martes, 15 de julio de 2014

La insignificancia de la carne expuesta

Lo peor no es la sensación de tener la carne expuesta, de que un soplo cualquiera de aire saliendo de su boca pueda doler, y duela. Ya me he acostumbrado al dolor. Lo peor es la impotencia al mirarse al espejo, y ese aroma ligero a todo o nada que sale de la cocina. Lo peor son tus cartas sobre la mesa, y el humo que flota en la habitación cuando todos se han marchado, cuando ha terminado la partida y te has quedado desnudo... las ganas de que no sea verdad... de seguir jugando.

Lo peor es tu reflejo sabiendo que no eres suficiente, es la certeza de lo que no puedes ofrecer y de lo que estás dispuesto a pagar.

Por eso siempre acabo vagando sobre calles vacías cargado de monedas, buscando un vendedor de historias sin tragedia general, con algún abrazo y polvos bajo la luna, y ropa encima de la mesilla y un hueco en los cajones para la cobardía, y, de vez en cuando, un te necesito descalzo.

Y sin embargo no las puedo comprar, ninguna me vale si no puedo dormirme sobre tu ombligo.

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