Sentado en mitad de la mañana esperando que se posen las cenizas. Nos mienten, nos hablan de historias ocurridas no sé cuándo, no sé dónde, las escuchamos con un cigarrillo entre los dedos, con una cerveza tirada por la credulidad, pero nos sacan las espinas de todos los arbustos que cierran los caminos. No existen esos seres mitológicos, ni el amor de folletín sino el de sangre, la felicidad se vende en papelinas de medio gramo en la esquina de alguna entrepierna... ¿verdad? Y tienes que arar la tierra que cubre su cuerpo para sembrarte y crecer, y calcular con un dedo empapado en saliva de dónde viene el viento... Siempre improvisando... ¿verdad?
Preguntas... siempre las mismas. Cuando las calles muerden es mejor quedarse en casa, ¿o no? Quizá no. Lo mejor es echarle valor, o huevos... quizá. La mente no deja de girar y mis pensamientos son enfermos vagando por los pasillos del psiquiátrico, cada uno en su universo personal, algunos babean, otros gritan, uno de ellos lleva entre los brazos la cabeza decapitada de uno de esos unicornios, sin su cuerno, arrancado, gotea sangre por la boca y le tiñe la ropa, porque todos van de blanco. El muy cabrón me quiere asesinar los cuentos de hadas a base de descuartizar sus personajes y pasearlos desmembrados por los pasillos. Es un enfermo. Soy yo.
No me rindo. Me levanto al baño y tiro de la cadena sin usarlo, un ritual cualquiera, allá van, todos ellos, braceando desesperados en ese remolino de agua aromatizada por las pastillas azules pegadas en las paredes, directos a las cañerías, a pudrirse antes de que las ratas los devoren. Lo siento chicos, necesito paz, hoy sí. Me pregunto si dentro de tu mente también existirán pacientes amotinados esta mañana y siento la urgencia de follarte, así, con tu espalda contra esta pared marrón oscuro. Hacértelo desde dentro, desnudarte de verdad para tenerte. ¿Has llorado alguna vez durante un polvo? No por dolor, ni por placer, ni por duda... sólo por vida, porque todas las heridas abiertas supuren a la vez, y las cicatrices se hinchen y sean más rosadas y su piel más débil, sin que el dolor duela sino que alimente... Yo no.
Necesito hacértelo así hoy, es el único modo, la única dosis que nos aliviará de los falsos profetas que te devoran en el metro, en el autobús, de todos esos pares de ojos que odio.
La única forma de detener el miedo.
Por un instante.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario