro del vecino, aunque el animal siempre tenía mejor corazón y acababa sacudiendo la cola al poco, y, de vez en cuando, llorando contra la alambrada que les separaba. El resto del vecindario ni siquiera sabía que existía la madrugada, todos dormían sueños de rutina, algunos con el televisor encendido aún, sin voz a través de las ventanas pero con luces que cambiaban de color y ensuciaban de rojo, azul y verde la luz blanca de la luna. Esta noche estaba llena, como un enorme faro encasquillado. Al menos sabría hacia dónde dirigirse para naufragar y no tendría que andar dando tumbos de nuevo.

   El día no había sido demasiado malo, pero se sentía cansado. De algún modo le asaltó el recuerdo de un libro que había manoseado mil veces. Era un atlas enorme, encuadernado de verde y con un mapa del mundo esbozado en un bajorrelieve dorado en la portada. Casi la mitad de sus páginas estaban ocupadas por un índice de ciudades y pueblos en dos columnas, el nombre a un lado, las páginas y coordenadas al otro... para encontrarlas. Siendo niño había pasado horas estudiándolo, por las noches, buscando lugares que había oído nombrar en el colegio, pasando los dedos sobre las fronteras. A veces el mundo parecía enorme con aquel gran listado en el apéndice, esta noche no le parecía lo suficientemente grande. Un año atrás, poco después de despegar solo en un avión estrecho como un autobús con alas, asomado a la ventanilla, había podido comprobar cómo se puede estar volando sobre Madrid mientras se contempla el mar de fondo. No... el mundo era jodidamente pequeño desde allá arriba.

   El teléfono soltó un mensaje.
- ¿Qué haces? ¿Sigues insomne?
- ¿Conoces la tecla adecuada para resetear un cerebro?...
- Creo que se llama cerveza, y sólo funciona durante un instante.
- ¿Y una lobotomía frontal?
- Mmmmm... ligeramente desagradable y, sinceramente, preferiría que me recordaras si tengo que limpiarte mientras babeas.
- ¿Cómo estás?
- Cansada... en la cama... rezando porque no hagas demasiadas gilipolleces.
- La definición de gilipollez es demasiado subjetiva.
- La definición de gilipollez es exactamente lo que se te está pasando por la cabeza.
- Entonces ven con un punzón y buscamos el tutorial para dejar la mente en blanco.
- Quizá deba buscar alguno para dejar de preocuparme por un idiota como tú, me ahorraría algún que otro momento.
- Descansa anda, no quiero saber nada de ti. Te quiero.
- Te quiero.

   Dejó el móvil a su lado en el escalón y cerró los ojos, comenzaba a hacer frío. Mañana tendría un día complicado, pero se sentía incapaz de dormir. Y luego estaba aquella maldita fecha. Cuando se sentó en el sofá la calefacción funcionaba a toda máquina, el zumbido lejano de la caldera era lo único que podía escuchar aparte del silencio y sus propios latidos. Se arropó con la manta, se estiró, se encogió, se miró las manos, se las pasó por la cabeza, respiró... no, nada funcionaba. Volvió a mirar la pantalla de aquel maldito cacharro que se guardaba todo lo que hemos sido en forma de fotos, de pasado, de momentos congelados. No quería hacerlo, no debía hacerlo... lo hizo. Se quedó mirando el número en la habitación a oscuras, los dedos casi no le habían temblado, pensó que no estaba tan mal a fin de cuentas, de hecho tenía sus momentos. Sólo un toque más... se aclaró la garganta. Al otro lado también había madrugada, también había luna llena marcando el lugar a evitar... Sólo sonaron dos tonos, después alguien que descuelga a mil kilómetros y silencio...
- Esta madrugada hace un año que me pediste que subiera a aquel avión contigo... ¿por qué tuviste tanto miedo?
   Silencio, siempre silencio.

 
domingo, 15 de diciembre de 2013 0 comentarios

No me apetece titular esto

Una esquina, un cuarto menguante,
un gramo de coca, una cucharada de caballo desbocado,
un yonqui de otro, tu aguja, mis venas,
una letra, cualquier letra,
Laura, Marta, Ana, Alejandra,
una lágrima corriendo la tinta, un polvo, la noche entera,
una tormenta, una playa desnuda, un hombro, dos hombros,
mis huesos, el miedo a la muerte, una soga, un ahorcado,
una puta, el frío,
un alma que abraza sin manos, un cuerpo con manos sin alma,
Alicia, Miriam, Cristina, Melania,
nostalgia, palabras, pasado, más palabras,
un papel en blanco, dos cervezas y me largo,
un horario, un tres por ciento del tintero, una pluma,
Olivetti desdentada, imprime y firma debajo,
una guerra, un invierno vestido, un infierno vivido,
la cara entre las manos, un buzón atestado vacío,
un teléfono aparcado, una multa por la voz perdida,
no poder pagarla, no querer pagarla,
hai excomunion en la biblioteca, una deuda,
no poder pagarla, no querer pagarla.

sábado, 14 de diciembre de 2013 0 comentarios

Cheers

   Se sentó y dejó sobre la mesa las dos pintas de rubia congeladas en un ritual sagrado, los viernes por la noche eran las fiestas de guardar. Al poco llegó el camarero con la cesta de frutos secos. Le gustaba ese lugar, quizá porque, con el paso de los años, se encontraba en ese equilibrio perfecto en el que sientes un bar ligeramente tuyo, uno más de la familia, con conocidos dentro a los que no necesitas saludar porque ya te conocen. Además la luz era perfecta para pasar desapercibido si apetece y los partidos se veían de la hostia.
- ¿Mucho curro?
- Demasiado.
-¿Mucha pasta?
- Bah.
   El primer sorbo de cerveza después de un día de aguantar retrasados mentales no diagnosticados huele a victoria, como el napalm de Robert Duval en Apocalypse Now, casi podría hacer surf sobre la barra si cayeran bombas.
- Recuérdame que me empiece "El corazón de las tinieblas" cuando acabe con Toole.
- ¿Qué?
- Bah, déjalo, cosas mías. ¿Te he contado la historia de Toole? - Ambos miraban distraídamente y con atención a la chica de detrás de la barra, el pelo suelto le quedaba aún mejor, no podía ser lesbiana joder, seguro que era un bulo.
- Creo que sí.
- Ése tío escribió "La conjura de los necios" y le fue con el manuscrito a un pavo que le dio mil vueltas, le hizo corregirlo durante dos años, hasta que el bueno de John se desesperó. Toole era un tío sensible, en serio, tanto que casi nadie sabía que escribía... claro que tampoco tendría muchos amigos, supongo. Vivía con sus padres y daba clases mientras seguía estudiando.
- Oye, ¿has visto a esa rubia que acaba de entrar? No la he visto nunca por aquí. - Giraron la cabeza al mismo tiempo, con delicadeza y disimulo, sí señor.
- Sí, hace un momento ha parado el coche a mi lado y me ha preguntado cómo llegar hasta este antro. - Un sorbo más de la otra rubia y siguió hablando. - Pues bien, nuestro amigo John está harto de toda esa mierda, un día coge el coche y desaparece. Nadie sabe dónde carajo se ha metido. Vale, los amigos de verdad saben que anda un poco loco, pero coño... El caso es que meses después descubren el final de la historia, no saben dónde ha estado, pero lo que descubren es que una noche, un par de días antes, había aparcado cerca de un pueblo de mierda de Mississippi, había metido una manguera en el tubo de escape, se había sentado en el coche bien cerrado, y se había suicidado respirando el puñetero gas.
- Venga ya.
- En serio tío, ¡31 años! Un jodido genio que escribió dos novelas que no vio publicadas en su puñetera vida, autogaseado entre pantanos, no me jodas.
- Seguro que tenía otros problemas más importantes.
- Nada es más importante que sentir que nadie sabe lo que quieres decir.

   La rubia de carne y hueso se sentó en la mesa de al lado con una pelirroja de carne y hueso. Alabado sea el destino cruel. No hacía falta decir más. Bebían Martini, ¿quién bebe Martini blanco en un bar a estas alturas de la vida? Supuso que se podría decir lo mismo de los gin-tonics con frambuesas, así que la primera batalla estaba ganada.
- No te ha sido difícil llegar, ¿verdad?
-¡Ey! ¡Hola! No te había visto. - La capacidad de disimulo de algunas mujeres rivalizaría en un ring con la de todos los hombres... - No, lo complicado ha sido aparcar y esperar a ésta. - ¿Algo de rencor por el retraso de otros? Le gustaba esa chica.
- Han sido diez minutos, joder... - La pelirroja de carne y hueso sabía hablar también, punto para ella, paso a un lado y cedemos el honor del pico y pala para el bueno del colega.
- Mi tiempo es muy valioso. - Contestó la rubia con sarcasmo y sin girarse.
- Me llamo Toole, encantado, soy escritor y nadie me entiende.
- ¿"Tul"? ¿Qué clase de nombre es ése? ¿Tu madre es modista?
- Ni idea, me autogaseé en mi coche cerca de Biloxi hace más de cuarenta años, no sé con qué andará ahora.
- Seguramente esté muerta.
- Como yo.

   Resultó que la rubia se llamaba Julia, que estudiaba Historia del Arte, que tenía unos hombros que merecían ser idolatrados para ser justos con la inabarcable Historia del Arte que estudiaban, y que estaba aderezada con la lengua más rápida para soltar sarcasmo que había visto en mucho tiempo. Resultó que miraba a los ojos cuando hablaba. Y resultó que le contó más cosas. Tenía 23 años y había llegado a Madrid hacía dos. Supuso que todos huimos de algo, pero eso ella no lo dijo. Le contó que había descubierto París con aguacero, el otoño pasado, de la mano de un hipster de chaqueta de pana que la abandonó en pleno Louvre para tirarse a una japonesa en el baño, y que viva la intelectualidad lasciva y que viva Vallejo. También que desde entonces odiaba esa puta ciudad y al maldito Leonardo, que se había dedicado de pleno a olvidar a base de libros, apuntes y cine, que Tarantino era un genio de la mala leche y que, al fin y al cabo, no sabía qué carajo estaba haciendo aquí. Todo eso era la piel de Julia, y más adentro, como siempre, corazón y pulmones y tripas y unos huesos que parecían tan frágiles que merecía la pena protegerlos. Ese hipster denigraba a la raza humana con su estupidez.

- ¿Y tú qué haces aquí?
- Supongo que una pausa Julita, estoy cogiendo carrerilla para un mortal adelante.
- No me llames Julita, prefiero Jules, como L. Jackson en Pulp Fiction.
- Joder negra, no me digas que ya tengo que jurarte amor eterno.
- Ni se te ocurra. - El tercer Martini comenzaba a hacer mella en Julia, ahora hasta sonreía. La cuarta pinta comenzaba a hacer mella en él, ya no tenía miedo. - ¿Cuándo darás ese salto?
- Sinceramente... cuando me crezcan los huevos para darlo.
- Necesitas un empujón, nene. Estás ahí, acojonado en el borde de la piscina. Mi padre me enseñó a nadar tirándome a plomo cuando yo tenía dos años... necesitas un empujón. - Definitivamente el Martini actuaba.
- Tu padre era un cerdo irresponsable, pobrecita mía. ¿Dónde se han metido éstos?
- ¿Te importa? - Nueva demostración de característica innata de la genética XX... contestar a una pregunta con otra. - Paula es buena chica, no le pasará nada, creo que se largaron hace más de media hora. Y no creo que seas tan sociópata como dices, ¿sabes?, te preocupas por tus amigos.
- Son los únicos a los que trago, Jules. Pero, puestos a ser sinceros, estoy más preocupado por mí mismo.
- ¿Esta noche?
- Más que nunca.
- No voy a morderte.
- Qué pena.
- Gilipollas.
- ¿Hora y media en darte cuenta? No eres tan lista.
- Me pones enferma, llévame a la cama.
- Sólo lo hago con personas sanas.
- Seguro....
 Pagó ella.

   Se despertó una hora antes de entrar al trabajo, puto capitalismo, necesitaba una granja y autoabastecimiento, eso sí que era vida. Maldita cerveza, maldito dolor de cabeza, maldita puñetera manía de amanecer maldiciendo. La besó en los labios para despertarla.
- ¿Aún estás aquí? - Voz de ultratumba.
- Tengo que ir a trabajar.
- Saca un par de ojos.
- Siempre lo intento. ¿Te he contado la historia de mi amigo Toole?
- Dos veces. - Hundió la cara en la almohada.
- Esta noche te la contaré tres.
- "Tul" era un gilipollas, por eso está muerto.
- Igual que yo, Jules... igual que yo. - Ella soltó un largo aggg de desesperación sin sacar la cara de la almohada.
- Esta noche no voy a soportarte, lárgate.
- Yo ya no te soporto.

   Ya estaba vestido cuando tuvo que huir a través de la puerta, perseguido por uno de los zapatos de Julia que voló sobre él y se estrelló estrepitosamente contra la pared del pasillo. El tacón hizo un agujero profundo en ella, ahí sería donde colgarían su primera foto juntos. Por el amor de dios... ¿ ya estaba enamorado?

viernes, 13 de diciembre de 2013 0 comentarios

30 minutos exactos

   Siempre sigo los consejos profesionales, por eso, cuando ya no hay otro modo de huir, te pienso media hora exacta, nos la dedico hasta el último segundo para después cerrar la puerta, a veces suavemente, casi siempre con un sonoro portazo. A menudo el callejón sin salida me atrapa en casa, tumbado en el sofá, después del trabajo, arropado, delante de alguna película o entre las sábanas de algún libro. No voy a mentir, te me has tatuado, y casi siempre andas por ahí escondida en una especie de niebla, como los posos del café que dan la cara cuando todo lo demás ha desaparecido. Algunos días, después de beberme ese café caliente y amargo de toda la gente que me cruzo, de odiar ese sabor que asesino con toneladas de azúcar inventado, miro al fondo de la taza y allí estás. Puede ser una frase que esté leyendo, una imagen en la pantalla, un sonido, una nota, una sola palabra. Un detalle perdido y a traición me construye el muro de ladrillo delante y estrecha las paredes hasta casi asfixiarme. Ya no pongo la radio, ¿sabes? Me aterroriza escuchar cualquier cosa que haya escuchado contigo, y esos cabrones que sonríen detrás del micro no suelen tener mucha piedad.

   Treinta minutos exactos. Cuando no hay modo de huir, doy la vuelta al reloj de arena y te abro de par en par la entrada a mi garganta y a mis tripas... otra vez. Se elevan las compuertas que te embalsan y te permito arrasar el cauce que te está vedado. Es una rendición con consumo preferente, una humillación consentida y acotada por el abajo firmante, un chapuzón de piscina abandonada, en agua sucia y congelada... El único tratamiento efectivo contra tu veneno. Treinta minutos. Y durante ese tiempo me consiento darme asco y darme pena, y me hago pequeño y dejo que tú crezcas. Desempolvo tus fotos y tus cartas durante quince minutos, ni uno más. Al volver a verte lloro, y me encojo, y cruzo los brazos alrededor del estómago y me abrazo. La mayoría de las veces hundo la cara en algún cojín y lo aprieto muy fuerte, ya ves, me da vergüenza que los vecinos me oigan, así lo ahogo un poco. En eso nos parecemos, hay quien disfruta de la exhibición de las lágrimas propias, tú y yo no soportamos que nos vean. Las demás cosas en las que nos parecemos se me han olvidado.

   Quince minutos, la mitad de la arena. Es entonces cuando entras en la habitación, es entonces cuando estás delante. Las primeras noches te decía que te echaba de menos, te pedía que volvieras, te gritaba que te necesito conmigo, que eras la única de entre todas, que sabes quién soy... Sonrío al escribirlo... duele, es patético. Ahora sé que ni siquiera te acercas a lo que yo veía, que ni te acercas a mí mismo. Ahora, simplemente, nos miramos sin hablar, sigues estando preciosa. Y te quedas ahí plantada, delante de mí, con esos ojos enormes y tristes que me volvían loco. Cuando no puedes dormir y me piensas a mil kilómetros, me despiertan tus pasos en mi dormitorio, eso tú no lo sabes. Tampoco que me hago el dormido porque no quiero dejarte entrar en mi cama, que las respiraciones profundas no son de sueños profundos, que congelan los latidos para que no los oigas... que sé que a veces entras sin llamar.

   Dos minutos antes de que acabe el tiempo te acompaño hasta la puerta. Hueles a guerra terminada, a cadáveres en el campo de batalla, a soledad y a despedida, a mástil partido y a deriva. Antes de marcharte me acerco a tu oído sin tocarte, no puedo tocarte... Historia repetida, instante repetido. Tú escuchas en silencio mis palabras, cuatro palabras repetidas...
¿Por qué?... 
Te odio...

   Treinta minutos exactos que terminan en una puerta que se cierra. Treinta minutos exactos, por consejo profesional.
jueves, 12 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una historia

   Esta noche, mientras dormía, se me ha aparecido una historia increíble y se me ha olvidado. Era como un yonqui de las palabras en plena sobredosis, lo prometo, abrazado a la almohada no paraba de escribir, juraría que tenía los ojos abiertos. Había un color, el verde, no es que todo estuviera teñido y sé que todo eso de la esperanza es una mierda, no, tampoco es que en mi mente hubiera un VERDE escrito con todas sus letras... mmmm... ¡ya sé!... el color estaba acampado entre mi sien derecha y la izquierda, sobre la cama, eso era. Y yo sonreía a veces, porque estaba viendo la ventana mientras empezaba a amanecer, ahí tumbado, y pensaba... ¡coño Luis!, te está saliendo algo jodidamente bueno, ¡y encima no tiene nada que ver con ella! Y mientras tanto escribía y sonreía y veía las palabras fuera del verde, porque estaban fuera de mi cabeza y encuadernadas, impresas en papel de libro amarillento. Las letras estaban escritas a máquina, una de esas viejas que no he usado nunca y que siempre que encuentro en un escaparate pienso en lo relajante que sería estamparlas contra el suelo. A algunas les faltaban partes, las es estaban partidas en el cierre y las eles por la mitad, y era genial porque cada vez que escribía "él", que soy yo, estaba roto justo por medio. Y me acordaba del colegio y de los curas con sus Él con mayúsculas y tilde, y me preguntaba qué habría sido de Él desde que lo enterré y le puse una losa bien gorda que no pudo mover esta vez, gracias a Él... Alimento para gusanos. Y pensaba en la liberación del pueblo contra los tiranos y soltaba una carcajada. Y no sé por qué se me ocurrió que Bécquer era un cerdo que oprimía almas adolescentes, con esa perilla y esa mirada de os estoy jodiendo y no lo imagináis, y todo eso aparecía escrito a máquina. Hay muchas formas de tiranía.

   La historia seguía y seguía y no tenía que corregir nada. Planeaba que lo más oportuno sería cederla a la ciencia para que la desmembraran, y le sacaran las tripas, y la rajaran y cortaran en trozos muy pequeñitos, les sería fácil, he oído que los tipos musculados son difíciles de partir cuando están muertos, que los estudiantes sudan para seccionarles un brazo o abrirles el pecho, pero mi historia era muy flaquita, no comía bien. Y la novela seguía y seguía y yo acurrucado en la cama sin despertar. Y no había pianos, ni diciembre, ni París, sino bares, y Bunbury desmejorado, y cerveza, y mujeres sinceras, y barras de incienso en mi habitación, y poetas deslenguados, y tipos que llamaban a gatos perdiendo la dignidad sin saber, pobres, que ellos son como tú y sólo aparecen cuando tienen frío. Y me veía en el espejo mirando mi ombligo, esa cicatriz que grita que desde que te arrancan el cordón ya no necesitas a nadie para sobrevivir. Y luego, en la ducha, el jabón se mezclaba con tu sangre y no la mía, y se largaba por el desagüe. La vida es así cielo, ya no soporto a las niñas egoístas, te jodes.

   Qué buena historia se me ha aparecido esta noche, y nada más despertar la he olvidado. ¡Qué pena! diréis, pero no. Creo que se ha escondido, veo pequeños dedos y unos ojos que se asoman detrás de mi espina dorsal. La atraparé, se ha asustado porque querían hacerle la autopsia, le diré que era broma, que la quiero, quizá le ponga un trozo de caramelo de cebo, seguro que le gusta. Y si no... ¿qué coño importa?
martes, 10 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una peli de James Dean

Aquella noche olías a libro recién abierto,
a páginas separadas por primera vez.
A historia, a relato, a cuento.

Te leí con la yema de los dedos
te aprendí cada párrafo.
Me bebí la letra escondida en cada curva,
en cada esquina de tus piernas,
de tus labios a tus pies.

Tú eras un contrato de préstamo con usura,
el final de una barra sucia de cerveza con interés.
Yo el tipo que bebe dos horas antes de vivir.

Aquella noche olías a victoria,
yo a una peli de James Dean.






viernes, 6 de diciembre de 2013 0 comentarios

Hopper


    Un cuadro de Hopper colgado en la pared recién pintada. Dentro de él nos asomamos a través de una puerta abierta, en la habitación sin ventanas una mujer semidesnuda se encorva sobre un papel desdoblado que apoya en su rodilla. Está sentada al borde de la cama, no sabemos si la habitación es suya o lo ha sido, maletas en el suelo y un vestido abandonado en el brazo de un sillón verde. Podemos espiar sin miedo, podemos preguntar sin miedo, no girará su cabeza, no nos descubrirá asomados desde el otro lado del lienzo. La soledad son preguntas y maletas, ropa desperdigada y habitaciones provisionales.

   Observaba el cuadro desde la cama, con las manos cruzadas detrás de su cabeza. Era media mañana y el sol entraba a raudales a través de las cortinas, desbocado después de una semana de lluvia terca. Lo había colgado dos días antes, ignoraba la razón y, desde luego, no le importaba. Sintió el roce de unos pies desnudos bajo las sábanas y la miró.  Ella inhaló esa bocanada de aire salvador que nos despierta después de los sueños profundos, se acercó a él y le besó el pecho.
- ¿Por qué crees que está tan triste?
-¿Quién? - Ella preguntó casi sin voz, despierta a medias, con el cuerpo aún dolorido.
- Esa chica. Fíjate, está mirando un papel en blanco, al menos nosotros lo vemos así, vacío. Quizá quiera escribirle algo a alguien.
- Joder, ¿qué más da? - Deslizó la mano entre sus piernas, se sentía más despierta buscando despertar algo más en él, siempre lo conseguía con facilidad. Y qué coño, le gustaba hacerlo por la mañana.
- Para. Mírala. No sabemos si es de día o de noche, si se marcha o acaba de llegar, si está en casa o en una pensión de mierda. No sabemos quién es, sólo que se sienta a mirar un papel en blanco en una habitación minúscula y que está triste.
- ¿Y cómo sabes que lo está? Yo conozco un remedio para eso, podría enseñárselo ahora mismo... - La frase se perdió en sus labios a medida que los iba acercando al cuello de él. Una sonrisa de satisfacción y de conquista cuando notó que el trabajo entre sus piernas comenzaba a dar fruto. En cuanto sintió su sexo crecer, él deslizó la mano hacia la de ella y la sujetó con fuerza llevándose ambas soldadas hasta el pecho.
- He dicho que pares... Yo creo que acaba de llegar, ¿sabes? Creo que ha llegado a ese lugar buscando a alguien y que va a escribirle, pero que tiene tantas cosas que decir que no puede empezar, por eso se pone triste... O quizá no, quizá lo que ocurre es que se marcha, que cogerá un tren a la mañana siguiente y ha dejado preparados el vestido, el sombrero y los zapatos para poder dormir un rato más. Quiere despedirse, quiere hacerlo sin dolor, pero tampoco puede, y por eso se pone triste...
- Estás hablando demasiado... no quiero hablar precisamente. - Se inclinó hacia él y le besó en los labios, lo acercó hacia ella sujetando su cabeza con la mano libre. Sus lenguas se rozaron un instante y ella sintió la sangre ascendiendo por todo su cuerpo, el corazón acelerado, el deseo... sabía cómo alimentarlo. Pasó una pierna por encima de las de él y volvió a sentir el orgullo de la victoria. Necesitaba tener aquello dentro ya.
- Espera. - Él se separó un poco y la miró a los ojos. Eran enormes, eso era lo que le había llamado la atención en cuanto se la presentaron. Creyó ver algo allá escondido. Luego la conversación se fue animando por el alcohol, hablaron de sus trabajos, de un par de amigos comunes y de unos cuantos enemigos compartidos. Pero fue aquel pozo de preguntas que escondía en la mirada lo que le atrajo. - Sé que está triste por sus hombros, porque se sienta en una cama y porque apenas le vemos los ojos escondidos en la sombra. Sé que está triste porque nadie se rodea de maletas en una habitación sin estarlo, porque si llegas has dejado algo atrás y si te marchas vas a dejarlo. Quizá el papel no esté en blanco, quizá Hopper lo dejó así para que nosotros lo llenásemos, quizá es una carta de despedida, quizá es una carta de confesión... No hay pluma ni tinta, si está en blanco de verdad, ¿cómo coño va ella a escribir? Sé que está triste porque está sola y, no te engañes, los vendedores de humo de la psicología te enseñarán que todo depende de nosotros, que hemos de ser fuertes sin contar con nadie, que podemos hacerlo... pero es mentira, estar solo es estar triste, y ella lo está.
- Pero tú no, y quiero que me folles ahora mismo. - Se colocó sobre él despacio y recibió su sexo con un gemido. Calor, piel, sudor, deseo, placer... el diccionario debería incluirlas como sinónimo de fusión. Las manos de ella sobre la pared, casi derribándola en un orgasmo. Las manos de él rompiendo sus caderas mientras se deshace.

   Desnudos y sin sábanas, dos estatuas recuperan el aliento.
- Eres un tipo muy raro, joder... ¿Quién carajo es Hopper?
- Un mirón.
- Entonces es un enfermo, podría vivir un poquito. Los mirones me dan asco.
- Era.

   Se levantó y se asomó a la ventana. Afuera la vida seguía detrás de otros muros. Vio a una mujer preparando la comida en la cocina, un chaval de unos quince años colocaba el edredón precipitadamente al otro lado de unos cristales, un tipo que vivía solo se dedicaba a recortar unos setos de ángulos rectos enfermizamente trazados. Su voz sonó a mujer semidesnuda sentada en el borde de la cama.
- Márchate, no quiero volver a verte.

miércoles, 4 de diciembre de 2013 0 comentarios

Camino de casa

   El frío vacía las calles en cuanto oscurece. Es el mejor momento para caminar, todos los sonidos se comprenden mejor en el silencio. Caminaba ligeramente encorvado, encogido sobre sí mismo, tratando de meterse entero en cada bolsillo. El cemento manchado de la acera se dejaba ver a pedazos, casi cubierto por completo por una capa de hojas ocres y amarillas recién caídas. El viento había cesado hacía rato y, en su visita, había transformado la calle vacía en la vereda de un jardín oculto que se asomaba bajo el asfalto. Se preguntó qué parte de sí mismo estaba también oculta, qué raíces había enterrado durante todos estos años, qué fragmentos de piel se rompían al llegar el frío dejándolas asomarse, sólo un momento, insinuarse como la curva de unas caderas bajo las sábanas. El eco de sus pasos golpeaba las fachadas, se colaba en los portales a oscuras, en los escalones que ascendían hacia la penumbra para llegar a una puerta cerrada. A través de los ventanales se derramaba la luz anaranjada de las últimas noches del otoño, sentía que si se estiraba lo suficiente, quizá si alzase una mano, podría notar el calor de aquellas casas al mismo tiempo que su luz la iluminara. Pero allí fuera sólo existía el frío, le gustaría saber quién se refugiaba bajo aquella manta de hojas muertas. Hay momentos en que puedes hacer una radiografía de ti mismo, virar tus ojos más allá de tus músculos, de tu sangre, llegar a las vísceras que se guardan celosas todo lo que eres. Pero, ¿quién era? Mirarse en el espejo duele cuando tienes la respuesta a tus propias preguntas. 

   Recorría la ciudad sin rumbo, como se recorren las ciudades, a ratos girando en cada esquina, a ratos siempre recto. Ni una sola nube, ni una sola estrella. Recordó aquel noviembre en que la electricidad desapareció durante unos minutos, cuando entendió lo que era la noche bañada de blanco, cuando se asomó a la parte trasera de la casa para descubrir que algunas luces pueden tapar otras, más débiles, más puras. Ahora, las farolas encendidas le rodeaban de sombras de sí mismo que lo acompañaban, la más oscura se giró al mismo tiempo que él y le clavó su mirada. Cuanto más potente es el foco que nos ilumina, más negra es la sombra detrás de nosotros. Creyó que iba a decirle algo, a reprocharle el paseo cuando lo sensato era taparse bajo una manta a ver la televisión, escuchar a su propio sueño de una maldita vez, arrojarse a la lona… pero estaba muda. Las siluetas oscuras de uno mismo no tienen cuerdas vocales, si no acabarían por volvernos locos con tanta verborrea.

   Debía de llevar andando mucho tiempo, las piernas comenzaban a dolerle cuando se sentó en el banco de hierro forjado en medio del parque. Respiró profundamente aunque no le faltaba el aliento, era una costumbre adquirida que, en su mente, cargaba de misticismo el pensamiento que le estuviera martilleando en ese momento, una especie de subrayado con el que marcaba algunos puntos de su razonamiento que no quería olvidar. Con los sentimientos le ocurría lo mismo, pero ellos eran más tercos, no necesitaban que nadie los destacase para mantenerse ahí, como películas en la estantería que a veces quieres ver y a veces no, pero no puedes olvidarte de su presencia. Lo sabía, pero los seguía inspirando y expirando con fuerza. Se había sentado en aquel mismo lugar una vez, hacía algunos meses, un día en que habló solo, un día de sol tibio a la hora de la comida, un día en que todo había cambiado. Creyó verse a sí mismo jugando al otro lado del castaño que tenía delante, siendo niño, tal y como había sucedido en el sueño que le contaste cuando aún le decías que le soñabas. Ésta vez estaba solo, no a tu lado como aquella noche, y sabía el significado de aquel crío corriendo alrededor del árbol, que llegaba a rozar los alibustres que hacían de barrera con lo que no era parque, para retroceder enseguida. Sabía que jamás podría salir de aquel espacio encerrado entre edificios, que permanecería allí, inocente, perdido entre juegos de espadas que son ramas, de árboles que son enemigos. Aquella tarde, a la hora de la comida, con algo menos de treinta y seis años, hablando solo, se dejó la niñez encarcelada. Se miró por dentro, viró sus ojos hasta sus vísceras celosas de secretos, y no le gustó lo que guardaban. Deberían formar a los cirujanos para extirpar algunas tardes de sol tibio. Contempló al niño hasta que comenzó a temblar de frío. 


   Cuando se levantó, le hizo un gesto de despedida con la mano a su pedazo perdido y el otro se lo devolvió con una sonrisa. Parecía simpático, quizá volviera alguna vez a visitarlo, por si necesitaba algo. Volvió a meter las manos en los bolsillos, como si intentase refugiarse entero en ellos, y se perdió por la calles envuelto en la niebla que ya descendía… camino de casa.
 
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