¿Por qué en aquel museo de Florencia
rodeados de arte, de estatuas desnudas,
de Botticelli, de Durero, de El Veronés,
no podía dejar de mirarte?
(Fue exactamente el día que apareciste
cuando descubrí el significado...
per secula seculorum es el tiempo justo
que quiero vivir entre tus piernas.
Amen.)
Había escrito uno de esos poemas sin rima ni ritmo y, cuando he apagado la luz, no he tenido más remedio que sacrificarlo, que condenarlo al cubo de basura de las palabras que nunca he dicho. Puede que contarte que cuando caminas a mi lado mi mente hierve de preguntas, sólo me salga en prosa. Puede que no se me ocurra otro modo, otro camino más corto, para decirte cómo no paro de pensar si tus bragas serán negras o rosas esta mañana, que trato de imaginar cómo es el contraste, la mancha que dejan sobre tu piel y a qué distancia de tu ombligo limita la tela que te cubre... cuál sería el sonido que harían al caer, sobre el suelo de madera, al borde de mi cama.
Es tu modo de secuestrarme con un roce de la yema de los dedos, el que hace girar mi cabeza como una peonza, atándome con la necesidad de saber a qué huele, qué porcentaje de sal se esconde en la superficie de tu cuello. Si de verdad eres tan suave también entre tus muslos, a sólo un par centímetros de tu sexo.
Es esa forma de sonreírme la que me obliga a imaginar cómo será follarte, si sonreirás de la misma manera después del polvo, cómo temblará tu pecho. Si podré acariciarte hasta quedarte dormida, o correrás a la ducha para limpiarte los restos de mí, no se te vaya a incrustar algún recuerdo. Es tu voz la que me hace imposible no desearte susurrándomela, pidiéndome más o menos. Son tus labios, tus dientes, el cielo de tu boca, cuando me pregunto si gritarán ahogados o desbocados, agarrándote a mi pelo entre tus piernas en medio de un orgasmo.
Es el modo en que te sientas con las piernas cruzadas y los pies descalzos, sobre la silla de una terraza en verano, tomándote una cerveza conmigo. Eres tú entera. Es tu presencia, es tu ausencia entre mis manos, la que no me deja respirar. Y mientras tanto suplico que sigas hablando, que no te pares, que no te des cuenta de cómo me peleo para contestar algo gracioso, interesante o dolorosamente vulgar... disimulando. Así transcurren los momentos en que te tengo cerca... disimulando.
Es tu modo de secuestrarme con un roce de la yema de los dedos, el que hace girar mi cabeza como una peonza, atándome con la necesidad de saber a qué huele, qué porcentaje de sal se esconde en la superficie de tu cuello. Si de verdad eres tan suave también entre tus muslos, a sólo un par centímetros de tu sexo.
Es esa forma de sonreírme la que me obliga a imaginar cómo será follarte, si sonreirás de la misma manera después del polvo, cómo temblará tu pecho. Si podré acariciarte hasta quedarte dormida, o correrás a la ducha para limpiarte los restos de mí, no se te vaya a incrustar algún recuerdo. Es tu voz la que me hace imposible no desearte susurrándomela, pidiéndome más o menos. Son tus labios, tus dientes, el cielo de tu boca, cuando me pregunto si gritarán ahogados o desbocados, agarrándote a mi pelo entre tus piernas en medio de un orgasmo.
Es el modo en que te sientas con las piernas cruzadas y los pies descalzos, sobre la silla de una terraza en verano, tomándote una cerveza conmigo. Eres tú entera. Es tu presencia, es tu ausencia entre mis manos, la que no me deja respirar. Y mientras tanto suplico que sigas hablando, que no te pares, que no te des cuenta de cómo me peleo para contestar algo gracioso, interesante o dolorosamente vulgar... disimulando. Así transcurren los momentos en que te tengo cerca... disimulando.
(Para Ana, por encender la luz.)
Diez minutos...
demasiado tiempo para un poema.
Un poema es un disparo en la tripa,
combinar golpes secos a la barbilla
con la única intención de tumbarte en la lona,
o en mi cama.
El combate, el sudor,
eso viene después entre las sábanas.
Allí diez minutos son un sólo fotograma
de hombros y caderas, de saliva,
de susurros a veces, y siempre
de sangre derramada.
Un poema es el estruendo
de una armadura arrancada a base de palabras.
Son los metros previos, bajo el túnel,
a la próxima parada,
el deseo de cegarme con la luz de la estación
que desemboca en tu casa.
Para el resto de ti se me han perdido
mil palabras vomitadas en otras páginas.
Escondidas a veces,
gritando otras,
siempre dentro de la caverna que descubres
asomándote a mi boca
al fondo de la garganta.
Para tus ojos me sobran nueve minutos y medio...
entraron, se sentaron,
vinieron pegados a ti,
me miraron...
me enajenaron, lo confieso,
me olvidé alguna norma para que no se marcharan.
Y ahora siguen aquí, y quiero más.
Eso me basta.
Diez minutos...
demasiado tiempo para un poema.
Un poema es un disparo en la tripa,
combinar golpes secos a la barbilla
con la única intención de tumbarte en la lona,
o en mi cama.
El combate, el sudor,
eso viene después entre las sábanas.
Allí diez minutos son un sólo fotograma
de hombros y caderas, de saliva,
de susurros a veces, y siempre
de sangre derramada.
Un poema es el estruendo
de una armadura arrancada a base de palabras.
Son los metros previos, bajo el túnel,
a la próxima parada,
el deseo de cegarme con la luz de la estación
que desemboca en tu casa.
Para el resto de ti se me han perdido
mil palabras vomitadas en otras páginas.
Escondidas a veces,
gritando otras,
siempre dentro de la caverna que descubres
asomándote a mi boca
al fondo de la garganta.
Para tus ojos me sobran nueve minutos y medio...
entraron, se sentaron,
vinieron pegados a ti,
me miraron...
me enajenaron, lo confieso,
me olvidé alguna norma para que no se marcharan.
Y ahora siguen aquí, y quiero más.
Eso me basta.
Una batalla nueva cada noche,
una guerra contra la cama desecha,
una gata de ojos azules,
el lado en blanco del papel...
y allá,
en el flanco izquierdo,
tú.
Probablemente pensando
que sólo quiero bajarte las bragas...
sí,
quiero.
Pero también bajarte la piel,
y asomarme por una rendija de carne
a contemplar las vísceras reales,
el calor,
y cómo se mueve tu sangre allá dentro.
Saber por qué lates,
de qué son las bocanadas de aire que respiras,
de qué te alimentas para seguir viva.
Si te parece demasiado pornográfico
no me sirves.
una guerra contra la cama desecha,
una gata de ojos azules,
el lado en blanco del papel...
y allá,
en el flanco izquierdo,
tú.
Probablemente pensando
que sólo quiero bajarte las bragas...
sí,
quiero.
Pero también bajarte la piel,
y asomarme por una rendija de carne
a contemplar las vísceras reales,
el calor,
y cómo se mueve tu sangre allá dentro.
Saber por qué lates,
de qué son las bocanadas de aire que respiras,
de qué te alimentas para seguir viva.
Si te parece demasiado pornográfico
no me sirves.
El final no es más que un holocausto
de promesas en fila india,
burocráticamente alineadas,
camino de la cámara de gas.
El final
son unas cuantas nubes de ceniza,
una parte de dolor y otra de alivio,
y soñar con ser Teseo
matando un Minotauro de soledad.
El final es mentira durante tres días,
y al cuarto
comienza a ser de verdad.
de promesas en fila india,
burocráticamente alineadas,
camino de la cámara de gas.
El final
son unas cuantas nubes de ceniza,
una parte de dolor y otra de alivio,
y soñar con ser Teseo
matando un Minotauro de soledad.
El final es mentira durante tres días,
y al cuarto
comienza a ser de verdad.
Espera...
lo que trato de decirte es que tengo miedo...
que me das miedo.
Que soy Alicia cayendo por la madriguera,
que no me sé las reglas del juego,
que no estoy jugando.
Es sólo que me siento desnudo,
y quién no se asusta si se encuentra desnudo,
así,
delante de ti,
sin darse cuenta.
Sin hoja de ruta, sin mapas,
golpeado en la espalda por una puerta
que se abrió un día,
y entraste.
Has atracado mi vida a punta de palabras,
y yo,
rehén complaciente,
te he cedido mis muñecas para que las ates
con una cuerda de historias,
y alguna que otra esquina desconchada.
Y ahora tengo miedo de ser ajusticiado,
de que te rías de la cicatriz
que me cruza el pecho a costuras...
de que las abras.
Nuestra historia
se encuentra incrustada en los poros de la piel,
lo que somos,
la suma de todos los que hemos sido.
Se nos adhiere como goma quemada
y solidifica al instante.
Cada dolor, cada miedo, cada segundo...
todos ellos clavados en la epidermis.
Por eso cuando te toco te conozco,
cuando te desnudo te conozco.
Por eso necesito follarte
para conocerte.
lo que somos,
la suma de todos los que hemos sido.
Se nos adhiere como goma quemada
y solidifica al instante.
Cada dolor, cada miedo, cada segundo...
todos ellos clavados en la epidermis.
Por eso cuando te toco te conozco,
cuando te desnudo te conozco.
Por eso necesito follarte
para conocerte.
Fue durante el descenso por el acantilado que cae desde tu hombro derecho hasta tu ombligo, cuando lo sentí por primera vez. La llamada del vacío perpendicular a la muerte, los ojos de la caída llamándome con un gesto suave, inofensivo, de la mano. Y yo, que bajaba sonriente y despreocupado mirando hacia abajo la silueta de tus pies, me paralicé de vértigo agarrado a tu pecho. Y desde aquí te escribo, con el viento de la altura cerrándome los ojos, con el oxígeno escaso que se respira a bocanadas tan arriba, tan cerca de tu corazón, llenando la cuarta parte de mis pulmones.
Me bloquea el miedo a las alturas, ¿querrías por favor bajar a tierra conmigo? Me siento mareado y necesitaría, si no es molestia, compartir también algunas cosas mundanas contigo... Que lo del deseo eterno y el sexo efímero está muy bien, lo de amarte por encima de todas las cosas, que solamente seas tú, o lo del cabrón del destino que se te lleva a veces como te trajo, y me sube y me baja en una montaña rusa de desesperación o de desesperanza, dependiendo del día. Pero me gustaría que me acompañaras a comprar el pan esta mañana, el de comer, no ése que es del mismo color que tu piel tumbada en la playa cuando te escribo otras veces, si no el de hacer tostadas con mantequilla. Compartamos un rato de rutina, déjame ayudarte a barrer el salón, espérame tumbada en el sofá mientras recojo los restos de tu pelo en el sumidero de la ducha.
Conviértete en vulgar para mí un par de veces al día o me moriré de asfixia por irrealidad crónica.
Me bloquea el miedo a las alturas, ¿querrías por favor bajar a tierra conmigo? Me siento mareado y necesitaría, si no es molestia, compartir también algunas cosas mundanas contigo... Que lo del deseo eterno y el sexo efímero está muy bien, lo de amarte por encima de todas las cosas, que solamente seas tú, o lo del cabrón del destino que se te lleva a veces como te trajo, y me sube y me baja en una montaña rusa de desesperación o de desesperanza, dependiendo del día. Pero me gustaría que me acompañaras a comprar el pan esta mañana, el de comer, no ése que es del mismo color que tu piel tumbada en la playa cuando te escribo otras veces, si no el de hacer tostadas con mantequilla. Compartamos un rato de rutina, déjame ayudarte a barrer el salón, espérame tumbada en el sofá mientras recojo los restos de tu pelo en el sumidero de la ducha.
Conviértete en vulgar para mí un par de veces al día o me moriré de asfixia por irrealidad crónica.
tener síndrome de abstinencia de tu cuerpo
sin haberlo probado.
llegar de madrugada a casa,
borracho,
con tus labios en la cabeza,
con tus pies
pisando sordos y descalzos
la escalera que lleva a mi habitación esta noche.
echarte de menos en las sábanas negras
que nunca te han tapado,
y encender el último cigarrillo
antes de dormir,
pensando en tus manos,
en el terremoto de grado diez
o cualquiera que sea el jodido máximo de la escala,
que provocan tus palabras en tu ausencia.
imaginarlas en el vacío de esta casa en ruinas
en la que me han convertido las llagas
que me has compartido.
una pizca de sal en la herida abierta
que deja tu silencio
cuando te pregunto por qué.
y la diarrea verbal, mental,
que se me escapa a chorros
en la punta de los dedos,
ante este papel en blanco que me sirve de bolsa para vómitos
durante el vuelo que me lleva
de tu recuerdo a la adicción a encontrarte.
por qué no te escondes, te entierras,
desapareces.
por qué no te decides a calmar esta tormenta
de necesidad a ti,
por qué no estás aquí esta noche
tocándome, follándome,
dejándome exhausto sobre la cama
empapado en tu sudor.
y esta necesidad absurda de fidelidad a ti
cuando se me acercan en la barra,
este juramento de firmeza para sujetar el hilo rojo
que parte de tu espalda,
y que nos une terco y enredado
por los giros de la rueda derecha del vagón del metro
en que me enamoro de otra,
siempre que se parezca a ti.
por qué, por qué, por qué...
y ahora me dejas con la única opción que me queda,
subir los escalones
que me llevan abrazado de frío
a una habitación oscura en la que no estás.
y a los temblores del yonqui privado de tu piel
y de tus huesos,
de tu lengua pronunciando las palabras que me faltan.
no sé si eres mi salvación o una droga dura,
un tiro de coca por la nariz
en la porcelana del baño,
o un bote de remos en medio del naufragio.
con el estómago vacío de tu carne
me resulta imposible distinguirte.
necesito probarte esta noche, antes de dormir.
sin haberlo probado.
llegar de madrugada a casa,
borracho,
con tus labios en la cabeza,
con tus pies
pisando sordos y descalzos
la escalera que lleva a mi habitación esta noche.
echarte de menos en las sábanas negras
que nunca te han tapado,
y encender el último cigarrillo
antes de dormir,
pensando en tus manos,
en el terremoto de grado diez
o cualquiera que sea el jodido máximo de la escala,
que provocan tus palabras en tu ausencia.
imaginarlas en el vacío de esta casa en ruinas
en la que me han convertido las llagas
que me has compartido.
una pizca de sal en la herida abierta
que deja tu silencio
cuando te pregunto por qué.
y la diarrea verbal, mental,
que se me escapa a chorros
en la punta de los dedos,
ante este papel en blanco que me sirve de bolsa para vómitos
durante el vuelo que me lleva
de tu recuerdo a la adicción a encontrarte.
por qué no te escondes, te entierras,
desapareces.
por qué no te decides a calmar esta tormenta
de necesidad a ti,
por qué no estás aquí esta noche
tocándome, follándome,
dejándome exhausto sobre la cama
empapado en tu sudor.
y esta necesidad absurda de fidelidad a ti
cuando se me acercan en la barra,
este juramento de firmeza para sujetar el hilo rojo
que parte de tu espalda,
y que nos une terco y enredado
por los giros de la rueda derecha del vagón del metro
en que me enamoro de otra,
siempre que se parezca a ti.
por qué, por qué, por qué...
y ahora me dejas con la única opción que me queda,
subir los escalones
que me llevan abrazado de frío
a una habitación oscura en la que no estás.
y a los temblores del yonqui privado de tu piel
y de tus huesos,
de tu lengua pronunciando las palabras que me faltan.
no sé si eres mi salvación o una droga dura,
un tiro de coca por la nariz
en la porcelana del baño,
o un bote de remos en medio del naufragio.
con el estómago vacío de tu carne
me resulta imposible distinguirte.
necesito probarte esta noche, antes de dormir.
Vas y vienes,
te mueves constantemente y sobre ti misma,
como esas tormentas que enseñan en los mapas
después de las noticias.
Solo que cuando tú te marchas
llega el frío
y la lluvia,
y todos los cielos grises de tiempo perdido mientras te espero.
Y a mí me gusta la lluvia,
y empaparme,
pero también me gusta el verano contigo.
Rozar tus pies bajo la mesa,
tomando una cerveza en Latina.
Que me rodees la cintura con tus piernas
sobre la encimera desnuda de la cocina.
Y aquí tocaría escribir
esas palabras dulzonas desenterradas de Bécquer,
ese almíbar farsante
que decora, casi siempre,
la realidad de un buen poeta.
Cuando la realidad es que te necesito con violencia,
que necesito romperme,
que te quiero,
pero también quiero follarte.
Que me encanta el olor de tu pelo sobre mi almohada,
y tus ojos de madrugada, es cierto,
pero también cómo circula la sangre por las venas de tu cuello
cuando me arañas la espalda mientras te corres.
Aunque como vas y vienes
moviéndote constantemente y sobre ti misma,
si quieres podemos olvidarnos de todo eso,
vestirlo sólo de anhelo y nostalgia,
de piel suave
y de Pessoa
y Benedetti.
Si quieres puedo engañarte y hablar como ellos,
si quieres puedo hacerlo para que te quedes.
te mueves constantemente y sobre ti misma,
como esas tormentas que enseñan en los mapas
después de las noticias.
Solo que cuando tú te marchas
llega el frío
y la lluvia,
y todos los cielos grises de tiempo perdido mientras te espero.
Y a mí me gusta la lluvia,
y empaparme,
pero también me gusta el verano contigo.
Rozar tus pies bajo la mesa,
tomando una cerveza en Latina.
Que me rodees la cintura con tus piernas
sobre la encimera desnuda de la cocina.
Y aquí tocaría escribir
esas palabras dulzonas desenterradas de Bécquer,
ese almíbar farsante
que decora, casi siempre,
la realidad de un buen poeta.
Cuando la realidad es que te necesito con violencia,
que necesito romperme,
que te quiero,
pero también quiero follarte.
Que me encanta el olor de tu pelo sobre mi almohada,
y tus ojos de madrugada, es cierto,
pero también cómo circula la sangre por las venas de tu cuello
cuando me arañas la espalda mientras te corres.
Aunque como vas y vienes
moviéndote constantemente y sobre ti misma,
si quieres podemos olvidarnos de todo eso,
vestirlo sólo de anhelo y nostalgia,
de piel suave
y de Pessoa
y Benedetti.
Si quieres puedo engañarte y hablar como ellos,
si quieres puedo hacerlo para que te quedes.
Follamentes:
(1) Dícese del individuo o individua que siempre solo o sola y jamás en compañía de otros, se inmiscuye en tu cabeza, juega con tu cerebro, lo dobla, lo arruga, lo colapsa utilizando juegos de palabras y lecturas entre líneas, a menudo cargados de erudición encubierta, conceptos científicos adquiridos o simple pseudociencia, con la única y firme intención de echarle un polvo no sólo a tu cuerpo.
(2) Personaje de la mitología urbana que sólo alcanza la satisfacción sexual cuando su pareja de coito es capaz de desarrollar, mediante deducción lógica, cualquiera teoría compatible con el estado mental denominado "inteligencia". Es decir, héroe de leyenda al que un cuerpo exuberante de encefalograma plano, se la suda.
Rajabragas:
(1) Ser humano de cualquier género que opta por destruir la ropa interior comúnmente femenina, en lugar de proceder a su extracción canónica.
(2) Evolución lógica, de significado aleatorio y fluctuante, de la sucesión de palabras "robajarras - rajabrajas", contenida en la conversación, realizada mediante cualquier medio, de dos mentes necesitadas de evasión momentánea o permanente del espacio físico que les rodea.
(1) Dícese del individuo o individua que siempre solo o sola y jamás en compañía de otros, se inmiscuye en tu cabeza, juega con tu cerebro, lo dobla, lo arruga, lo colapsa utilizando juegos de palabras y lecturas entre líneas, a menudo cargados de erudición encubierta, conceptos científicos adquiridos o simple pseudociencia, con la única y firme intención de echarle un polvo no sólo a tu cuerpo.
(2) Personaje de la mitología urbana que sólo alcanza la satisfacción sexual cuando su pareja de coito es capaz de desarrollar, mediante deducción lógica, cualquiera teoría compatible con el estado mental denominado "inteligencia". Es decir, héroe de leyenda al que un cuerpo exuberante de encefalograma plano, se la suda.
Rajabragas:
(1) Ser humano de cualquier género que opta por destruir la ropa interior comúnmente femenina, en lugar de proceder a su extracción canónica.
(2) Evolución lógica, de significado aleatorio y fluctuante, de la sucesión de palabras "robajarras - rajabrajas", contenida en la conversación, realizada mediante cualquier medio, de dos mentes necesitadas de evasión momentánea o permanente del espacio físico que les rodea.
Necesito saber dónde te escondes,
cuál es el camino para encontrarte,
qué vehículo, qué dirección
he de tomar para llegar al lugar donde te encuentras.
Qué calles atraviesas cuando sales por la mañana,
dónde coño está la oficina de tu alma,
dónde tengo que solicitar una cita
con la punta de tus dedos para que me toquen.
Dónde, en qué lugar,
dónde tengo que acudir,
en qué cruce del camino he de girar
para encontrarme de frente con tu boca.
como no estás aquí esta noche
te poseo desde lejos,
desando la soledad en mi cabeza
para quemarme un rato en el infierno de tu boca,
y atravieso el arco triunfal que forman
tus piernas entreabiertas
cuando cambias de postura en el metro,
frente a mí,
a lo stone pero con ropa.
neruda era un enfermo,
a mí me gustas cuando hablas,
cuando me tratas de dar lecciones,
escondidas
en esa especie de inteligencia pornográfica.
cuando me hablas del trabajo en el ascensor,
de lo jodido del mundo, que el universo se expande,
que nos vamos a la mierda.
y yo lo que quiero es irme a la mierda contigo,
y expandirme en la entrada de tu piso
arrancándote la falda en cuanto cierres la puerta.
y quiero que nos oigan todos cubiertos de pecado,
y gritarles a la cara a través de las paredes
que la especie se extingue por su culpa
y no por la nuestra.
que esto es amor a quemarropa,
que eres mía,
que me pone tu cuerpo y lo demás,
y que lo demás es vida calcinada,
y pasado, y futuro,
y una mirada con ojeras
por encima del café de la mañana.
y ese temblor en los dedos
cuando buscas mi mano en la cama,
y huir de ti para echarte de menos,
y odiarte a tientas cuando duermo solo de madrugada.
oler tu ropa a escondidas mientras te duchas,
y saberme de memoria los libros que lees
cuando estás sola.
como no estás aquí esta noche
serás mía desde lejos, con el teléfono al lado
por si te arrepientes.
te poseo desde lejos,
desando la soledad en mi cabeza
para quemarme un rato en el infierno de tu boca,
y atravieso el arco triunfal que forman
tus piernas entreabiertas
cuando cambias de postura en el metro,
frente a mí,
a lo stone pero con ropa.
neruda era un enfermo,
a mí me gustas cuando hablas,
cuando me tratas de dar lecciones,
escondidas
en esa especie de inteligencia pornográfica.
cuando me hablas del trabajo en el ascensor,
de lo jodido del mundo, que el universo se expande,
que nos vamos a la mierda.
y yo lo que quiero es irme a la mierda contigo,
y expandirme en la entrada de tu piso
arrancándote la falda en cuanto cierres la puerta.
y quiero que nos oigan todos cubiertos de pecado,
y gritarles a la cara a través de las paredes
que la especie se extingue por su culpa
y no por la nuestra.
que esto es amor a quemarropa,
que eres mía,
que me pone tu cuerpo y lo demás,
y que lo demás es vida calcinada,
y pasado, y futuro,
y una mirada con ojeras
por encima del café de la mañana.
y ese temblor en los dedos
cuando buscas mi mano en la cama,
y huir de ti para echarte de menos,
y odiarte a tientas cuando duermo solo de madrugada.
oler tu ropa a escondidas mientras te duchas,
y saberme de memoria los libros que lees
cuando estás sola.
como no estás aquí esta noche
serás mía desde lejos, con el teléfono al lado
por si te arrepientes.
Yo me crié con la Bola, con Sabina, con Maizena por las mañanas y desayunos con tostadas cuando tenía dientes para morderlas, rodeado por ese ambiente confiado de que algo estaba cambiando para bien. El cabrón del dictador ya estaba muerto y enterrado y, aunque muchos sintieran aún su cuerpo caliente, en realidad no lo estaba, se pudría bajo una losa como casi todos. Y se respiraba una especie de libertad intimidante a la que les costaba aferrarse a todos aquellos que la conocían por primera vez. Y yo crecí, sin saberlo, prefiriendo barbas revolucionarias a bigotes fascistas, porque mi padre tenía una, y yo, todavía, no sabía lo cerca que pueden estar ambos cuando se tumban en sus extremos. Estudiaba en un colegio religioso pero, excepto en misa y en clase de religión, se nos hablaba bastante poco de Dios y sus miserias. Supongo que los curas también andaban dándole vueltas a eso de no espantar clientes. Con tanto socialista librepensador hablando de democracia, podría no resultar rentable hacer demasiado evidentes sus impulsos de secta con lavado de cerebro. Y todos sabemos hoy la habilidad del capitalismo para convencer a dioses de pies de barro.
Así que se me grabaron las tardes eternas de verano jugando en la calle con lo que quedaba de un balón de reglamento, que al principio fue rojo y blanco, y aquellas pausas para merendarnos entre sudor un bocadillo de caballa, sentados en el bordillo de la acera. Y también el transformador de la luz que siempre hacía de poste derecho de la portería. Vivía en una casa grande, en la cima del cerro que hacía de frontera al sur del pueblo que quedaba a nuestros pies. Allí comencé a darme cuenta de que la mayoría de las personas se conforman con su propio redil, y no tienen ni puta idea de lo que hay un solo kilómetro más allá, y tampoco les importa.
Ese aislamiento irreal, en la cima de nuestra propia montaña, nos convertía a mis amigos y a mí en una especie de tribu desconocida, sin más contacto con el resto que las horas de clase. A ninguno nos importaba. Nos bastaban las bicicross y las california para largarnos de excursión a tierras desconocidas, pobladas de matojos y espigas, y cuando encontrábamos una taba, nos sentíamos a los pies de un tesoro de piratas. Así era la vida mientras avanzaba.
Luego vinieron los libros que no me obligaban a leer pero que leía, y que, sin saber cómo, me transportaban hacia lugares mágicos a lomos encuadernados. El cine sin descargas, los videoclubs el viernes por la noche después del entrenamiento, con películas que nadie rebobinaba. Y también llegaron las chicas, y esta timidez enfermiza en tiempos en que una falda era un milagro, y unos muslos suaves una tentación apenas reconocida. Recuerdo el temblor de manos la primera vez que marqué el número de aquel bombón de quince años, que me volvió loco y me partió el corazón a partes iguales... una suya y una mía. Recuerdo las cartas con matasellos, las visitas al estanco, los sobres en blanco con letra de niño escapando a medias, escribiendo bien claras las direcciones por si había respuesta. Era el momento de aprender a recibir hostias reales, las que luego comencé a dejar escritas en cuadernos que tiraba a la basura la vergüenza.
Y ya ves, eso ha cambiado poco, me sigue aliviando escribir de madrugada, aunque ahora las direcciones ya no hacen falta y te lo dejo todo aquí colgado, por si te da la gana un día darte por aludida. Y quizá por eso todo este rollo de viejo profesor, que no soy, casi a las once de la noche. Porque esta timidez enfermiza, que no me ha abandonado, me impide marcar tu número para invitarte a una cerveza y contarte lo que soy, escondidos en cualquier local que siga abierto en esta maldita noche de luna llena. Y así me pongo a salvo de tu rechazo, del puñetazo a las tripas que supondría que desviaras la mirada cuando te contara que sí, que eres la aparición más brillante que recuerdo en mi vida, y que, sin bicicross ni california, vuelvo a sentirme a los pies de un tesoro de piratas. Lo reconozco... todo esto es sólo por si te da la gana un día darte por aludida.
Así que se me grabaron las tardes eternas de verano jugando en la calle con lo que quedaba de un balón de reglamento, que al principio fue rojo y blanco, y aquellas pausas para merendarnos entre sudor un bocadillo de caballa, sentados en el bordillo de la acera. Y también el transformador de la luz que siempre hacía de poste derecho de la portería. Vivía en una casa grande, en la cima del cerro que hacía de frontera al sur del pueblo que quedaba a nuestros pies. Allí comencé a darme cuenta de que la mayoría de las personas se conforman con su propio redil, y no tienen ni puta idea de lo que hay un solo kilómetro más allá, y tampoco les importa.
Ese aislamiento irreal, en la cima de nuestra propia montaña, nos convertía a mis amigos y a mí en una especie de tribu desconocida, sin más contacto con el resto que las horas de clase. A ninguno nos importaba. Nos bastaban las bicicross y las california para largarnos de excursión a tierras desconocidas, pobladas de matojos y espigas, y cuando encontrábamos una taba, nos sentíamos a los pies de un tesoro de piratas. Así era la vida mientras avanzaba.
Luego vinieron los libros que no me obligaban a leer pero que leía, y que, sin saber cómo, me transportaban hacia lugares mágicos a lomos encuadernados. El cine sin descargas, los videoclubs el viernes por la noche después del entrenamiento, con películas que nadie rebobinaba. Y también llegaron las chicas, y esta timidez enfermiza en tiempos en que una falda era un milagro, y unos muslos suaves una tentación apenas reconocida. Recuerdo el temblor de manos la primera vez que marqué el número de aquel bombón de quince años, que me volvió loco y me partió el corazón a partes iguales... una suya y una mía. Recuerdo las cartas con matasellos, las visitas al estanco, los sobres en blanco con letra de niño escapando a medias, escribiendo bien claras las direcciones por si había respuesta. Era el momento de aprender a recibir hostias reales, las que luego comencé a dejar escritas en cuadernos que tiraba a la basura la vergüenza.
Y ya ves, eso ha cambiado poco, me sigue aliviando escribir de madrugada, aunque ahora las direcciones ya no hacen falta y te lo dejo todo aquí colgado, por si te da la gana un día darte por aludida. Y quizá por eso todo este rollo de viejo profesor, que no soy, casi a las once de la noche. Porque esta timidez enfermiza, que no me ha abandonado, me impide marcar tu número para invitarte a una cerveza y contarte lo que soy, escondidos en cualquier local que siga abierto en esta maldita noche de luna llena. Y así me pongo a salvo de tu rechazo, del puñetazo a las tripas que supondría que desviaras la mirada cuando te contara que sí, que eres la aparición más brillante que recuerdo en mi vida, y que, sin bicicross ni california, vuelvo a sentirme a los pies de un tesoro de piratas. Lo reconozco... todo esto es sólo por si te da la gana un día darte por aludida.
quizá sea la cerveza negra,
el maldito san patricio,
la noche,
la luna, casi llena,
o la estúpida música irlandesa
entre la que se han colado
un par de Dylan.
quizá esa armónica,
esa voz aniquilada,
o el cigarro a medias en la calle
entre borrachos,
apoyado en el coche sin ver...
sin mirar a nada.
quizá los dedos cansados
de no buscarte la carne más que en fotos,
o los ojos...
quizá los ojos tristes y tercos
casi opacos por la distancia.
quizá el alcohol
que no he bebido
gritando su urgencia por la garganta.
o el trabajo, o la rutina,
quizá la rubia sin espuma
de la barra,
o mi falta de disciplina para saber
qué coño me pasa.
el sueño o el insomnio,
el hambre o la resaca
que no me va a tumbar mañana.
quizá sea el vacío,
o que ya no importa
mi yo incompleto y quizá perdido.
quizá sea sólo marzo
o esta puta madrugada.
el maldito san patricio,
la noche,
la luna, casi llena,
o la estúpida música irlandesa
entre la que se han colado
un par de Dylan.
quizá esa armónica,
esa voz aniquilada,
o el cigarro a medias en la calle
entre borrachos,
apoyado en el coche sin ver...
sin mirar a nada.
quizá los dedos cansados
de no buscarte la carne más que en fotos,
o los ojos...
quizá los ojos tristes y tercos
casi opacos por la distancia.
quizá el alcohol
que no he bebido
gritando su urgencia por la garganta.
o el trabajo, o la rutina,
quizá la rubia sin espuma
de la barra,
o mi falta de disciplina para saber
qué coño me pasa.
el sueño o el insomnio,
el hambre o la resaca
que no me va a tumbar mañana.
quizá sea el vacío,
o que ya no importa
mi yo incompleto y quizá perdido.
quizá sea sólo marzo
o esta puta madrugada.
Qué ingenua eres si crees que me morí contigo.
Nacer quizá sí que nací
cuando te encontré por la mañana
el último día de vacaciones,
el día después de San Isidro,
de Lisboa,
el día después de tantas cosas.
No me di cuenta, eso es cierto,
no debió de ser un parto muy doloroso
para el recién nacido.
Tenías un pecho increíble con esa camiseta,
yo te mentía sólo mirándote a los ojos,
pero acababa de nacer
y tenía hambre.
Aquella tarde te habría dejado en los huesos
viendo la peli muda en los Renoir,
me hubiese amamantado de ti,
sin disimulo,
en el césped de Plaza España,
pero tuve que trabajarte con Pessoa durante dos días
para desnudarte.
Braguitas negras olvidadas en la cocina a la mañana siguiente,
como todo un caballero
me las guardé mientras marcaba tu número para no devolverlas.
Luego vino lo demás,
las confesiones, las mentiras, las heridas que nos habían hecho
y las que nos hicimos.
Nos acojonó el dolor, eso también es cierto,
nos rendimos al primer rasguño,
corrimos,
pero no tan lejos como para olvidar
que el invierno es jodidamente frío.
Amanecimos congelados y volvimos a calentarnos
con el aliento de las bocas,
con el roce de la piel,
con brasero de carne, y también de alma,
desnudas.
Eres muy ingenua si crees que me morí contigo.
Recogí tus muslos entornados de un portazo,
me olvidé tu dirección, tus caprichos, es cierto,
tus noches en vela, tus pesadillas...
Pero nunca tu pecho ni del hambre que contenía.
Como todo un caballero me lo guardé,
mientras borraba tu número, para no devolverlo.
Nacer quizá sí que nací
cuando te encontré por la mañana
el último día de vacaciones,
el día después de San Isidro,
de Lisboa,
el día después de tantas cosas.
No me di cuenta, eso es cierto,
no debió de ser un parto muy doloroso
para el recién nacido.
Tenías un pecho increíble con esa camiseta,
yo te mentía sólo mirándote a los ojos,
pero acababa de nacer
y tenía hambre.
Aquella tarde te habría dejado en los huesos
viendo la peli muda en los Renoir,
me hubiese amamantado de ti,
sin disimulo,
en el césped de Plaza España,
pero tuve que trabajarte con Pessoa durante dos días
para desnudarte.
Braguitas negras olvidadas en la cocina a la mañana siguiente,
como todo un caballero
me las guardé mientras marcaba tu número para no devolverlas.
Luego vino lo demás,
las confesiones, las mentiras, las heridas que nos habían hecho
y las que nos hicimos.
Nos acojonó el dolor, eso también es cierto,
nos rendimos al primer rasguño,
corrimos,
pero no tan lejos como para olvidar
que el invierno es jodidamente frío.
Amanecimos congelados y volvimos a calentarnos
con el aliento de las bocas,
con el roce de la piel,
con brasero de carne, y también de alma,
desnudas.
Eres muy ingenua si crees que me morí contigo.
Recogí tus muslos entornados de un portazo,
me olvidé tu dirección, tus caprichos, es cierto,
tus noches en vela, tus pesadillas...
Pero nunca tu pecho ni del hambre que contenía.
Como todo un caballero me lo guardé,
mientras borraba tu número, para no devolverlo.
estás en lo cierto,
un papel en blanco es aterrador.
una página entera,
un cuaderno apaisado encuadernado en espiral.
vacío.
cómo llenarlo... de qué.
un reguero de palabras digeridas
en una carrera contra el sueño
sería suficiente.
pero, ¿qué palabras?
pasas una página y todo vuelve a empezar.
no...
no es la virginidad del papel lo que asusta,
blanca, impoluta,
es la necesidad de mancharla,
de seducirla entre líneas,
de mentirla a medias para montarla entera,
de ensuciarla de esperma azul de tinta
sobre las sábanas.
son tus hombros,
tu vestido verde,
es tu saliva
a la que aspiro dentro de mi boca
y en los vasos de cristal de mi cocina,
es tu pelo empapándose en mi ducha,
es tu presencia, tu ausencia...
lo que asusta.
y yo
que me curvo cada noche
bajo la lámpara en una habitación oscura,
que me desvelo, que me desangro,
que sobrevivo obsesivamente
en cada pelea contra el jodido papel en blanco,
vacío...
que sólo respiro cuando abandono el texto
a su suerte,
como un pastor al que se la sudan las ovejas...
me muero de miedo esta noche,
arropado de impotencia,
cobarde desertor
lejos de ti,
blanca, impoluta,
necesitado de mancharte,
de seducirte entre líneas,
de mentirte a medias para montarte,
de ensuciarte de mi esperma blanco
sobre las sábanas.
un papel en blanco es aterrador.
una página entera,
un cuaderno apaisado encuadernado en espiral.
vacío.
cómo llenarlo... de qué.
un reguero de palabras digeridas
en una carrera contra el sueño
sería suficiente.
pero, ¿qué palabras?
pasas una página y todo vuelve a empezar.
no...
no es la virginidad del papel lo que asusta,
blanca, impoluta,
es la necesidad de mancharla,
de seducirla entre líneas,
de mentirla a medias para montarla entera,
de ensuciarla de esperma azul de tinta
sobre las sábanas.
son tus hombros,
tu vestido verde,
es tu saliva
a la que aspiro dentro de mi boca
y en los vasos de cristal de mi cocina,
es tu pelo empapándose en mi ducha,
es tu presencia, tu ausencia...
lo que asusta.
y yo
que me curvo cada noche
bajo la lámpara en una habitación oscura,
que me desvelo, que me desangro,
que sobrevivo obsesivamente
en cada pelea contra el jodido papel en blanco,
vacío...
que sólo respiro cuando abandono el texto
a su suerte,
como un pastor al que se la sudan las ovejas...
me muero de miedo esta noche,
arropado de impotencia,
cobarde desertor
lejos de ti,
blanca, impoluta,
necesitado de mancharte,
de seducirte entre líneas,
de mentirte a medias para montarte,
de ensuciarte de mi esperma blanco
sobre las sábanas.
las siete de la mañana
me enferma la distancia entre tu amanecer y el mío,
me cortan tus sábanas negras,
tus pies desnudos, dormidos
allá lejos.
las siete y veintitrés de la mañana
me quema tu café por la garganta,
arcadas de medio punto en los dedos vomitando
palabras,
palabras,
palabras...
las siete y cuarenta y dos esta mañana
me duelen tus manos
en el centro del pecho, amputadas,
mutilado,
dolor fantasma.
las ocho menos tres de madrugada
me escuece tu champú en los ojos,
lágrimas, sabor a coco,
si recuerdo aquel anuncio por
palabras...
"alquilo mis piernas abiertas,
vendo amor a la pecorina, 30 euros por batalla".
las ocho y dos, ya casi es tarde
llegan tus pechos, tus hombros, tu nuca...
ombligo, boca, nariz, espalda...
tu cuerpo entero contra el insomnio,
orgasmo curativo encoge la nostalgia.
y todo esto para decirte que me haces falta.
puta distancia.
me enferma la distancia entre tu amanecer y el mío,
me cortan tus sábanas negras,
tus pies desnudos, dormidos
allá lejos.
las siete y veintitrés de la mañana
me quema tu café por la garganta,
arcadas de medio punto en los dedos vomitando
palabras,
palabras,
palabras...
las siete y cuarenta y dos esta mañana
me duelen tus manos
en el centro del pecho, amputadas,
mutilado,
dolor fantasma.
las ocho menos tres de madrugada
me escuece tu champú en los ojos,
lágrimas, sabor a coco,
si recuerdo aquel anuncio por
palabras...
"alquilo mis piernas abiertas,
vendo amor a la pecorina, 30 euros por batalla".
las ocho y dos, ya casi es tarde
llegan tus pechos, tus hombros, tu nuca...
ombligo, boca, nariz, espalda...
tu cuerpo entero contra el insomnio,
orgasmo curativo encoge la nostalgia.
y todo esto para decirte que me haces falta.
puta distancia.
Esta maldita costumbre de acercarme a los heridos,
esta... estúpida búsqueda de lamer heridas que no son mías,
de curarme en el el dolor ajeno.
Este vendaje para tu costado
que me inventé sobre la marcha porque te desangrabas,
ya no me sirve.
No quiero saber si estás curada.
Mi enfermedad se iba cuando entrabas.
Las mejores piernas, la cerveza más rubia,
los pies de uñas pintadas del color más negro...
destrozada...
mi chica gris con la piel más blanca.
Yo iba a curarme dentro de tu boca
de mi dolor crónico ante las puertas cerradas,
de este cáncer de nostalgia a todo,
de la ansiedad, de las palabras...
usando el pañuelo rojo de tu pelo
para atarte las muñecas a la cama.
Te poseía entera y rota, te follaba,
te recomponía a empujones de rabia por la mañana.
Yo iba a curarme dentro de ti
abriendo juntos a Blake sin entenderlo,
entre papel, entre palabras,
entre sudor de sexo húmedo de lágrimas...
gastados los dos, atropellados.
Mi estúpida atracción por los jirones de alma
se me ha acercado en el andén de Tirso.
No sonrías esta noche... no me lo hagas.
esta... estúpida búsqueda de lamer heridas que no son mías,
de curarme en el el dolor ajeno.
Este vendaje para tu costado
que me inventé sobre la marcha porque te desangrabas,
ya no me sirve.
No quiero saber si estás curada.
Mi enfermedad se iba cuando entrabas.
Las mejores piernas, la cerveza más rubia,
los pies de uñas pintadas del color más negro...
destrozada...
mi chica gris con la piel más blanca.
Yo iba a curarme dentro de tu boca
de mi dolor crónico ante las puertas cerradas,
de este cáncer de nostalgia a todo,
de la ansiedad, de las palabras...
usando el pañuelo rojo de tu pelo
para atarte las muñecas a la cama.
Te poseía entera y rota, te follaba,
te recomponía a empujones de rabia por la mañana.
Yo iba a curarme dentro de ti
abriendo juntos a Blake sin entenderlo,
entre papel, entre palabras,
entre sudor de sexo húmedo de lágrimas...
gastados los dos, atropellados.
Mi estúpida atracción por los jirones de alma
se me ha acercado en el andén de Tirso.
No sonrías esta noche... no me lo hagas.
Son casi las tres
amontonadas sobre las sábanas.
Mirando al fondo de la habitación
no hay nada,
no me sale nada.
Excepto tú,
me sales tú a borbotones,
me suda tu nombre en la punta de la lengua,
se me desborda la sangre que te dejaste
y se me clava,
a martillazos secos,
rompiéndome los dedos,
aquella estúpida fotografía que te hiciste desnuda
y que guardo en el cajón de al lado.
Tomamos la erección adecuada,
después el camino se abre, y el miedo,
y tú a la izquierda, yo a la derecha,
como cuando dormías en esta cama,
y luego...
luego me jode empuñar tinta
porque se me rompen los dedos,
porque te me apareces
y porque en esta maldita habitación
no hay nada.
amontonadas sobre las sábanas.
Mirando al fondo de la habitación
no hay nada,
no me sale nada.
Excepto tú,
me sales tú a borbotones,
me suda tu nombre en la punta de la lengua,
se me desborda la sangre que te dejaste
y se me clava,
a martillazos secos,
rompiéndome los dedos,
aquella estúpida fotografía que te hiciste desnuda
y que guardo en el cajón de al lado.
Tomamos la erección adecuada,
después el camino se abre, y el miedo,
y tú a la izquierda, yo a la derecha,
como cuando dormías en esta cama,
y luego...
luego me jode empuñar tinta
porque se me rompen los dedos,
porque te me apareces
y porque en esta maldita habitación
no hay nada.
Es la noche.
No me jodas hablándome de escudos y armaduras para defenderte del dolor inútil,
no me cuentes que todos tenemos una,
que nos la vestimos al despertar y nos la desnudamos tras el polvo de antes de dormir.]
Entérate, no existe el dolor inútil.
Si quieres venir conmigo tiene que dolerte,
tienes que morirte de miedo porque pueda hacerte pedazos,
sentir la angustia de que pueda reírme y ensañarme con la piel de tus cicatrices...
sentir vergüenza.
No me hables de cárceles donde te escondes,
pobre animal herido, muriéndote de sed.
Esta noche quiero verte desnuda de piel y huesos, desenterrar tus muertos,
que haya sangre y tripas fuera...
hacerte daño.
Es el único modo de que puedas venir conmigo.
Vístete de otra cuando salgas de mi cama,
protégete de las calles de la ciudad que pisas,
del tipo en el metro que busca con la mirada un gramo de piel bajo tu falda,
de la zorra que en clase te mira de reojo y susurra,
del portero de la oficina que nunca recuerda tu nombre,
de tus padres... defiéndete de ellos.
No te atrevas a hacerlo conmigo.
Es el precio del billete de mis noches.
Es el precio que yo pago.
No me jodas hablándome de escudos y armaduras para defenderte del dolor inútil,
no me cuentes que todos tenemos una,
que nos la vestimos al despertar y nos la desnudamos tras el polvo de antes de dormir.]
Entérate, no existe el dolor inútil.
Si quieres venir conmigo tiene que dolerte,
tienes que morirte de miedo porque pueda hacerte pedazos,
sentir la angustia de que pueda reírme y ensañarme con la piel de tus cicatrices...
sentir vergüenza.
No me hables de cárceles donde te escondes,
pobre animal herido, muriéndote de sed.
Esta noche quiero verte desnuda de piel y huesos, desenterrar tus muertos,
que haya sangre y tripas fuera...
hacerte daño.
Es el único modo de que puedas venir conmigo.
Vístete de otra cuando salgas de mi cama,
protégete de las calles de la ciudad que pisas,
del tipo en el metro que busca con la mirada un gramo de piel bajo tu falda,
de la zorra que en clase te mira de reojo y susurra,
del portero de la oficina que nunca recuerda tu nombre,
de tus padres... defiéndete de ellos.
No te atrevas a hacerlo conmigo.
Es el precio del billete de mis noches.
Es el precio que yo pago.
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