domingo, 23 de marzo de 2014

Vértigo

  Fue durante el descenso por el acantilado que cae desde tu hombro derecho hasta tu ombligo, cuando lo sentí por primera vez. La llamada del vacío perpendicular a la muerte, los ojos de la caída llamándome con un gesto suave, inofensivo, de la mano. Y yo, que bajaba sonriente y despreocupado mirando hacia abajo la silueta de tus pies, me paralicé de vértigo agarrado a tu pecho. Y desde aquí te escribo, con el viento de la altura cerrándome los ojos, con el oxígeno escaso que se respira a bocanadas tan arriba, tan cerca de tu corazón, llenando la cuarta parte de mis pulmones.

  Me bloquea el miedo a las alturas, ¿querrías por favor bajar a tierra conmigo? Me siento mareado y necesitaría, si no es molestia, compartir también algunas cosas mundanas contigo... Que lo del deseo eterno y el sexo efímero está muy bien, lo de amarte por encima de todas las cosas, que solamente seas tú, o lo del cabrón del destino que se te lleva a veces como te trajo, y me sube y me baja en una montaña rusa de desesperación o de desesperanza, dependiendo del día. Pero me gustaría que me acompañaras a comprar el pan esta mañana, el de comer, no ése que es del mismo color que tu piel tumbada en la playa cuando te escribo otras veces, si no el de hacer tostadas con mantequilla. Compartamos un rato de rutina, déjame ayudarte a barrer el salón, espérame tumbada en el sofá mientras recojo los restos de tu pelo en el sumidero de la ducha.

  Conviértete en vulgar para mí un par de veces al día o me moriré de asfixia por irrealidad crónica.

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