(Para Ana, por encender la luz.)
Diez minutos...
demasiado tiempo para un poema.
Un poema es un disparo en la tripa,
combinar golpes secos a la barbilla
con la única intención de tumbarte en la lona,
o en mi cama.
El combate, el sudor,
eso viene después entre las sábanas.
Allí diez minutos son un sólo fotograma
de hombros y caderas, de saliva,
de susurros a veces, y siempre
de sangre derramada.
Un poema es el estruendo
de una armadura arrancada a base de palabras.
Son los metros previos, bajo el túnel,
a la próxima parada,
el deseo de cegarme con la luz de la estación
que desemboca en tu casa.
Para el resto de ti se me han perdido
mil palabras vomitadas en otras páginas.
Escondidas a veces,
gritando otras,
siempre dentro de la caverna que descubres
asomándote a mi boca
al fondo de la garganta.
Para tus ojos me sobran nueve minutos y medio...
entraron, se sentaron,
vinieron pegados a ti,
me miraron...
me enajenaron, lo confieso,
me olvidé alguna norma para que no se marcharan.
Y ahora siguen aquí, y quiero más.
Eso me basta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario