sábado, 30 de noviembre de 2013 0 comentarios

Repite

Repítemelo.
Repite que ha sido culpa mía quererte,
que todo es mentira,
que las palabras estaban vestidas.

Dime que no compartías mis noches,
llámame loco,
que nunca buscaste mis días, dime...
dime que no me querías.

Jura que no temblabas pensándome,
que no sonreías al despertarme.
Jura que no me has buscado, jura...
Jura, si te atreves... que no has estado a mi lado.

Reconoce tu miedo a reconocerme,
que mi espejo te asusta y te llama
porque no quieres verte, dilo...
grita alto que no me has llevado a la muerte.

Cuando lo repitas,
cuando ahogues la mentira en el pecho,
cuando te claves los dientes y sangres,
sujeta el alma que se te escapa,
suelta la trampa... que ya estoy muerto.

Y vive,
vive sin mirar atrás,
vive vacía de todo.
Y no te leas por dentro, no te sepas,
no te aprendas un renglón de lo que eres.
Ojalá nadie llegue a leerte y sabes...
sabes que no me mereces.

Que eres veneno y espanto,
que eres desierto de nada,
arena sin agua,
y tu llanto, una lágrima dulce y, tan falsa,
que resbala una vez cada tanto.

Púdrete lejos de mí, pero nunca te olvides.











jueves, 28 de noviembre de 2013 0 comentarios

Embarque

   La habitación se hacía más y más pequeña. El ventanal, con sus marcos blancos, se encogía lento y hacia abajo, como el tiempo en un reloj de arena. Para mí era tan perceptible como la oscuridad que golpeaba los cristales. A medida que las paredes se me acercaban, sin piedad y sin ojos, vi aparecer la luz en un horizonte alejado. Entre él y yo, kilómetros de estómago vacío. Los tejados que hacía un momento recibían la nieve mansa, una lluvia de plumas blancas perdidas por un ave gigantesca, ahora se evaporaban, se convertían en siluetas apenas recortadas. Luego en nada. La cama se volvió un camastro estrecho, las sábanas me envolvieron apretadas, tuve que doblar las rodillas para no salirme de ella. Y, poco a poco, las ventanas trucaron ángulos rectos en un ojo de buey, el ladrillo en el que estaban mordidas se volvió un metal frío. A través de él amanecía anaranjado y sin nubes, amanecía sin invierno. En medio de un mar azul marino yo sentía lo mismo que cuando vi su color real por primera vez... profundidad y miedo y una pizca de vida. Asomado desde mi camarote vi alejarse las estelas de espuma blanca, deshechas por la distancia con mucha más calma que con la que nacieron, golpeadas y de agua rota.
   Ésa es la respuesta a tu pregunta. Me embarqué sin memoria y sin puerto. Con nada de lo que tenía. Y amanecía.
miércoles, 27 de noviembre de 2013 0 comentarios

Resaca

   - Quiero que te desnudes… - Las palabras salieron de su boca, torcida por el exceso de alcohol, pastosas, casi licuadas como el hielo de la cuarta copa de whisky que se sirvió desde que llegaron.
Ella lo miró con ese aire de superioridad que destilan las putas caras cuando negocian con un borracho. Borracho, cuarentón, con la cartera llena de billetes y el bolsillo del alma lleno de agujeros. 
   - Son mil quinientos, esto no es una consulta, aquí se cobra por adelantado. 
El tipo arrojó un fajo de billetes sobre la cama, estuvo a punto de caerse de boca sobre el colchón cuando realizó el movimiento con el brazo. Se imaginaba a sí mismo como un tipo duro de película en blanco y negro, de esos que abofetean pelirrojas y todo el mundo envidia masticando palomitas ajadas desde la butaca. ¿Por qué coño quedaban tan pocos cines de reposición en esta maldita ciudad? ¿Desde cuándo esta ciudad, que era la suya, había comenzado a ser maldita? Había sido siempre la misma, la basura, las calles estrechas cubiertas de vómitos al amanecer, los coches de lujo en aparcamientos de lujo, los guiris, los yupis, las sombras… Una noche mil quinientos, paga la empresa.
   - ¿Estás seguro? No creo que estés en condiciones esta noche. - Un ligero toque de compasión se reflejó en los ojos de la chica, escondido entre un noventa y cinco por ciento de placer mientras contaba el dinero. “Nunca habrás pagado tan poco por unos ojos como esos”. Ésas fueron las palabras del tipo que le pasó la tarjeta… jodido poeta, ¿a quién le importaban sus puñeteros ojos? Tenía un cuerpo blanco de curvas firmes, juventud, y unas tetas en las que volvías a tener pañales… Ojos, él ya tenía unos de esos clavados en la tripa y ya no quería más, pero era cierto, éstos le iban a salir más baratos, no se le llevarían ni un centímetro de piel, nada de quemaduras ni de cicatrices. 
   - Esto no es una puñetera consulta, quiero que te desnudes. - Tipo duro, sí señor.
Vio cómo terminó de contar la parte que le tocaba, cómo dejó caer el resto sobre la mesilla y cómo la guardó en su bolso. Un bolso con clase, en un par de noches lo habría pagado. Llevaba un vestido rojo con la espalda descubierta, el pelo suelto y liso se encargaba de ocultarla a medias. Le pidió que se dejara los zapatos ignorando la mirada de “demasiado porno” que ella le regaló con media sonrisa. Era realmente hermosa. 

   Desde luego ella tenía razón, esa noche no estaba en condiciones, así que cuando el amanecer lo cegó a través de la ventana, solo sobre las sábanas, con unos bóxers de matrimonio, calcetines puestos y los estúpidos Mayumaná golpeando cubos entre sus sienes, no supo si avergonzarse o exigir en la agencia la devolución del dinero por incompetencia de la profesional. Optó por agua helada en la ducha después de llamar a recepción para pedir que le preparasen la cuenta y un par de aspirinas… un final inteligente para un gatillazo regado de alcohol e intercambio de divisas. 

   La mañana estaba helada, restos de la nieve de la noche anterior se amontonaban sucios sobre las esquinas. Se sintió igual de manchado que ellos, igual de apilado en una sucesión de días invernales, esperó que de un momento a otro cualquier conserje, uniformado y diligente, lo arrojara de una palada fuera de la acera junto a los de su especie. En esta ciudad hacía falta estar muy paranoico o tener mucha pasta para coger un taxi, reunía ambas condiciones, así que alzó la mano y, en un segundo, estuvo sentado en un asiento de cuero recibiendo una mirada rencorosa a través del retrovisor después de exigir al taxista que se abstuviera de tertulia. 
   - Como desee el caballero. - No se ahorró ni una pizca de guasa ni de entonación servicial el muy payaso. 
   Se tragó las aspirinas con la cabeza apoyada en la ventanilla, el frío del cristal le hacía sentir bien, relajaba el concierto en el interior de su cabeza hasta un nivel casi soportable. El trayecto fue corto, no deseaba llegar a aquella casa. Cuando se plantaron en la cancela de hierro forjado reprimió el impulso de pedir al taxista que se alejase de allí, que lo llevara lejos… pero ese idiota no lo hubiera entendido, nadie entendía nada. Saludó a Juan con la mano mientras atravesaba el jardín camino de la puerta. La idea de que el jardinero trabajara un domingo había sido de su mujer, el pobre hombre no sólo debía mantener la integridad del invernadero durante las fiestas de guardar, sino que además debía soportarla a ella flotando a su alrededor, enguantada de verde, y sentando cátedra sobre orquídeas y cualquier otro espécimen de moda entre lo más chic de los jardines privados de Madrid. Lo compadecía sinceramente, pero antes de cambiarse por él se pegaba un tiro. Justo tras la puerta, vigilante como un búho al acecho de las alimañas, se enfrentó con la harpía… Comprendió la mirada de Juan tras el saludo, una mezcla entre aviso, alivio y algo de ternura… definitivamente era un buen tipo.
   - ¿Se alargó la cena? - Mirada de sables con un fondo de… “coño, podrías guardar las apariencias”. 
   - Ya sabes cómo son los japoneses, no negocian en los despachos.
   - Tu madre ha llamado. Comerán con nosotros, tu padre tiene alguna noticia. 
   - Fantástico. - Se oyó decir a sí mismo mientras subía las escaleras hacia el dormitorio.

   Se desnudó despacio antes de meterse en la ducha, el maldito dolor de cabeza no se rendía, las resacas de whisky caro son como todas las demás, y cuando puedes permitirte el uno no sueles tener edad para permitirte la otra. Se miró un segundo en el espejo sobre la cómoda, realmente daba bastante pena. El vapor transformó la atmósfera del baño en algo agradable. La imagen de aquella espalda descubierta, de aquel vestido rojo deslizándose sobre las caderas, de aquel desnudo culpable, se posó suave sobre él junto con el agua caliente. No consiguió desprenderse de ella, ni siquiera cuando el olor a alcohol y a condena desaparecieron junto al jabón rumbo al desagüe. La masturbación le pareció lo más sensato, cierto que era una imagen cara para reducirla al onanismo, pero era cierto también que sus ojos eran increíbles y… ¡Qué carajo! Por algo había pagado.
lunes, 25 de noviembre de 2013 0 comentarios

Un breve apunte sin sentido

   Algunos momentos se quedan grabados en la memoria envueltos en una cortina oscura de terror, sudor frío y corazones saliendo de la garganta... la primera vez que das la vuelta a una tortilla con público, la primera vez que el iPhone se estampa contra el suelo, la primera vez que te vi entrar por esa puerta... El recuerdo que guardamos de todos ellos depende de los segundos posteriores, de la fina línea que separa la tragedia del suceso, de una lluvia de patata y huevo sin cuajar, de una pantalla rota puñeteramente cara, de una mirada altiva que te ignora... Si la tragedia vence, porque la vida es así, heredamos un estómago encogido para cada una de las veces en los que la mente regresa a ese maldito segundo, así somos, y huiremos de él como de un perro rabioso. Si el suceso vence la carrera por la realidad, que a veces ocurre que no somos tan desgraciados, se abre un mundo mágico de posibilidades... gloria de cocinero sin estrella, un teléfono impecable... e incluso una sonrisa tuya.

   Reconozco el terror que me inspiraste, que movía las manos como un humorista de esquina, que las pasaba por el pelo una y otra vez para que no las vieras temblar. Que la mayoría del tiempo no sabía qué decir ni qué decía. También que un pequeñajo verde y con sombrero irlandés estaba sentado en mi hombro y me susurraba... "¿Pero qué haces?... La estás aburriendo... Cállate idiota... ¿Vas de gracioso?... ¡Bah!" Te aseguro que sonreíste justo en el instante anterior a que lo mandara al carajo en voz alta. Eso nos dio un poquito más de tiempo antes de que notases que puede que algo no funcione dentro de mi cabeza.

   Lo descubriste, claro, pero demasiado tarde como para que no me hubiese perdido dentro de algunos momentos contigo, momentos de esos sin estómago encogido en el regreso. La otra noche volvieron tres de ellos... junto al enano guasón y bocazas. Venía con fuerza y argumentos, créeme... afortunadamente, me quedé dormido.
domingo, 24 de noviembre de 2013 0 comentarios

A pedazos

Estás en todas las cervezas que bebo,
en el hielo que se deshace en cada copa,
en cada boca, en cada piel, en cada uña.
Vives en otros cuerpos... pero te veo.

En cada encuentro me enseñas una parte.
Anoche me entregaste el hombro izquierdo.
Ebria de palabras, de deseo,
de Waits, de Dylan, de madrugada...
de guitarras mudas dentro de tu invierno.

Anteayer tuviste otro nombre,
y en la ducha, por la mañana,
me regalaste tus pupilas y tu pecho.
Jugaste con el vacío de un anillo de piel blanca...
con la mitad que te faltaba... un recuerdo.

Te recompongo a pedazos que vas olvidando,
que abandonas en mi cama desde que te has partido.
Me invento trampas para conseguirte,
las oculto bajo el asfalto, las cubro con las aceras que vas pisando.
Y, cuando te marchas,
me duermo bajo las sábanas que siguen oliendo a ti,
te uno con las costuras del hilo que sigo guardando bajo la almohada.

Tratas de esconderte, lo intentas,
pero estás en cada corazón que me bebo,
en cada cuerpo sin ropa, en cada gota de sudor,
en cada sexo que late, que grita...
en cada costado de alma que me mira...

Eres mía a pedazos que voy cortando,
te arranco de cualquiera...
te robo sin más juicio ni condena.



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Un fantasma

La vida es un momento detrás de la ventana.
Afuera sol sin nubes, adentro calefacción,
y música,
y palabras impresas en negro que resucitan.
Afuera viento y frío y hielo,
y un abrigo grueso que no sirve de nada.

A veces tú también estás adentro,
flotando,
un fantasma de incienso en mi habitación.
Sólo a veces te respiro entre musgo blanco,
te hago el amor, te devoro,
nado en tu río, busco bajo tu vientre,
te trepo sin cuerda con mi boca,
me cuelgo de tu lengua antes de morderte.

Sólo a veces yo también estoy adentro,
adentro de ti,
impreso en negro sobre piel blanca,
para que me leas y me tengas y me respires,
y me poseas y me quiebres...
y me resucites...
sólo a veces.

Y como eres viento y frío y hielo,
y como mi abrigo grueso no sirve de nada,
y como debes estar afuera,
quiero que te vayas,
ver tu espalda alejarse... para siempre.

Para siempre...
hasta que necesite devorarte,
hasta que necesites flotar en mi habitación,
hasta que necesite viento y frío y hielo,
hasta que necesites quebrarme... y resucitarme...

Para siempre...
hasta que necesitemos.




viernes, 22 de noviembre de 2013 0 comentarios

Marta

   Vivimos en una novela, dentro de ella, mezclados entre párrafos, nadando en un mar de letras que no se mueven pero que nos mueven. Y no es una de esas novelas en las que el protagonista se tira a la tía buena, ni siquiera una de esas de amor imposible que acaba en tragedia y nunca se olvida. Tampoco somos detectives que resuelven casos de altos vuelos, regresan a la oficina, y sacan una botella de whisky del primer cajón del escritorio, mirando su nombre grabado sobre el cristal esmerilado de la puerta, con ojos de derrota y de ausencia de honores… y de ausencia. No, no es nada de eso. Nuestra historia es un relato breve de Bukowski que se repite en ciclos, de personajes que entran y salen, de personas que a veces se quedan. Una historia de borracheras y polvos mal encarados pero encarados, que dan resaca y agujeros en el hígado, polvos de garrafón servidos en tugurios de vasos sucios. Y, mientras tanto respiramos los cuentos de princesas que nos venden, que se nos meten entre las páginas y llegan hasta el punto final manchando los capítulos. Pero no te engañes, Disney no quiso que lo congelaran, quiso largarse y no volver, punto. Y tampoco se nos lee, no existe una conciencia externa que guía los dedos que pasan nuestras páginas, no hay ojos que se pregunten qué viene después, qué oscuros peligros. Estamos solos dentro de un argumento del que no controlamos el siguiente giro, giro cabrón de novelista de gasolinera, que aporrea las teclas, ebrio de madrugada, con la doctrina tatuada de que vende más un protagonista jodido. Vaya discurso.

   Salir a la calle a últimos de noviembre para que el frío te lance un directo a la mandíbula duele. Se abrigó convenientemente, levantó la guardia y saltó al ring. Quería caminar, así que condujo más de media hora hasta alcanzar un lugar más interesante que aquel barrio residencial manchado de casas repetidas. La luna, muy llena anoche, comenzaba a menguar al otro lado de la ventanilla. La recordaba la pasada madrugada cuando la miró apoyado en el quicio de la puerta del jardín. Bunbury, con la misma voz que cuando era un héroe, le decía cosas al oído, pero también se le veía cansado. Láminas de una luz blanca y fría convertían los olivos en fantasmas de sombras alargadas, un ejército alineado de custodios de los sueños de alguien que, quizá, durmiese ignorando que lo vigilaban. No supo si tranquilizarse o inquietarse un poco más. Imaginó aquellos soldados desperezándose en su mente y arrasando los pareados con sus ramas y raíces, dejando aquel trozo de tierra olvidado de la mano de dios exactamente como debería estar… hasta los cuentos pueden llegar a ser muy turbadores, ¿verdad? Enrique se empeñaba en acusar a su puta de desagradecida, muy terco y muy ofendido… pobre. Eso le hizo pensar en ti de nuevo… pobre. Y después, mirar aquella luna enorme allí colgada indiferente, lejana, saber que mañana ya no sería la misma, pensar que volvería porque siempre vuelve, saber que tú no lo harás, desear que lo hagas… Desde que regresó el insomnio siempre miraba con los ojos un poco más cerrados. 

   Consiguió aparcar cerca de la calle Fuencarral, las tiendas aún no habían cerrado y las aceras bullían todavía. Esa sensación de estar rodeado de vidas que no le importaban lo más mínimo, lograba que la suya le importase algo menos, el movimiento entre desconocidos le trasladaba hasta el anonimato de sí mismo, así casi no escocía. Le invadió ese oscuro placer de sentirse fuera de su cuerpo, de sentarse en la butaca a ser espectador en sala vacía de martes por la tarde, contemplando extasiado la versión original de una película sin presupuesto que nadie quería ver. Desde que la horda católica cedió el control a la capitalista la navidad en Madrid comenzaba en noviembre, así que los escaparates escupían algún que otro villancico, y las masas consumían regalos envenenados de obligación, hipocresía y un poquito de cianuro por si alguien los mordía. Se coló en una cafetería cool en la que un sonriente universitario cool vestido de verde oliva, (otra vez los olivos vigilantes) tomó nota de su pedido y le sugirió que esperase al final de la cadena de producción cafetera cool, o sea, al final de la barra, no sin antes haberle preguntado su nombre con una indiscreción que chocaba de frente con la amabilidad transmitida. 

   -Anónimo.- Le contestó devolviéndole la sonrisa.
   - Se lo entregaremos al final de la barra, caballero.- Replicó el tipo mientras escribía el nombre sin nombre con un rotulador negro en un vaso de cartón. Hasta dónde podía llegar la estupidez humana. 

    Volvía una y otra vez a aquel lugar por un solo motivo, un viejo sillón en el que nadie se sentaba, gastado, de color vino, condenadamente cómodo para un café y una hora de escrutinio a los demás o a algún libro manoseado y releído. Cada noche ese sillón abandonado le plantaba ante los ojos la necedad de los días que corren, o más bien, de los que corren estos días, en los que nadie se da cuenta de lo que puede aportar un sofá viejo. Vaso de cartón en mano se encaminó a su altar decidido a sacarte de su cabeza, se asomó tras la columna y de repente la vio. Tenía el pelo casi rubio y casi despeinado, curvada sobre un cuaderno en el que unos dedos finos exprimían la tinta de un bolígrafo con demasiada energía como para no preguntarse por qué no se rompían. Como un relámpago acudieron a él los versos de Sabina y sus tinteros borrachos de tinta ordeñados a diario. El resto de ella, en cambio, parecía relajado. Vaqueros gastados, Converse gastadas… ¿vida gastada? No pudo reprimir la pregunta dentro de su cabeza. Un abrigo marrón dormía en el respaldo, un jersey grueso y negro dormía sobre ella. No se percató de sí mismo hasta que la chica levantó la mirada y la clavó en él, plantado junto a la mesa baja, con el café en la mano, tratando de decidirse entre la irritación de ver su santuario mancillado y esa especie de fascinación, de embrujo, que le causaba esa melena que se movía mientras ella negaba con la cabeza y tachaba párrafos enteros. Lo miró con curiosidad y esta vez fue él el que se sintió extranjero, el inmigrante que vuelve a su casa y ya no es su casa, el tipo que regresa del trabajo y se encuentra su calle en dirección prohibida. Así que se sentó en la mesa de al lado manteniendo la dignidad a ras de suelo, dejó el vaso ardiendo en la mesa, sacó a Laforet del bolso y releyó sin leer con el libro apoyado sobre las piernas cruzadas. Ella miró el vaso con descaro, luego a él, luego al libro…
   - Así que no tienes nombre… - El tono irónico se retorcía en sus palabras como una niebla azulada persiguiendo el curso de un río desde su orilla. Lo miraba fijamente, con una media sonrisa demasiado astuta como para ignorar que detrás de ella había unas cuantas batallas ganadas. Había dejado de escribir, pero la punta del bolígrafo seguía pegada al papel  dando a entender que la pausa sería breve. 
   - No lo necesito para tomarme un café en el sillón en el que estás sentada. - Habló sin apartar la mirada del libro, no la veía, la sentía.
   - ¡Así que era eso! - Rió con ganas pero sin estrépito, a él le gustó, pero siguió impasible. Tras un segundo de reflexión ella volvió a hablar. - Este lugar no te pertenece, pero quizá puedas acercar aquella silla, mirarme, y contarme por qué lo crees. Yo sí tengo nombre, Marta, y te concedo el honor. Reconozco que he sentido cierta vanidad creyendo ser la causa de tu cara de idiota, ahí de pie, y no el viejo sillón que parece que compartimos sin saberlo. Aun así estás perdonado. - Lo miró curiosa, tratando de atrapar sus reacciones, daba la impresión de ser capaz de medir los cambios de temperatura en cualquier cuerpo. 
   - No, gracias. Esperaré a que te marches. - Seguía sin levantar la mirada de las páginas amarillentas de años… sonaba duro, fuerte, capaz… casi indignado por el insulto que Marta le había soltado sin anestesia ni morfina posterior, sin siquiera conocerlo. Pero la verdad es que le aterraba mirarla en la misma proporción que sentía la tensión de una cuerda que le urgía a enfrentarse a ella, mientras esas fuerzas permaneciesen empatadas él no se movería. 
   - No voy a marcharme. - De nuevo esa risa calmada pero sincera le golpeó en el pecho, cómo le gustaba escucharla… ¿por qué? Marta siguió escribiendo, fingiendo olvidarse de él durante unos minutos, mientras ambos se bebían a sorbos el café al mismo tiempo que se bebían la atmósfera que se había creado entre ellos. 
   -¿Qué escribes? - Preguntó él por fin con voz seca.
   - Eres muy borde… escribo sobre ti, me has dado una idea. - Esta vez era ella la que no levantaba la mirada.
   - No me conoces.
   - Tipo sin nombre. - Lo miró.- Ojos entornados en una dureza que miente y un miedo que grita, envueltos en una bruma gris y hundidos en ojeras malvas de noches de insomnio y cansancio. Atrapado por recuerdos que le obligan a releer lo ya leído con masoquismo enfermizo, que no le permiten salir de su cárcel aunque tenga la llave colgada en la puerta. Desde aquí se puede mascar tu vacío sin afeitar, como tu cara, casi se aprecia tu laberinto. - Habló sin crueldad ni juicio, con el interés de un investigador observando una placa de Petri mientras espera la reacción y divaga con las posibilidades. Fue como si un puñetazo en el vientre lo dejara sin respiración, no creía ser tan cristalino. - ¿He acertado?
   - Eres muy lista Marta. - Cuando se oyó decir su nombre en voz alta supo que había cruzado la línea. Terminó el café de un trago, se puso el abrigo ante la mirada sorprendida y, creyó ver, algo angustiada de ella, y la miró por última vez. - Cuídame el rincón, ahora ya sabemos que no es sólo mío. - Salió por la puerta hacia noviembre sin dar tiempo a una respuesta.

   Cuando, semanas después, se apoyaba en la ventana a oscuras observando la misma luna con un cigarrillo en los labios, el cuerpo desnudo de Marta dormía a su espalda. Agotado, rendido, le enviaba su respiración acompasada a través de la oscuridad como un mensaje. Volvió a ver sus dedos enredados en ese pelo casi rubio, doblando su cuello mientras ella cerraba los ojos, con la boca entreabierta, moviéndose sobre él para mantenerlo dentro, para mantenerlo suyo. La luna volvía a ser enorme. Una punzada a traición le trajo tu imagen, tu crueldad, tu voz negándolo todo, maldita seas. Apagó el cigarrillo y se tumbó despacio al lado del calor de Marta, de la piel de Marta, de los labios de Marta, de sus pechos, de sus pies… 
   - Maldita seas si piensas que voy a detener mi vida. - Susurró sin dirigirse a nadie. La abrazó y besó su frente antes de quedarse dormido.

   Vivimos en una novela, dentro de ella, mezclados entre párrafos, casi todos son personajes oscuros… casi todos.



lunes, 18 de noviembre de 2013 0 comentarios

Horóscopo

   Esta mañana he ojeado el periódico, y en un impulso ausente desde hace años, he buscado la página del horósocopo. La mayoría de las veces que lees esas cuatro o cinco líneas te das cuenta de que podría haberlas escrito cualquier mono sobre un teclado en el que cada tecla corresponde a un tópico... "Te enfrentarás a problemas en el trabajo, pero con paciencia los superarás", "Fantástico día para el amor, cuida de tu pareja", "Alguien que no esperas te dará una sorpresa inesperada"... Gilipolleces, engañabobos, frases que se pueden aplicar a cualquier imbécil que camine erguido, hasta a mí. La futurología es como el futuro... no existe. Pero hay días en que te despiertas agotado, uno de esos en los que no recuerdas lo que has soñado cuando abres los ojos, y en los que la rutina, el otoño y las ganas de mandarlo todo a tomar por culo te traen el desayuno a la cama y se quedan a tus pies y se descojonan. Existen días en los que escuchas esperanzado a un testigo de Jehová que te has cruzado, que te ha sonreído, que te ha desplegado su encanto y no sé qué folleto infame cargado de preguntas y respuestas y mucha biblia, por supuesto, que te ha dicho que tienes la respuesta delante de tus ojos, capullo, y que sólo necesitabas leer esto... ¿acaso no te habías dado cuenta? Y te dices, "¡Carajo! ¿Tan fácil era?", y lees por encima porque lo que tú quieres son respuestas, y que te digan que todo va a ir bien, y que el despojo del espejo es un pardillo y no eres tú, y te despides educadamente porque tienes trabajo, y arrugas el panfleto y lo tiras al suelo, sí sí, al suelo, con descarado incivismo, aunque lo que te apetece es arrojarle esa mierda a la cara a semejante comercial de la basura antitransfusión.

   Pues bien, como te iba diciendo, cuando he llegado al trabajo y he visto encima de la mesa el periódico, gratuito, por supuesto, que los de pago no los abandona nadie que la cosa está muy mal, pues lo he ojeado y me ha dado por buscar el horóscopo. Y tenía intención de leer también el tuyo, por aquello de que ojalá te vaya todo como el culo, aunque el tuyo era estupendo y eso hay que reconocerlo. He pasado página tras página, de atrás a adelante, como se debe hacer todo en esta vida, rastreando el cangrejito de cáncer y el jodido escorpión que siempre te ha retratado aunque yo no me diera cuenta... y no estaban. ¿Qué han hecho con mi futuro? ¿A qué estúpido director de publicación gratuita se le ocurre eliminarlo? ¿Cómo se atreve a jugar con las esperanzas del ser humano indefenso que viaja en metro, o sea con las mías, como si fuera un aciago demiurgo presidiendo su mesa de juntas?

   He corrido a la máquina de agua como si llevase meses en el desierto, que los llevo, y he llenado dos vasos helados, el primero me lo he volcado sobre la cabeza y el segundo sobre el gaznate. He de admitir que me he sentido mejor, pero que algún compañero me ha mirado raro y que poco después he escuchado susurros en el despacho de mi jefe con mi nombre y la atribución de algún tipo de demencia desconocida, que esperaban, muy amables, que fuera temporal. El caso es que me han despedido, por algo de cuidar a los clientes y de no sé qué gota que ha colmado el vaso, otro que no era el mío, y... ahora que lo pienso, no sé si ha sido hasta mañana o hasta nunca, pero sí recuerdo un cuídese mucho. Lo cierto era que aún me estaba imaginando, admito la intención homicida, retorciendo el pescuezo de una vidente fantasmagórica mientras le susurraba al oído... "devuélvemelo".

   Y ahora estoy aquí tumbado, algo apaleado y bastante vacío, arropado con una manta de las gordas porque el otoño ya me viene frío. Y querría quedarme dormido pero no puedo, porque, como el escorpión de la fábula que atraviesa el río a lomos de un elefante y lo pica a medio camino a costa de ahogarse ambos, me has clavado tu aguijón y nos hemos hundido. Y también como él, simplemente lo has hecho porque eres lo que eres, y tu naturaleza te obliga, y yo soy lo que soy, y tenía una grieta en la armadura, y no sé cómo coño la encontraste. Lo que me enferma es no poder olvidarte, seguir echándote de menos, y que este puto mundo me parezca deshabitado sin tu veneno... y sin mi futuro. Y ahora, si me perdonas, voy a mandarte a lo más profundo del infierno, a que vayas a joder a mi querido Mefistófeles, al que compadezco, y después me voy a comer una caja entera de bombones de licor, porque a ti no te gustan.

   Amén.
domingo, 17 de noviembre de 2013 0 comentarios

Invernadero

   Contempló la habitación sentado en el suelo desde la esquina más alejada, los pies cruzados, los brazos alrededor de las rodillas. La luz grisácea de la mañana se colaba entre las cortinas creando sombras sobre sombras, imágenes irreales apiladas en equilibrio sobre el suelo de madera, sobre las mesillas, sobre la cama. Un ligero aroma a incienso resistía insolente desde su trinchera de la noche anterior. La forma de su cuerpo desnudo dormía aún sobre el colchón, emboscada por los cadáveres todavía calientes y amontonados de las sábanas, soldados abatidos con crueldad y disciplina homicida durante la guerra de esa noche. Ni siquiera recordaba cómo se llamaba ella, estaba seguro de que se lo había gritado al oído en aquel local de pijos, pero a él sólo le importaba ese pecho ajustado y firme de veintitantos, que se elevaba y temblaba cada vez que ella reía con cualquiera de las pullas sarcásticas que él usaba para defenderse. La deseaba, no completa, deseaba su cuerpo y su ingenuidad, nada más. Cruzó los dedos dentro de su cabeza mientras encendía un cigarrillo, ojalá ella sólo deseara lo mismo, era una chica agradable. Le costaba unas cuantas cervezas de más enterrar la culpa cuando hería cuerpos que además tenían alma. Sexo de invernadero, que calienta la piel en otoño y deja el fondo bajo cero. Fíjate, era un jodido poeta.

   Seguía fumando cuando ella despegó los párpados. Había comenzado a llover. Tardó un par de segundos en reconocer la ventana sobre la que apoyaba la palma de sus manos hace sólo unas horas, mientras él la poseía con fuerza, agarrado a sus caderas, y acercaba sus labios para decirle al oído que esa noche era sólo suya. Le comenzó a asaltar la duda de si ese "suya" se refería a ambos en el momento en que lo vio sentado desnudo sobre el suelo.

- Debes marcharte. - Sus palabras sonaron agotadas, con el eco de las paredes húmedas de la celda oscura donde se encontraba.

   Ella se vistió despacio, buscando un poco de tiempo para seducir de nuevo... un movimiento... otro más. La tela deslizándose sobre la piel con un murmullo suave que llamaba al deseo... y el deseo se cruzó con él saliendo de la habitación hacia la cocina, pero no lo detuvo. Cerró los ojos, grabó cada aroma de aquella cama a la que nunca volvería. Un par de punzadas de certeza... los arañazos de su espalda tardarían unos días en desaparecer... y era lo único que había conseguido arañarle.

  Bajó las escaleras y se puso el abrigo que él había recogido del suelo y colocado pulcramente sobre la barandilla. Al llegar a la puerta se detuvo y giró la cabeza a tiempo de ver cómo sacaba una cerveza de la nevera y dejaba sobre la encimera negra la botella anterior. Una niebla de plomo se colaba por las ventanas, sus ojos ya no estaban. Sin decir nada abrió y salió. Seguía lloviendo.
viernes, 15 de noviembre de 2013 0 comentarios

Miércoles

   Prefería quererte, ¿sabes? Era mucho más sencillo. Doloroso, es cierto, pero era más libre que cubierto de desprecio. Lo peor del odio es que se escapa a las fronteras, se extiende como una plaga, te arrastra encadenado a odiarlo todo. Los ojos dejan de verse en el espejo tan tristes como te gustaba verlos, en su lugar brillan los de un perro que busca su comida en la noche… aullando en una calle vacía. Eran tristes cuando se perdían en tu cuerpo desnudo… en tus hombros, tus muñecas, tus caderas. Eran tristes cuando buscaban el final de tus piernas para separarlas, cuando llegaban a tu sexo, tan suave, cuando adelantaban el roce de tu piel y tu respiración acelerada. Eran tristes, eran libres, como te gustaba verlos en el espejo. 
   El odio es algo que no se sacia, que se grita, que araña, que se suda por cada poro, por cada polvo que no es nuestro, por cada recuerdo que no es nuestro. El odio son gusanos blancos que se alimentan de alma, que te digieren desde dentro, que agujerean tu piel para que todos lo vean. El odio se lleva tatuado en la espalda para otros. Te golpea el estómago y no respiras, caes de rodillas con la boca abierta… y te mueres. Es su forma de crecer. Y odias. Te obliga. Te clava un metal oxidado que se infecta hasta la empuñadura. 
   Prefería quererte, ¿sabes? Pero tú me obligaste. A huir de tu voz gastada, de tus te quieros, tus nostalgias inventadas, tus me haces falta te veo en todas partes. A quemar tus palabras. A incinerar el recuerdo de todas las madrugadas, el calor de tu aliento, el final de tu espalda. Prefería quererte, lo prometo. Aparcar al lado de tu casa a esperarte. Prefería tenerte a arrancarte, prefería soñarte a despreciarte.
miércoles, 13 de noviembre de 2013 0 comentarios

Como aquel día...

Tú...
eres cobarde,
y me pone enfermo tu cobardía.
O quizá sólo eres mentirosa,
y disfrutas con juegos de hambre y heridas.
El egoísmo se te come las tripas,
lo sé...
y por las noches, antes de dormir,
sientes sus mordeduras.
Pero tú...
tú eres un animal que se escurre,
que se curva sobre el suelo y se alimenta
de las lágrimas de otros.
Te las bebes, las saboreas, te excita su sal
en la punta de la lengua.
Y para encontrarlas cavas agujeros en el alma.
Castigas con la soledad mientras estás presente,
castigas con el silencio y la palabra.
Eres débil...
jamás te atreves a golpear con la sinceridad completa.
Te asustas de ti misma,
te tienes miedo.
Pero todo se acaba... todo viaje tiene su destino.
La estación que te espera, lo sé,
la estación que te espera está vacía.
Latigazos de soledad te abrirán la carne,
me buscarás en el andén como aquel día.
...

lunes, 11 de noviembre de 2013 0 comentarios

Hoy

   Hoy me he mirado al espejo y no he visto mi rostro. He buscado mis ojos pero en su lugar sólo había una sombra grisácea que los velaba desde arriba. Mi nariz no estaba en su lugar, ni siquiera sé cómo respiraba. Y mi boca... era una grieta curvada que se cerraba para ocultar un abismo oscuro que no quería ver. Hoy me he mirado al espejo y no he visto mi rostro, he muerto al fin. Llevaba la palabra mentira tatuada en la frente.
viernes, 8 de noviembre de 2013 0 comentarios

Para todas ésas que no son tú...

Eres una princesa de cuento,
asomada en tu torre me miras desde arriba.
Tienes los ojos viciados de altura y te crees
que no estás encerrada.
Te crees que mirando mis hombros desde allá,
sintiéndote inalcanzable, no estás sola.
Eres tan ingenua…
No comprendes nada, tu melena no llega al suelo,
no existen los príncipes que te rescaten,
sólo los tipos que escriben borrachos
los miércoles por la noche antes de…
antes de morirse por tu ausencia.
Y son esos los que se arrancan un trozo
de su propio cuerpo para dártelo.
Eres tan desagradecida… 
Pesas el dolor como si fuera una pluma,
y no ves que tu báscula está podrida.
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Digerido

   A veces hay días extraños, que amanecen grises en las cortinas, que te sujetan contra la cama intranquilo. Esos días sientes una losa justo en la base de la garganta, una lápida que entierra algo que no reconoces pero que quiere salir, y empuja fuerte hacia arriba y araña. Y el pulso se acelera cuando se le supone dormido, en una carrera de obstáculos que empieza en la ducha y continúa con los pantalones. Y el sonido de la puerta al cerrarse a tu espalda disfraza la angustia con una fina túnica de miedo, que te viste suave pero pesa. En esos días todo parece una señal, abres un libro y una frase te lanza un directo a la mandíbula porque, qué coño, está escrita para ti y para hoy. Y le atribuyes a la persona que te la ha regalado una suerte de visión del más allá, de tu historia, del embarque y del destino. Eso te consuela por un rato, pensar que no eres responsable de la mierda que pisas es reconfortante, pero la pisas y… ¿quién la va a limpiar?

   La calle era un plató esta mañana, he buscado las cámaras, he abierto el buzón por si me habían dejado el guión de madrugada, pero estaba vacío. Tampoco estaba tu carta. Así que he decidido seguir con la farsa, descubrir si reponían Black Mirror o si era un nuevo capítulo de The Big Bang y yo era el tipo con Asperger. Mi expresión al atender al primer cliente me escupía a la cara que me habían regalado una mezcla de ambas. He querido contártelo, lo prometo, pero andas perdida en un universo que no sé si nació de un estallido bíblico o de un carajo de estornudo. Así que me lo cuento a mí, sentado detrás de un cristal impoluto mientras observo cómo el cielo, que hoy es de plomo como mi garganta, se ha comido la ciudad. Quizá simplemente sea eso, que se me están tragando, o que se me han tragado y el ácido del estómago del animal pica y escuece. Quizá escriba con los huesos a medio deshacer pero los dedos tienen carne y uñas todavía. 
jueves, 7 de noviembre de 2013 0 comentarios

Que no vale nada

Quiero una casa con tu olor.
A tu cuerpo,
a tu piel, 
a ti.
Una habitación al final de la escalera,
sábanas blancas y negras
que apenas te cubran…
que no te cubran.
Una ventana para espiarte,
un espejo para mirarte desnuda. 
Un suelo para que camines
siempre descalza.
Quiero usar tu champú y tus piernas. 
Volver del trabajo y no encontrarte,
sólo oler el vacío que dejas.

Cada noche sentarme a escribir,
sin rima, y entonces
rimarte el pecho y el alma en este colchón,
hasta la madrugada, hasta que te duela…
cuando vuelvas.
Quiero escapar de las calles mojadas,
del olor a rancio de esta ciudad vieja,
que es mía.
Subirme a ti desde abajo, treparte mientras duermes
y tenerte, y romperme dentro de ti,
y beber tequila en tu cuerpo
porque la sal la pone tu piel. 
Que leas dentro de mí, en una caja cerrada
con una llave perdida que te regalo.

Quiero una casa con tu olor,
para que así no te vayas cuando te vayas. 
Vestirme de ti en mi armario
y volver a buscarte,
y encontrarte y que me encuentres.
Ése es el precio,
tu cuerpo, tu alma, 
y a veces tu sueño.
Un pacto insomne de sudor, respiración acelerada
y palabras. 
Una sentencia de crimen prescrito
que para otros no vale nada.

...








viernes, 1 de noviembre de 2013 0 comentarios

Lo juro


   Iba a contarte una historia. Una de alguien que no se va pero que no se queda, que vive a medias dentro de otro. Una historia de lágrimas y de mala hostia, de sudor no derramado, de amor con mayúsculas, de celos… La historia de la oscuridad profunda, de ésa que es fría y sin interruptores, de vísceras contraídas y gargantas cerradas. De sexo en solitario pero con otra, de orgasmos y pechos desnudos que no tiemblan en las tripas. Una historia de sábanas manchadas, incluso de nostalgia y de impotencia… de casas frías con sillones enlodados. Lo juro, iba a contártela. Tiene dolor y salpicaduras de placer… putas gotas que no te mojan lo suficiente, que se caen y se resbalan, que no dejan marcas en la toalla. Duchas de agua caliente con una erección sin su cuerpo, caricias de piel podrida por el tiempo. La historia de un cuerpo pálido que se pone enfermo, se descompone y apesta, que se muere sin gritar, como un cobarde resignado. De un recuerdo cabrón, y de otro, y de otro… Y también tiene silencios, y palabras digeridas sin su propio vómito. Palabras… y más palabras. Hay deseo y urgencia, y desatinos, y un jodido destino que se curva. Hay distancia y hay presencia, y hay rencor y hay cariño. Y hay pasión, lo juro, y cristales rotos y regalos, y labios y dientes y ojos y lengua. Piel tatuada y deseo, y calor, insultos y te quieros. Y no existe el final porque no existe, y no existe el odio porque no existe. Es un laberinto sin alcohol y sin drogas, sin minotauro y sin hilos, con sangre en las venas que se hinchan buscando, que a veces encuentran, que a veces gritan, que a veces se vacían. Iba a contarla, lo juro, pero es mía.  
 
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