Son casi las tres
amontonadas sobre las sábanas.
Mirando al fondo de la habitación
no hay nada,
no me sale nada.
Excepto tú,
me sales tú a borbotones,
me suda tu nombre en la punta de la lengua,
se me desborda la sangre que te dejaste
y se me clava,
a martillazos secos,
rompiéndome los dedos,
aquella estúpida fotografía que te hiciste desnuda
y que guardo en el cajón de al lado.
Tomamos la erección adecuada,
después el camino se abre, y el miedo,
y tú a la izquierda, yo a la derecha,
como cuando dormías en esta cama,
y luego...
luego me jode empuñar tinta
porque se me rompen los dedos,
porque te me apareces
y porque en esta maldita habitación
no hay nada.
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