Es la historia de un tipo que de niño dormía con la cabeza bajo las sábanas para que no le atraparan los fantasmas, y que seguía durmiendo a veces con la lámpara encendida para espantar la oscuridad, porque los fantasmas habían crecido más que él, pero ya no se avergonzaba de su miedo. Este tipo no tenía nada de especial excepto una cosa... cuando le ocurría algo verdaderamente hermoso, o lo veía, o simplemente lo sentía, en lugar de alegrarse por su fortuna como haría cualquiera, lo que le invadía era una enorme tristeza. Pero no penséis que su tristeza era como la nuestra, que le hacía daño, que lo vestía todo de negro y de desesperanza... no, su tristeza no era amarga como de pérdida. Él me contó que era como mirar un álbum lleno de fotografías en sepia.
Cuando lo conocí se empeñaba en dibujar un puente de Lisboa en un cuaderno azul manoseado, sentado en la terraza de un pequeño restaurante junto al río, con la comida sin tocar.
Ésa tendencia a la melancolía parásita lo mantenía alejado de la mayoría de las personas, no por su propio deseo, si no por esa cualidad humana de temer lo que no entendemos del todo. Había aprendido a no esperar nada de nadie y por eso, cuando creía haber encontrado a alguien capaz de leerle... se desnudaba. Lógicamente no todos los que le veían de esta guisa eran capaces de comprenderlo, porque a todos nos mienten a veces las primeras impresiones y ya os he contado que, fuera de su particularidad, no tenía nada de especial.
A lo largo de su vida había crecido su adicción a su singular modo de estar triste sin estarlo, de tal manera que, si encontraba cualquier obstáculo hacia algo que merecía la pena, nunca, jamás, se rendía. Solía decir que la belleza sin sudor no vale nada.
Pero nosotros sabemos que pelear siempre, acaba cobrándose su peaje... y ya le faltaban varios pedazos.
Durante el tiempo que permaneció en mi vida escuché a mis amigos definirlo de mil maneras diferentes...
insensato,
ciego,
extraño,
incluso directamente estúpido.
Es cierto, tendía a provocar miedo en las personas, pero os prometo que no buscaba nada diferente a lo que vosotros buscáis. Sólo quería tener algo hermoso.
Lo vi ir deshaciéndose en batallas interminables, consumiéndose en el pago de la deuda por continuar, hasta que ya no quedó nada.
Desapareció.
Una mañana ya no estaba.
Y ahora, cada vez que se me cruza el cielo de Madrid, o cualquiera de esos ojos tuyos que me vuelven loco, o una maldita calle de Granada... cuando algo se me anuda en la garganta después de hacer el amor, y te imagino desnuda sobre la cama en color sepia... me alegro de que haya pasado a ser uno de mis fantasmas.
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